29 julio 2020

Dilema: vacaciones en redes sociales en tiempos de pandemia (Yorkshire 0)

Los Smith viviendo el verano de lujo bajo el sol griego
Está claro: para nadie va a ser un verano normal. Para nadie? Yo conozco a una minoría a la que esto de la pandemia no les ha despeinado. Pongamos a los Smith (nombre falso), una familia que conozco. Ya en lo más oscuro del confinamiento (aquí nunca fue como en otros países, pero coger el coche y largarte a otra ciudad tampoco se podía), los Smith con un par se metieron en carretera y hasta Brighton a pasar el finde. Otros días, pasaban por la calle de atrás y me veían en el balconete leyendo y me enviaban mensajes: "exagerada". Bien,  los Smith ayer me mandan una foto desde una playa maravillosa en la isla de Meganisi, justo detrás de Lefkás (donde se inventó el color azul), en el mar Jónico.  Cuento hasta diez. Habrán sabido leer entre líneas en mi lacónico "Lovely thanks" (muy bonito, gracias), el "fuckoff" (a la mierda!) implícito? 


La Smith ya me explicó que se iban porque ella "necesitaba unas vacaciones". El resto no. El resto llevamos sin salir de La City desde enero y no necesitamos una playa, a ser posible griega. Lo que nos pasa al aburrido resto, es que tal vez se nos haya ocurrido que volar quizás no sea la mejor idea (ni llegarse al aeropuerto, que aquí es un via crucis de metro, estación, tren, seguridad, baile una sardana, y suma y sigue), que si vamos a ver a familiares mayores igual les contagiamos, que aún no está el horno para bollos.




Si no tienes la alegría de los Smith, qué hacer. Nosotros decidimos en primavera dejarlo todo en el aire, y si eso, en un punto, improvisar. No sé, pensamos, tal vez en verano, un día que no llueva cogemos el coche y a donde nos lleve. As if. 

Como si fuera tan fácil. El primer reto: "el día que no llueva". Requiere aclaración: en UK a veces tenemos buenísimas primaveras (como esta del confinamiento, se confirma q dios existe y es un cafre), pero que el 15 de agosto, sin dilación, comienza el otoño. En julio varía, podemos tener lo que a ellos les parece una "ola de calor" o miseria bajo la lluvia. Así que tontamente dejamos pasar julio -es lo que tiene la improvisación- nunca se ve el momento: esta semana el Peda tiene algo, aquella Mini hace el campamento de tenis, y se va posponiendo hacia lo que llamaremos El Precipicio (agosto). Pero nosotros ahí, tranquilotes, jugándonosla.



Por fin se estipula que la semana de nuestra improvisación será la del 1 de agosto. Al principio consideramos un tour de los nuestros: dos noches en Norfolk, para que Mini vea Cambridge  (no para que conozca su próxima universidad, dado sus niveles de tocrse los piii todo el verano, sino pq le gustó la peli de Hawking), las Fenlands (las marismas, casualmente estoy leyendo "Waterland" de Graham Swift ambientado en esta zona), subimos por Lincoln, pasamos necesariamente por Grimbsy (donde vivimos el primer año que llegamos al país, y nunca hemos vuelto-arghhh, 22 años después) y subimos hacia los Moors (páramos) de Yorkshire. Eso un día, al siguiente, cambio de planes: lo del ir de trashumantes parando en distintos B&B igual no es el mejor plan (esquinazo al fomite!!), así que improvisaremos en un cottage (traducción "casita de campo", que cubre el amplio espectro desde encantadoras construcciones con vigas tudor y tejados de paja hasta triste chamizo con sofás florales y ducha eléctrica). Nuevo plan: siete noches, armados de desinfectante, gafas de sol (para los sofás florales, este tipo de cottage es claramente el nuestro) y tal vez ajos.


Cottage idílico bajo la lluvia

Como si fuera tan fácil. El segundo reto consiste en encontrar ese cottage cuando casi todos los habitantes de la isla (salvo algún Smith) han tenido la misma idea. Pero yo soy más lista: a los ingleses les gusta Cornwall (Cornualles) y el Lake District (distrito de los lagos en Cumbria), y Devon, y Gales. Así que, fácil, tengo que enfocarme en el resto del país.  Pero claro, tengo una plan oculto: yo no quiero cualquier lugar del país. 

Aquí sola con mis demonios, y resulta que no son mala gente
Nota que puede saltarse, conversación con mis demonios: *Pequeña divagación sobre la localización*: A veces una suele decir eso de "el divagante fiel sabe que...", pero aquí esto no aplica porque, pese a que hay algún divagante fiel (especie en extición), la especie ya desaparecida es la del divagante lector de un serial publicado por entregas que viene a ser "Alguien voló sobre el nido del cuco se encuentra con las Hermanas Bronte" o "Girl, interrupted se encuentra con Drácula". Bien, pues ese serial inédito del que solo hay (me consta) un lector (no desvelaré, lee en silencio) se desarrolla en los Yorkshire Moors, los Páramos de Yorkshire, una zona en el noreste de Inglaterra que visité por última vez hace la friolera de 19 años- yo era rubia y el Peda llevaba perilla y el pelo más largo que cuando el confinamiento. Así que en el escenario donde está el manicomio (asylum) del serial sale de mi imaginación y de google imágenes. Pero aquí lo que tengo delante es una semana maravillosa de "trabajo de campo". Fin de la cita. 

Como si fuera tan fácil, aún seguimos con el segundo reto de encontrar un cottage incluso no en las zonas favoritas: todo está reservado. Hay trescientos buscadores de  cottages que no funcionan:  parece que desde que descubro un lugar, me decido, les enseño las fotos a mis compas y le doy a click, siempre hay alguien dándole a click en el mismo momento en Birmigham. Hay otros en los que hay que escribir, para recibir respuestas como estas: "lo siento, no tenemos disponibilidad de ese cottage al que usted alude, pero tengo otro monísimo por £3,500". O bien "tengo uno de 16 plazas para sus fechas". Otras veces, me han salido castillos: atención, castillacos por £5000 y pico una semana (como quedada divagantes, a considerar). Al final, a tres días del Día D, caigo por la noche, desesperada, en una página oscura donde se anuncian mayormente granjas, algunas sospechosamente baratas, idílicas por fuera, pero sin fotos del baño (ahí el Peda se planta, como se plantó a mis sugerencias de camping). Les mando las peticiones a los granjeros, así medio a escondidas. Y, adivinad qué,  el martes por la noche, 22:03, ya en la cama leyendo, suena el teléfono. Un susto: pero no, tranquilos, era John, de los cottages, que ha tenido una cancelación, y que su hijo iba a ir, pero justo le llegan unas maderas esa semana e imposible, y luego hay un hombre llamado Jack con 4 hijos que también lo quiere, pero que nos prefiere a nosotros, mejor que tanto jaleo, y que se ha gastado £4000 en químicos, que desinfecta de las 9 am a las 6 pm, que tiene un perro y 71 años, pero se conserva fenomenal, y que sí, lo sabe, ha sido una locura, todo el mundo quiere salir, y no hay suficiente alojamiento, que él está agotado, y que por ser menos nos hace un descuento, y así no para de hablar durante 16 minutos, sin dejarme meter baza.

