28 junio 2021

El UK, país de la pandereta y los estadios morales de Kohlberg.

En los años 50, el psicólogo Lawrence Kohlberg empezó a formular su teoría de los distintos estadios del desarrollo moral. Concluyó que "el juicio moral era un proceso cognitivo, construido a partir de razonamiento cada vez más complejo a medida que los niños maduraban". En este divague, voy a usar los estadios de Kohlberg para hablar de un tema de rabiosa actualidad, aunque el modelo haya tenido críticas y no sea perfecto. Como todos los modelos con estadios tiene sus problemas (hay excepciones, las transiciones no están claramente delimitadas, puede ser dependientes del contexto), Kohlberg estudió principalmete americanos, no mujeres ni otras culturas (donde se sabe que los juicios morales difieren), y su conclusión de que era un proceso enteramente cognitivo no ha sido validado, ya que bebés y otras especies demuestran un rudimentario sentido de la justicia (basado en esto los "social intuitionists" hablan de "intuición moral", que interacciona con el "razonamienzo moral" de Kohlberg). Pero aún así, esta teoría ha tenido mucha influencia y nos puede servir para ilustrar las distintas actitudes durante la pandemia-incluyendo a Ministros de Sanidad, ya ex. 

               Ejemplo 1: A un niño le han dicho que no se coma esa galleta que hay en la caja. Estadios de razonamiento en esa decisión:

Nivel 1: Razonamiento pre-convencional (hasta los 9-10 años)
Fase 1. ¿Me la como? Depende de cuán probable es que me castiguen.
Fase 2: ¿Cuán probable es que me den un premio si no me la como?

Ambas fases están orientadas hacia el yo.

Nivel 2: Razonamiento convencional (adolescentes, muchos adultos)
Fase 3: Si me la como, ¿quién se quedara sin galleta? ¿Que pensarán de mí si lo hago?

               Ejemplo 2: Heinz tiene a su mujer enferma y un farmaceútico tiene una medicación que puede salvarla, pero no le quiere bajar el precio, y Heinz no puede pagar. 

Fase 4: ¿Robo la medicación? ¿Qué dice la ley al respecto? ¿Son las leyes sacrosantas? ¿Qué pasa si todo el mundo rompe la ley?

Estas fases 3 y 4 son relacionales. Los adolescentes y muchos adultos se quedan en este nivel, no llegan nunca al Nivel 3.

Nivel 3: Razonamiento Post-convencional
Fase 5: ¿Robo la medicación? ¿Qué circunstancias me han llevado aquí? ¿Alguien se ve perjudicado porque yo lo haga?

             Ejemplo 3:  Estoy en contra de todos los ejércitos y me obligan a hacer el servicio militar. 

Fase 6. ¿Me declaro insumiso? ¿Es mi posicionamiento moral a este respecto más vital que la ley, es un posicionamiento por el que pagaría el precio más alto?

En este nivel las normas viene de uno mismo y reflejan tu conciencia. Reconoce que ser bueno y cumplir la ley no es lo mismo. Estos estadios suelen ser pasajeros y no se está siempre en ellos con todos los temas. Tus ideas políticas te llevan a desobedecer una ley, pero estás dispuesto a asumir el castigo con respecto a unos temas, pero no todos.

Hay evidencia científica de que en política, conservadores y liberales razonan a distintos niveles de Kohlberg. Pero en esto no nos vamos a meter (como dije el otro día, el blog ya no está en fase adolescente de enganchadas políticas-estamos todos ya mayores y sabemos, en nuestro fuero interno, que nunca se convence a nadie debatiendo ni razonando; ahora, qué risa son los escanners cerebrales del tema).



Ahora vamos al lío: la pandemia.  Ha quedado claro que mucha gente ha operado no ya en el nivel convencional, sino en el pre-convencional. Seguían las normas para evitar el castigo en forma de multa o sanción. Luego estaban los de la fase convencional, que estaban esperando como colegiales a que sonara el timbre y hacían cosas "cuando les dejaban". Seguían las regulaciones, pero porque eran buenos ciudadanos, cumplidores de la ley. No valoraban por sí mismos los riesgos- el hecho de que un gobierno, con presiones por todos los lados, permita hacer una cosa no quiere decir que tengas garantía completa de no contagiarte o contagiar haciendo eso. En el estadio post-convencional están aquellos que entendieron la manera de transmisión del virus, hicieron una evaluación de riesgo sopesando lo que era para ellos absolutamente necesario (y esto variaba, no todo el mundo tuvo la suerte de trabajar en casa), y actuaron segun les dictaba su conciencia, porque esto era lo que creían que había que hacer para su salud, la de los suyos y el bien común. 

En estos últimos días, en el UK, el país de la pandereta en el que vivo hemos asistido -ya sin perplejidad- a un espectáculo que supera ya los estadios estos, que al fin y al cabo son psicológicos, no psicopatológicos - nivel en el que se mueve este gobierno. Ya hice un divague al principio de la pandemia horrorizada por ser gobernados por psicópatas, y no sabía lo que quedaba por venir. 

