28 julio 2021

Viajando vía librerías: Mercenarias, escherianas, paradisíacas.


Librero que selecciona estas dos tapas,
librero que respeto (Cálamo)
En este segundo extraño verano pandémico hay muchas cosas que no he podido hacer, pero sí un obligado de todo viaje que se precie: visitar librerías. Sin embargo, la otra mañana, en dos del centro de Vetusta me escandalicé: mesas y mesas de libros de tapas duras enormes -cuando los abres descubres que con fuente 16-, colores brillantes, plena actualidad. Una de ellas ha cambiado de local: antiguamente, era un lugar poco funcional, con pasillos enrevesados, mezzanine estrecha, libros en cada esquina y varios pisos subterráneos de difícil acceso, pero en ese laberinto, aparte de esta sección de "mesas de actualidad" también había colecciones enteras por editorial. Ahora, esto no existe: hay una sección "clásicos" donde están Homero, Calderón y "La Celestina" (me planteo si en las librerías españolas no han oído nunca hablar de una sección que en las librerías inglesas llaman "Modern Classics" donde están todos esos libros que nos encanta leer, desde "El cuento de la criada" hasta "La conjura de los necios" pasando por "Matar a un ruiseñor"). Hay la obligada sección "alfabetizada" donde no encuentro na-da. Digamos que la "s", por ejemplo (donde yo buscaba una recomendación del Náufrago Ro, Juan José Saer) se extendía en una estantería sin llegar a la largura de mi brazo. Por supuesto, no estaba Saer. En fin, que salí muy cabreada de estos dos sitios que me parecieron un templete del consumo más.

Como otra manera de viajar, empecé a recordar librerías donde fui feliz y se me ocurrió abrir un nuevo distintivo en el divlog, "bibliofilia", y seguir con esta misión mía plasta de recopilar librerías, así que he viajado por el divlog -onanismus máximum- creando el distintivo. No es nada original (lo de las librerías): todos estamos hartos de ver en diferentes webs o semanales de periódicos "las diez librerías que no te puedes perder": siempre hay una en Oporto que creo que será la razón que algún día me llevará a la ciudad que desemboca el Duero. Luego hay otras en las que he estado, pero era pre-blog, luego no tienen entrada, y hacerlas de memoria desde el 2008, por ejemplo, igual me cueste: aquí estoy pensando en una de las más monas que he estado nunca, Atlantis, en Oia en Santorini. Si no fuera por la gente, sería mi número uno, con Mini de 4 meses colgada el baby-bjork. Haciendo una búsqueda de la palabra "librería" en el blog salen muchas entradas: Dominicanen en Maastrich, Left Bank Books en Seatle, Powell's en Portland, City Lights en San Francisco, la Henry Miller Library en Big Sur, La Central en Barcelona
Cálamo, en Vetusta
, Podpisnie Izdaniya en San Petersburgo, Barter Books en Alnwick, Northumberland (donde encontraron el famoso "Keep Calm & Carry on") en la que no he estado, como tampoco en la mítica 84 Charing Cross Road que da nombre al libro, porque ya no existe. Hay muchas maravillosas en Londinium, y es imperdonable no haberles dedicado divagues a algunas de ellas como John Sandoe Books, o Word on the water, la librería en un barco de canal (la última vez que estuve fue con la divaganta Marisa), o la librería más grande de Europa, la maravillosa Waterstone's Picadilly. De la que sí he divagado es de una de mis favoritas, Waterstone's Gower Street- pese a ser una cadena, siento debilidad por Waterstone's-o la independiente Librería en Spitafields.


Pero por fin pasados unos días me reconcilié un poco con Vetusta en Cálamo, una librería llena de los libros que querría leer, en contraposición a todos esos libros de famosuelos televisivos y bestsellers escritos con la caja registradora en mente. Hubo que salir a meter la cabeza debajo de una fuente en la plaza (el único método para soportar los rigores africanos vestústicos) pero fue uno de esos ratos chulos que también la pandemia nos había quitado.

Dujiangyan Zhongshuge en Chengdu

M.C. Escher
Casi a la vez, Arturito, uno de los neoconfus, me llevó de la mano de viaje a otra librería, esta en China (nota: en el grupo "neoconfucianismo" somos todos peninsulares pero Arturo y JA hablan chino). Está en Chengdu, donde JA vivió varios años. Se llama Dujiangyan Zhongshuge y, aunque solo tiene dos pisos, parece una catedral: tiene el techo de espejo y el suelo de baldosas negras, luego los reflejos junto con que las estanterías tienen forma de "C", crea una ilusión como de un cuadro de M.C. Escher.





Librería china: Blade-runner?

Quiero ir

Me recuerda al relato de Borges "La biblioteca de Babel" que está en "Ficciones" y que yo pensaba que tenía aquí en Vetusta, junto a "El Aleph". Sin embargo, oh destino! no lo he encontrado en mi sección "alfabetizada". Sí, yo ordeno por idioma, ensayo/novela, y dentro de ello, alfabetizada (aún no tengo "modern classics", pero no soy una librería, os recuerdo). Hay otro tema, otro dolor del emigrante, que es tener tus libros desperdigados por las Vetustas y Londinium: dónde estarán mis Borges? (autor con el q no he conectado en mi juventud, ya lo he dicho, pero que le querría dar otra oportunidad ahora que voy tirando a tortuga sabia). Solo encuentro uno de poesía suya que no recuerdo haber comprado. En todo caso, incluyo la tapa de Erik Desmaziéres, solo porque me encanta:



Y para cerrar el círculo de este divague escándalo-deleite-de vuelta al horror, me encuentro con un artículo titulado "Libros para presumir que no hace falta leer"sobre un nuevo concepto llamado la "bookishness", que en su lado positivo consiste en esa bibliofilia que compartimos y en su lado cutre, en mostrar mentiras, esta vez sobre libros. 

Segundo verano pandémico: viajando con librerías y libros a modo de piedras pasalera en río de montaña que espero, finalmente, poder pisar este finde...

26 julio 2021

Serial 33: No saber escribir sobre el único ámbito de mi vida en el que manejo el Mindfulness.

