Así que esta mañana me he dormido espectacularmente: son las 9. Inútil salir corriendo, ya es muy tarde. No hay nadie en casa, salgo a la sala en camiseta blanca, tal como duermo. Pongo la tetera, pero un post-it: "no hay leche". Genial. ¿Tanto les cuesta subirla? Yo no voy a bajar ahora en bragas a por la botellita de cristal. A ver qué hay por aquí: una infusión de "jengibre y limón", “vigorizante”, se le ocurrió al de markéting. Recojo los Weetabix y saco un yogur de kilo: una cucharada en un bol, fresas, muesli. Se ha terminado ya el "Today Program" de Radio 4, las noticias con el inglés más de la reina que la propia reina- aquí en el norte nadie habla así. Están con los “Discos de Isla Desierta”: su sintonía es una mañana de verano sin planes.
Al salir de la ducha me enfrento a la desolación que es mi armario: nada que ponerme. Me eligen unos vaqueros negros, esos que los ingleses no se enteran que son vaqueros, por otro lado prohibidísimos en hospitales. Pero estos, que no pueden tener el "501" más claramente en la etiqueta, les pasan desapercibidos. Por encima -demos el día libre a la camisa blanca- un jersey de cuello alto, también negro. Pareces un atracador, Mariona, le digo al espejo del cuarto de Morgana. Necesito un collar, diría ella -es una enviada de mi madre: soy demasiado sobria vistiendo-, pero hay mil. Venga, el de las bolas de lava de Santorini, a juego con un anillo muy grande que definitivamente no soy yo. Un reto aguantar más de media hora con anillos: me los quito, pongo, juego con ellos, me molestan, fuera. Una razón más para no casarme.
Bajo y al lado de la puerta están los zapatos de todos:
Wellingtons, deportivas embarradas, y mis botas italianas de tacón alto cuadrado al lado de varios pares de
stilettos de Morgana- algún día le explicaré por qué me niego. Fuera, a la izquierda, han dejado la botella de leche en su cestita metálica. Que la suban ellos -sonrío- que voy tarde.
Marcé y son casi las diez - ya me quedaré por la tarde. La enfermera jefa, siempre relajada y amable, hoy con un punto de pánico: "Mariona, qué tarde vienes... te está esperando el Dr. Steen". Qué puntería: ha vuelto el encantador de serpientes de su congreso, quién iba a saberlo. Me acerco a su puerta.
-Pase!
-Hola, buenos días - como no dice nada, sigo hablando- Soy Mariona Calleja, la residente que... está cubriendo la planta unos días.
-Sí, hablamos por teléfono un par de veces antes de Canadá -se hace un silencio- No la imaginaba así.
Dicen que en psicoterapia, todo lo que va a pasar en años de sesiones entre terapeuta y paciente ocurre en los primeros tres minutos: luego, todo es repetir ad nauseum esa interacción. Algunos lo extrapolan a la supervisión, que en el fondo es una especie de terapia, con su transferencia y su contratransferencia, una partida de ajedrez donde sales a ganar, pero cuando conoces el juego, entiendes que lo mejor son las tablas. Muchas veces después he recordado esta frase –“No la imaginaba así”- como ilustración de su talante y mi perplejidad, una y otra vez. Habré luego re-elaborado, de eso va la memoria, pero en ese instante tan breve –“No la imaginaba así”- sentí que ya había pasado una eternidad desde que entré en esa habitación. Lo había aprendido todo y mi victoria consistió esta vez en no llenar el silencio, no intentar rescatarle de ese agujero en el que él tal vez no era consciente de haberse metido. “No la imaginaba así”: y lo cierto es que, mientras le sostenía la mirada, no tenía ni idea a lo que se refería. Pero supuse que este no iba a ser el principio de ninguna gran amistad: qué sabio lo de los tres primeros minutos de la psicoterapia.
-Dra. Calleha -se remueve detrás de su escudo, la mesa- lo primero, quiero darle las gracias: ha llevado la planta muy bien esta semana.
-Gracias a usted, y sobre todo a las enfermeras, tienen mucha experiencia.