Matt Hancock, ya ex-Ministro de Sanidad, fue grabado en su oficina en las Casas del Parlamento enrollándose con una consejera del Ministerio de Sanidad, con la que parece que estaba teniendo un affair, ambos casados y con hijos. Lo primero: quiero apartar el hecho del affair de lo que escriba hoy. Eso es su vida privada y cada uno sabrá lo que hace en su casa. Me parece terrible la prensa que hace carnaza con eso, fotografiando a las pobres parejas cuando salen con el perro. Además, si los affaires extramatrimoniales incapacitasen para un cargo público, cómo habría podido llegar a ser Primer Ministro Boris Johnson, con su historial de líos, amantes, cuernos, hijos, exes etc (en serio, qué país es este, Francia?).


Trataremos el tema como si ambos fueran solteros, porque aquí aflora lo importante: de hecho Hancock, el viernes, cuando aún no iba a dimitir se disculpó "por haber roto la distancia de seguridad". Ese era el problema, porque ha habido mucha gente que no ha podido abrazar a su familiar mientras moría, abuelos que aún no han conocido a sus nietos, y gente que no ve a su familia desde Navidades 2019. Todo por buenas razones, y con lógica científica, pero entonces el Ministro de Sanidad, el tío que sale todos los días tras un atril diciendo "manos, cara y 2 ms de distancia" no puede salir al día siguiente con este mismo discurso. Es evidente. Hay gente anónima que se lo ha saltado y que no pierden su trabajo porque no son Ministros de Sanidad que salen detrás del atril. Luego hay gente anónima de los que están en la fase pre-convencional, o incluso convencional que van a tener una rabieta de "para eso estoy sin hacer esto y aquello, ahora lo hago". A los post, se la suda, van a seguir actuando según su conciencia.  

Bien, quedamos en que Hancock tiene que irse desde el minuto uno por lo de arriba. Pero no, él dice que no (y eso que aplaudió cuando Neil Ferguson, el epidemiólogo de SAGE dimitió por ver a su novia hará un anio), y obviamente, el payaso Johnson le dice a la reina que Hancock está "full of beans" y que da el caso por "cerrado". Con qué cara lo echa, con su historial, pero sobre todo con su sistema de valores y creencias: él y sus amiguitos de Oxford son los guays que pueden hacer lo que les pase por el arco del triunfo en esta república bananera que es el UK bajo los tories.


Y aquí llegamos al problemón, por lo que Hancock debería haber dimitido ya hace tiempo (qué es este país, España?): pierdo la cuenta, que si es accionista de una empresa proveedora del NHS en Gales que dirige su hermana, que si hubo un contrato para el hermano de su amante, que si la amante era una amiga de los tiempos de Oxford, donde ambos participaban en la Radio La Granja oxoniense. Ahora están investigando cómo llegó ella a su trabajo (cuyo objetivo era monitorizar las decisiones del ministerio, imaginen, un rol que los tories han llenado desde que están de amiguetes, simpatizantes y donantes). 

Johnson, Hancock y todos los demás en este putrefacto gobierno se creen que siguen en Eton y en Oxbridge, donde el "old boys" club sigue vigente y pueden hacer lo que les dé la gana. Son gente mala y tonta, que siguen parados en la fase pre-convencional de los niños de 7 años: si nadie mira, van a coger la galleta. Y si les pillan, echarán la culpa a su hermano o  mejor, al hijo de la limpiadora emigrante que pasaba por allí. 

25 junio 2021

Serial 31: Toallas de cisnes, Mrs. Dalloway y qué (hostias) hago en el asylum. Y por fin, un abrazo.

Todo lo que se diga de los hoteles en esta isla no les hace justicia: son peores. Llegar de noche no ayuda, o tal vez sí, lo veré mañana. Estoy en una casona tal vez georgiana con porche de columnas grandilocuentes, en una calle llena de idénticas casonas quizás georgianas que a saber lo que fueron en su día, hoy son todas “guest houses”, casas de huéspedes, viles pensiones que intentan engañar con su fachada y con sus carteles luminosos pretendiendo ser el “Grovesnor Hotel” o el “Mornington Crescent Hotel”.  Por dentro, el horror vacui impera. Hablar de las moquetas y los edredones florales -para cuyo encuentro ningún aviso preliminar puede prepararte- 
sería manido, pienso, mientras me enfrento a dos cisnes hechos de toallas sobre la cama. Pero es tal la emoción de estar en Londres que, desde este ángulo dudo: ¿son un par de cisnes o, para, un momento, un corazón? Eso cambia las cosas.  

Me duermo con el neón de la casa de huéspedes de enfrente parpadeando a través de las cortinas - motivo ornitológico, ya que preguntan- y gritos de algún borracho por la calle. Mañanapuedocaminaralcursoquémaravilladeviajeentrenloscoloresde. Y plof. Lo siguiente son ruidos de pasos por la escalera, veinte minutos antes de mi despertador. Así que, tras desayunar sola (¿dónde están los de los pasos?) salgo caminando hacia la Tavi. Compruebo el bolso apoyada en una columna: una novela, chicles, monedero, cacao, kleenex, mi pluma, dicen que papel te dan allí. Giro a la izquierda, a la derecha y me adentro en probablemente la calle más bonita del mundo: casas y casas blancas, todas de época, con wisteria enmarcando las puertas y arbustos de lavanda o romero detrás de la valla. No me sorprendería que se abriera una puerta y saliera la Sra. Dalloway. Lo siguiente, una placita redonda con jardín cerrado en el centro, supongo que para residentes. Vaya, me he dejado la cámara en el hotel. Por fin, ahí está Sigmund, haciendo como que piensa muy fuerte en su estatua, y detrás la Tavi.