En el segundo día de curso no aparece ningún Jack, y los profes son todos ancianos venerables que nos aburren con sus "casos especiales", temas de competencia, responsabilidad penal y libre albedrío. Flashbacks de charlas con Cook; cosas que contarle si algún día me dejan volver a su planta. Dinámicas de grupo, hacer de expertos y todas esas cosas que los ingleses llaman "aprendizaje de adultos" - también conocido como escuchar opiniones que ni te van ni te vienen, tú quieres la del experto. En cada sesión de descanso nos reímos con el grupo que se ha formado, un grupo con autoconciencia de ser los guays del curso. Por supuesto, al terminar, hemos de ejercer nuestra condición de molones e irnos al pub, a cenar y a lo que surja. Que estando en esta parte de Londres, es Koko.

Koko

El que yo no haya oído hablar de esta sala mítica, a Wences le parece un escándalo, aunque las chicas de Birmingham tampoco la conocen. Koko está en Mornington Crescent y es la última encarnación de lo que fue el Teatro de Candem, que abrió en 1900. Luego pasó a ser cine, cerró en la Segunda Guerra Mundial y en 1945, lo rescató la BBC como estudio. En el 77, se abrió como sala de conciertos y fue un centro del punk: aquí tocaron The Clash y The Jam. En los 80, pasó a llamarse Candem Palace y tocó Madonna por primera vez en UK y bueno, todo el mundo desde los Stones hasta Iron Maiden. Esto me lo explica uno de los chicos, que toca la batería en un grupo, y que ha quedado con el bajo y el cantante luego en Koko. La noche promete.

 Lo confirmo pasadas unas horas en uno de esos momentos que se acaba en el baño, donde la luz del fluorescente te saca un poco del estado en el que te encuentras. Frente al espejo -un par de chicas se están arreglando el maquillaje; algo que nunca he entendido, a estas horas todos los gatos somos pardos-, me doy cuenta de que estoy pasando una de las mejores noches en mucho tiempo. Bueno, menuda sorpresa, dirá un observador externo: llevas meses viviendo en Banderley, pero es que además, Koko es un lugar con una vibración especial. Bailar en lo que fue la platea de un teatro espectacular, con los palcos, donde podrían estar Oscar Wilde o Tennyson, girando a tu alrededor. Y pasa como en las mejores noches de clubbing: aquellas en las que una especie de muelle te une y te separa de tus amigos, pero nunca estás sola. Bailas con desconocidos, pides copas para gente que no verás más, ellos te las traen a ti y llegas a una especie de estado ideal en el que por un rato, crees en la fraternidad y que la gente es, en líneas generales, buena. Wences, como era predecible, es la bomba en una discoteca, baila muy bien y con él terminamos saltando, gritando y jaleando al DJ cuando pone algo que nos gusta. Entonces, en el momento en que crees  que la noche que no puede mejorar, ahí está: Jack Buchanan.

Si tuviera que rodar este momento, lo haría en forma de una de esas escenas en las que se abre un pasillo de gente y él avanza iluminado por un cañón de luz, en cámara lenta, con su pastelada sonando de fondo - esto último indispensable para asegurar que todos entienden que el tono es irónico. El fantasma de Wilde que nos observa ya empezó a mostrar que era todo menos "guays" mostrarse demasiado "earnest", demasiado comprometido y desde luego vivimos en la era de la pretensión de la frescura: ante todo hay que ser cool, y el mostrar ciertos sentimientos o el esforzarse por gustar es anatema de lo cool.  En realidad, de repente le tengo delante y, por primera vez en la noche, las luces intermitentes me empiezan a molestar, la gente nos empuja y la música está demasiado alta. Está sonriendo y me planteo de nuevo que las personas más guapas siempre vienen de la mezcla -su padre es de origen caribeño, su madre japonesa, creo que dijo. Tiene los ojos algo orientales, con pestañas enormes y una boca que no es de este mundo.  

 Dice algo pero no se oye nada y yo asiento sonriendo, como si hubiera entendido - este es mi estado basal en discotecas ya en mi idioma, no entremos en inglés. Así que me acerco a su oído para decirle algo, él al mío -sigo sin entenderle-, y así seguimos un rato, a saber qué decimos, da igual. Por el lenguaje corporal intuyo que ha ofrecido -y yo he debido aceptar- una bebida. Mientras le veo perderse entre la gente me planteo la siguiente idea enloquecida: ¿alguien antes habrá tenido una intrusión de “La Regenta” en Koko,? Sospecho que debo ser la primera y culparé a la conversación con Wences en el desayuno esta mañana (¿en serio? ¿Esta mañana o hace una vida?). El cura, el galán trasnochado, el marido... todos esos tíos alrededor de esa pobre mujer a la que eligen, ordenan, desean, usan. Pero ha pasado un siglo y yo no soy Ana Ozores, luego me acerco a la barra donde está esperando Jack mientras llego a una única posible conclusión: “YOLO, you only live once". Me planto ahí enfrente y vuelve a decirme algo que me hace cosquillas en el oído, pero no he venido a este jueguecito ahora. La siguiente ocasión que se separa para mantener un breve contacto visual todo asentimiento y sonrisas, esperando que yo pase a contestarle en este baile ridículo de proximidad y sudor y qué bien huele, lo hago: pongo mis manos en su cuello, acerco su cara a la mía, y abro mis labios sobre los suyos.

 El observador externo de antes podría describir a lo que eso parece con el sustantivo “beso”, si es lo suficientemente psicópata añadiendo una retahíla de adjetivos (describir es destruir). Pero sería engañoso: aquello no tiene nada que ver con ningún beso que yo haya dado antes. Esos labios son saltar en un castillo hinchable de colores, masticar sandía helada, comer algodón dulce, morder marshmallows-que en mi infancia se llamaban jamones, un nombre mucho mejor. Son seda, son sábanas de hilo recién planchadas, son nata montada. Y es imposible no morder, que es ya otro nivel. Él hace un movimiento monísimo como de “ouch”, ay, pero los dos sabemos que eso no duele, así que reincido. Pero alguien que pasa nos da un empujón, y sigue habiendo mucho ruido, y láser intermitente, y por ahí vienen algunos del grupo guay.

 Lo siguiente es la calle, las 3 de la mañana, andar sin rumbo en particular, con aquel ir desacompasados de cuando no estás acostumbrada a caminar al lado de alguien, cuando aún no se ha pillado el paso mutuo. Hablar como si fuéramos otras personas de los de hace un rato, como si aquello no hubiera pasado. "You must remember this, a kiss is still a kiss" - me temo que se me ha pegado una canción, a la vez que se me está bajando el pedo. Mis mejillas están de repente frías, nos chocamos de vez en cuando, hay luna llena. Hablar de la noche, y de Banderley, y de Londres, y que quiero ir a Parliament Hill, en Hampstead Heath, tal vez mañana, antes del tren.