En fin: que mañana cogemos a wolfy y tiramos millas para arriba. La predicción dice que va a llover. John parece una Señora Concha versión brexitera (en el norte todos son brexiteros) Estamos enmedio de una pandemia. Qué puede ir mal?

Me llega un flashback de los Smith, en su piscina privada de Meganisi: he sido poco razonable con mi amable fuckoff? Pero a la vez, me voy a convertir en ellos haciendo lo que podrá salvar esta semana, que será escribirla y hacerle fotos (lluviosas)? Es de recibo compartir esto en redes sociales? Este, de todas formas, es un dilema del que tal vez no he hablado, pero que viene de largo: es justo que yo cuelgue mis vacaciones en un escaparate donde gente que no puede nunca irse a ningún sitio lo vea? Por supuesto, me tranquilizo a mí misma  con mil excusas: que esto no es "show-off" (presumir, casi nadie sabe quién es Di) y que yo iba a escribir los diarios igual y que tal vez haya alguien, no sé, en Montevideo, a quien le ayuden porque está planeando esa misma ruta. Como dice una amiga con la que compartimos la pasión por las fotos, ante el dilema: "joer Di, que no somos influencers". Mini se ríe de que en Insta tengo una media de 4 "likes". Pero hoy he hablado con mis padres, mayores, muertitos de miedo, metidos en su casa en Vetusta y me ha recordado a toda la gente que, por diversas razones, como ellos, no salgan a ningún sitio. Y cuando me han dicho "pasadlo bien" (tras todos los tened cuidado), toda la tradición judeocristiana ha caído sobre mis hombros.



Entonces veo los páramos de Yorkshire empantanados de lluvia y a los tres debajo de un árbol esperando que pase el chaparrón compartiendo un paquete de galletas "Rich Tea" (las más tristes del mercado) y pienso: igual contar esta miseria anima a los que se queden en casa, que todos tenemos un pequeño sádico dentro. Algo me dice que esto no van a ser las vacaciones de los Smith. 

25 julio 2020

"A sangre y fuego" de Manuel Chaves Nogales: De-personalizar el mal

Acabo de leer dos libros sobre la Guerra Civil seguidos. El primero en realidad ocurre en la posguerra y fue un regalo de una amiga, por aquello de la salud mental: "La madre de Frankenstein" de Almudena Grandes, del que no voy a divagar. Solo anotar que horroriza el papel de la psiquiatría en la formación y afirmación de la España nacional-católica (pero la historia de la psiquiatría horroriza en general, no solo en este tiempo y lugar), pero que es frustrante ver cómo se repiten ideas como que "la esquizofrenia no se transmite genéticamente", que Aurora Rodríguez Carballeira "no era esquizofrénica sino paranoica", y termina dando la bienvenida a la apertura hacia ideas psicoanalíticas, hasta entonces rechazadas en España, supongo que por la cantidad de conceptos con énfasis sexual de esta teoría enloquecida. Al final de la novela hay una extensa nota de la autora donde no se molesta en clarificar que si ha usado estos conceptos literariamente, lo que dice la ciencia hoy, en 2020, es otra cosa, y supongo que el lector no especialista se quedará con la idea de que la esquizofrenia ocurre por "la madre refrigerador" o la "madre esquizofrenogénica" como han sostenido los psicoanalistas por décadas (siempre tan amables con las mujeres).   Pero no merece perder más el tiempo con esto, solo anotar que sorprende y decepciona  la falta de consultoría científica en alguien que vende tanto.

La segunda ha sido una de esas recomendaciones que nos hace el náufrago Ro en el subterráneo de esa misma librería vetústica: una colección de relatos "basados en hechos reales" de Manuel Chaves Nogales:  "A sangre y fuego: Héroes, bestias y mártires de España", publicada en 1937 y reeditada en 2009. Chaves Nogales está enterrado no muy lejos de casa, en el cementerio de North Sheen (Fulham), porque murió aquí en Londinium en 1944. No fue uno de esos españoles que se exilió como aquellos que se ven en los documentales caminando con cuatro atados por la frontera de Portbou, Chaves Nogales se definía como un “pequeño burgués liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria”. Era periodista y dirigía en diario "Ahora" (afín a Azaña) en Madrid, y según cuenta en el prólogo de la novela, "cuando el gobierno de la República abandonó su puesto y se fue a Valencia, abandoné yo el mío". Era 1937, y terminó en París, donde en aquella época terminaban, según sus palabras "todos los residuos de la humanidad  que la monstruosa edificación de los estados totalitarios va dejando". Allí escribió este conjunto de relatos, cuando la guerra todavía estaba pasando en presente continuo, y no se sabía quién iba a vencer "si es que se sabe quien vence alguna vez en una guerra". Entiendo y comparto la metáfora, pero precisamente en esta guerra sí que sé quien debería haber ganado, aquí sí soy parcial.


Chaves Nogales no es que sea imparcial, quedan claras sus credenciales republicanas. Pero cuando empiezas a leer los relatos crees que te vas a encontrar con cera para todos, pongamos un relato en el que se cuentan atrocidades de "los moros", como los llama él (hoy un nombre despectivo, aún usado por una minoría? no sé, no vivo allí; en un relato los describe como "una alimaña aún más rara y difícil que la cabra hispánica de aquella serranía") y otro por los milicianos de la República. Sin embargo, pronto te das cuenta de que no es así: el autor eminentemente cuenta brutalidades de los combatientes republicanos, mientras que los "rebeldes" están ahí de fondo, como una fuente de mal difusa, sin perfilar, vaga, un mal asumido y sobre el que no hace falta comentar. A mí me ha recordado las películas de miedo donde hay un monstruo de cualquier tipo (la última que he visto, "Un lugar tranquilo", donde una familia intenta sobrevivir en un mundo post-apocalíptico sin hacer ruido, para que no les descubran unos monstruos ciegos). Nadie cuestiona al esperpento, es El Mal, y no merece la pena casi ni verlo (de hecho, las mejores pelis del género son en las que casi no ves al monstruo, no es necesario, porque lo que se está trabajando es la imaginación del espectador). En estos relatos, a veces aparece lateralmente la pompa de una iglesia desfasada, la impertinencia de los señoritos que cazan a caballo, la imbecilidad de  "los castizos" ("estaba con los fascistas porque eran unos tíos castizos. Un curioso complejo de inferioridad nacional le hacía reaccionar salvajemente contra todo lo que no fuera español con una delirante xenofobia"), la cobardía ("su fondo nietzscheano de fascista le decía que la duda es una buena almohada") o las ansias de los burgueses en un balneario ("dormían soñando un paraíso de desfiles marciales, jornales bajos, rentas altas, procesiones y fiestas de la raza") pero no hay desarrollo. El verdadero estudio es el de los fallos de los que intentaron defender el gobierno legítimo de la República. 