Mientras espero a registrarme me fijo en un chico. Por la mirada, lo sé: es español. Y no, no es que parezca español, esto lo he pensado muchas veces luego- podría ser italiano o portugués- pero es que su manera de mirar es de allá, eso se sabe. Es alto, pelo castaño, muy bien vestido, está bastante bueno. Cómo ponerte delante de un desconocido y decirle “tengo un poder y sé que venimos del mismo sitio”. Un comienzo raro. Por un momento nuestras miradas se cruzan y el tío no sonríe: se confirma, es un creído español. Un guaperas inglés te sonríe. Los ingleses en general son amables y no disimulan al nanosegundo, como nosotros: eso lo he aprendido en el internado que vivo. Por fin llega mi turno, y la persona detrás de la mesa, ella sí, toda sonrisas, me pregunta mi nombre.

-¿¿¿Mariona Calleha??? Niña… ¿a mí eso me suena a española?

Momentos de confusión, porque ese Calleha no es con la hache aspirada de los británicos, es con la gracia de los andaluces. El guapetón perdonavidas está delante de mí, pero al ponerse a hablar se transforma en otra persona, se esfuma la arrogancia, es simpatiquísimo. Se llama Wenceslao, pero hay que llamarle Wences, “por razones obvias”. Lleva casi tres años viviendo en Londres, al principio estuvo poniendo cafés y pintas hasta que logró aprender inglés. Yo le parezco una valiente (inconsciente me lo dirá más tarde), llegar y ponerme a currar. De psiquiatra nada menos, que si me dijeras cirujana o, aún mejor, anestesista, aún ¿pero este trabajo nuestro que consiste en determinar si alguien tiene “desorden formal del pensamiento”? Le encanta Londres y, ¿qué (hostias) hago yo en “el asylum”? Cómo que si lo conoce? como todos ha oído mil historias, y quiere saber si hay algo de verdad. Cuando me está prometiendo que su objetivo será arrastrarme a la City -el lugar del que nunca debí salir aquella noche que llovía tanto en Victoria-, una de las sonrientes nos hace pasar: ya comienza la primera clase.

Bethlem Royal Hospital
Wences me agarra del brazo, y nos sentamos juntos. Hay como otros veinte, todo gente de nuestra edad: estamos todos en la misma fase de formación. El primer profe es un señor abogado de unos 60, con un traje de raya diplomática que le aprieta, muy inglés. Comienza a hablar de la historia de la Ley de Salud Mental: todo empezó con la “Ley de las Casas de Locos de 1774” (“Madhouses Act 1774”). Wences me mira haciendo lo que parece una impresión del grito de Munch, se me escapa la risa. En 1845 llegó la “Ley de lunáticos” (“Lunacy Act”) y yo pretendo ignorarle teatralmente porque seguro que sigue haciendo el tonto. Pero es que estos nombres, lunáticos, casadelocos no ayudan, aunque la fantasía terminó en 1959, cuando  se empezó a llamar “Ley de Salud Mental”. Es curioso cómo palabras que en su día no debían ser ofensivas “idiotas, imbéciles” son tomadas por la sociedad, y entonces hay que dejarlas de usar en títulos oficiales. De hecho, la palabra “mental” en inglés (pronunciada méntal) ya ha pasado a la jerga de la calle y quién sabe, igual le tendrán que cambiar el nombre a esta ley dentro de veinte años. Wences, estás méntal. 

Miro a mi alrededor: los compañeros parecemos el crisol de las civilizaciones, indios, africanos, blancos, de los que una minoría serán británicos. A estos no les gusta hacer psiquiatría, la especialidad cenicienta de la medicina; claro que a los ingleses tampoco les gusta hacer ni medicina en toda regla, ni cardiólogos quieren ser. Para qué sacrificios con lo cómodo y la pasta que se hace “vendiendo humo”. Eso es lo que hacen los ingleses: ya decía Napoleón que era una nación de tenderos; ahora vender relaciones públicas, la vieja gloria de su educación en universidades antiquísimas pagadas por chinos, y las pantallas llenas de números que solo los becarios más jóvenes entienden en la City. Es todo mentira.

En la primera pausa para tomar el té con galletas Wences y yo nos sentamos en una esquina y desaparecemos, ajenos al resto que intentan esa charla convencional educada con gente que no conoces y a quien no piensas ver más en la vida. Con Wences es todo lo contrario: algo me dice que va a ser alguien que se va a quedar en la mía. No es solo eso, pero además me envuelve la magia de estar hablando en castellano tanto tiempo seguido; desde hace tantos meses, solo los ratitos contrarreloj del teléfono. Me escucho pronunciar las palabras, con esa agresividad de la erre, de la jota, con qué facilidad, sin tener que pensar activamente en evitar la “e” delante de las eses iniciales del inglés, por ejemplo. Creo que he empezado a pensar en el idioma del imperio, tal vez a soñar, y no puede ser: necesito a un Wences en mi vida. Además, su acento es una maravilla, lleno de gracia y alegría, y me llama niña todo el rato, y me agarra del brazo para enfatizar. Mi gay-dar nunca ha sido demasiado bueno, pero en ese momento, me asalta una duda, y enseguida tengo respuesta: Wences vive en Clapham, un barrio del sur, con su novio Rob, un radiólogo al que conoció al poco de llegar. Todos aquí huimos de algo, pienso, o igual no. Wences trabaja en el Maudsley, el hospital de salud mental con mayor prestigio de este país. Viene a ser como la Tavi, donde estamos, pero en serio, dice Wences, todo es medicina basada en la evidencia allá abajo-está en un barrio chungo llamado Camberwell-, es muy modelo médico: en resumen, tienes que venirte pacá, chiquilla!

