Algunos saben lo que esto significa, pero ahora no. No es márketing , es que no me responden las teclas. Seguiremos retransmitiendo.
Y prepárense porque se prepara el tour europeo.
Si no las escribo, las cosas no han llegado a término, solo las he vivido (A Ernaux) La vida real no está a la altura de escribir sobre ella (J Eugenides) Lo que me interesan son los errores, fruto de la pasión, los errores que se cometen arriesgando (G Steiner) En la calle, codo a codo, somos mucho más que dos (M Benedetti) Escribir es persuadir a un extraño de que se quede (R Cusk) El camino del exceso conduce a la sabiduría (W Blake)
Como el divague anterior era un regalo, hablé de La Yaya. Como este lo sigue siendo (le encantan los regalos), cómo obviar una parte fundamental de su infancia: Vicente. Tenemos un tío llamado Vicente (Tiovín) que dice que lee el blog pero no me lo creo, tamañas son sus habilidades informáticas. Así que sin miedo a represalias, hoy me refiero a otro Vicente, que hizo de nuestras aventuras una road movie. Vicente era mi coche y cuando, a los 18 años compré el carnet de conducir en un chino, las carreteras del mundo se abrieron a nuestros pies. Pisa el acelerador, písalo nena. Pisa el acelerador, vale la pena. Cuando me recuerdo conduciendo en aquella época, sinceramente siento escalofríos.
Vicente era un "Seat 124" con interiores de "Lujo" que compró mi padre cuando yo tenía un año, y que andaba por ahí, esperando a ser heredado. No era "lujo" por casualidad (el Peda siempre me ha odiado por esto, envidia pura. Por esto y por mi coche de pedales infantil, pero esta es otra historia): tenía un tapizado muy fashion, el salpicadero imitaba los de madera de los Jaguar y-atención- en el cambio de marcha había unas conchitas y un pequeño caballito de mar. Qué más se le puede pedir a un coche. A finales de los 80 el pobre ya era vintage (por no decir una pura verguenza para cualquier niña ñoña matriculada en mi rancia facultad). Para mí, el objetivo de un coche siempre ha sido (ahora no tengo) que me lleve de A a B. Nada más. Como decía el padre de Mafalda, Vicente era de los coches en los que lo importante era la persona.
Por las mañanas, de camino a la Facultad, dejaba a mi hermanita en el mismo colegio del paseo de los pájaros que teóricamente cantan bien (no puedo con ningún pájaro) en el que intentaron-sin éxito, está claro-poner a la niña Di en el buen camino. La distancia casa-cole era recorrida en nanosegundos, así era mi conducción. Las curvas eran La Fiesta: aquí la Fashion entendió a una tierna edad las fuerzas centrífugas y centrípetas, y porqué los coches llevan unas asas en el techo.
Vicente nos acompañaba a todos los sitios. Tras descubrir unos cuantos aparcamientos estratégicos en el centro de Vetusta, lo del bus o el taxi al salir del cine a las tantas pasó a la historia. Ninguno de nuestros lugares secretos existe ahora: uno era un descampado cerca del "Canódromo" al que nos daba auténtico pánico volver tras la sesión de 11 a 1. Desde la calle desierta al descampado (como su nombre indica, boca del lobo), corríamos como cosacas recordando al bueno de la peli perseguido que llega al coche y arranca de inmediato. A Vicente, sin embargo, había que quitarle la barra de seguridad (sí, rían). Recuerdo perfectamente la noche feroz que fuimos a ver "Tesis" (Amenábar, 1996), Vicente esperándonos en la familiar y amigable zona "del Oasis" (para el no-vetustiano: sala de representación de variados actos sexuales, interespecies cuentan). "Tesis" es una de mis películas de terror favoritas, una de esas en las que no ves nada, lo imaginas todo, y te mueres de horror por identificación. Lo que corrimos aquel día fué épico. Y luego tuvimos que juntar las camas (se supone que yo, congelada en el "eskijama" rojo por siempre jamás, debo proteger al bebé que acaba de cumplir los 30 por siempre jamás. Así son los roles de familia: estáticos).
Una de las más recordadas aventuras a lá Thelma y Louise ocurrió un verano en el que Vicente et moi tuvimos que ir a rescatar a la Fashion de un pueblo del bajo Aragón donde estaba atrapada por todos sus pecados. Los sensatos parábamos por Vetustilla de la Torre, también en el fondo atrapados por uno de esos veranos largos, lentos, noctámbulos y estrellados. Pero si tú me dices ven, Sis, lo dejo todo, así que ni cortos ni perezosos, Vicente y yo, mano a mano, nos cruzamos el desierto con la música a tope, las ventanillas bajadas y la melena al viento. Una vez que la damisela fue rescatada por su Knight in the Shining Armour (Vicente) y yo (mente de la operación), el retorno a Oz fue apoteósico. Si ya te lo digo, hermanita: there is no place like home.
Con esa leccióna aprendida, se hizo de noche. Con el gran cañón del Colorado, brochazos de rojo incluídos, en el horizonte, y las dos cantando a grito pelado (este es uno de nuestros secretos a voces), llegamos a Vetustilla de la Torre, quién sabe a que horas, y en qué estado. De entrada, afónicas y con polvo en el ombligo.
Què li darem al Fillet de la Mare?
Què li darem, que li sàpiga bo?
Panses i figues i nous i olives,
i una miqueta de mel i mató.