La trilogía de Arturo Barea "La forja de un rebelde" fue publicada por primera vez en inglés, pese a haber sido escrita en castellano, cuando el autor y su mujer estaban exiliados en esta isla-en concreto en un pueblo de Oxfordshire. En 1978 por fin se publicó en España, en 1951 se había publicado en Argentina y entre 1941-1946 la trilogía en inglés en UK. The Daily Telegraph (aka The Daily Torigraph) dijo que era "tan imprescindible para entender la historia de España de la primera mitad del siglo XX como Tolstoi para entender el SXIX". El mismo George Orwell elogió estas novelas y yo, que he atravesado distintas fases durante su lectura (son 1200 páginas), he añorado a Orwell y su maravilloso "Homenaje a Cataluña" o a Hemingway (leído y disfrutado en mi adolescencia, aunque últimamente he visto críticas de que su "visión turística" de la Guerra Civil hizo daño en realidad a la República-tendré que releer). Es curioso que las dos más famosas novelas, consideradas clásicos, de la Guerra Civil hayan sido escritas por extranjeros.
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Empecé "La forja" en La Cerdanya este verano |
El primer libro, "La forja", es una Bildungsroman típica, una "novela de aprendizaje", género muy apreciado en este divlog, en la que Barea habla de su infancia de niño pobre en la España de 1900. Huérfano de padre desde los dos años, su madre emigra desde Badajoz a Madrid y lava ropa en el Manzanares. Barea no es solo pobre sino, desde el principio, desclasado: su madre y hermanos viven en una inmunda buhardilla en Lavapiés, y a él le mandan a vivir a ratos con unos tíos ricos. Pero es listo y tiene una mirada.
Va a estudiar a los Escolapios (yo aún os podría cantar el himno de San José de Calasanz, aunque lo que yo no encontré fue ninguna monja inspiracional como él, que tuvo suerte con un cura). Eso sí, "la mayoría de los curas están un poco locos, un par parecen atontados y a uno tuvieron que quitarles los hábitos porque tocaba sus partes a los chicos". Hay cosas que nunca cambian, eh? Nunca me he molestado en entender bien las diferencias entre las órdenes religiosas, lo mío es tan básico como que los franciscanos molan por "ir de pobres" (oh, Guillermo de Baskerville) y los jesuítas "de intelectuales" , pero en el segundo tomo, Barea describe a estos últimos como una auténtica mafia: una carta de los jesuítas abría las puertas a toda la industria española, los grandes navieros se confesaban con ellos y otras beldades. En aspectos religiosos me he identificado con el autor: curioso cuando cuenta su dudas de fe a temprana edad con exactamente mi mismo ejemplo. El del santo que va por la playa y hay un niño (que resulta, claro, ser un ángel) que le explica, con esas extrañas maneras misteriosas de la religión católica, el misterio de la Santísima Trinidad. Recuerdo mi misma perplejidad, con 10 años, y así todo: yo creo que lo de la Inmaculada Concepción de María nunca me lo creí (quiero decir, una vez que aprendí "los misterios de la vida"; antes cuando crees en las ciguenias, qué más da eso que paloma) y alucino que adolescentes o adultos puedan creerse eso: es como la santísima trinidad y el santo, no me entra en la cabeza. Hoy en día me planteo los límites con el concepto de idea delirante, pero ese sería otro tema. Pero Barea llega al ateísmo vía observar la injusticia. Se da cuenta que él está en el colegio gratis solo para ser exprimido por su inteligencia, y ponerle de ejemplo, y así más padres ricos lleven a sus hijos allí. "Me han hablado de un Dios justo, pero mi madre tiene que lavar en el río todos los días... me asusto de no encontrar justicia por ninguna parte".