-Es un buen equipo. Y gracias también por dejar el suyo y venir con nosotros, ya le di las gracias al Dr. Cook. Sé que no es fácil en plena rotación...
-No importa, de verdad. -Vamos a dejar de comernos las pollas, pienso. Soy el Señor Lobo, deme un problema, Steen- ¿De qué quería hablar hoy?
-Tenemos un caso complicado que quiero discutir con usted: intento de infanticidio – Jo-der con el Señor Lobo, ¿no querías problemas? Lo he pensado tan alto que igual me ha oído.
Se levanta, abre un armario archivador lleno de notas clínicas, saca tres carpetas enormes. Son para mí. Lo tengo delante y siento una especie de júbilo interior infantil: subida en mis botas soy un poco más alta que él. Solo una mujer que haya tenido enfrente a un gilipollas con cierto poder podrá entenderme. Creo que él lo nota:
- Hágame el resumen clínico... y mañana, venga antes. Si no le importa.
Por la noche, en el sofá amarillo de la sala comunal, extiendo las notas en la mesa baja y apilo los tres libros que he cogido en la biblioteca. No podré ir a nadar hoy, gracias Steen. ¿Quién eres? Un tipo de unos 55, guapetón, con traje hecho a medida. Su acento no es de por aquí, suena a pijo del sur. Todas las enfermeras están enamoradísimas de él, especialmente la Sister, que tendrá su edad. Un caso de tensión sexual no resuelta de veinte años, seguro. Lo de las enfermeras jóvenes no lo entiendo: si te pone un tío 30 años mayor, igual hay que hacérselo mirar. Steen es un pequeño jeque con su harén casto, a golpe de aleteo de pestañas ha aplacado un potencial complejo de Napoleón. Cómo sobrellevar de otra manera el aburrido matrimonio al que vuelve cada día, los niños ya en la universidad, su mujer abriendo la botella de Chardonnay cada noche un poco antes.
Qué imaginación tienes, me decía una amiga en el cole. Igual debería empezar a escribir estas historias absurdas que me invento, una forma más de sublimación. Céntrate: ahora tengo que leer estos tres archivos y mirarme la parte legal del infanticidio. Cruzo las piernas sobre el sofá y me recojo el pelo. Entonces entra Sandip.
-Hola doctora Calleha - este formalismo, irónico cuando lo usa el resto, es literal con él.
-Hola Sandip, ¿qué tal tu día?
-Bien, gracias, ¿y el tuyo? - hey, Sandip progresa adecuadamente, me ha preguntado por mi día.
-Bueno, haciendo cincuenta cosas a la vez y...
-¿Cincuenta cosas? Eso es simplemente imposible. Tienes doce pacientes en tu sala. En el improbable caso que tuvieras tres trabajos por paciente, no te darían cincuenta - y hace ese ruido con la garganta, un tic vocal.
-Sandip: -ya no me sorprende su ser concreto, solo sé que tengo que ser directa- tengo que leerme estos tres archivos enteros... - sigue de pie, mirando, ajeno a mi lenguaje corporal- ¿Te importa dejarme sola?
Por fin. Abro la primera carpeta de la mujer acusada de intento de infanticidio. Tendremos que hacer una evaluación detallada porque este caso va a juicio. Querrán saber si, después de lo que pasó, esta madre puede aún cuidar a su hijo o se lo han de quitar y darlo en acogida, tal vez adopción. Demasiada responsabilidad.
Por el nombre, veo que es una mujer oriental. Veintidós años, primípara, trabaja en el restaurante de comida para llevar de la familia de su marido. Toda su familia de origen está en China. Malas relaciones con sus suegros. Nace su hija tras un parto vaginal normal, 39 + 1 sin complicaciones. Apgar de 8, normal. No hay cianosis ni ictericia. Se le da de alta el mismo día. Esa noche la mujer no duerme en absoluto, y no solo por el bebé. A la mañana siguiente comienza a reportar ideas obsesivas al marido, con pensamientos recurrentes de hacer daño al bebé. Su marido tiene que ir al restaurante, no hay apoyo social. Altos niveles de ansiedad, vacío interior, culpa e ideas de no valer nada. Los pensamientos mórbidos se incrementan con la total falta de sueño. La familia extensa cree que no pone de su parte, que debe intentarlo más. Conflicto. Aparecen las ideas suicidas, de gran intensidad, que la familia ignora. Las ideas obsesivas se tornan en maneras de acabar con el bebé, asfixia o ahogo, asfixia o ahogo, no ve más allá. Luego irá ella, pero no puede pensar ni planear tan lejos, luego ella. Su marido vuelve a casa, se ha acabado la tinta de la impresora del restaurante, y allí se encuentra un cuadro dantesco, y al bebé cianótico. Pero aún había tiempo: en el hospital lo resucitan. Ahora solo falta que nosotros la salvemos a ella.