El Maudsley fue fundado en 1923 por -adivina- Henry Maudsley, el prestigioso psiquiatra que soñaba con un centro de salud mental en la ciudad. Hoy en día pertenece al mismo grupo de hospitales que el Bethlem, de donde viene la palabra de uso común en inglés “bedlam”, locura, jaleo, algarabía, y que hoy se encuentra a las afueras en Kent, pero que un día fue el hospital psiquiátrico más antiguo de Europa, fundado cerca de Liverpool Street en 1247. Luego vamos a cenar a Liverpool st, hay un restaurante japonés maravilloso, te gusta el sushi, o mejor, vamos a SoHo, te quiero enseñar… Los ojos de Wences brillan y yo le seguiría al fin de mundo, y eso que no me gusta el sushi.

El resto de la mañana se pasa de ley en ley, de caso clínico en caso clínico, ponentes hablando, o discusiones en pequeños grupos donde debemos debatir de un tema y luego poner en común. Por supuesto Wences es el portavoz de su equipo -un actor nato, cómo nos hace reír- y yo soy del mío cuando nadie quiere serlo - siempre hay el típico que tiene que hablar en un grupo, aunque no tenga nada que decir, y no seré yo quien intercepte su pequeño minuto de gloria.

A las 12:30, la comida consiste en un buffet en el que haces equilibrios con el vaso y el plato de pie. Allí conocemos a unas chicas que trabajan en Birmingham, tres chicos de Nottingham, el resto viven en distinto barrios de Londres. Los que insisten en seguir hablando de leyes están al otro lado: hay uno que podría ser Sandip. Todos podrían ser mis amigos de Banderley, pero a la vez ninguno. En el asylum somos todos personajes irreales de un mundo que ya no existe: hasta yo me resulto ajena. Una de las chicas de Birmingham me está preguntando si conozco cierta cadena de tiendas cuando me fijo en la mirada de Wences, hacia la puerta, y la sigo. Acaba de entrar un tipo de unos 30 que no solo ha hecho caer la mandíbula de mi amigo, sino que calla a la de Birmingham. Nos miramos como si eso no pudiera ser.

Cuando nos llaman a la clase otra vez, resulta que el tipo es el ponente de la siguiente sesión. Se llama Jack Buchanan, es abogado y nos va a explicar nosequé. Es negro, parte de su familia originaria del Caribe, la otra asiática, aunque él es segunda generación. Estudió en Oxford y queda claro que juega al rugby-esto no lo dice, pero es lo que quiero pensar, que no son horas de gimnasio frente a un espejo, pero ay, quién podría culparle. Lleva un traje tan bien cortado que imposible no pensar en la leyenda urbana de que los abogados aquí cobran hasta por escribir emails. Es tan guapo de cara que -hace mucho que no me pasaba esto-, intento disimular buscando mi pluma. Por supuesto, me pilla y me invita a salir a hacer el primer role play: él hace de abogado yo de experta en un juicio. Me quiero morir.

Wences me mira desde la primera fila, lo que le hubiera gustado salir a él. Me hace un gesto que es una intersección entre qué-miedo y qué-bueno-está-el-tal-Jack. Desde el estrado pienso en la broma generacional-nacional que solo Wences pillará: “busco a un hombre llamado Jack’s”. Evidentemente, Jack me destroza, y no es que se ensañe, pero es que yo simplemente no tengo ni idea de cómo pensar a esa velocidad y bajo esa presión. Esa presión. Solo quiero que acabe, y que no se acabe nunca a la vez. Él lo nota, y me deja ir.

No sé cómo transcurre el resto de la tarde: yo me la paso rumiando mi ridículo ante un grupo que me importa un pepino y ante el hombre más guapo del mundo, que ahí sigue, ahora con la de Birmingham que flirtea abiertamente con él: ¿cómo no hacerlo? A menos que seas retrasada mental como yo. Cuando terminan las clases, solo pienso en largarme al hotel de los cisnes: ya no sé ni por dónde he venido, pero era bonito y allí me espera mi libro y tal vez un personaje de novela de EM Forster en el comedor. Pero Wences: no me va a dejar escaparme tan fácil de ninguna manera, ya se ha hecho un grupo y me ha cogido de la mano. Vamos al pub.

Una primera ronda, estamos la mitad del curso, termino hablando con aquellos que no estaban en mi grupo, los otros son ya como de toda la vida. Todos creen que Wences y yo somos también viejos amigos. Es la primera vez en todo este tiempo que alguien me toca, literalmente, desde que llegué a esta isla. Pienso en Sandip, tieso como un sarmiento. Me abraza la cintura, yo tengo mi brazo por encima de su hombro. Nos veo desde fuera, como si fuéramos actores en un escenario: bravo, Mariona, gran puntería, con un gay. Pero bueno, qué importa, es una gozada.

