La siguiente genial idea, subir al desván. Cojo las notas, saco la escalera y ahí está mi rincón, con un edredón de los de "Propiedad de Banderley" -prestado-robado del altillo comunal- y la lámpara de pie al lado del diván. Me encanta este sitio. Acampo y cuando tengo todo extendido, por supuesto: se me ha olvidado un tema. Bajo rápido, algún día me voy a resbalar. Ya en mi habitación, sobre la cama, mirándome la cinta de Jack. El walkman está en el cajón. Mi cuaderno de escribir, sobre la mesa. También mirándome pero hoy no, esta semana no, en serio, no me lo pidas, tengo que estudiar. Cojo el walkman. Escaleras, las recojo una vez arriba, me tiro en el diván. This is the life.
Abro los apuntes, voy anotando símbolos en los márgenes, palabras sueltas. Fatiga. Anemia. Trombocitopenia. Insomnio. Amenorrrea. Alopecia. Bradicardia. Intervalo QT prolongado en ECG. Hipotensión. Deshidratación. Lanugo: me paro aquí, me encanta esta palabra. De todos los síntomas físicos de la anorexia nerviosa, este vello suave, como pelusa, que cubre todo el cuerpo es el que más curioso me parece. Y la sonoridad de la palabra: la-nu-go. Dibujo en un folio un cuerpo de mujer y saco una flecha del corazón: bradicardia, intervalo QT, otra de la vagina: amenorrea, y así todos los síntomas. Me queda una figura acribillada, tal es la implicación sistémica de esta enfermedad.
La separo toda la largura de mis brazos para mirarla. Esta imagen sería una mina para cualquier psicoanalista, sociólogo, antropólogo, feminista: una mujer cual San Sebastián moderna. Pero para ellos las flechas irían en dirección opuesta, de fuera adentro, la mujer atacada por la dictadura de la Talla Cero occidental. Y por el abuso sexual que potencialmente sufrieron en la infancia. Y por factores de la personalidad pre-enfermedad, como el perfeccionismo, según ellos causados por unos padres implacables, críticos y que acotaron su independencia. Ellas solo querían algo de control-y de esta manera, vaya si controlan a toda la familia. Pero a la vez, cómo ignorar factores genéticos, de neurobiología (ah, la serotonina de nuevo!) de los que aún hay que investigar, pero que están ahí.
Y cómo se resquebrajan los cimientos de los valores de una estudiando esta disciplina. Porque antes lo tenía todo muy claro, y está todo escrito en aquellos artículos para fanzines y revistas universitarias, firmados desde mi atalaya feminista, con el convencimiento y La Verdad de los 19, señalando precisamente la culpabilidad de la sociedad occidental, con sus modelos de delgadez imposible, como único factor implicado en la etiología, en la causación de los desórdenes alimentarios. Y para apoyarlo no había más que mirar a través de lo que pasa al exponer a otras culturas a esta ideología opresora: era evidente que estas enfermedades se habían incrementado en países como Japón, Irán o Singapur, a medida que se exponían más a los cánones de la sociedad occidental. En inmigrantes, cuantas más generaciones pasaban en nuestros países, más frecuentes eran también estos desórdenes.
Pero viajemos en el tiempo: ya existía la anorexia en el pasado, pre-Karl Lagerfeld
et al. En la Edad Media, el celibato y el ayuno eran vistos como grandes virtudes. La lujuria y la gula, dos de los siete pecados capitales. Otros contextos culturales, pero un conjunto común de síntomas que acompañan al caos en esto del comer, en diferentes épocas y continentes. Pensemos en la “
anorexia mirabilis”, aquella "pérdida de apetito inspirada milagrosamente": aquí no era el tema estético, sino el religioso -particularmente prevalente en la religión católica. Los síntomas eran los mismos que en la anorexia nerviosa: no comer. Podía estar acompañada de comportamientos para causarse dolor, para recordar el sufrimiento de Cristo o bien para desfigurarse y terminar con todo potencial atractivo físico y así evitar matrimonios arreglados o contacto sexual. Las autoridades eclesiásticas no aprobaban estos comportamientos, pero ellas, igual que las de hoy en día, retaban las órdenes de dejar el ayuno. De todas maneras, la interpretación de estos comportamientos como relacionados con piedad religiosa libró a estas mujeres del destino común del resto que divergían de lo deseable, de lo que el mundo esperaba de ellas: la hoguera. Más de cien mil mujeres fueron ejecutadas desde la mitad del SXV hasta la Ilustración en el SXVIII por brujas.