La Pérgola de Hampstead

 "Ya es mañana: vamos", dice Jack, y a mí me parece la mejor frase de la historia. A kiss´ still a kiss, a sigh is just a sigh”. Ya es mañana, y seguimos cuesta arriba y Jack está ahora hablando de la Pérgola de Hampstead, donde vamos primero: una especie de jardín mirador bestial que se construyó un tal Lord Leverhulme en 1904 cerca de su mansión, para hacer allí fiestas de verano. El tipo había hecho su fortuna vendiendo jabón y se trajo la piedra de la extensión de la Northern Line del metro que se estaba construyendo entonces. Entre que murió y la Segunda Guerra Mundial, la Pérgola quedó abandonada y se transformó en un sitio encantado: las enredaderas treparon por las columnas, los arbustos se rebelaron, y poco a poco la vegetación fue cerrando lo que eran miradores y caminitos, y el musgo a cubrir los bancos de piedra para pasar a ser un sitio de opulencia decadente. Sin el brillo y grandiosidad de la época de las fiestas georgianas, hoy sigue teniendo las vistas y ha ganado en misterio, en atmósfera inquietante y en carácter.

 Mientras me va contando todo esto me planteo si las coincidencias existen: este chico no me conoce de nada, no sabe lo mío con lo gótico, con lo raro, con los sitios abandonados. Claro que sabe que vivo en Banderley, igual ha atado cabos. Cuando llegamos, el sitio es aún más fantasmagórico de lo que esperaba. “Moonlight and love songs: never out of date”, sigue en mi cabeza la misma banda sonora. La luna llena ha borrado las estrellas (¿habrá estrellas en Banderley este verano?). Madre mía, me encanta este sitio, muchas gracias por haberme traído. Caminamos en una parte del mirador que es un pasillo de columnas de piedra con jazmines como techo. Me paro en la balaustrada y lo vuelvo a hacer. Esta vez no dice “ouch”.

La ola de Kaganawa o mi mente

 
Nunca he sido buena en eso del Mindfulness, la atención plena. Me interesa mucho por sus beneficios en salud mental y lo que parece son efectos más que visibles en el cerebro. Pero no puedo, aún no he podido, desarrollar la habilidad de enfocar mi atención en lo que quiera que está ocurriendo en el momento presente, sin juzgarlo. Lo he intentado: aquellas sesiones en las que has de centrarte en la sensación de respirar por la nariz, o en los movimientos del abdomen, adentro, afuera, inspira y espira. Sobre todo, no trates de controlar tu respiración, simplemente sé consciente de tu proceso natural, de su ritmo. Si durante esto la mente se va por otros derroteros, solo nota pasivamente que lo ha hecho, que tus ideas se han desviado, y acéptalo, sin críticas, mientras que vuelves a enfocarte en la respiración. Otra técnica, el escanear tu cuerpo, consiste en poner la atención en varias áreas y notar las sensaciones que le ocurren en el momento. Aquí y ahora. Siente las plantas de tus pies, cada uno de los puntos que están en contacto con el suelo. Puedes fijarte en sonidos, sabores, olores que pasan en el presente. Ante todo, vuelve, si tu mente se va. Céntrate en un instrumento cuando escuchas un concierto, párate a sentir la textura, el olor, el sabor, el color de lo que comes. Siente la temperatura del agua cuando te duchas, huele el gel, siente la espuma sobre tu cuerpo. Siente el viento en tu cara al caminar, el sonido de tus pasos, los músculos de tus piernas. En fin, que soy terrible en esto porque centrarme en esos procesos me aburre, soy una adicta de las palabras y mi mente divaga, y entonces la tengo que recoger como si fuera un perro pastor a las ovejas, o con aquella técnica tan bonita del lago. Cerremos los ojos y veamos un lago en calma, plano. Si viene una de esas traicioneras ideas -pongamos que añado al cuadro abetos y un embarcadero- has de visualizarlas como una olita y tu tarea es domarla para que vuelva a la línea del lago inmóvil. Pero ¿cómo hacer eso cuando mi cabeza es constante marejada y además, lo que me gustan son las olas tipo la de Kanagawa?

 ¿Que nunca he sido buena en eso del Mindfulness? Lo retiro. Ni una sola idea se filtra en mi cabeza, ni una sola ola hace una crestita en el lago mientras me concentro en la boca, los labios, la lengua de Jack. Y en que esto no pare nunca, así en bucle, pero entonces me dice de nuevo cosas al oído que, he de admitir, la mitad no entiendo -así es la vida de la emigrante- y yo contesto, por supuesto, yesss, complementado por alguna cosa de esas que me han funcionado bien antes en castellano, y que no me molesto en traducir porque ya dice Yolanda que a los ingleses les pone mucho este acento. Efectivamente, las palabras mágicas nunca han requerido ser traducidas: lo siguiente creo -aunque ya es dificil discernir entre tanta mindfulness y la escasa afluencia de sangre a mi cerebro- que es que estamos sobre un banco de piedra lleno de hiedra y que esos labios van de mi cuello empezando a bajar hacia el esternón, poco a poco abriéndose camino hacia el sur y aquí me auto-congratulo: lo mío es meditación-trascendental-pura, nivel Dalai lama. Nunca he sabido cómo hacer lo del lago o lo del puntito luminoso ese, que has de visualizar entrando por tu frente y expandiéndose en tu cerebro; sin embargo, podría concentrarme en las cartas de navegación de loqueseaquemeestáhaciendoestehombre una vida. Y aunque hay algo más que hiedra porque algo me pincha en un lado, qué importa, lo siguiente soy yo cogiéndole de la cabeza -pura imagen de la avaricia- y dirigiéndole, como si eso fuera necesario.

 A toro pasado, cuando se está a muchas millas, la desazón al constatar que este es justamente el tipo el cosas sobre las que una no sabe escribir. Y lo que duele. Porque si se escribe para no olvidar, para atrapar el instante, para volver-y-volver, este es uno de los momentos que sé querría tener en mi montaña de diarios, notas, diagramas, mindmaps, para siempre. Pero debería asumir que, a partir de aquí solo quedará una proyección de diapositivas épica, de aquellas de clase a oscuras, con sus clack clack, y calidad claramente onírica: Jack mirándome con una mezcla de cara divertida y sorpresa cuando le pongo en contra de una de las columnas del Lord aquel -que tuvieron que ser concebidas para esto, fijo- y me subo a esos brazos que seguro se machacan con pesas más severas que mi cuerpecito -principalmente, porque durante todo este tiempo no debe regir la ley de la gravedad: levito.