García & Sons: un clásico
Nadie habla del curso, ni del trabajo, ni de libros, ni de Hobbes, ni de la naturaleza humana como en Banderley. Aquí hablamos de música, de que toca la banda del primo de alguien en nosedónde, de la mejor tarta de queso de la ciudad, de ir a Koko mañana, de cocktails con tequila. De ropa de tiendas de segunda mano de las zonas de ricos, donde te puedes encontrar con Chanels y Guccis regalados. De miles de sitios donde nos quieren llevar a comer a los que venimos de fuera: aquel turco, aquella deli portuguesa, chocolate con churros. Wences habla de “García e hijos” en Portobello Road, una institución de comida española donde te puedes encontrar desde Cola-Cao hasta Pastel de Santiago pasando por gel de ducha La Toja. Hablamos de viajes, de volar, de salir de la isla, de playas enormes, con peces de colores, de hacer el muerto en una poza, de noche.

Wences me da un toque indicando la puerta: ahí está, Jack Buchanan. Gorgeous, me dice al oído. Gorgeous es una de esas palabras que se usa continuamente en este país que nunca estudié antes de venir. Good-looking, attractive, handsome, stunning, beautiful, pretty, todas para indicar lo mismo, sí. Pero gorgeous la he descubierto aquí, con ejemplos bien concretos como Jack. Viene con un par de abogados más que nos han dado clase, y una organizadora. Se unen a nosotros y enseguida acaba en el centro de un subgrupo en el que todos, incluso Wences, le ríen las gracias. Yo he terminado, sin saber bien cómo, con un pesado que está escribiendo una novela serializada en su blog, y solo quiere hablar de eso. Con frecuencia me pregunto cómo ocurren esos movimientos fluidos en las noches de fiesta, por los que la gente pasa de conversación en conversación, de persona a grupo, sin que nadie se sienta ofendido: simplemente pasa. Así que estoy esperando mi siguiente pareja de baile pero el del blog no me suelta y el que sí se ha movido es Jack que está ahora hablando con la de Birmingham. En un nanosegundo me pilla mirándole, pero ya he aprendido a no desviar la mirada: le sonrío, y cambio de grupo. Y cambio, y risas, y cambio, y no-me-digas, y cambio, pero en toda la noche acabo en su grupo.

A las once y media suena la campana del pub: última ronda. Esto es uno de esos mitos que se estudian en clase de inglés, pero confirmo: ocurren. Cuando nos echan de mala manera, acompaño a Wences al metro, que ya está cerrado. Maldita ciudad, ¿esta es la que nunca duerme? Un taxi a Clapham le va a costar un ojo de la cara, aunque conoce una combinación de buses nocturnos que le han salvado otras veces. Le ofrezco la mitad de mi cama y uno de los cisnes toallas.  Veo que el kitch del cisne le atrapa:

-Eres muy mona, pero no, seguro que no tienes desodorante de Hugo Boss, y sin él no salgo de casa.

-No, pero hay un cepillo de dientes extra -pongo cara de niña buena- Y el cisne.

Me da un abrazo del que me cuelgo como si fuera un náufrago. De lejos veo que llega el autobús: mierda.

-Ay casi me rompes una costilla con el libro ese que llevas en el bolso. Que por cierto, llevo todo el día preguntándome cual es- dice mientras se sube al bus.

-“La Regenta” -contesto, con cierta aprensión, debería haber leído esto hace tiempo.

-Pero tú, ¿de qué planeta eres, mi niña? - lanzándome un beso, justo antes de que cierren la puerta.

17 junio 2021

Llevo tu luz y color por dondequiera que vaya (24 años en la isla)

 Por lo que sea, tengo a mi alrededor un número inusitado de gente mayor que este año cumple 50: son tod@s del 71, claro, el "año de oro de la música rock". No sé si conoceréis este libro "1971: Nunca un momento aburrido" del periodista musical David Hepworth. Su premisa es precisamente que 1971 fue un año extraordinario para la música, el que se publicaron álbumes y álbumes espectaculares, que hoy son clásicos: David Bowie, Janis Joplin, Rod Stewart, Pink Floyd, The Doors, T-Rex, The Carpenters, Beach Boys, The Kinks, la ELO... cancionakas como "American Pie" , "Take me home country roads" , "Maggie May" , "Me and Bobby McGee", "My Sweet Lord", "Imagine"... ya lo dejo. 

El caso es que si mi contactos del 71 deberían estar planteándose lo provecta que es su edad, la risa va por barrios: no es menos terrorífica la efeméride del hoy.  17 de Junio de 1997: hace 24 años que el Peda y yo nos vinimos a vivir a esta isla. Dentro de poco atravesaremos ese ecuador temido: llevaremos más años viviendo aquí que en la península. E igual que siempre, sin pertenecer a nigún sitio: aquí somos los spaniards, allí los ingleses. 

Así que he estado pensando en colgar una de esas canciones del 71 para celebrarlo y entonces, un momento:  me he dado cuenta que una de mis canciones favoritas en castellano es también de ese año fastuoso!