Sobrecogida, cierro las notas y las abrazo contra el pecho, como hacía con aquella carpeta clasificadora en las que copiábamos frases y poemas y letras de canciones de la adolescencia. Consulto uno de los libros, infanticidio: por ley, se define como producir la muerte de un niño menor de doce meses (neonaticidio, en el primer o segundo día) por su madre, bajo circunstancias que de otra manera serían asesinato. El "balance de la mente" (término legal) de la madre en ese momento se supone está alterado, se considera una forma de homicidio, y por ello es tratado de una manera indulgente. Un tercio de las mujeres que cometen infanticidio están psicóticas, han perdido todo contacto con la realidad, siguen instrucciones de alucinaciones auditivas o ideas delirantes. Algunas terminaron con sus hijos porque no eran deseados, por compasión (enfermedad grave, malformación) y un grupo menor por venganza (Síndrome de Medea). El infanticidio está asociado con intento de suicidio posterior en más de la mitad de los casos.
Suspiro, me levanto, le doy a la tetera, me quedan dos archivos por leer. Vuelvo: en la pila de libros que me he traído de la biblioteca se asoma "Medea". A menudo, cuando algo me sobrepasa en la vida, recurro a alguna forma del arte, a los que lo han contado antes: "Azul" de Kieślowski, hace años. Paradójicamente, porque la ciencia tranquiliza y el arte remueve. Esta vez le toca a Eurípides, una edición de hace décadas, que huele a polvo y papel viejo. Solo voy a echarle un vistazo rápido y vuelta al archivo dos. Cuando oigo la puerta de abajo – Sandip, que se va-, ya estoy en horizontal en el sofá: me he enganchado.
Medea representa el arquetipo de la “doncella que ayuda” de la mitología griega- otro ejemploes Electra. Medea ayuda a Jasón en su búsqueda del vellocino de oro, para que sea rey. Tiene algo de bruja -por algo es sobrina de Circe-, aunque esto no la protege de enamorarse como una bestia de Jasón. Esta manera de describir el amor de los griegos, me planteo, es de la que ha seguido tirando el amor romántico hasta hoy: Eros le clava una de sus flechas de punta dorada, y la pobre ya ha perdido el control. Locamente enamorada:
quien lo probó, lo sabe- gracias Lope. Pero “
el amor al que falta mesura no aporta a los humanos renombre o virtud”: qué curioso, esta frase está subrayada (¿por quién, hace cuánto, por qué?). Al llegar a Corinto, para trepar políticamente, Jasón traiciona a Medea y la abandona por la princesa Glauca. Pero menuda es Medea: se venga dándole a la novia un vestido de boda envenenado, que se convierte en llamas cuando se lo pone. Pero no se queda ahí la cosa: "
El odio es una copa sin fondo: verteré y verteré”, y Medea mata a dos de sus tres hijos para castigar a Jasón. Y otro subrayado:
“Más fuerte que el amor de un amante es su odio. En ambos incurables las heridas que deja”. Por fin se escapa a Atenas volando en el carro de oro de su abuelo Helios.
-¿Mariona?
- Qué susto me has dado! – tras gritito y salto. Es Morgana.
-Llevo diciendo buenas noches desde abajo -dice mientras se sienta en el sillón de enfrente- ¿no hay nadie? ¿Qué lees?
-No, solo he visto a Sandip, que se ha ido. Es “Medea”, tenía que leer un caso complejo de intento de infanticidio y estaba procrastinando…
- ¿De qué va esto? -y coge el libro como si estuviera contaminado.