 Bajamos la ladera agarrados, por fin acompasados: él sigue impecable, como si yo no le hubiera pasado por encima como un fenómeno meteorológico. Llevo la melena revuelta -me acabo de soltar el moño de emergencia que me he hecho con ese coletero que siempre hay que llevar en la muñeca- y debo tener el rímel corrido, dándome ese aspecto de adicta al opio en el Shanghai de los años 40. Dejamos la cara salvaje oeste por la cara este de la Heath, y nos sentamos en el césped: está amaneciendo. 

-Espectro de hoja, espectro de pájaro / Rodeo los árboles retorcidos. Soy demasiado feliz”, cita Jack, y termina: “Esto es Parliament Hill”. Me acuerdo de Will, que me dio el poema y de repente todo Banderley cae sobre mí. En unas horas, el tren de vuelta me sacará de este cuento: cuando llegue allí, pensaré que ha sido un sueño.

 -¿No me vas a pedir mi dirección, o el teléfono? - aquí Jack me devuelve al mundo de la gente normal.

 -No pensaba - contesto. "Treat them mean, have them keen", aprendí hace poco el dicho inglés, pero la verdad es que siempre he sido así. 

 -Te daba la oportunidad de tomar la iniciativa; ya veo que te gusta.

 Le cantaría el verso de la canción que toca Sam, la que llevo pegada desde que salí de Koko-"It's still the same old story/A fight for love and glory"-, o le diría lo de Rick, pero vale de referencias, de juegos de palabras, de Lo Cool. Sonrío.

- "Querría pedirte otra cosa".

22 julio 2021

Serial 32: La Regenta en Banderley

Al despertar, el momento de agitar los cisnes hasta convertirlos en toallas ha sido una liberación: en qué estado llegué ayer que he logrado dormir con esas esculturas del kitsch ahí mirándome. Son de algodón tirando a raído, pequeñas para estándares normales -menos mal que no vino Wences- supongo que apropiadas en casas de huéspedes ancladas en un pasado colonial. Impulsivamente, decido lavarme el pelo: cuando, ya dentro, constato que no hay diferencia entre el contenido de los frasquitos de champú y gel, se hace evidente que ha sido un error. Especialmente porque tras tollas-cisnes, papel pintado y lamparita de noche con flecos, aún hay algo con lo que no contaba: no hay secador. Al preguntar en recepción recibo una mirada entre extrañeza y "que salga la banda para celebrar la primera persona que se ha lavado el pelo aquí".

El desayuno mítico inglés de los huevos con bacon no está ni se le espera; eso sí, hay una variedad de ocho tipos de cereales, metidos en una especie de cantimploras de plástico tristísimas. Mientras me enfrento a la decisión de si Weetabix, Corn flakes o Coco-pops (no, no hay mueslis orgánicos ni granolas pijas) oigo la voz de Wences en recepción. Viene a rescatarme y a llevarme a un lugar gentrificado probiótico: yogures hiperproteicos, avena de Islandia, mermelada de ruibarbo, zumo de pomelo. Llevo el pelo mojado, anota, me faltan las chanclas del hotel "Sol y Mar", ¿por lo menos habría “tea facilities” en la habitación? Desde luego: tetera de viaje con su resistencia llena de cal y varios tarritos individuales de leche caducada. Pero habré dormido, dice, porque él no: llegó anoche a las mil a Clapham, Rob salía de guardia y le contó todo sobre mí. Total que Rob no puede esperar a conocerme y me debería quedar con ellos un par de días: necesito más noches fuera del asylum. Tiene razón, pero me vuelvo a Banderley mañana a las 11, no había tren esta noche, y además Steen no me aprobó más días.

Wences no entiende mi relación con Steen, o con Cook. Todo lo que le cuento de Banderley le parece de otra época, innecesariamente intenso: normal que acabemos todos claustrofóbicos y atacados en ese lugar cerrado y fantasma. Yo no he conocido otra cosa; por unos instantes me planteo que igual en Londres una puede ir a trabajar y luego marcharse a casa, o quedar para cenar, o ir al cine, y ser normal. Tal vez el problema es Banderley y la vida en esta isla no ha de ser necesariamente así. Wences piensa que lo que tengo es un claro Síndrome de Estocolmo cuando le describo que siento un vértigo cuando pienso en irme y que presiento que hay algo que debo hacer en Banderley. Sí, cielo, dice, tienes que aprobar los exámenes, tienes que aprender, tienes que formarte, pero no tiene porqué ser en una Institución Total, totalmente patológica. Me fastidia que diga eso; me fastidida que me fastidie. Y sigue: se plantea si estuve en un internado feroz en mi infancia, si mi padre era militar, si soy la menor de una familia numerosa llena de hermanos, si me abusaron las monjas, si me tocó un cura. A él tampoco, pero aún así no se autocastigaría como lo estoy haciendo yo. En serio, Wences, ¿tú estás en el Maudsley y me sales con esta basura psicoanalítica? No has dado ni una. Estoy en Banderley porque es un gran lugar para aprender psiquiatría y porque tal vez nuestra generación sea la última que ha podido estar en un Banderley. Wences se está acalorando, porque las Instituciones Totales a la Goffman son una anacronía y un error.

Hace 24 horas no conocía a Wences: ¿le cuento ya que no puede haber mejor lugar que Banderley para una novela, un manicomio gótico en medio de los páramos de Yorkshire? ¿Que lo que yo de verdad quiero hacer es escribir, que esto de la psiquiatría es una pequeña charanga para distraer al mundo y que me dejen en paz? ¿Que los psiquiatras se dividen entre aquellos cuya intención es ayudar a los pacientes a dominar sus demonios, y aquellos otros, meros vampiros de narrativas, a los que les va la vida en entender los porqués generales, valiéndose de historias particulares? Y los peores, los que escriben, narcisos perdidos que lo que de verdad quieren es hablar de ellos mismos (¿qué es sino la escritura?). Encontrarse a uno mismo, o a lo que te hace humano. Cuanto más insiste sobre cuánto me conviene Londres, ciudad parque de atracciones, más me voy separando. Carrusel para el intelecto y los sentidos, noria de la modernidad, pero yo estoy en esos momentos primeros ascendentes de una montaña rusa, tan tan lento, ese ruido cra-cra-cra, sin ver el final, solo siento que voy subiendo y dejando a Wences detrás.