Su experiencia en el colegio es también una oportunidad más para ilustrar lo injusta que es, no ya la sociedad, sino la vida: no me refiero solo a la dicotomía niños ricos ("los de paga", que entran por otra puerta lateral de la iglesia)-niños pobres, sino también a la ruleta que ha dado a Barea esa inteligencia, y a otros no. Esto fue captado al vuelo por las monjas del internado al que asistió mi suegra, porque a las siete que fueron seleccionadas, via examen, para hacer el bachillerato, entre ellas mi suegra, les daban un extra proteínico en el segundo plato, que al resto no. Pero volviendo a la novela, se encoge el corazón al leer cosas como "de los 7 a los 9 años ya se los llevan a trabajar al campo, en verano se llevan incluso a los chiquitines de 5-6 años a coger espigas de las que se caen al suelo". Barea logrará escapar del camino de picar piedra o similar, pero no todos los demás a los que encima, la naturaleza no les ha dado muchas luces. El proprio Barea hace una reflexión del gran tema-o uno de mis temas-nature/nurture: "yo creo que esto del aprender es como nacer jorobado, no tiene remedio", pero los ricos sin luces sí que salen adelante. Todos los sabemos.
En el colegio hay tres niños pobres con matrícula de honor, que van a la clase de bachillerato que es solo para los niños ricos. "Pero como los niños pobres no podemos mezclarnos con los ricos porque sería mal ejemplo y como tampoco podemos ya mezclarnos con los pobres porque ya no pertenecemos a sus clases, no tenemos puesto en la fila. Oímos la misa aparte y (...) jugamos los tres solos". Los ricos le llaman "el hijo de la lavandera" y los pobres "el señorito". No pertenecer en ningún sitio. Pero él mismo se da cuenta ya de la complejidad del tema clase: hay hijos de tenderos a los que nunca falta un plato de comida en la mesa e hijos de ricos que no tienen un duro, pero que viven de la idea-y actúan como tal. Como la vida misma, cien años después. Esta es la "forja" del rebelde Barea: si estas experiencias no te hacen al menos socialista más adelante, no sé lo que te hará.
Cuando muere su tío tiene que dejar el colegio y le ponen a trabajar de aprendiz en un banco. El hecho de que él quería ser ingeniero y no podrá y los zopencos hijos de papá seguirán en el cole y luego llevando el país de nuevo me devuelve al "no hay nada nuevo bajo el sol". Aunque en nuestra generación se logró que unos cuantos más pudieran acceder a la educación, en el fondo los que siguen manejando el cotarro son los de siempre. Precisamente la tesis de Carlos Gil, premiada como mejor tesis doctoral del año, se titula 'Rompiendo la meritocracia desde la puerta de salida: Desigualdad social en la formación de habilidades y la elección de escuela'. Esto ya estaba en "La tiranía del mérito" de Michael Sandel, recientemente contestado por Adrian Wooldridge en "La aristocracia del talento", que yo gustosamente leería para haceros un divague, pero luego viene Fashion desanimándome: "ves, por fin has tenido algún comentario en el anterior divague ligero vs. tus rollos de divulgación". Yo también la quiero.
En el banco entra en contacto con la política, y describe el ambiente turbulento de Madrid de la época. Los socialistas van a la huelga todos días, por gremios. "Les dan palos, les meten a la cárcel, pero se salen con la suya. Son los únicos que trabajan 8 horas al día y cobran lo que piden. A la cabeza de todos ellos está Pablo Iglesias, que quiere que todos los obreros sean socialistas". Los trabajadores pagan una cuota, con la que mantienen a los que están en huelga, o a los que no tienen trabajo. Luego están los anarquistas, que no quieren ir a la huelga, sino que creen en la acción directa. Y los comunistas. Cada uno con sus matices: así ha sido y así ha seguido siendo la izquierda. Llena de ideas e ideales, así nos va: mejor seguir tus intereses, como la derecha.
“¿Era, precisamente, esta falta de convicciones lo que les permitía unirse [a las personas de derecha? ¿Sería precisamente la existencia de ideales lo que nos impedía unirnos a los hombres de izquierda?”
En "La ruta", el segundo volumen, Barea cuenta sus vivencias en la guerra del Rif, con una gran crítica a la intervención española en Marruecos a principios del SXX. Yo me hice antimilitarista viviendo de cerca la mili de un noviete, viendo lo que son los militares desde dentro. Para quien no tenga esta "inside information" recomiendo esta lectura: si no eres antimilitarista antes, es imposible seguir pensando que esta institución merece ni un minuto de nuestra vida, o de nuestros impuestos.