Dentro del espectro que va de la mera observación y la acción más radical nos encontramos todos. Si uno es un "solucionador de problemas" nato (ante casi cualquier cosa, te sientes obligada a opinar, actuar, a amagar una solución), puedes enmarcar los relatos de Chaves Nogales como un intento de llamar la atención sobre los errores de "los tuyos" para que las cosas cambien. Ha sido curioso leer este libro tan cerca del "Humankind" de Rutger Bregman, en el que intenta demostrarnos con datos que "tor' mundo eh bueno" y que la guerra no es ese cruel no-lugar donde cada uno actúa fuera de su ser "porque nadie sabe cómo actuaríamos en circunstancias límite". Bregman nos dice que se demuestra que la gente decente, lo sigue siendo, y no es todo caos y horror. Chaves Nogales describe lo que parece que ese 1% de gente sin alma (que no existe, pero por llamar de una manera bonita a la capacidad de compasión, de remordimiento, de ponerse en la piel de otro) hace cuando el caos de una guerra atraviesa, en este caso, los campos de aquella península a la deriva. Querría creerme los datos que me da Bregman, ojalá (voluntad de creer, ven!), pero tampoco creo que gente normal, buena, se transforme en lo que el autor nos describe aquí en estos relatos: deben ser la excepción.


En cuanto a aspectos formales, me ha gustado mucho: todos los relatos están maravillosamente escritos, estilo periodístico de nivel: "Afuera, en el cuenco negro de la noche" o "El viento se entretenía en pasar las hojas de los libros parroquiales y los grandes misales cuyos bordes habían mordisqueado las llamas". No da puntada sin hilo.  A ratos, leyéndolo, me he sentido transportada allí: hay un estruendo de cuatro detonaciones en medio de la noche y "ni una sola ventana se abrió, ni una voz alarmada pudo oírse". Parece que ves a la gente mentida en sus casas, a oscuras, acostumbrándose en medio del horror a su "nueva normalidad" que es la de escuchar bombas y  disparos ahí afuera, y solo rezar para que no te toque a ti hoy. Esa lotería. Esos trozos me recordaban a la novela de Kate Atkinson "Life after life" y su descripción tan impactante del Blitz en Londinium. Otra lotería. 


Un tema que recorre todos los relatos es que el pueblo no es un ejército profesional (y, yo creo, no debería serlo), y sin embargo Los Otros, ese ogro sin cara, ese cíclope sin ojo, esos sí que están armados, preparados, organizados,  obedientes y a una: su lema mantener los privilegios de los de siempre. "Los verdaderos militares, los que lo eran de corazón y sabían a conciencia su oficio, estaban todos al lado de Franco. El improvisado ejército del pueblo no tenía ni jefes ni oficiales. Los pocos que por azar se quedaron sucumbieron o desertaron en el insensato empeño de convertir en soldados a unos hombres que precisamente se alzaban en armas en contra de todo lo que fuera espíritu militar".


Pero, los defensores de la república: “El pueblo no sabía hacer la guerra. Los mejores se hacían matar estérilmente; los demás tiraban los fusiles y huían por Andalucía y Extremadura, primero, por toda Castilla la Nueva después; se repetía el patético espectáculo de la voluntad impotente de un pueblo que se lanzaba a la lucha armada en campo abierto sin disciplina y sin jefes; es decir, condenado de antemano al fracaso.”


Así se perdió la guerra. Como se pierde en las pelis distópicas, solo que como se necesita un final feliz para que venda, se miente descaradamente, y los Davids de turno vencen a Goliat. Pero en la vida no pasa: o aquí no pasó.


Siempre me ponían a la defensiva, en aquellas conversaciones de buperos (hoy hace siglos que no hablo de la Guerra Civil en estos términos) la gente que empezaba con un "hubo atrocidades por todas las partes". No creo que estos relatos sean un ejemplo de ello, claro que al leerlos una no puede olvidar a otros dos periodistas, Robert Langdon Davies ("Behind the Spanish barricades") y George Orwell ("Homage to Catalonia") que vinieron a luchar por los valores de la República. Y tantos otros, que cada año homenajeamos a principios de Julio en una monumento en Waterloo que insto a visitar a todos los turistas que vengan a Londinium (cuando eso vuelva). Porque hay que estarles a agradecidos, a ellos, y a ese pueblo desorganizado que cogió su fusil para defender, en resumen, los derechos humanos. Hay distintos niveles de implicación en la acción, y tengo claro que estar escribiendo un blog, por mucho que denuncies injusticias, no es lo mismo que bajar a la asociación del barrio a arremangarse a ayudar a inmigrantes-o la causa que sea. 


Me quedo con dos relatos: "A lo lejos, un lucecita", una historia de espías, casi una yinkana- cruel, por supuesto, y "El refugio", al final, un pozo hondo de tristeza, con la que he llorado abrazada al libro. 


Chaves Nogales hace un análisis desde lejos de porqué nada funcionó, pero al final, no es la culpa de una masa de obreros y labriegos el estar desorganizados, tener miedo, no ser heroicos. Dentro de estos, habrá el 1% de psicópatas cuyas historias nos ha contado. Pero está claro que la culpa es del espantajo rápido y baboso, de siete cabezas, patas metálicas  y dientes triangulares con el que no merece la pena perder tiempo. Tal vez con sus causas: pero esa es otra historia. 


19 julio 2020

Juan Marsé: rescatando mis conversaciones contigo en los márgenes de tus libros

Hace diez años, cuando murió Delibes, colgué un escrito de Julio Cortázar sobre cómo se siente una cuando sus ídolos de la literatura, cine, música van muriendo: se titulaba "Burla burlando, ya van seis delante". Cuando hace un par murió Philip Roth, simplemente le di las gracias por haber vivido más a través de él. 

Hoy ha muerto Juan Marsé. La noticia me ha encontrado en la cama, leyendo. Lo primero que he hecho ha sido ponerme de pie (en la propia cama, porque detrás están las estanterías con la "narrativa en castellano") para ver qué tenemos de Marsé en casa (hay cosas que están en las Vetustas). Entre tres o cuatro libros, estaba "Teresa". He tenido que soplarle el polvo y a continuación, he pasado por uno de esos ratos chulos de volver a un libro leído y vivido, que me confirma la importancia de subrayar y anotarlos.