El nota que me ha perdido. Qué pasa: que estoy liada con alguno de esos pavos que me supervisan. Debo tener cuidado en esas sesiones de supervisión, son aún mucho peores que las sesiones de terapia, me asegura y pregunta si estoy en terapia. ¿No? Pues debería. Alucino: Wences, con todo su rollo de la “medicina basada en la evidencia” está en psicoanálisis. Reconoce cierta disonancia cognitiva: no tiene sentido, pero a él le va muy bien. Su terapeuta es una señora de unos 60, muy amable, como una tía materna benévola que le escucha y nota si lleva un bajo descosido. Esto solo ocurrió una vez, al principio, pero marcó su relación: en terapia se interpreta repetidamente el mismo papel. Transferencia de hijo-madre en su caso, contratransferencia por parte de ella. Me atrevo a plantearle que tal vez ella esté enamorada de él, un tipo joven, guapo, gay, que no supone ningún riesgo. Wences se ríe: no es el caso y no me deja seguir con su terapia. Quiere volver a mi supervisión, y encuentra el gancho perfecto: ¿Es casual que estés leyendo “La Regenta”? Eres una Ana Ozores de finales de siglo XX, tu Vetusta es un hospital victoriano, igual de aislado, donde todo el mundo se conoce  y donde todos juzgan a los demás. El marido y el galán de turno no nos interesan, aquí lo relevante es el cura. Noto que se va emocionando con este análisis de crítica literaria de estar por casa que se ha montado en un minuto. Si me estoy tirando a alguien por allá arriba (le sostengo la mirada sin mover un músculo, la esfinge) no le interesa, eso lo hace todo el mundo todo el rato. ¿Pero el pasar tantas horas con una persona que no has elegido hablando de lo divino y lo humano? Eso solo pasa en confesión y en supervisión.

Pide otro zumo, está encantado. Yo protesto: no soy ninguna Ana Ozores. En primer lugar, ella es un personaje descontento, desorientado, tocada por la enfermedad mental, como sus paralelas europeas, Emma Bovary o Anna Karenina. Es otra hija de su época. Sí, Wences, enfermedad mental -se nota que no ha leído la novela, habrá visto aquella serie- así que ahora es mi turno. Hoy en día clasificaríamos los trastornos de Ana como un desorden disociativo o de conversión (transformación en síntomas de afecciones en principio psicológicas en origen), lo que Freud describe como “histeria”. La historia de la histeria- qué bien suena- es curiosa; del latín hister, útero, porque se creía que era una afección puramente femenina que se originaba en este órgano. Hay distintos tipos de desórdenes disociativos, pero tienen en común una pérdida de la integración entre las memorias del pasado, la conciencia de la identidad y de las sensaciones inmediatas, y el control de los movimientos corporales. Se asocian con eventos traumáticos o relaciones problemáticas. El comienzo y final de estos trastornos de conversión son repentinos, y tienden a remitir tras semanas o meses. Los pacientes suelen mostrar negación de los problemas. Uno de los tipos de estos desórdenes son los de “trance y posesión” en los que se pierde temporalmente la identidad personal y la conciencia completa de los alrededores, igual es lo que le pasa a Ana cuando va de penitente.

Clarín estaba bastante bien informado de las tendencias psiquiátricas del fin de siglo, como Tolstoi y Flaubert. En 1885, un año después de la publicación de “La Regenta”, Freud marchaba a París a trabajar con Charcot, quien usaba hipnotismo para tratar la histeria. Freud publica con Breuer “Estudios de la histeria” en 1895. Ana lee a Henry Maudsley de aproximación muy biológica, y cuando adopta esta manera científica de ver sus problemas (y no la supersticiosa ayuda que le ofrece el Magistral) mejora considerablemente. Una pena la de décadas perdidas al alejarse parte de la psiquiatría de la medicina, por el maldito psicoanálisis, que hasta tú hoy aún profesas.

Cuando paro para respirar, Wences logra colar un “guau”, ¿ahora la niña es un lobo de la crítica literaria bajo la piel de cordero psiquiatra? En su cole de curas era un clásico que nunca daban a leer, entiende el porqué. Venga, vale, lo retira todo: no soy ninguna pasiva Ana Ozores, ya me dijo ayer que tengo un par de huevos. Pero no sé, la verdad es que no lo tengo tan claro: igual con mis dos “confesores” no es el caso. Igual ahí sí que soy una Ana Ozores dejándome intimidar en un mundo de hombres, como ella. Todos deciden por la pobre Regenta: un hombre la casa con un marido que es como un padre, el galán la necesita en su lista de cazas amatorias como trofeo sexual y el cura la quiere como trofeo intelectual: busca algo mucho más peligroso que el sexo, su alma. Wences abre mucho los ojos y asegura que todos quieren nuestra alma en supervisión, pavos reales que abren su cola para brillar ellos, casi independientemente de su audiencia. Aunque siempre ha habido clases: hay público y público, qué mejor para brillar ellos que una chiquita asustada recién llegada, lejos de su familia y de su mundo. Se les debe poner dura en cada supervisión, Mariona, has de salir de allí.

Ignoro este último golpe de efecto suyo -Wences es un provocador y ya sé que no puedo entrar a todas sus boutades- y le intento explicar que Cook no tiene nada que ver con el Magistral: es un hombre mayor -y mi rango es + /-5- que asusta a todo el mundo, no solo a mí. Ya me gustaría tener un contrincante la mitad de apasionado que De Pas en el manicomio para trasgredir las normas-le explico que las relaciones no están permitidas; él da un gritito. Con Steen, no tenemos conversaciones tipo mira-qué-listo-soy, solo una especie de tensión que viene de su manera de estar en el mundo rodeado de enfermeras que le veneran, y espera lo mismo de toda residente que pase por allí. Me paro un momento y sopeso si seguir contándole el intercambio poético extrañísimo que encontré en unas notas clínicas, pero no continúo porque empiezo a dudar de mí misma: igual mi mente es fantasiosa y quijotesca y empiezo a ver cosas donde no las hay.

-Mira la hora! Qué tarde… ¿Lista para otro día de curso? Creo que hoy no viene Busco-a-un-hombre-llamado-Jack, dice Wences con una sonrisa maligna. 