La falta de profesionalidad en el ejército, el racismo (me parecería curioso el uso de la palabra "moros" si no fuera porque observo que aún sigue siendo usada- en UK esto sería anatema y ya que no tenemos ética, tengamos por lo menos estética), la corrupción, la desesperación por la que los pobres acaban allí- impresionante los métodos que usan de autolesión para evitarlo, incluídos tiros en la tripa, con sus consiguientes peritonitis. Los militares son en su mayoría alcohólicos, ladrones (hay que ver los mandos cómo roban hasta del rancho de los soldados para poder enriquecerse), de limitadas luces (todo se hace "por mis cojones" o "por la gloria de España") y puteros.
Aquí empiezo a encontrar chocante la manera de relacionarse Barea con las mujeres. Obviamente, todo esto hay que contextualizarlo y cosas así, pero esta ha sido tal vez una de las razones por las que no he podido enamorarme ni siquiera cogerle cariño a este hombre con el que en principio, coincidiría ideológicamente en muchos de sus planteamientos. Tiene capacidad de observación para describir una realidad que yo misma vi allí un siglo después: "las mujeres cargadas como bestias y tras ellas sus amos y señores, caballeros en sus burros", pero a su vez le dice a una prostituta "no me gusta pegar a las mujeres" (oh gracias). En el último libro narra su relación con su mujer, a la que desprecia, su amante, a la que fastidia la vida y por fin, la mujer por la que se acaba divorciando, Ilsa, y que le redime un poco. Que era otra época, sí: pero qué suerte hemos tenido de no haber nacido en ella-pese a todo lo que hay por recorrer.
Uno de los capítulos comienza con una descripción de los reclutas que llegaban de las distintas zonas de España, y sus marcadas diferencias: un aragonés y un catalán de los Pirineos eran bastante parecidos entre sí: "rudos, primitivos, casi salvajes", muy diferentes de "los catalanes de la costa, en contacto con la civilización mediterránea". Los "altos y recios" vascos, "serios y silenciosos, se sentía la fuerza de su individualidad y su ancestral cultura", los gallegos con "resignación de bueyes cansinos". Concluye Barea que "un madrileño es menos extranjero al lado de un neoyorquino que lo es un vasco de un gallego". La piel de toro, una suma de gentes dispares unidas entonces por el 80% de analfabetismo y hoy, como decía Vazquez Montalbán, por la liga de fútbol.
En un punto, por si no tuviéramos suficiente con el batallón regular, irrumpe en la novela El Tercio. Si alguien no tenía idea de la presentación psicopatológica de Millán Astray, aquí le quedará clara (o bien, con la peli "Mientras dure la guerra" de Amenábar, donde uno de mis actores favoritos, Eduard Fernández, borda el papel). Arenga a los legionarios: "antes de venir aquí unos eráis asesinos, otros ladrones, todos con vuestras vidas rotas, muertos. Pero desde que estáis aquí, sois caballeros (...) Es a morir a lo que se viene a la Legión. Los novios de la muerte. Los caballeros de la Legión. (...) Sois caballeros españoles (...) Viva la muerte!". Y Barea comenta "el cuerpo de todo de Millán Astray había sufrido una transformación histérica (...) epiléptico, en una locura homicida furiosa". Este Tercio crecía como un cáncer dentro del ejército, se sentían independientes del resto, se les llenaba la boca "del honor a España, del honor a la monarquía, del honor a la nación, que solo se podía salvar con guerra a toda costa". Qué miedo da todo, que miedo sus herederos. De su papel en la sublevación habla también Barea, en las partes que se lee como un ensayo histórico.
Marruecos, la pesadilla continuada: "No dormíamos, nos moríamos cada noche para a la mañana siguiente resucitar y en el intervalo vivíamos a través de pesadillas horrendas". El olor indescriptible de la guerra. Solo se admite que lean, los q saben, la prensa más reaccionaria - el ABC o El Debate. Al propio Barea le confiscan y hacen quemar libros de Victor Hugo, Blasco Ibáñez, Anatole France, aunque hay total permisividad para libros pornográficos. Es una distopía incomprensible para mí.
Cuando termina el tiempo obligatorio que ha de estar en el ejército, aunque todo son facilidades para que se quede, decide no hacerlo "por mantener un mínimo de autoestima". Al volver a Madrid, le hubiera gustado ingresar en la Institución Libre de Enseñanza (unida a la famosa Residencia de Estudiantes) fundada por Giner de los Ríos, que iba bien con su ideología progresista, pero aquí encontró una nueva "aristocracia de la izquierda", y se dio cuenta que a ella las clases trabajadoras no podían acceder.