"Mediterráneo" y, sorpresa, creo que aún no la había colgado, aún queda algo por subir aquí! Intento encontrar el video menos-malo con montajes marineros mientras la tengo de fondo. Y qué bien me va la letra: pese a 24 años aquí, "Llevo tu luz y color por donde quiera que vaya" (sí, sé que es olor, pero para mí ese mar es ante todo color), 

Igual si pertenezco a algo es al Mediterráneo, del que siempre me voy pensando en volver.  Prepárate, Mare Nostrum:  cada día queda menos. 

12 junio 2021

De premio, NáN: Segunda parte

Hace más de diez años, escribí un divague titulado "De premio, NáN", sin darme cuenta del doble sentido de la frase. En aquella época, una versión de lo mucho que jugábamos en el blog eran los "Premios Divas" el ansiado trofeo siempre era el mismo: "elige el tema del siguiente divague". El día que ganó Molinos, eligió: "NáN". Así que yo escribí pensando que el premio del concurso era "divagar sobre NáN", y ahora me doy cuenta que el premio, el regalo, ha sido para todos nosotros, en distintos grados, el propio NáN. 

En ese divague yo hablaba de cómo le había echado el ojo a NáN por los blogs, y cómo intenté atraerlo hasta este espacio mío tan poco transitado y tan lejos de su nivel literario. Y por ello, describía su generosidad, tanto conmigo y mis idas de coco que es este blog como con otros blogueros o comentaristas. Una vez me dijo: "es imposible tu blog, sigo los enlaces y me acabo enganchando y echando la tarde". Piropo mayor -inmerecido- para una bloguera no puede haber, pero lo usaré como excusa para enlazar en este divague. Simplemente no puedo resistirme, porque si hago una búsqueda con su nombre salen mil entradas. Aunque no tantas como recuerdos en mi cabeza. 

Desde que le conocí, siempre que pasábamos por Madrid le veíamos. Una vez, de paseo por su querida Malasaña nos llevó a una tienda de camisetas que hacía un amigo suyo. NáN siempre llevaba esas camisetas y nos quiso regalar una a cada uno: os las he colgado a la derecha junto a mis incipientes geranios (nunca he tenido geranios, pero ya salen un par). La del Peda, con Bakunin; la mía, que es la que lleva Patricia en "A bout de souffle". Aún las llevamos, y son él. Para dar una idea de cuán travieso era -viene a mi memoria su avatar de marinerito-, otra vez que estuve en una conferencia en el Colegio de Nosequé (cerca del Reina Sofía, hasta ahí llego) se presentó en recepción y les dijo a los que dan acreditaciones que "era primo de una ponente" y, no sé cómo, le dejaron pasar. [Esta frase es suya, la he encontrado de comentario en uno de mis textos: "Y es que antes o después, hay que dar la cara: vivir sin riesgo a que te la rompan no es vida"] Yo no tenía ni idea de que estaba entre el público y al salir, ahí me esperaba: se había tragado toda la mañana de charlas y,  como ese primo que te quiere -carente de objetividad-  que era, la que más le había gustado había sido la mía (cómo sonrío mientras escribo esto).

Dos temas principales de sintonía mía personal con NáN son política y literatura. Sobre lo primero, qué enganchadas en los comentarios cuando el blog era aún adolescente. Dicen que España era adolescente en la transición, pues igualmente los blogs -o este por lo menos- atravesó esa fase en la que todos pasionalmente hablábamos de lo que yo llamo "temas de buperos" (clase de ética del instituto, los que hayan tenido suerte de hacer eso): religión, política, filosofía, y nos iba la vida en ello. NáN tenía las ideas en el mismo lado que el corazón - como la que firma- , y su manera de defenderlas, con calma a la vez que con dientes y siempre con sentido del humor, era algo que no tengo que contar, porque si habéis llegado hasta aquí, le habréis leído. Le llamábamos cariñosamente el "Pitufito gruñón" (y vuelvo a escribir con una sonrisa).

El siguiente punto de conexión era la literatura: cuánto hemos leído por NáN. David Foster Wallace (la historia de "La broma infinita" la he contado en lo de Mo), Don Delillo, Vila-Matas Lawrence Durrell, Jeffrey Eugenides, Jonathan Franzen, Siri Hustvedt ... por citar algunos. Nos gustaba discutir sobre (la imposibilidad) de la traducción, la dicotomía forma-fondo (él decía "la forma es el fondo"). Introdujo conceptos literarios propios que siempre estarán con nosotros, como "las fulguraciones", y "los ocho mil". Cuando NáN nos decía a cualquiera de la blogocosa que habíamos escrito algo bien, nos sentíamos como niñas con zapatos nuevos (me consta por Mo que era así, pero seguro que hay más gente feliz ahí afuera- y sigo sonriendo). 

 Como hablábamos tanto de libros, seguro que alguna vez yo debí decir aquello de "tenemos que ir algún año a Dublín en Bloomsday -la semana que viene, NáN- y hacer el recorrido de Leopold Bloom", a lo que NáN debió contestar aquello de "ni hablar, yo no salgo de la M30" (aparte de los veranos en Sabero). Como una especie de sublimación (ese mecanismo de defensa que consiste en sustituir algo que no se puede hacer por otra cosa) lo que hicimos fue leer "Dublinesca" de Enrique Vita-Matas y montar una conversación sobre el libro con un escenario que inventó él (éramos dos títeres de uno de esos denostados titiriteros). y luego lo colgamos en nuestros respectivos blogs, donde fuimos insultados por los divagantes. Nos lo pasamos muy bien pero no me engaño: qué hubieran sido doce horas por los pubs de Dublín hablando y hablando y bebiendo con NáN...  

