Nota: No suelo desvelar la trama de las novelas o las películas cuando divago. Esta es una excepción. Por si aún queda alguien ahí afuera que no la ha leído. :)
El bloguerío andaba
incarnato con esta novela: no eran recomendaciones sin más, eran estados de semitrance. Uno de esos libros que había abierto en canal a al
gunos de los que habían seguido el consejo, y que había removido cosas que algunos no esperaban ni llevar dentro. En fin, que es de lo que va la literatura: no
hay sensación mejor que ser el sujeto de ese estado de fervor/iluminación. Hace años que tengo cuidado con este tipo de recomendaciones, porque una tiene una edad, y ya he leído algo de lo que a otros les ha partido en dos, les ha mostrado la luz, les ha hecho mejores. Corolario: me he dado cuenta que las cuerdas que un autor toca en cada uno son mundos diferentes. Incluso lo que agita en uno mismo en distintos momentos de la vida. No sé, por ejemplo, para mí "
Rayuela", novela con la que entré en ese no-tocar-el-suelo, es un libro del final de la adolescencia, y siempre permanecerá allí: mitificado, adorado. Que si lo hubiera leído ahora, no habría sido lo mismo, supongo. Ni para bien ni para mal, habría sido otra cosa.
Este era mi primer pero a leer "La caja negra". El segundo era la traducción. Y sí, lo sé todo: sé que me perdería obras monumentales de la literatura universal si no leyera traducciones, sé que soy neurótica, sé que debo cambiar el chip. Lo hemos hablado en este blog mil veces, pero así lo veo yo. Leo, claro, traducciones, pero tienen que ser clásicos inevitables o muy muy recomendadas. Como Oz. A este respecto, para quitarnos
el fantasma del traduttore traditore de entrada, tengo que decir que he notado como, a medida que avanzaba en la novela, me iba relajando más y más (terapia de exposición, que le llaman, ves, Di? Tú puedes!). Al principio, me costaba, porque por mucho que insistan, sigo encontrando forzada la preadjetivación, "subir a las frescas montañas", me siguen chirriando expresiones tipo "tocaba tus atributos viriles", y sigo opinando que traducir "asno" en lugar de "burro" (seguro que literalmente era "asno", pero sinceramente, alguien que escribe vaca con b en castellano es un "burro") no es sabio. Bueno, no sé si me fui soltando yo o la traductora, pero la cosa medio fluyó.
El contenido, por dónde empezar: Oz toca muchos temas en esta novela epistolar. Las relaciones, el fanatismo, el poder. Sin duda, uno de los que ha dejado más tocado al personal (por lo que podido leer ahora, antes de escribir esto en los comentarios de los otros blogs) ha sido la relación entre Alex e Iliana. Para mí, personalmente, esta ha sido la parte que más me ha interesado de toda la novela. Pero no me ha impresionado por lo horrible, por el odio, por el veneno que destila. Para mí, desde el principio queda claro que es una historia de amor. Y todavía, dentro de los insultos, los silencios, las humillaciones monetarias y autohumillaciones con punto maso, rezuma una atracción a lo bestia, de las de "ni contigo ni sin ti", una pasión de novela, de película, de las que no resiste el sofá y los recibos, el lavaplatos y la lista de la compra (“
nos quedábamos en la cama hasta las diez, maltrechos y exhaustos por la crueldad de la noche pasada (…) como un par de boxeadores entre asaltos”). Es una amor de esos que nos gusta leer, de los de
polvo bajo la lluvia a lo
Lady Chatterley, de los de grandes traiciones que son en el fondo sumisiones ("
follaba con otro, pero pensando en ti", “me follaste de pie como si me acuchillaras”), de endorfinas perpetuamente en el punto ebullición.
En ese duelo epistolar y vital, en mi opinión, a Iliana se la come Alex, sin guarnición. Su silencio, al principio, y sus cartas frías, yendo al grano, pidiéndole, por favor, que corte el rollo dramático (“
te apremia representar el papel de heroína clásica”), la hace parecer aún mas histérica, más desequilibrada, más necesitada. Sus actitudes de esclava sexual, que según leo han estimulado las fantasías de algún lector, son propias de la fantasía de un escritor. Masculino. Oz usa su voz literaria a través de ella, diciendo cosas de belleza desgarradora, pero su identificación con lo que cuenta está en otro personaje. Iliana no me parece una persona interesante ella sola: demasiado egoísta, inmadura, siempre en relación con los hombres con los que se relaciona. Poco puedo decir de su personalidad, aparte de sus claros rasgos de trastorno límite, cuando las de los hombres son muy marcadas: ella vive en relación
a ellos. Es ex-mujer, madre, mujer, pero quién es ella?