Parece que yo leí esta novela en un viaje a Egipto, en su última página en blanco hay tres emails de gente que no reconozco (quién será manolitoamigo?), entradas de cine (la peli, "Match point" de Woody Allen), billetes de tren de cercanías, papelito de fragancias de esos que te dan en los aeropuertos-que obviamente ya solo huele a papel viejo, mucho mejor. Todo esto me lleva a lo que estaba haciendo yo, quién era yo cuando leí ese libro (siempre digo que leer "La montaña mágica" cuando tienes 23 años como Hans Castorp o "La regenta" a los 30, como Ana Ozores, coincidencias mías, quiso decir algo, pero igual es solo literatura).

Lo mejor, claro, son los subrayados y anotaciones que hice, la conversación que yo entablé con Marsé. Tengo tantos subrayados que sería imposible leerlos todos y seleccionar uno, así que el que incluyo es uno más de un libro que hay que leer. Tod@s. Es una pena que no hubiera divlog por aquella época, porque aunque había crónicas para mí en docus de word, he encontrado una de "Rabos de Lagartija", pero no de "Teresa".

"Porque !qué se yo de los efectos rarísimos que ejerce al pobreza sobre la mente! Qué sé yo del frío, del hambre, de los verdaderos horrores de la opresión que debe sufrir un chico como él si aún ni siquiera le he preguntado qué jornal gana, si nos empeñamos siempre en no querer hablar del jornal de un hombre, solo de su conducta (pues bien, compañeros, yo afirmo que la conducta de un hombre depende de su jornal)".

Página 377 de mi edición de "Ultimas tardes con Teresa"

Ah, y la portada! Es que la primera portada de la novela, de 1965, tiene también su propia historia. La modelo (rubia, estilosa, cool, rica, como todos imaginamos a Teresa Serrat) era una danesa llamada Susan Holmquist. Sus padres vivían en "La Pedrera" y la foto fue tomada desde allí por Oriol Maspons, el coche aparcado en el paseo de Gracia. Una perspectiva muy chula, un contrapicado que me sugiere un "venga, baja, que vamos a la playa!" de la chica moderna e "independiente" -la independencia que da el dinero de papá-  de la época, mientras el señorito de turno baja de la torre a toda prisa peleándose con el polo Lacoste.  Ah y sí, se podía vivir en "La Pedrera" y aún se puede: yo sigo hipnotizada la cuenta de Instagram de Ana Viladomiu, y no sé qué daría yo por vivir allí, en un permanente cuento de hadas.  Qué escribiría yo mirando el mundo a través de las ventanas, pasando por esas puertas? Oh, el modernismo. Pero divago: parece que la princesa Susan, que acabó casándose con un fotógrafo italiano, tuvo una historia con otro Serrat, Joan Manuel, que le compuso "Conillet de vellut", en el que acaba dando el teléfono de casa de sus padres (el iluso si cambias de opinión, "ya sabes donde me encontrarás,  203 82 82"-y los pobres padres se tuvieron que cambiar el número: es lo que tiene enviar mensajes cifrados en canciones, poemas o novelas de mil páginas).

Y eso es lo que pasa cuando lees una buena novela: que encuentras mensajes que podrían haber sido escrito especialmente para ti, en cada esquina. Así me he sentido yo con Marsé y por haberme permitido abarcar más vidas que la mía, escribo estas líneas. 


18 julio 2020

100 años



18 de Julio de 1920 + 100 = hoy. 

Hoy, has de saber que es un día anodino más, cuyo único mérito es ser sábado, en el que unos caminan preocupados, otros miran tristes por la ventana, y todos conviven con la incertidumbre. 

Pero hoy, nosotras -porque hoy este divague es de dos-, nos debatimos entre la felicidad de haberte tenido -nunca sabrás el bien que nos hiciste- y la nostalgia. Pero al final gana la celebración porque hoy, hace exactamente 100 años, nació la princesa de los ojos azules, muy cerca de los tules del mar. 

Y hoy, para celebrarlo y para celebrarte, tres cosas. La primera, un poema de otro-siempre me cuesta atreverme a acercarme a ti con cuatro líneas torpes mías. La segunda, -y esta viene de "la pequeña"-, una canción cuyo título y espíritu te resume. Y la última, descorchar una botella, porque tú recordándonos cómo se celebran de verdad las cosas -"si no bebes champán, no vas a poder ir nunca a ningún sitio: no seas ridícula!"-siempre nos hará sonreír. 

Va por ti, love of our lives.


En todas las ciudades
que he pisado
me ha parecido verte:

un autobús que arranca
y que no cojo,
o un ascensor cerrándose,
o doblando una esquina hacia
la noche,
o al fondo,
entre humo y voces,
de un bar de madrugada...

En cualquier sitio, siempre,
tu imagen que aparece
y desaparece.


Karmelo Iribarren


12 julio 2020

Serial 17. Haciendo puntos para imprimir la leyenda

Aquella fue una de esas noches épicas que nos prometimos recordar para siempre jamás, sin importar las millas ni los mares ni los meridianos que nos separasen en el futuro, esas cosas que se dicen. Pero aquí al menos estoy yo escribiéndola, y recordando lo que vino después: todo de ese viaje pasó al imaginario colectivo de Banderley, vía la tradición oral de historias que se transmitía de residente a residente y que seguro, a día de hoy, si el asylum existiera, seguiría repitiéndose. Leyendas urbanas embellecidas, si acaso no estuviéramos en todo lo opuesto a una urbe: un asylum, Institución Total por antonomasia, es sus antípodas. La historia de lo que pasó tenía puntos para aspirar a mítica, para empezar nos emborrachamos como inconscientes, tanto que los momentos de amnesia impidieron recordar cómo acabamos durmiendo en el YMCA de Grimsby, una especie de albergue de transeúntes y gente de mal vivir. Puntos en contra: solo nos hermanamos de sangre en teoría (sin cortarnos, para nosotros eso habría sido muy "trastorno de la personalidad límite"), no llegamos al sexo grupal -ni individual- porque como escribió el bardo "el alcohol enciende el deseo, pero mata el desempeño" y en este puro estado liminal, llegamos a las clarividencias típicas de los estados liminales: en nuestro caso, la importancia de nuestra profesión-así son los galenos, sea cual sea su especialidad, se creen tocados por la varita de los dioses. 

Por un tiempo, los compañeros de Banderley nos seguirían la broma cantándonos el "YMCA" de Village People, con baile y todo. Menos mal que otras cosas nunca salieron de allí como nos prometimos: sí, no solo hicimos nuestra la frase de uno de esos filósofos que, sin haberle leído más que las frases célebres ya me caía bien («He cuidado atentamente de no burlarme de las acciones humanas, no deplorarlas, ni detestarlas, sino entenderlas»), sino que alguien decidió auto-llamarnos "El Club Spinoza" (sí, la frase era del gran Baruch) tras uno de los brindis, y a todos nos pareció una magnífica idea en ese momento. 