Y lo sé porque hablar y beber de bares ya lo hicimos: en nuestra primera salida, cuando le conocimos, terminamos en una mezcalería. Bueno, o seguimos, porque luego nos llevó a "La Manuela" a continuar bebiendo mojitos. Al final de la noche, o tal vez al principio del día,  mientras nos cerraba la puerta del taxi, NáN, en uno de esos momentos de exaltación de los borrachos, nos dijo que nos quería. Y  en ese instante, con la clarividencia del que va tajada, supimos que era así, para siempre, porque nosotros ya le queríamos a él.

NáN: no hay consuelo posible para esto, pero qué premio ha sido habernos cruzado contigo.  



03 junio 2021

Malditos gatos y su mundo de entretenimiento

 Según Fashion, soy una de esas personas que, sin tener ningún interés en los animales, los atraigo. Vamos, que si desplegase mis brazos, los pájaros del aire, esos seres repugnantes, vendrían a posarse a lo largo de ellos. El resto tampoco es que me vuelva loca- recordemos el sopor en un safari buscando bichos que solo entusiasmaban a Mini- pero eso sí, no soporto que les hagan daño. Son seres que sienten dolor y angustia, y estoy convencida que dentro de cien años, cuando no se coma carne, mirarán atrás y verán las granjas con vacas estabuladas y pensarán: qué burradas hacían, campos de concentración. 

En tu defensa no puedes alegar "ser mono".
Pero divago: hoy no venía a hablar de bienestar animal, sino de gatos. A estos no les atraigo, pero sí a sus dueños. Lo que no entienden es que en la dicotomía perro-gato, sé dónde están mis alianzas (en concreto, soy de Nara, la golden de los Jekes que es verme, y poner su cabeza sobre mi pierna) y como en mi casa siempre hubo perros,  se vivía como un "estás-conmigo-o-contra-mí": no se podía estar con los felinos. Mi primer contacto -y pensaba que último- con ellos fue cuando llegamos al Reino Unido, y pasamos dos semanas en casa de Steve, que estaba rodando en el Himalaya. Era un hecho: esa casa olía a gato.  

El caso es que, cosas de la vida,  los griegos se han hecho con un gato, Momo. Cuando me lo presentaron, hará cosa de un mes, pensé: ay, ese gato, me da que me va a tocar a mí. Y efectivamente, tres semanas después, los dueños de Momo se van cuatro días a los Cotswolds y el teléfono suena. Lo envuelven todo como oferta de trabajo a Mini: "querrías venir cada día a jugar con Momo? Es pequeño y no lo queremos dejar tres días solo". Mini acepta encantada. Yo, Scrooge incluso en Junio, pienso que no hay dinero que pague que yo juegue con un puto gato, pero he de aceptar y además decir que no, que ni hablar de que Mini cobre (recibo mirada de odio). 

El caso es que esta no es la primera vez que quedo a cargo de un putogato. Cómo olvidar a Apolo, el malvado de los de arriba, hará tres veranos. Tenía que subir y ponerle una comida de sobres que olía fatal. El tío me esperaba metido en una cesta de calcetines (yukk), mirándome con recelo. Era mutuo.  Anotar que los vecinos se mudaron a Milán y en un email de estos de estáis bien -cuando la pandemia estaba solo allí y en la República Popular China- me informaron que ellos sí, pero Apolo había fallecido. A mis compas de piso les encanta hacer la mofa de que fue un efecto retardado de mis cuidados:  ¿Acaso le inyecté un chís, que dicen ahora? ah-ah.

Total que ahora toca Momo y yo lo hago con toda la ilusión. El viernes vamos a que nos expliquen la parafernalia. Porque los griegos son muy de gadgets: lo tienen todo. Yo cuando voy a su casa me entero de cosas que existen que desconocía, porque no leo revistas ni nada. Por ejemplo, se han cambiado la cocina y se nos explicó con detalle que lo último es una vitro que tiene una sección para plancha japonesa y un extractor ahí metido. La mepamsa esa de toda la vida arriba es tan siglo pasado: ellos acaban de hacer una freiduría tipo churros de feriado y, ¿olemos algo? Negamos con la cabeza. El grifo es también la pera: se pone una línea de colores luminosos y sale agua helada (azul), hirviendo (oh, rojo) o filtrada (me lo perdí). También sale normal, pero para esta me ofrecen agua comprada, en una botella de vidrio que parece carísima. La cantidad de aparatos brillantes que tienen sobre la encimera -de silestone, esto sí que lo conocía porque mi madre- es demasía: aparte de una cafetera nivel "Las Vegas" (los vetústicos sabrán de lo que hablo), el resto no sé para qué servirán.  Varios hornos (no encuentro el microondas, ¿esta gente no recalienta? ¿es hortera recalentar?), neverita iluminada para los vinos (señorrr, intrusión de la palabra "cuñado") y bueno, no sigo con el resto de la casa porque es todo así: tocadiscos de vinilo nivel DJ, cuadro de Monet que se transforma en televisor, acuario (sin peces, a estos ya me los cargué hace un par de veranos)... y así todo. Distinta cosmovisión. 