-Bueno, igual así aprendo algo, contesto, con otra. 

13 julio 2021

"A contraluz" ("Outline") de Rachel Cusk: Metaliteratura, Atenas y cantar "Carmen" en la ducha

Rachel Cusk no lee actualidad, solo clásicos. Podría escribir “lo suscribo” e irme de rositas si no fuera porque el histórico de los divagues, a la derecha, me dejaría en evidencia. Pero puedo explicarlo todo: yo solo leo actualidad cuando me la regalan, y esto es lo que pasó con “Outline” (estooo... "A contraluz" en castellano), la primera novela de la trilogía de Cusk (“Tránsito” y “Kudos” son los otros, que me están esperando), que llegó a mí para mi cumple, sin mucha explicación.

Cusk es canadiense, pero hija de ingleses, y vive en la isla. Había oído hablar de un libro suyo titulado “Aftermath” (disculpen pero de nuevo, mi ambivalencia ante la traducción: “Despojos”) sobre lo que quedó del incendio de su matrimonio, y poco más. Cuando me pongo a leer, sé que “Ouline” está estructurado como diez conversaciones del personaje principal-del que solo al final sabemos, no sin cierta extrañeza, su nombre. Este personaje, la narradora, vuela a Atenas a dar un curso de escritura creativa y va conversando con “vecinos” de asiento en el avión, con alumnos, con poetas lesbianas griegas en bares y con todas esas piezas se vertebra la novela. Que no es para aquellos que quieren que en sus libros “pase algo”: una crítica la ha descrito como “un coro griego que cautiva y repele”, una imagen que le robo (drama! drama!). Túnicas oscuras y voces anónimas tras sus máscaras que a tu alrededor declaman sobre errores, perseverancias, otras maneras, miedos y muerte.

Antes de empezar a bucear en las simas que propone Cusk, un par de momentos de oxígeno cuando sales a la superficie. El primero: si, como la que firma, estás nostálgico de vagar por Grecia, el libro te dará una pequeña dosis, no de mar y casitas blancas, sino de la caótica y maravillosa Atenas, el jaleo, las plazas, el Partenón iluminado al fondo, el calor sofocante, la gente guapa, los frappés helados. El segundo: como todo gira alrededor de la escritura creativa, hay muchas de las conversaciones sobre al acto de escribir, sobre contar una historia, sobre nuestra mirada sobre las cosas, sobre lo que nos hemos fijado en nuestro camino al taller.

La literatura como auto-definición, no solo del escritor, también del lector. Algunos se definen por la imagen que proyectan -y les refleja la mirada de los demás- de su coche, la zona donde viven o la ropa que llevan. Otros, entre los que tal vez me incluyo, tienen sus lecturas como parte de su identidad. Me defino porque leo, por lo que leo, leo luego existo, ese rollo. Somos unos pocos los de esta tribu, pero creemos que somos legión por nuestra endogamia existencial: nos buscamos, nos encontramos y entre nosotros nos validamos. Pero entonces llega Cusk y dice, de su narradora: ya no estaba interesada en la literatura como una forma de esnobismo o incluso de auto-definición; no estaba interesada en probar que un libro era mejor que otro (…) Ya no quería persuadir a nadie de nada”. ¿Es eso el karma del lector? ¿Dejaré de escribir estas crónicas cuando me llegue? Me molesta que use la palabra esnobismo, igual que cuando otros usan gafapasta o culturetas, como si esto fue forzado o impostado, para reconfortarnos en la mirada de terceros. Como si esto no fuera Una Misión (inserte emoji que indique ironía, please).

Rachel Cusk
¿Se podría hacer un estudio de la psicología del narrador? ¿Los hay generosos, los hay implacables, a su bola? “Una historia en la que la verdad es sacrificada por el deseo del narrador de ganar” Conocemos al “unreliable narrator”, esa técnica (el narrador del que sabes no te puedes fiar), pero lo que me ha interesado aquí es el “deseo de ganar”: se trata de un narrador que por brillar él, no te lleva de la mano, que te enseña unos fuegos artificiales espectaculares, pero tú permaneces impasible en la acera, buscando el jersey porque hace frío. A partir de ahora me voy a fijar en esta penia; de momento pienso en Borges,  gran escritor supongo al que yo no le sé seguir el tango. ¿O puedo, a partir de este concepto, decir que "no soy yo, sino él" (it takes two to tango) que a toda costa quiere ganar, y de esa manera a muchos nos ha perdido? Tal vez esto sea una bobada, pero aseguro que en terapia de grupo sería aplaudida.

“La gente interesante son como islas. No te los encuentras en la calle o en fiestas; tienes que saber dónde están e ir allí con cita”. Sonrío cuando me encuentra esta frase pensando en el “Centro de Saber”. Me he tropezado con gente interesante en la calle, generalmente en ese estado mental especial llamado “el viaje”, en el que se está preparado o quizás buscando llegar a esas islas que son los otros. No sé si en fiestas (hace tanto que no voy a una), pero quizás. También aquí, en el éter. Últimamente, sobre todo en el éter.

Decía William James, el psicólogo clásico que al final, nuestra vida se resume por “aquello a lo que decidimos prestar atención”. No sé si lo releí recientemente a propósito de la competición salvaje hoy en día por nuestra atención, ese bien que todos, desde influencers hasta políticos, necesitan para -breaking news- venderte algo. Cusk le da la vuelta y nos habla de momentos de “no darse cuenta de algo”, precisamente de no prestar atención: “uno forja su destino por aquello que no se da cuenta o siente compasión y la vida es una serie de castigos por estos momentos de despiste”. Pero también habla de gente a la que nunca habían logrado “distraer de la realidad de sus propias vidas”, en concreto a un grupo de mujeres polacas a las que les dio un curso de literatura, para las que los libros no eran una distracción, como para nosotros, sino una tabla de salvación. Mujeres planas, con mala piel, peores dientes, de zapatos feos y cómodos, y vida dura, aferrándose a la literatura desesperadamente, como decía Bolaño en este fantástico pasaje. Para algunas mujeres, sus hijos son la única posibilidad de creación de su vida: pero un hijo nunca será una creación, a menos que una se convierta en una de esas madres patológicas, de las que aún queda alguna, de esas que viven a través de sus hijos. Error tras error. "El éxito te separa de lo que conoces, mientras que el fracaso te condena a ello". Viajar vs. quedarse.