Sabemos mucho de Alex, el personaje mitificado por Oz a lo largo de la novela (
“Tu cuerpo de gladiador (…), tu expresión de príncipe torturado, el poder de tus ojos grises, el resplandor de tu atormentado espíritu, el escudo helado de tu voluntad de hierro”). Y a quien no le atraiga, por malo, por listo (“
y tú, guadaña en mano, siegas la discusión con una o dos frases”), por frío, por generoso, por enamorado, por tal-vez-no-tan-malo, que de un paso adelante. Es, al cabo, un
héroe byroniano, un Mr Rochester del Siglo XX. Que habla poco (eso echo de menos), pero para decir cosas como “
sus labios aran el menguante vello de mi pecho”. Y, para colmo, cuando vive en Londinium, su dirección es en Hampstead Heath. Dan ganas de ir a volar cometas con él.
Oz también nos hace un retrato al óleo (por no decir un examen del estado mental) de Michel Sommo, el segundo marido de Iliana. Y de su mano entra el segundo tema de la novela: el fanatismo religioso (en este caso, judío) al que claramente representa, por contraposición a Alex, que es la razón, la inteligencia, la coolez. Como en lo único que soy tan cool como Alex es en este escaso aprecio por fanatismo religioso, sea cual sea, ver cómo Oz lo vapulea en cada una de las cartas que escribe Sommo es de lo mas cómodo. Oz demuestra ser un escritor que conoce lo básico de su oficio: no masticándonos el tema sino simplemente dejándole hablar (en este caso, escribir). Y esto puede parecer una obviedad, pero es que estaba leyendo una novela terrible recientemente que me regalaron en la que el autor se permitía aclararnos ciertas cosas, en lugar de dejarnos concluir a nosotros con lo que pensaba/sentía/hacía el personaje.
Lo cierto es que leyendo la visión del mundo de Sommo (“
está escrito”), una piensa: "no hay solución" (“
hace tiempo que acabé con los que son como usted y me dediqué a tipologías más complejas”, le dice Alex). Pero hay un factor que le redime, y es otra de las partes interesantísimas del libro: su relación con Boaz, el hijo de Iliana y Alex. “
El vikingo beduino” (qué preciosa descripción), el hijo pródigo, el vástago producto de las limitadas habilidades-ahora está claro-para las relaciones de su madre. El crío abandonado por su padre. Boaz es el personaje, para mí, más positivo de la novela: un chico dejado por sus padres, que crece sin necesitar a nadie (“
se rodea los hombros con los brazos cruzados. Este es el abrazo de los que no tienen a nadie”) y que esta a punto de acabar en el arroyo, pero que logra salir gracias a su inteligencia, el apoyo de Sommo y su manera particular de ver la vida: "vive y deja vivir", “pasarlo bien” (“esta
idea, es la fuente de todo pecado”, le dice Sommo). Alejándose de todo dogmatismo, sin aceptar demasiados consejos (aunque sí el dinero de Alex porque, como él dice “
no ganó el dinero con su esfuerzo. Creció de los árboles”)). Su paciencia con Sommo parte de su superioridad cognitiva: en el fondo ve, como el lector, que Sommo es un buen hombre, limitado en su inteligencia, fanático, torpe, pero buena persona. Durante la lectura, a ratos suspiras exasperada por sus reacciones, pero en otras ves que el pobre tiene buena intención. Para él, la vida es un valle de lágrimas, y su objetivo es recuperar la tierra prometida. Todo esto hace totalmente incomprensible que Iliana, que ha estado con alguien como Alex, haya acabado casándose con este pobre mendrugo. Pero así es Iliana: lo convierte en “
un humilde violinista de restaurante a quien le ha sido permitido tocar un Stradivarius”.
Dicen que uno lee libros para, entre otras cosas, ver cómo los demás solucionan problemas vitales que nos podrían, disfrazados de esto o aquello, pasar a cualquiera. Por eso personalmente suelo ser reticente a los finales que el autor soluciona con la enfermedad o la muerte. Evidentemente, ambas parte de la vida, pero es algo con lo que no contamos en nuestro programa “solucionar conundrums”. Eso no nos pasará (aunque nos haya pasado), pensamos, y correctamente, porque uno no debe confiar en que la vida decida por uno. En la novela, la enfermedad terminal en uno de los personajes clave va a dar con un final no elegido, sino condicionado. No es lo mismo quedarse a cuidar a un moribundo (“
velar los espasmos de la muerte”) que decidir vivir con alguien que rebosa energía. Muchos factores entran en juego en una decisión como esa, y me quedo con la duda de saber qué es lo que ellos hubieran hecho de haber podido dirigir el rumbo del final.
Me gusta una frase de Alex cuando escribe a Sommo sugiriendo que tal vez haya sexo de nuevo entre Ilinana y él, para concluir, unas líneas más abajo: “
Duerma tranquilo, su esposa le es fiel. No hay salidas nocturnas (…) salvo en la imaginación de nosotros tres. Donde no pueden entrar ni los carros de combate ni las escaramuzas de la redención.” Es en nuestra imaginación donde por fin puede brillar otro final. Pero a un autor que escribe cosas como esta:
“y en la ventana había una puntiaguda luna musulmana velada tras siete capas de niebla”, se lo puedo perdonar casi todo.