Así que, en busca de esa comprensión de la mente humana, de Philip Zimbardo y su timo de la prisión de Stanford pasamos a Stanley Milgran, otro de esos psicólogos estrella sesenteros. Esta vez era Marla la que contaba cosas del estudio que le hizo famosp, por lo visto lo había usado en su tesina. Año, 1961; lugar del crimen, la universidad de Yale en Connecticut. Milgran era un crío -un poco mayor que nosotros entonces-, tenía 27 años cuando buscó voluntarios para ejercer de "profesores" y otros de "alumnos" en el experimento. Iban a estudiar "los efectos del castigo en la memoria": los profes hacían un test de memoria a los alumnos, y cada vez que fallaban, tenían que darles una descarga eléctrica, que iba aumentando de intensidad con los errores y el tiempo. Lo que los profes desconocían era que el objeto del estudio eran ellos mismos, porque los alumnos no recibían ninguna descarga. Se trataba de ver sus reacciones mientras se suponía que tenían que subir el nivel de las descargas y particularmente al final, cuando llegaban a la zona de "Peligro: shock severo". El 65% de los participantes, siguió apretando. 

Todos asentimos, todos conocíamos el experimento. 

-Para Milgram -siguió Marla- todo dependía del grado de conformidad con la autoridad, era un experimento sobre la obediencia ciega. Como los diseñadores del estudio les decían a los que hacían de profesores que era bueno para la ciencia saber qué pasaba, ellos seguían apretando. 

-Habéis leído a la filósofa Hannah Arendt, con su punto sobre "La banalidad del mal"? -este era Will, por supuesto- sí... escribió esto basado en aquel nazi que huyó a Argentina, y que cuando lo encontraron fue juzgado en 1961 en Jerusalén... cómo se llamaba? -en aquella época no había teléfonos para buscar las cosas, los ojos de Will dieron vueltas por la habitación-. Bueno, no importa, ese nazi que organizaba el transporte de los judíos a los campos. Arendt, judía alemana (y amante de Heidegger, por cierto) que había estado ella misma en un campo de  concentración pero que logró escapar a Estados Unidos, volvió a Israel para cubrir el juicio para el New Yorker.  Tras presenciar todo lo que aquel hombre dijo llegó a la conclusión de que "no era un psicópata ni un monstruo, simplemente era un tipo ordinario y normal, que seguía órdenes". Era una pieza más del engranaje... de ahí "la banalidad del mal". -Hubo un silencio, bastante largo- Ermmm... Adolf Eichmann... ese era el nombre del nazi! casi no me sale el nombre

-O sea, que... claro! -este era Richard- el estudio de Milgram sirvió por años para explicar porqué los nazis habían actuado así en los campos de exterminio: porque la mayoría de la gente, impulsados por un superior, obedece. Lo creéis?

-No- siguió Marla- yo creo que Arendt, pese a todo lo bueno de su filosofía, estaba equivocada, y que Eichmann era un psicópata. El y el resto de los nazis juzgados en Nuremberg que se quitaron responsabilidad con eso de que solo habían obedecido ciegamente a Hitler... pero no fue así. Este pájaro nunca sintió remordimiento, de hecho en unas entrevista que había dado en 1945 ya dijo que no se arrepentía de nada, y que se alegraba de los 6 millones de muertos que tenía a sus espaldas.

-Yo creo que, volviendo a Migram -esta era yo, animada por el alcohol, porque qué sabía yo del tema, prácticamente una recién llegada- una minoría disfrutaría dando esas descargas, pero la mayoría lo hacía impulsado por... no sé, una comida de coco de que era el mal menor que tenían que hacer para llegar a un bien mayor... es el "quien bien te quiere, te hará llorar". Muchos se resistieron, eso también es positivo...

-Exacto, y precisamente los que se resistieron en el experimento eran los que hablaban con la víctima y los que repetidamente rehusaban a continuar - siguió Marla, ya enfilada-, creo que son buenas noticias para la humanidad, que haya tanta gente que esté dispuesta a cuestionar la autoridad... se demuestra que la resistencia funciona...

-Yo también creo, como Mariona, que los "profesores" de este experimento, más que obedecer, lo que hacían era pensar que lo hacían por un bien mayor... les decían que este estudio iba a ayudar luego en el futuro a mucha gente, y se creían que estaban contribuyendo al bien común. O sea, que en el fondo hacemos el mal porque nos lo cubrimos con una potencial pátina de bien... 

-Las implicaciones de esto dan miedo -les dije- algún día os contaré lo de los niños robados en mi país en nombre del bien.. el bien según los curas y la "gente de bien", precisamente... 

Y este fue el tipo de conversación que tuvo lugar, con cada vez menos coherencia, durante la noche. Aunque no hablamos de nuestros pasados específicamente, no era difícil de imaginar que Marla Epstein era de origen judío, que seguramente algún antepasado suyo había sido asesinado en una cámara de gas en un campo de exterminio nazi, y el resto tuvieron que huir. El aceptar que los autores de esa barbarie eran gente como nosotros, que simplemente acataba órdenes, era imposible: el mal no podía solo ser banal, debía ser algo más. De hecho, por eso lincharon a Arendt tras su artículo en el New Yorker, "Eichmann en Jerusalén", que lo que defendía es que un país entero no podía estar lleno de psicópatas. Que solo entendiendo lo que había pasado en Alemania en aquellos años podríamos prepararnos para prevenirlo en el futuro.

Pero incluso en esa noche de hermandad, seguimos siendo prácticamente desconocidos para los otros. Y este parecía ser otro de los múltiples códigos no escritos de Banderley. Nadie hablaba de su familia, de su educación, de sus influencias, aparte de literarias, o culturales. Estaba claro que Epstein era judía, y Suchandra india, y ahí quedaba todo. Los británicos tendrían esa información extra que les proporciona el acento, con muy poco margen de error: en un país tan clasista como este el acento es un retrato al óleo del estrato socioeconómico de tu familia. Los extranjeros nos lo perdíamos por lo menos al llegar, pero nuestra baza era que nosotros también éramos un misterio exótico para ellos, y con su famosa politeness, su buena educación, nadie te preguntaría jamás. Por eso, Banderley era como empezar una nueva vida, donde en teoría los privilegios de tu pasado no contaban. Por lo menos en el saco de los estereotipos de clase no te podían meter, pero había algunos otros: por ejemplo, en un punto de la noche alguien me describió como "católica". Cuando me rebelé, Will dijo, "uno nunca deja de ser católico". A menudo he pensado en esa frase en relación a los muchos anglicanos o protestantes que he conocido en mi vida. Nuestra aceptación de las jerarquías, nuestra tendencia a tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos, nuestro cilicio de serie ... hay demasiados tics, y ninguno me gusta (por qué digo "nuestra/o"?)