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Leyendo "La llama" en la Battersea Power Station, cuando hacía calor... |
Y por fin, el último libro es "La llama", que narra sus experiencias en Madrid de la Guerra Civil, desde su posición como censor de toda la información que sacaban los corresponsales extranjeros -pretendiendo que el gobierno de la República lo tenía todo controlado. Trabajaban en el edificio de la Telefónica y allí conoce a la que será su mujer. Me siento incapaz de escribir sobre este último libro, que es del que menos notas he tomado, pese a ser el más largo (casi 500 páginas), por diversas razones, la principal porque es el que menos me ha gustado.
Solo anotar que suelo leer muy poca literatura bélica o ambientada en tiempos de guerra, pero el año pasado terminé "Life after life" de Kate Atkinson. La autora hace una descripción muy detallada del Blitz, el bombardeo de Londinium durante la Segunda Guerra Mundial, que me impactó. La vida sigue, tú sigues tus rutinas, pero cuando suena la sirena, o por la noche, bajas al refugio y escuchas las bombas, y debes esperar que no caiga una encima de ti , y luego sales, te encuentras con montañas de escombros, y cuerpos a los que hay que sacar (imagen de los barrenderos limpiando sangre de las aceras), y sigue la vida. La que sigue, la que no se ha quedado allí. Barea describe algo muy similar y no deja de sorprenderme, a lo que se puede acostumbrar el ser humano. ("Todo era centelleante y espasmódico como en una película. La gente hablaba a gritos y reía a carcajadas"). Vivir en esa bipolaridad. ("A la luz del día todo el mundo era un amigo, por la noche cada uno podía ser un enemigo. La amistad tenía un tinte de borrachera"). Había gente que iba a ver los bombardeos, periodismo sensacionalista. Queda claro que Barea tiene problemas de salud mental en muchos momentos de este último tomo. Creo que hace poca literatura y nos explica historia, la de los libros de texto: Miaja, símbolo de la resitencia, Valencia, donde van los cobardes, Madrid, donde se quedan los valientes; las Brigadas Internacionales, esto es una guerra contra el Fascismo, España campo de pruebas, el conflicto del pacifismo con esta guerra: el propio autor, que odia todas las guerras, se siente aquí beligerante, incapaz de no tomar parte:
“Los herederos de la casta que había regido España durante siglos, los que yo había conocido manejando la guerra en Marruecos, con su corrupción estupenda, con sus glorias retiradas, cebándose en latas de sardinas podridas, en sacos de judías llenos de gusanos: esto era lo que había que combatir. No era una cuestión de teorías políticas, sino de vida o muerte. Había que luchar contra los enterradores; los Franco, los Sanjurjo, los Mola, los Millán Astray, que ahora coronaban su hoja de servicios cañoneando su propio país para hacerse amos de esclavos y a la vez convertirse para ello en esclavos de otros amos".
Barea puede escribir literariamente, tiene mucho talento descriptivo de personajes y también de lugares, pero esto cada vez escasea más a medida que avanzas en las tres novelas. Pero como he dicho, en el último tomo, me parecía que estaba leyendo un ensayo y me he aburrido mucho. En la falta-de-estilo me ha recordado al "
Behind the Spanish barricades" de
John Langdon-Davies, el periodista que luego fundó
PlanUK, que escribió en tres meses los primeros de la guerra. Pero aquí había una urgencia, y se le perdonó su carencia de voz, era estilo periodístico. Tal vez Barea perdió algo de fuelle, más o menos como yo ahora, aunque escribir esto me ha ayudado a reconciliarme con la trilogía.
¿Llega al nivel de los clásicos? En mi opinión desde luego, no es un Orwell, y tampoco un Chaves Nogales (
"A sangre y fuego"). Pero tal vez para mí el problema haya sido no lograr conectar con el autor, pese a tener tantos números para hacerlo. O conectar con la cabeza, y no con el corazón. Tanto que al final, no quería pasar más tiempo con él: ¿es esto de lo peor que se puede decir de un autor? Supongo, pero seguramente estoy siendo injusta, Arturo: no sos vos, soy yo.