Estos casos existieron principalmente en la Edad Media, y la más famosa es Santa Catalina de Siena, que rechazaba todos los alimentos excepto la hostia (consagrada), el agua (fría) y las hierbas (amargas) que masticaba y escupía. En una carta de 1373, Catalina atribuía su ayuno extremo a “Dios, que por una misericordia singularísima me permitió corregir el vicio de la gula”. Además, practicaba la autoflagelación, se infligía quemaduras y dormía en una cama de espinas. Las conductas autolesivas siguen siendo comunes en anorexia nerviosa severa, pienso, y sigo leyendo. En su adolescencia, Catalina ayunó para protestar contra su matrimonio con el viudo de su hermana (técnica que le había enseñado su hermana, precisamente). El cuerpo es, en situaciones desesperadas, lo único que tenemos, y es la única manera como una niña puede intentar ejercer alguna forma de poder. Es un arma potentísima porque la anorexia sigue siendo, a día de hoy, el desorden mental con mayor índice de mortalidad. Catalina se dio cuenta que podía ganar más respeto y libertad siendo virgen ayunadora que casándose: así estudió teología. Murió a las 33 de desnutrición.
Qué interesante leer la historia, entender la sociedad, lo que nos rodea, para intentar descifrar qué nos pasa dentro. Avanzo un par de páginas, aquí estamos en la época victoriana, cuando el mundo se fascinó con historias de otro grupo de mujeres que aseguraban que no comían -y a veces no bebían- por largos intervalos. En el Reino Unido eran de orígenes pobres y de zonas rurales remotas, y eran visitadas como “freaks”. Pero esta vez no tenía nada que ver con motivos religiosos - ni el dictado de la moda: la razón por la que no comían parecía relacionada a eventos físicos desde caerse de un caballo a un río durante el primer periodo hasta ataques epilépticos. Interesante. Un momento… aquí pone que algunas decían que tenía poderes psíquicos, y otras que era un don religioso. Qué historias para estudiar desde el punto de vista diagnóstico!
Me vuelvo a perder en mi cabeza, recordando mis ingenuos artículos militantes de hace unos años: por favor, lo barata que es la opinión y lo cara que es la información, los datos. He tenido que volar miles de kilómetros para aprender que el mundo es aún mucho más injusto de lo que pensaba. Pero todavía creo que esa parte social que contribuye a la enfermedad es importante, y está ahí, y hay que contarla: a las mujeres nos deberían dejar en paz. Pero como a todas aquellas supuestas brujas que quemaron en Europa por no conformar - o simplemente porque a un vecino le caía mal, o no había aceptado sus requiebros-, se sigue intentando controlarnos a través del cuerpo, y como lo de la lujuria ya no sirve siempre y en todo lugar, ahora entremos con la gula. No hay mayor tabú que una mujer gorda, porque una mujer que se lo esté pasando bien, en cualquier circunstancia, es un problema. Y comer, para lo que encima no necesitas a un tío! Las “modelos”, los estereotipos de belleza a seguir, palos de escoba, vestidas como payasos, con los ojos subrayados de ojeras negras y caras de pocos amigos: este esperpento lo ha creado un misógino, un tío al que no le gustamos nada. Se van poco a poco resquebrajando mis certidumbres (¿de eso va crecer?) pero todo esto sigue claro, y seguirá, incluso si una resonancia magnética me enseña algún día dónde está el lóbulo cerebral afectado en los desórdenes alimentarios. Aunque de sobra sé que esto nunca va a ocurrir: al final no hay blancos ni negros, todo está en esa gama infinitesimal de grises, en miles de factores que juegan y se intercalan y se provocan y atenúan o hacen más evidente. Estudiando esa complejidad, una sale más humilde: todas tus ideas de antes te las han desmontado, ya no hay pilares inamovibles, y nadie viene a ayudarte aunque eches de menos los de antes, los que te gustaban. Lo de ahora es enfrentar la injusticia basal del mundo, en crudo.
Siguiente tema, epidemiología: para esto voy a necesitar música. Meto en el walkman la cinta de Jack. El diván está bajo una claraboya y me cubro un poco más con el edredón. Comienza a sonar un saxo: es jazz. La música que nunca he logrado entender, pero da igual: la puedo tener de fondo en una cena con amigos, es tan increíblemente atmosférica. Nada como el "Sing Sing Sing (with a Swing)" de Benny Goodman me lleva a Nueva York, donde nunca he estado, al puente de Brooklyn iluminado. Lo poco que sé de jazz es por aquella amiga que me grabó un par de cintas: "I'll keep loving you", aquel solo de piano de Bud Powell, que es música clásica. Y luego, leer a Cortázar, Charlie Parker en "El perseguidor", toda “Rayuela”, “Último Round”, “La vuelta al día en ochenta mundos”.... Apago la luz para intentar ver el cielo, por si acaso hubiera alguna estrella. Con este gesto siempre imagino un obturador de cámara, mis pupilas, agrandándose, ávidas por comerse la noche de este desván, y la oscuridad de fuera. La música me envuelve, es tan cálida, dejo a mi mente flotar, no esperar patrones, dejarla que se sorprenda. La segunda canción está muy bien montada, y sigue el mismo estilo, que me traslada a un bar semisubterráneo en una ciudad lejana, en la que hay taxis amarillos, y luces, y charcos, y humo que sale de rejillas del suelo, y alguien toca un piano de cola, y yo estoy bebiendo un cocktail en una de esas copas triangulares, vestida muy sofisticadamente y no sé con quién salgo a bailar, y sigue la música y...