A la mañana siguiente hacía muchísimo frío, de ese húmedo de ciudad costera que se mete en los huesos. O tal vez fuera la resaca espantosa que se toleró por lo de los veintitantos: hoy nos habría destrozado para varios días. Lo razonable hubiera sido tomarnos un chocolate Cadbury's caliente, dar la vuelta y tirar hacia el norte, con la misión abortada y la esperanza de llegar en domingo todavía a Banderley. Pero no habíamos ido a ver el mercado navideño? Los de York llegarían cargados de regalos y nosotros solo con aventuras nocturnas, de las que recordábamos la mitad? No éramos el Club de Spinoza? (gritito) Así que el volante dijo sur y al poco rato, a través de nuestras gafas oscuras (ahora sí que parecíamos una banda de rock gótico), vimos ese monstruo totalmente fuera de lugar para una población tan reducida como Lincoln. La catedral nos impresionó y una especie de energía recorrió el coche: "Will, qué gran idea, gracias por traernos!!!", "Will, eres el mejor!" Y seguimos cantando el "he's one of us" de "Freaks", y luego caminamos cogidos del brazo pisando fuerte los adoquines de las calles imposibles de esta ciudad medieval, y nos perdimos entre los puestos donde enseguida nos dimos a conocer entre los foráneos y los visitantes, que todos iban repeinados y perfumados, y miraban a los cuatro forasteros desalinados con una mezcla de miedo y simpatía. 

Como el mejor remedio para la resaca es seguir bebiendo, donde mejores amigos hicimos fue en una de las casetas de vino caliente con canela. Cuando ya se suponía que debíamos partir de vuelta, si es que queríamos tener una mínima oportunidad de estar en Banderley en lunes a las 8 de la mañana, cada uno en nuestra planta, los elementos conspiraron para que ocurriera la magia. El cielo se puso de repente blanco y se paró el viento, y dejó de hacer frío, y en un instante, mientras miraba a mi alrededor para entender qué estaba pasando, comenzó a nevar con una furia como no había visto jamás. Nos miramos como ese ninio que encuentra el cofre de las chuches, y el de la caseta del vino, que ya se había convertido en nuestro mejor amigo, llamó al "Bed & Breakfast" de su cuniada sobre el río. 

Que resultó ser uno de los sitios más encantadores que he estado en mi vida. Al llegar, la cuniada se encontró a Amundsen, Scott, y su tripulación, y ya tenía preparada la chimenea. Nos apetecían unas salchichas con gravy y bola de puré para cenar? Porque no tenía nada más, al no esperarnos. Encantados, dijimos a todo que sí, mientras nos peleamos por el mejor sitio frente al fuego, sabiendo que nos esperaba otra noche de charla apasionante, mientras nevaba sobre el río, y la catedral, y la isla entera. 

-"Yo me voy a dormir" -dijo la cuniada cuando vio que seguíamos hablando varias horas tras la cena - "acabo de ver en las noticias que es muy posible que nos quedemos "snowed in. Sois mis prisioneros", y carcajada. 

Nunca había oído esa expresión hasta aquel día, pero la entendí a la perfección: para mí era la aventura inglesa prototipo, cómo olvidar aquellos libros de Los Cinco en los que se quedaban encerrados en Kirrin por la nieve? O Poirot etc al, en el Orient Express! Recuerdo el aplauso y los vítores y, en resumen la felicidad. La aventura estaba tomando cada vez más puntos para convertirse en una de las leyendas de Banderley. Y eso que, de leyendas, algunas mucho menos felices, el asylum tenía unas cuantas. 

09 julio 2020

P., mi suegra

Mi último supervisor de la época aprendiza de bruja decía "todos nos casamos con nuestro padre/madre". Yo protestaba: "no! yo no querría casarme con mi padre! El Peda nada tiene que ver con mi padre!". Y él: "ya lo transformarás en él".

Mi último supervisor -ahora amigo- es muy psicoanalítico para echarnos risas (que es en la única circunstancia en la que puedo tolerar esta corriente sin sentido, para reírnos del mundo y de nosotros mismos) y, en fin, hay una razón (no psicoanalítica, lo aseguro) por la que comienzo con esta historia para hablar de mi suegra, P, que cumple hoy años redondos. Resulta que algunas veces el Peda me dice: "arghhh eres como mi madre!!! Toda la infancia y adolescencia me pasé con mi madre bebiendo de mi coca-cola para acabar diciendo, puag qué mala, todo química!, y ahora tú!". (Parece que yo hago ahora lo mismo con la Guinness, o casi cualquier otra cerveza - no estoy convencida). Y el pobre: "Pero si ya sabes que no te gusta, igual que mi madre!".

No sé si nos casamos con nuestro padre o nuestra madre, pero si bien cierto que mi padre y el Peda comparten su odio por el Real Madrid, mi suegra y yo compartimos el amor por los libros. Claro que yo no he leído ni la mitad de lo que ha hecho ella, debe tener a su bibliotecario estresado. Y viene de lejos: le puso a su hijo el nombre inspirada por un personaje de novela rusa. Va a presentaciones de libros, cursos literarios, grupos de lectura, lo que sea: es lo que en inglés se llama un "bookworm" y en castellano un ratón de biblioteca. Yo creo que el que me gustara la lectura ya me hizo ganar todos los puntos con ella, incluso antes de conocerla, y luego ya he vivido de rentas. Tengo muchas historias de libros con ella, de los que nos hemos recomendado o regalado mutuamente durante los años. Por nombrar dos: le llevamos uno de mis libros favoritos, el "Middlemarch" de George Elliott, al poco tiempo de haber llegado aquí, que es cuando lo leí yo. Ella nos regaló "Sangre de mi sangre" de Rosa Regás en 2002, cuando creo que nadie pensaba que el Peda y yo fuéramos a tener hijos. Sé que, cinco años después, fue de las personas que más se alegró de que por fin viniera Mini en camino, y que, en el fondo, aunque decía que prefería niño "porque lo tienen más fácil en la vida", se alegró muchísimo de que llegara la primera niña a una familia donde solo había habido siempre chavales. El día que llamamos para anunciar su nacimiento, estaban con todo preparado para ir a pasar el finde a Donosti, y le dijo a mi suegro: "ni hablar, no me voy, que allí no hay internet!", porque quería estar al tanto de todo. 

Lo de que las mujeres lo tenemos más difícil viene de su profundo feminismo. Aunque mi suegra trabajó toda su vida, con las oportunidades de hoy, se habría comido el mundo. Y es, sin duda, la razón por la que el Peda es uno de los pocos tipos verdaderamente feministas que conozco. No tanto como nosotras eh? que por algo es un tío, pero lo intenta... 

Hay una conversación que nunca olvidaré: había venido a vernos con su hermano y su cuñada, y era uno de esos Junios calurosos en Londinium. Como su hermano C. es un apasionado del arte, disfrutaron mucho de los museos, y teníamos unas sobremesas muy chulas. Un día nos contaron cosas de su infancia, de lo dura que era España en los años 40, 50... P. nos contó de su internado con las monjas, donde "a las niñas listas les daban carne, y a las menos listas, no". Me imaginé crecer en aquel país, en aquel mundo, en aquel planeta, en el que pasaban esas cosas, y otras aún peores. No era la primera injusticia de ese pasado atroz que escuchaba, y aún así, me rompió el corazón. 