Gardfield: el único gato que me gusta

Por supuesto, ahora que tienen gato, hay que extrapolar todo esto al mundo gatuno. ¿Sabíais que a los gatos no les gusta beber de un bol, sino de una fuente? (yo que tenía la imagen infantil de un lindo gatito bebiendo leche de un platito: imagen rota). Bueno, pues los griegos no tienen una, sino dos fuentes, una de ellas con luces de colores (como el grifo) que garantiza un ciclo continuo de agua, de donde el putogato parece que bebe (pero también hay que ponerle en el bol). A los gatos les gusta escalar, así que en una esquina del salón, junto al piano, tienen una especie de construcción con diversas plataformas para que trepe (en Vetusta se le llama "un zarrio"). Por supuesto, su cama para gatos, su gimnasio felino, y un toilet-gatuno (es como un "transporting" de perro pero en pequeño, y así el bicho hace sus cosas en la intimidad). Ni que decir tiene que lo que en un principio era "jugar con el gato" (la griega dijo que le primer día solo teníamos que hacer "wellbeing"), pasó a ser rellenar comida, y la parte "gross"- pasar un rastrillo y tal). Cuando salimos de su casa, aún estupefactos -no por lo que los griegos son capaces de comprar, a este respecto lo he visto todo, sino porque exista esta equipación-, el Peda se pone a llorar y toser. Ah, lo había olvidado: convenientemente, el Peda es alérgico a los gatos. Ya lo supimos hace años en una cena en casa de un ex-jefe, se confirmó con Apolo y Momo no iba a ser menos. Esto me deja a mí enteramente como el cerebro de la operación Momo. 

El primer día que vamos Mini y yo el animal no hace su aparición.  Mini lo localiza bajo el sofá, y empieza a hacer ruido con sus chucherías (Pavlov, pase) para que salga. Nada. Yo me voy a ver los libros de las estanterías: los griegos son muy cultos y siempre me siento mal al constatar que en las mías no tengo "Das Kapital" (solo encuentro el tomo 1, mi única satisfacción), ni a Hegel (del que no entendía nada ya en COU, cuando la mente está esponjosa).  Casualmente tienen el que estoy leyendo ahora ("Behave" de Sapolsky), y no lo habíamos comentado. Todo Murakami (ahí pierdo un poco el respeto). Tragedias griegas en el baño (en serio, un tomo gordo). Entonces me llama Mini: Mami, Momo no sale ni con agua caliente. Encuentro una fregona y le metemos como podemos, pero ni con esas (aviso para divagantes: los griegos nunca habrán de saber esto, lo de la fregona).  El objetivo de esta primera visita era, según la griega "wellbeing", no había retos de poner comida o rastrillo. En wellbeing, fracasamos; si eso, añadimos estrés al animal con nuestra fregona. 

El día 2 la operación no mejora: Momo, aún bajo el sofá, sigue sin salir. Ha comido mínimamente, suponemos habrá bebido de las fuentes, disfrutado de Monet,  trepado por su andamiaje-escalador. 

El día 3 es el Bank Holiday de Mayo más caluroso en el UK desde que hay records. Momo nos está "esperando" y se me ocurre una gran idea: vamos a llevarnos los bikinis y a jugar con la manguera en el jardín de los griegos. A Mini le encanta el plan y al llegar nos dirigimos al jardín tras un rápido barrido para constatar que Momo sigue missing, pero que se ha comido las chuches que le dejamos en uno de sus aparatos de gym. Una vez allí, ponemos el Spotify y, qué puedo decir, mi hija va de inglesa pero por los gritos (había olvidado que, aunque haga calor, el agua en este país está fucking fría) y las risas a nadie se le escapa que hay dos mediterráneas montándola en el jardín. Pero aquí no tienen una Rose, nadie sale a quejarse. Comemos Calipos, nos hacemos fotos, leemos al sol hasta que nos secamos.  

Momo sigue sin aparecer. 

Cuando ya nos vamos, Mini ha convertido el cuadro de Monet en tele y la reprendo: no es nuestra casa, aunque lo parezca, y tengo intrusiones de mi padre cabreado conmigo porque les "desprogramo" su tele (mi último contacto con esos aparatos fue cuando llegaron los mandos y había 5 canales; yo ahora con 300 no me manejo). Mini en cuestión de nanosegundos ha sintonizado "Mamma Mía", cómo sabe la bruja: "mami, vemos unos minutos de Grecia". Así que va pasando (ay, las teles estas modernas que pasan con ffwd!!) a las escenas de mar  y a algunas canciones. 

Super trouper** beams are gonna blind me
But I won't feel blue
Like I always do
'Cause somewhere in the crowd there's you

Y cuando llega ese último "y en algún sitio de la multitud estás tú", hemos de hacer el paso y señalarnos la una a la otra (como es imperativo en todo karaoke de Super-Truoper), y salir a bailar y cantar-gritar. 

Sorprendentemente, el que no sale es Momo. 

(**) Nota: Por hacerme un poco de daño incluyo esta escena de mar en lugar de la de Super Trouper . Cuidar a gatos griegos no te acerca a Grecia pero pelis de treceañeras sí...