La luz del sol en los ojos me despierta: quién-soy-dónde-estoy-qué-hora-es. Son las tres preguntas de las resacas: la primera demasiado filosófica; la segunda, parece que en el desván de mi casa de Banderley, Yorkshire, Reino Unido. Y las 6:30. Pero, ¿no era esta la noche que iba a ver a Derek a la planta? Señor, el examen no sé si lo aprobaré, pero como investigadora no tengo precio: mi Holmes necesita un Dr Watson en mi vida. Venga, aún me da tiempo de bajar antes de que me vean estos. Pero, ¿irme a estudiar? No nos precipitemos: mira, voy a hacer algo que no he hecho todavía, me voy a nadar ahora, a las 7 de la mañana.
Ya hay dos personas haciendo largos: uno por supuesto es Mark, el otro el fisio, que está saliendo ya. Me encanta que no te obliguen a llevar gorro (le saludo mientras me hago una castaña alta). Tras unos cuantos largos (qué difícil se me hace contar, se me va la mente), Mark ha parado en el lado profundo y está esperándome para saludar.
-¿Cómo tú por aquí por la mañana?…-él lleva gorro, imagino que por aerodinámica o alguna idiotez así- Buenos días.
-Hola, buenos días. Sí, no sé si será buena idea, porque siempre me voy directa a la cama detrás de esto en una especie de narcolepsia. Estoy de semana de estudio, recuerda.
-Ah, sí, ¿has llamado al apartamento aquel frente al mar que te pasé? ¿O aún no te has vuelto loca aquí?
-Perdona, llevo casi un año sin salir de aquí; si no he enloquecido aún…
-Qué va… este sitio es genial -dice, restregándose la mano por la cara - el tiempo que pierdes en la vida yendo del trabajo a casa, aquí puedes hacer deporte.
La vida es fácil para alguna gente. Seguimos nadando, sin parar en mucho rato. Recuerdo el jazz con el que me dormí anoche: cuando paró la cinta, ni el clack me despertó. Pero no es bueno el jazz para nadar. Al salir de aquí iré directa a la biblioteca, hoy me tocan trastornos del neurodesarrollo. ¿Me sé bien los alimentarios? Intento no pensar en esto: estoy nadando, es mi rato de desconexión del día, pero no puedo, tengo el temario en bucle, y lo que le voy a decir a Derek. Intento llevar mi mente al lugar en el que querría estar, casualmente es también en el agua, pero en alguna cala rocosa de agua verde muy al sur de Banderley. Cuando haga el examen, quizás, quién sabe, igual podría salir de aquí. Hasta ahora, este encierro en esta isla dentro de una isla, ser esta robinsona o quién sabe si Viernes era un algo sin final. Los únicos mojones eran la siguiente supervisión, el siguiente paciente, y las pocas salidas. Ahora está el examen y después, ¿qué? Es la primera vez que me planteo salir de aquí. Ay, iba tan deprisa de espalda, tan ensimismada que no he visto las banderitas y me he dado un tortazo en toda la cabeza. Como una idiota. Ya salgo, y me sigue Mark.
-Ahora vamos a desayunar a la cantina.... desayuno frito, claro-dice, asumiendo que voy a ir.
-¿Haces esto todos los días?
-No todos. Pero el mito del “desayuno inglés completo” solo se cumple en las cantinas de hospitales y en los Bed & Breakfast para los turistas.
Me como todo, incluso su black pudding: él siempre se lo deja porque de peque le dijeron que era sangre. Le hablo de las morcillas de Burgos, se horroriza, pero no tiene problemas con el steak tartar. Estamos de acuerdo que una de las cosas con las que las personas que habiten este planeta dentro de cien años se espantarán será el saber que tenemos animales estabulados y los matamos luego para comerlos. Y en nuestro campo de estudio, no queremos ni pensar en los abusos que estaremos cometiendo hoy.
Me pregunta por dónde voy del temario, y cuando se lo digo le cambia el semblante. Es la parte más dura para él, ¿no sabía que su hermana murió de anorexia? Madre mía, no lo sabía. Ya dicen que los que elegimos trabajar en cualquier ámbito de la salud mental tenemos más posibilidades de tener un familiar con desorden mental. Si lo normal es el famoso uno de cada cuatro, en nosotros se eleva a… no sé. Se eleva. Está mirando a su taza de té, lo siento.