No sé si presenciar esa injusticia en su infancia -siendo ella en teoría la beneficiaria, porque era del grupo "carne"- hizo de mi suegra la persona progresista que es. Políticamente no es tan fácil encontrar esa mentalidad en la gente de su edad. Sí en la generación anterior, yo tengo una Yaya y un abuelo republicanos (nacidos en 1920 y 1910 respectivamente) que eran hijos de su tiempo. Sin embargo, yo lo he encontrado menos en la generación que vino después que, como dice el maravilloso Juan Marsé, "solo aspiraba a comprarse un coche, un reloj y una gabardina".

P. lleva toda su vida escuchando la cadena SER ("San Iñaki", dice mi suegro), en su casa se ve muy poco la tele, y ella es fan de la ópera, del teatro, de los viajes culturales para ver catedrales.   Creo que mujeres como ella han sido las mayores damnificadas de los 40 años de dictadura nacionalcatólica en nuestro país: de haber nacido en Europa, todo habría sido diferente. Pero aún así, ha sido lo suficientemente inteligente (la carne de las monjas!!) para sacarle el mayor partido a todo. Mi suegra es la capitana de las "señoras mayores que van al cine" y que tan bien describió Elvira Lindo en este artículo hace un par de años.  Tres hurras por todas ellas! 

Roscón de Reyes en Julio
Roscón de Reyes en Julio
Mi suegra tiene muchos fans gastronómicos, empezando por mi hija y los Jekes. Es una pasada todo lo que hace, desde los txipirones, hasta la carne con piña, o sus míticas croquetas- cuando viene, nos deja cientos en el congelador. Hasta hace poco, dice, no se metió con la repostería, "que es lo más difícil de toda la cocina". Cada vez que hago un bizcocho (y habré hecho menos de diez en toda mi vida) le tengo que pedir que me refresque la receta. Hoy en día me las manda por whatsapp y la pobre espera a ver si sale el sol por Antequera. Hoy, para celebrar su cumple, vamos a descongelar un roscón de Reyes que nos dejó: estoy en éxtasis de anticipación. 



P. ama Donosti. Vivió allí muchos años y allí nacieron sus hijos. En Donosti pasa todos los veranos, paseando arriba y abajo la playa de la Zurriola. Digo paseando, pero en realidad es marcha atlética! Ojalá hubiéramos podido pasar allí este cumpleaños: no ha podido ser, pero nos vengaremos. 

Mi suegra siempre lee el divlog, y a veces incluso comenta como Anónima, aunque la mayor parte de las veces "no le deja entrar". Cuando voy a su casa se lo arreglo, y también le ordeno las fotos en las carpetas de explorer (nota: mis suegros, monísimos, son la única gente que me dejan hacer esas cosas; mi padre, por ejemplo, me lo tiene prohibido porque "se lo embrujo, el ordenador"). P. me dice que "menudo rollo" tengo con los divagues y opina que escribo demasiado-creo que la debería contratar de editora remunerada, porque tiene razón.  Así que igual debería ir terminando ya, y como regalo de cumple producir un divague sucinto. 

Felicidades, P. Te queremos. 

02 julio 2020

"Humankind" de Rutger Bregman: Los humanos somos más amables de lo que nos han hecho creer (supervivencia del más simpático)

El nombre de Rutger Bregman le sonará a la mayoría por Davos. Este historiador holandés se sentó ahí en un panel y les dijo a los asistentes que se platearan que "habían volado allá en 1500 jets privados para oír hablar a David Attenborough de cómo nos estábamos cargando el planeta". Que estaban hablando de participación, justicia, igualdad, transparencia... pero nadie mentaba el verdadero tema: impuestos. Los que evaden los ricos, por supuesto.  Y venga todos a hablar de filantropía, y a invitar a Bono a que dé su charla. Pero hay un elefante en la habitación, del que nadie habla. 

Yo no había leído nada de Bregman, el autor de "Utopía para realistas", hasta hace unos meses que di con un artículo en The Guardian en el que contaba un "señor de las moscas" que había ocurrido verdaderamente en 1966, en una isla de Tonga. Un grupo de chavales se escaparon del internado en un barco "prestado", pero terminaron a la deriva, y al final en 'Ata, un islote desierto donde permanecieron 15 meses hasta que los encontraron. Todo el que haya leído a William Golding y su distopía de los chicos británicos a los que le pasa lo mismo, se pondrá a temblar. Sin embargo, nada de aquel pesadilla literaria sucedió: algunas veces, "la realidad no supera la ficción". Los chicos decidieron cooperar en lugar de competir, y organizaron una serie de sistemas  que les ayudaron a sobrevivir y a seguir amigos. William Golding escribió "El señor de las moscas"  en 1954, tras haber luchado en la  Segunda Guerra Mundial, trabajando como profesor de literatura y con problemas de abuso de alcohol: su perspectiva de la vida era la de un depresivo sin esperanza. Sin embargo, su novela ha sido un texto importantísimo para asentar la visión de la gente sobre "la naturaleza humana": el hombre es malo por naturaleza. Deja a unos niños en una isla, y verás qué pasa. Pero no pasó. 

Isla de 'Ata: Quién se pierde conmigo aquí?

El artículo de Bregman, donde contaba esta historia que me fascinó, invitaba al final a asistir a una charla virtual -como todo, hoy en día- con él y Owen Jones (lo conté brevemente aquí). Y además anunciaba su nuevo libro, "Humankind", que me compré (eso sí, dolor de primera edición, tapas duras, lo odio). El título hace un juego de palabras porque "Humankind" es "el género humano", pero separado nos da human (humano) y kind (amable). Somos amables los humanos? Más de lo que pensamos? De eso va este libro, de intentar desmontar muchas de las ideas negativas que tenemos de nuestra especie, muchas de ellas basadas en mentiras, en falsos estudios, en libros como el de Golding, en leyendas urbanas que se transmiten sin cuestionar, y que no son lo que ha pasado de verdad o por lo menos mayoritariamente. 

Por ejemplo, durante el bombardeo de Londinium (el llamado Blitz) no hubo el pánico y sálvese quien pueda que esperaban los alemanes, para derrotar la moral de población. La gente siguió (el famoso "Keep calm and Carry on") adelante. Lo mismo pasó en Madrid ("Madrid qué bien resiste, Madrid qué bien resiste, Madrid qué bien resiste, mamita mía, los bombardeos, los bombardeos. De las bombas se ríen, de las bombas se ríen, de las bombas se ríen, mamita mía, los madrileños, los madrileños"), e incluso en Dresden. Parece ser que, mientras bajaban las escaleras en las Torres Gemelas, la gente no se  empujaba y pisoteaba; la gente decía: "pase primero". Y así describe varias crisis y catástrofes donde lo peor de la naturaleza humana no ha salido a flote. 