Ah, la literatura: “esperamos de la vida lo mismo que de los libros” dice uno de los personajes. Al principio de su matrimonio todo era progresión: casa, coches, viajes, estatus social, más amigos, “incluso la producción de hijos se sentía como una parada obligatoria en ese enloquecido viaje”. ¿Quién no ha sido testigo de este proceso? Pero cuando se acaban los retos, los logros… el viaje se ha autoextinguido y uno empieza a sentir el vértigo de estar estático, sin rueda en la que correr. No hay proyectos no hay lugares. Y entonces, la clarividencia:

“este sentimiento como de enfermedad de la inmovilidad que ambos interpretamos erróneamente como que ya no estábamos enamorados. Si solo hubiéramos tenido el sentido común de haber hecho las paces entre nosotros y haber empezado con la proposición honesta de que éramos dos personas no enamoradas pero que no querían hacerse daño (…). Pero en lugar de eso, lo vimos como otra oportunidad de progreso, solo que esta vez el viaje que emprendíamos juntos era de guerra y destrucción”.

Ya decía Tolstoi, las familias infelices lo son cada una a su manera (las felices se parecen, no sé), pero imagino muchas familias rotas por nada especial, sino por este proceso de aversión al no-hacer-nada, a mirar con vértigo al otro lado del sofá, al no soportar lo que te devuelve el espejo que describe Cusk. “El horror real de la paz, cuando no busca remover las cosas por miedo al aburrimiento, tal vez miedo a la muerte”. Es la expresión del self-improvement, actualización personal, del encontrarse a uno mismo (tras largas relaciones, ¿quién eres? ¿Qué serías sin esa otra persona?), del tardocapitalismo, postureo, TDHA, espíritu runner. “Mira por la ventana a las mujeres corriendo en el parque, siempre corriendo, y se pregunta si corren hacia algo o de algo. Si se queda un rato se da cuenta de que simplemente corren en círculos”. (Nota: Vale, metáfora manida, por la que admito cierta debilidad).

Y sigue Cusk con su machete despedazando las relaciones, o al género humano. La mujer que descubre que su marido debe estar teniendo un affair porque, exudando la energía propia de enamorado que ha cruzado una línea, está cantando la habanera de Carmen en la ducha

L’amour est un oiseau rebelle
Que nul ne peut apprivoiser
Et c'est bien en vain qu'on l'appelle
S'il lui convient de refuser

Marido cuya “falta de consideración solo se equipara a su falta de mala baba” -un respiro, es una separación más civilizada, pero como dice otro de los personajes de su affair extramarital: “no es atracción hacia esa persona en concreto sino a la excitación general, que es un renacimiento de la identidad y, si se lo plantea, de los momentos más emocionantes de la vida”. Solo le falta decir “no es nada personal” (tras el “no es lo que parece”). Creo que era Oscar Wilde el que decía que, en el amor, es “la niebla lo que hace las cosas interesantes", ese desconocimiento y el proceso de conocer, y así reconocerte, es lo que cuenta. Esa sensación de batalla, conquista, y finalmente tú clavando la banderita en la luna misma-que le bajarías a esa persona sin dudarlo este minuto que has logrado enfocar tu atención, entre tanto ruido. Cusk remata “si él solo podía amar lo desconocido, y ser amado de vuelta de la misma manera, entonces el conocimiento se tornaba inexorablemente desencanto, para el cual la única cura era enamorarse alguien nuevo”.

¿Pero qué ocurre el minuto siguiente tras haber plantado tu bandera, cuando se ha levantado la niebla? ¿O cuando, por el contrario, le bloqueas la ofensiva, levantando sin contemplaciones el puente levadizo? Una de las conversadoras le reprocha a la narradora haber sido demasiado amable en su rechazo de su vecino de vuelo, un viejo que le repelía. Ella usa esas situaciones para autoconocimiento personal: “Solo desde ese lugar de franqueza mutua podía establecer que era ella y lo que quería”. Pero es erróneo entenderte a ti misma por las opiniones de un tío, protesta otra. “Pero es que a los tíos les gusta jugar a este juego y temen tu honestidad, porque entonces les fastidias el juego. Si no eres sincera les permites vivir en esa fantasía”.

Un libro a veces es un imán porque te ves ahí, sobre el papel, reflejada por alguien que vive o vivió a miles de kilómetros o varios siglos de distancia, pero también, frecuentemente, porque aquellos de los que hablan son lo más extraño, lo más alien, lo más en tus antípodas y, a través de ellos puedes vivir otras vidas, aquellas que no podemos abarcar con la nuestra.  Todo esto me ha pasado con "Outline". Próxima estación, esperanza, digo "Tránsito".

La trilogía

06 julio 2021

Servicios postales

Solo los divagantes premium leen las crónicas de viaje (algunas, motivadas únicamente por el morbo de las coladas, lo sabemos), luego el divagante mainstream no recordará la anécdota que abre el círculo que se cierra hoy, la de "la bahía de las ostras", también conocida como "el timo de las ostras". Pero sigan leyendo.

Hace la friolera de dos años, los Pedalistas hicieron una inolvidable road movie por Sudáfrica (nuestro último viaje con mayúsculas, maldita pandemia) y como siempre, Mini envió una postal a su amigo el Náufrago Ro. La tarjeta fue depositada en el Parque Nacional Addo porque en el sitio que se compró, pese a ser una "oficina de correos", no tenían sellos. Si esta frase última les parece un oxímoron, deberían leer el divague en el que se describe con detalle la susodicha oficina de correos, sita en Oyster Bay, ese sitio. 

Hablemos de Oyster Bay. Y cómo llegamos allí, en el fin del fin del mundo, al final de un camino de tierra que nos costó recorrrer varias horas -gran inmersión en lo rural sudafricano-. Hablemos de la atracción turística de Oyster Bay: las ostras, y "la manera de vida que la gente del lugar ha hecho alrededor de la ostra", dijo el Náufrago Ro. Pero, oh destino: al llegar, los pobres Pedalistas se encontraron con unas dunas espectaculares (solo eso aplacó momentáneamente nuestra ira) y absolutamente nada ni nadie. Por supuesto, nada implica ostras. En el único ínfimo snack-bar donde comimos - calamares - no habían en su vida  oído hablar de los moluscos, "lo que hay es el oystercatcher, un pajarraco que se las come".  Ah y también había oficina de correos-tienda desabatecida (brexit?), a juzgar por el género: un par de botes de Cucal y un grupo de postales rizadas. Como la de la imagen, que los Pedalistas compraron diligentemente para el amigo de Mini, el otro oystercatcher, "pajarraco que se las come",  Ro. 