-Pasó hace mucho tiempo. No te preocupes. Fue un palo.
-¿Te ayuda hablar de ello?
-En según qué circunstancias, sí. Con mis padres y resto de hermanos no, es imposible no culparse, aunque nos sabemos la teoría.
Recuerdo aquella conversación que tuve con él aquella noche sobre el estoicismo. Lo pasado está pasado, la historia es historia: si no puedes hacer nada para cambiarlo, pasa de pantalla, o como se diga ahora. Si puedes, por pequeña que sea la opción, inténtalo: nadie dijo que fuera fácil, solo basta que digan que es posible. No pierdas el tiempo pensando en cosas sobre las que no tienes ningún control. Intenta hacer lo más que puedas y con el intento medirás tu éxito, no con la consecución del premio, porque las cosas fuera de tu control no puedes cambiar. Le recuerdo aquello.
-¿Te acuerdas cuando me hablaste del estoicismo en aquella guardia?
Sonríe: qué guapo está, pero qué cansino puede ser:
-Sí, por supuesto… ¿Has oído hablar del filósofo estoico Musonius Rufus? -como niego con la cabeza, sigue contando-. Como muchos estoicos, no era querido por el poder y le exiliaron a una isla particularmente mala en el Egeo llamada Gyaros.
¿Isla en el Egeo particularmente mala? De un plumazo me ha llevado al sitio en mi cabeza donde estaba nadando. Un sitio malo en el Egeo no existe, pero él sigue con que Gyaros es prácticamente una roca de poco más de veinte km2, que aparece en los escritos de Virgilio y Ovidio y más tarde al principio del imperio romano en los de Tácito y Juvenal. Por su desolación ha sido siempre un lugar donde enviaban al exilio a los disidentes como Musonius, y en el Siglo XX a los izquierdosos. Mark sabe tanto de estas culturas porque su madre es catedrática de Clásicas. Ha pasado mucho tiempo en un rincón del Peloponeso, donde tienen una casa. Yo solo he estado en Grecia en un viaje de estudios alcohólico en el que vimos poco más que la noche; pero aún así compré el mito. “Italia es romántica, Grecia es erótica”, me dijo aquel chico, y para siempre me lo vendió. Solo que no es un mito. Ahí estoy cuando vuelvo a la realidad con Mark:
-Vale, imagina al pobre filósofo ahí, en esa roca, sin nada que hacer. Pues el tío, como buen estoico, desarrolló tres técnicas para minimizar lo que le habían hecho. La primera, entender lo que podía controlar y lo que no. La segunda, recordarse que las cosas podían haber sido mucho peor-a esto se le llama “anclaje”-. La tercera, desarrollar su “sistema inmunológico emocional”, viene a ser como un entrenamiento en el estoicismo: no evitas, es más, buscas cosas que te van a causar un poco de infelicidad, porque solo así podrás luego sobrellevar las grandes. Es un poco la inversa de la noria hedónica aquella en la que nos acostumbramos enseguida a las cosas buenas que nos pasan. No deberíamos: deberíamos valorar cada cosa buena, no darla por hecha. El mayor daño que te puede hacer algo no suele ser la cosa en sí, sino tu reacción a ella. Tu reacción es en lo único que puedes trabajar.
Se hace un silencio que me siento con la obligación de llenar, desesperadamente: ya. Porque el fantasma de su hermana muerta sigue sobrevolándonos, aunque yo me haya ido a Grecia un ratito. Estamos de vuelta a casa para dejar todo, y disfrazarnos para comenzar el día. No entiendo cómo todas las enseñanzas de Musonius o como se llame, o toda la escuela estoica puede ayudar con la muerte de una hermana. Todo en la muerte es la parte que no podemos controlar. Nada podría haber sido peor. Ningún entrenamiento te prepara para eso. Seguimos en silencio hasta que nos despedimos. Gracias por contármelo, él también dice gracias, y le doy un abrazo. Es un poco incómodo, un abrazo torpe y embarazoso porque le he pillado desprevenido y llevamos las bolsas con ropa mojada. Da igual. A veces el cuerpo es lo único que tenemos para decir cosas. Como las iluminadas medievales: el cuerpo es poder. Al llegar a la puerta de casa me doy la vuelta y le veo entrar en la suya: parece que ha envejecido muchos años, pobrecito dios griego. Ahora le entiendo mejor.
En casa ya no hay nadie. Me cambio de ropa, cojo los apuntes y con la cabeza llena de místicas anoréxicas del Siglo XII, y billetes de avión a desoladas rocas bañadas por agua cristalina me enfrento a otro día completo de estudio sin distracciones exteriores. Las tengo todas en mi cabeza.