Este es Bregman, tu holandés estándar
Al "
survival of the fittest"  (supervivencia del más apto) darwiniano, basado en que los mejores adaptados al medio ambiente tienen mas posibilidades de sobrevivir para procrear, Bregman le añade el "survival of the friendliest" (supervivencia del más amigable). Porque establecer relaciones con otros y transmitirnos información ("la Revolución Cognitiva", que decía Harari) es lo que nos ha hecho siempre más fuertes, y ha llevado a dominar al resto de las especies del planeta, y a sobrevivir mientras que otras se han extinguido. Está claro que no somos los más fuertes. Los más listos? Parece que si comparamos en comprensión espacial, cálculo y causalidad a un niño pequeño (esto es, un sapiens sin socializar) con nuestros primos primates, los chimpancés u orangutanes, estamos muy equiparados. En lo que los niños se separan bestialmente de los otros primates es en nuestra habilidad para aprender socialmente, y para usar esa socialización en nuestro beneficio. Por ejemplo, tenemos blanco en los ojos para poder ver hacia dónde miran los otros, para poder sospechar sus intenciones, o cómo se están sintiendo. Y somos los únicos animales -aparte de los loros- que nos sonrojamos. 

El autor nos presenta la teoría del "Homo Puppy" ("Homo cachorro") versus "Homo Sapiens". Muchos de los animales que logramos domesticar tienen un equivalente salvaje, e.g jabalí-cerdo, lobo-perro, etc. En general los domésticos son de tamaño menor, dientes pequeños, más monos y parecen toda su vida más "juveniles". Han sido seleccionados por ser amistosos. La teoría que nos cuenta Bregman es que los humanos somos una versión domesticada de los simios, o incluso los rudos neandertales, que se ha ido seleccionando durante los años en base a ser amigables. 

Bregman defiende que el ser humano es en general amable, pero que lo que nos cuentan en las noticias son siempre desastres, porque la bondad no vende. En un punto aconseja desconectarnos de "las noticias", que es algo que hice yo en el punto álgido de la pandemia, y lo que me alegro. Intento leer artículos más largos, reposados, de investigación, de opinión, más que la "noticia caliente y sensacional".  El autor piensa que, si todos empezásemos a actuar esperando amabilidad por parte de los otros, el mundo cambiaría. Al final, es mejor que te la peguen alguna vez que ir desconfiando siempre. El otro día una amiga de Mini perdió el teléfono en el parque. Al rato, alguien lo había llevado al café del quiosco de la música. Yo misma perdí toda la cartera en un supermercado, y alguien la llevó a atención al cliente. Estas cosas pasan, y a mí me han pasado mucho. También me han timado: nada más llegar a Londinium un tío vino a la puerta de decir que era limpiaventanas y que su colega estaba en una casa al doblar la esquina, que si nos interesaba. le dimos £10. Nunca apareció. Ahora nos reímos de la bisoñez extrema nuestra entonces. Y hay más, y peores... pero no me acuerdo. 

Bregman durante todo el libro, con mucha investigación, nos va a intentar convencer de que nos han vendido una moto falsa, empezando por Thomas Hobbes, para el que el hombre nace malo y necesita de un estado fuerte que lo controle (Leviathan), hasta Richard Dawkins y su famoso "The selfish gene" ("El gen egoísta") de 1976. Pocos temas hay tan apasionantes como el de la naturaleza humana, porque de nuestras hipótesis parte nuestra manera de entender al mundo, de relacionarnos, y también se deriva de ellos toda la ciencia política. 

Al leer a Bregman me he sentido en conflicto alguna vez: quería totalmente creer todo lo que decía, cada nuevo dato que daba, cada nueva teoría que explicaba, desde las cárceles que funcionan en Noruega (que ya lo vimos en un docu de Michael Moore), hasta las empresas que confían en sus empleados y por ello quitan a todos esos cargos de gestión que todos odiamos porque simplemente generan burocracia innecesaria y no producen nada.  Bregman toca solo de pasada la psicopatía, en algún punto dice algo de su frecuencia, pero creo que este es su punto débil. Porque yo creo que su argumento, que la mayoría de la gente es buena, que hay muchos soldados en la guerra que nunca disparan, que mucha gente que hace el mal en el fondo cree que es el bien (su bien), no tiene en cuenta la diversidad de los seres humanos. Y que hay una minoría que vienen de serie sin capacidad de ponerse en al piel del otro, de sentir compasión, o remordimiento. Esta gente existe y sí, son una minoría. Y la mayoría no deberíamos dejar que la sociedad se base en la desconfianza, para manejar a esta minoría y sobre todo, no deberíamos encumbrarlos a posiciones de poder. 

Tristemente, algunas de esas características "de serie" describen perfectamente el perfil de muchos que llegan a posiciones de poder. Pero además, la frase del "poder corrompe/y el poder absoluto etc" es absolutamente cierta: al llegar ahí "arriba", la gente pierde distancia, dejan de hacer eso del "mirroring" (emular inconscientemente los movimientos de otro), porque han llegado ahí, son la leche, y dejan de escuchar opiniones de oros, la empatía se desploma.  Esto sí que lo deberíamos prevenir a toda costa, y sacar a los gobernantes cuando llegan a ese "momento". Para que nos gobernasen solo "Homo Puppies", gente amable y buena. Porque los que llegan, y se quedan, suelen compartir la falta de un característica plenamente humana: la verguenza. Si no, miremos a Trump. 

Era inevitable al leer a bregman no recordar a Stephen Pinker, el psicólogo canadiense que tanto ha escrito sobre el tema. "The blank slate" ("La tabula rasa") ya tiene 20 años y en muchos aspectos ha quedado anticuado, pero su premisa fundamental es este "de serie", del que he hablado. Pinker intenta demostrar que el rollo hippie rousseauniano de "el hombre nace bueno, la sociedad lo malogra" es un cuento chino, mientras que Bregman es, cómo no, el mayor fan de Rousseau (especialmente en oposición a Hobbes, ya citado). O en su ensayo enciclopédico "The better angels of ourselves" en el que Pinker defiende que históricamente cada vez hay menos violencia, mientras que Bregman niega la mayor y asegura que no había violencia cuando éramos cazadores-recolectores, y que la que vino llegó cuando nos asentamos y se inventó el timo de la propiedad privada. Buceando por internet encontré un podcast donde estos dos monstruos hablan de naturaleza humana juntos, por si a alguien le interesa: The Panpsycast Philosophy podcast

Miro mis notas y aún me queda mucho más. Pero lo mejor es pasar a la acción, y ser amable yo misma con la divaganta que ha llegado hasta aquí. Y terminar con lo más importante que le pueda decir a Mini nunca:

"En un mundo en el que puedes ser cualquier cosa, sé amable"