-Es una tragedia griega, no la había leído hasta ahora… Pero en serio, has de leerla: tiene una sofisticación psicológica increíble. Fíjate qué cosas dicen otros personajes: -le quito el libro y busco- “De todas las criaturas que tienen mente y alma no hay especie más mísera que la de las mujeres”. Pero se nota que Eurípides siente compasión por Medea, mira qué frase dice ella: “Y dicen que vivimos en casa una existencia segura mientras ellos con la lanza combaten, más sin razón: preferiría estar en el frente de la batalla tres veces más que pasar por los sufrimientos del parto una sola”.
Me quedo mirando a Morgana, que creo no entiende mi estado de gracia. Decido en contra de contarle lo de los subrayados. Entonces dice:
-Sí, totalmente de acuerdo en lo del parto, y en que hay que tener compasión por estas mujeres. Pero historias de venganza como la que me cuentas no son frecuentes más que en el teatro griego… de hecho los hombres también lo hacen y…
-Desde luego, llevo un par de semanas en perinatal y entiendo perfectamente porqué la sociedad desde el principio de los tiempos ha sido benévola con las mujeres que matan a sus hijos. Incluso cuando no se tenía la información de la organicidad que tenemos ahora, algo intuían…
-Pues sí… en el juicio os preguntarán por el maldito libre albedrío, ¿podía ella haber hecho otra cosa?… al final, ¿qué es el libre albedrío? -y abre los brazos - Nosotros no podemos creer en esto ya más: estudiamos genes, neurotransmisores, hormonas, el cerebro, la evolución… y es claro que somos el resultado de la suerte o mala suerte que nos ha venido dada por la biología. Por ello, el sistema penal no tiene ningún sentido, y menos con estas mujeres. Piensa en el córtex frontal, la parte más evolucionada, que nos hace hacer “lo correcto”, incluso cuando esto es lo más difícil de hacer: gracias a él, retrasamos la gratificación, planeamos a largo plazo, controlamos los impulsos, regulamos las emociones… cuando tu lóbulo frontal está jodido, vas a tomar las decisiones más impulsivas y equivocadas. Yolanda te lo dirá: más del 25% de los sentenciados a pena de muerte en Estados Unidos tiene síndrome del lóbulo frontal, generalmente tras contusión cerebral en la zona. No es gente “mala”, no es gente “sin alma”… es una máquina a la que los frenos no le funcionan!
-Pero, ¿no piensas que nuestros colegas los psicólogos han conseguido mucho trabajando con premios y castigos? ¿En serio crees que es todo solo “suerte biológica”?
-Totalmente. Piensa en hace 400 años: si le preguntaran entonces a la persona más científica las razones por las que aquel desgraciado tenía lo que hoy sabemos es un ataque tónico-clónico, en el que ponía los ojos en blanco y sacaba espuma por la boca, diría que era por posesión diabólica. Nos costó 300 años poder llamar a esto epilepsia. Afortunadamente, solo nos costó 50 años, en el Siglo XX, desmontar que eran las malas madres frías las que causaban la esquizofrenia. Y 30 años, que la vagancia no es la causa por la que hay niños que no se centran en los estudios… cuando más aprendemos sobre la biología, más entenderemos los comportamientos…
-Claro, porque la gente lee de una madre que ha asfixiado a su bebé y piensan… a la hoguera con ella, pero somos nosotros los que hemos de hacerles entender que esto ha estado fuera de su control. Dentro de 100 años, nos mirarán alucinados pensando que en algunos lugares del mundo aún mandan a la gente a la silla eléctrica.
Nos quedamos mirando, en silencio. ¿Qué pensará ella? Yo, que este trabajo no es nada si no es compasión: del latín compassio que a su vez, del griego, συμπάθεια, “sufrir con”. No se lo digo, pero me sonríe y aprieta la mano, mientras se levanta para irse:
-Suerte, y te queda bien ese collar.
Le guiño el ojo mientras me lo enrollo en la mano izquierda. Por cierto, ¿dónde habré dejado el anillo?