Al llegar a Vetusta esas Navidades (2019, snif), se abusó e increpó al Náufrago, que seguía  insistiendo que había ostras en aquel lugar. Había más gente en el grupo aquel día para ponerle en su lugar: ni Xavi ni Laura encontraron ostras, otras víctimas del timo. Para colmo, no le había llegado la postal. Empecé a sospechar que Oyster Bay podría haber sido un monstruo producto de una pesadilla. Pasó alguna vez? Existe ese no-lugar?

Fast-forward 22 meses. Tranquilamente (es un decir) en casa y plink, un whastapp. Vaya, el amigo de Mini, qué querrá. Una imagen (la foto de arriba). Doy un respingo. What-the-fuck. NUESTRA POSTAL. Suelto una carcajada, así muy fuerte, tipo mala de Disney. Enviada a finales de Agosto de 2019, llega a Vestusta el 28 de Junio de 2021. Me imagino a Ro dando un saltito que da él así haciendo como se asusta cuando abre el buzón: coño! 

Aventuras de nuestra heroína, la postal:  matasellada en Port Elizabeth en Febrero 2020 (o sea, seis meses recorrer una distancia de 70 kms, desde el Addo, parque de los elefantes, suponemos que a pie, sobre un elefante), cuando se pierde su pista y nunca más se sabe. Un coronavirus azota el planeta y ella, se queda confinada al fondo de una saca en Johanesburgo o bien comienza a viajar? Tal vez la llevan caminando otra vez, pasando por Tombuctú? Habrá entrado en el vuelo equivocado y visitado América? Australia suponemos que no, por las restricciones covid. Pero, inasequible al desaliento, casi dos años después, por fin llega al buzón de Ro, Vetusta, agotada, pero esperamos feliz. 

El Náufrago Ro está molesto primero porque ha sido desenmascarado (alguien ve la "vida alrededor de la ostra" en esa postal?), pero sobre todo, porque él creía tener la marca mundial de tardanza de una postal (10 meses desde la India): aprendiz! 

Todo el tiempo que ella ha viajado (me apunto a esta versión, no a la saca de Ciudad del Cabo) yo he estado aquí varada en esta isla- una sirenita nada estatua- con voz e hiperactiva. Así que esto solo se puede interpretar de una manera: la postal vagante me pasa el testigo. Mañana, si todo va bien, si nada falla, si cada una de las demasiadas variables que podrían salir mal se alinean donde deben, vuelo a casa. 

Cuando nos sentimos sin control es cuando entran los rituales, la superstición, como la patética manera de creer que podemos controlar algo (prohibido decir la palabra "quiet" cuando se está de guardia, por ejemplo): será por eso que programaré esta tarjeta postal que os mando para cuando esté por encima de las nubes? Para asegurarme de que ella llegue a vuestro buzón y yo, a saber dónde... Comienzan las vacaciones. 

 


03 julio 2021

Ernest y el mar. Conversando y sin relojes.

Ernest y el mar
“Cuando estoy trabajando en un libro o un relato, escribo todas las mañanas tan pronto como puedo tras la primera luz del amanecer. No hay nadie que te moleste y hace frío o fresco y llegas a tu trabajo y entras en calor mientras escribes. Lees lo que has escrito y, como siempre te detienes cuando sabes lo que va a pasar a continuación, y continúas desde allí. Escribes hasta que llegas a un lugar donde todavía te queda savia y sabes lo que sucederá después y te detienes y tratas de vivir hasta el día siguiente cuando le vuelvas a dar. Has comenzado a las seis de la mañana, digamos, y puedes continuar hasta el mediodía o terminar antes. Cuando te detienes, estás tan vacío y, al mismo tiempo, no vacío sino lleno, como cuando has follado con alguien que amas. Nada puede hacerte daño, nada puede pasar, nada significa nada hasta el día siguiente cuando lo haces de nuevo. Es la espera hasta el día siguiente lo que es difícil de superar. "

Ernest Hemingway
(al final, en vo porque los subtítulos estos son de traduttora, traditora))


Me da que me va a salir un divague de esos onanistas que eufemísticamente aquí llamamos "metadivagando" (hay hasta etiqueta). He de confesar que son de los que más me gusta escribir. 

La frase de Ernest se explica sola: escribir tranquilo, desde el alba, lo imagino en una habitación frente al mar ahí en Key West, con ese jersey de cuello vuelto como de pescador. Tantas cosas de esa cita me gustan: cómo entras en calor al escribir, cómo paras cuando sabes qué es lo siguiente que va a ocurrir, y luego la espera terrible hasta el día siguiente, cuando retomas. 

Saber cómo escribe o escribía la gente que leo. Los lugares, los rituales, la música de fondo, las manías. Las habitaciones propias, las habitaciones con vistas. Preguntarme si imbrican su día a día en su novela,  la conversación que han escuchado en el metro -cuando se iba en metro- lo que se ha leído en el periódico, aquel podcast... o está todo perfectamente planeado, regimentado, estructurado. Mirar  sus fotos, leer sus vidas. Conversar con ell@s, que al cabo eso es leer. 

Escribir en una terraza frente al mar con todo el tiempo del mundo es algo que aún no he hecho (atención al con todo el tiempo). Suenio con un verano de aquellos eternos de la infancia, con tardes que no terminaban nunca, en esa terraza con escaleras que bajan a una cala. Con mi libro, mi portátil, sandía fría. Y por la noche, cuando refresque, me pondré el jersey de Ernest. 

Y hoy, mientras escribo, estoy escuchando esto... feliz sábado divagantes. 

 

 Aquí Hemingway, en vo sin subtítulos:

 “When I am working on a book or a story I write every morning as soon after first light as possible. There is no one to disturb you and it is cool or cold and you come to your work and warm as you write. You read what you have written and, as you always stop when you know what is going to happen next, you go on from there. You write until you come to a place where you still have your juice and know what will happen next and you stop and try to live through until the next day when you hit it again. You have started at six in the morning, say, and may go on until noon or be through before that. When you stop you are as empty, and at the same time never empty but filling, as when you have made love to someone you love. Nothing can hurt you, nothing can happen, nothing means anything until the next day when you do it again. It is the wait until the next day that is hard to get through.”