12 julio 2020

Serial 17. Haciendo puntos para imprimir la leyenda

Aquella fue una de esas noches épicas que nos prometimos recordar para siempre jamás, sin importar las millas ni los mares ni los meridianos que nos separasen en el futuro, esas cosas que se dicen. Pero aquí al menos estoy yo escribiéndola, y recordando lo que vino después: todo de ese viaje pasó al imaginario colectivo de Banderley, vía la tradición oral de historias que se transmitía de residente a residente y que seguro, a día de hoy, si el asylum existiera, seguiría repitiéndose. Leyendas urbanas embellecidas, si acaso no estuviéramos en todo lo opuesto a una urbe: un asylum, Institución Total por antonomasia, es sus antípodas. La historia de lo que pasó tenía puntos para aspirar a mítica, para empezar nos emborrachamos como inconscientes, tanto que los momentos de amnesia impidieron recordar cómo acabamos durmiendo en el YMCA de Grimsby, una especie de albergue de transeúntes y gente de mal vivir. Puntos en contra: solo nos hermanamos de sangre en teoría (sin cortarnos, para nosotros eso habría sido muy "trastorno de la personalidad límite"), no llegamos al sexo grupal -ni individual- porque como escribió el bardo "el alcohol enciende el deseo, pero mata el desempeño" y en este puro estado liminal, llegamos a las clarividencias típicas de los estados liminales: en nuestro caso, la importancia de nuestra profesión-así son los galenos, sea cual sea su especialidad, se creen tocados por la varita de los dioses. 

Por un tiempo, los compañeros de Banderley nos seguirían la broma cantándonos el "YMCA" de Village People, con baile y todo. Menos mal que otras cosas nunca salieron de allí como nos prometimos: sí, no solo hicimos nuestra la frase de uno de esos filósofos que, sin haberle leído más que las frases célebres ya me caía bien («He cuidado atentamente de no burlarme de las acciones humanas, no deplorarlas, ni detestarlas, sino entenderlas»), sino que alguien decidió auto-llamarnos "El Club Spinoza" (sí, la frase era del gran Baruch) tras uno de los brindis, y a todos nos pareció una magnífica idea en ese momento. 

Así que, en busca de esa comprensión de la mente humana, de Philip Zimbardo y su timo de la prisión de Stanford pasamos a Stanley Milgran, otro de esos psicólogos estrella sesenteros. Esta vez era Marla la que contaba cosas del estudio que le hizo famosp, por lo visto lo había usado en su tesina. Año, 1961; lugar del crimen, la universidad de Yale en Connecticut. Milgran era un crío -un poco mayor que nosotros entonces-, tenía 27 años cuando buscó voluntarios para ejercer de "profesores" y otros de "alumnos" en el experimento. Iban a estudiar "los efectos del castigo en la memoria": los profes hacían un test de memoria a los alumnos, y cada vez que fallaban, tenían que darles una descarga eléctrica, que iba aumentando de intensidad con los errores y el tiempo. Lo que los profes desconocían era que el objeto del estudio eran ellos mismos, porque los alumnos no recibían ninguna descarga. Se trataba de ver sus reacciones mientras se suponía que tenían que subir el nivel de las descargas y particularmente al final, cuando llegaban a la zona de "Peligro: shock severo". El 65% de los participantes, siguió apretando. 

Todos asentimos, todos conocíamos el experimento. 

-Para Milgram -siguió Marla- todo dependía del grado de conformidad con la autoridad, era un experimento sobre la obediencia ciega. Como los diseñadores del estudio les decían a los que hacían de profesores que era bueno para la ciencia saber qué pasaba, ellos seguían apretando. 

-Habéis leído a la filósofa Hannah Arendt, con su punto sobre "La banalidad del mal"? -este era Will, por supuesto- sí... escribió esto basado en aquel nazi que huyó a Argentina, y que cuando lo encontraron fue juzgado en 1961 en Jerusalén... cómo se llamaba? -en aquella época no había teléfonos para buscar las cosas, los ojos de Will dieron vueltas por la habitación-. Bueno, no importa, ese nazi que organizaba el transporte de los judíos a los campos. Arendt, judía alemana (y amante de Heidegger, por cierto) que había estado ella misma en un campo de  concentración pero que logró escapar a Estados Unidos, volvió a Israel para cubrir el juicio para el New Yorker.  Tras presenciar todo lo que aquel hombre dijo llegó a la conclusión de que "no era un psicópata ni un monstruo, simplemente era un tipo ordinario y normal, que seguía órdenes". Era una pieza más del engranaje... de ahí "la banalidad del mal". -Hubo un silencio, bastante largo- Ermmm... Adolf Eichmann... ese era el nombre del nazi! casi no me sale el nombre

-O sea, que... claro! -este era Richard- el estudio de Milgram sirvió por años para explicar porqué los nazis habían actuado así en los campos de exterminio: porque la mayoría de la gente, impulsados por un superior, obedece. Lo creéis?

-No- siguió Marla- yo creo que Arendt, pese a todo lo bueno de su filosofía, estaba equivocada, y que Eichmann era un psicópata. El y el resto de los nazis juzgados en Nuremberg que se quitaron responsabilidad con eso de que solo habían obedecido ciegamente a Hitler... pero no fue así. Este pájaro nunca sintió remordimiento, de hecho en unas entrevista que había dado en 1945 ya dijo que no se arrepentía de nada, y que se alegraba de los 6 millones de muertos que tenía a sus espaldas.

-Yo creo que, volviendo a Migram -esta era yo, animada por el alcohol, porque qué sabía yo del tema, prácticamente una recién llegada- una minoría disfrutaría dando esas descargas, pero la mayoría lo hacía impulsado por... no sé, una comida de coco de que era el mal menor que tenían que hacer para llegar a un bien mayor... es el "quien bien te quiere, te hará llorar". Muchos se resistieron, eso también es positivo...

-Exacto, y precisamente los que se resistieron en el experimento eran los que hablaban con la víctima y los que repetidamente rehusaban a continuar - siguió Marla, ya enfilada-, creo que son buenas noticias para la humanidad, que haya tanta gente que esté dispuesta a cuestionar la autoridad... se demuestra que la resistencia funciona...

-Yo también creo, como Mariona, que los "profesores" de este experimento, más que obedecer, lo que hacían era pensar que lo hacían por un bien mayor... les decían que este estudio iba a ayudar luego en el futuro a mucha gente, y se creían que estaban contribuyendo al bien común. O sea, que en el fondo hacemos el mal porque nos lo cubrimos con una potencial pátina de bien... 

-Las implicaciones de esto dan miedo -les dije- algún día os contaré lo de los niños robados en mi país en nombre del bien.. el bien según los curas y la "gente de bien", precisamente... 

Y este fue el tipo de conversación que tuvo lugar, con cada vez menos coherencia, durante la noche. Aunque no hablamos de nuestros pasados específicamente, no era difícil de imaginar que Marla Epstein era de origen judío, que seguramente algún antepasado suyo había sido asesinado en una cámara de gas en un campo de exterminio nazi, y el resto tuvieron que huir. El aceptar que los autores de esa barbarie eran gente como nosotros, que simplemente acataba órdenes, era imposible: el mal no podía solo ser banal, debía ser algo más. De hecho, por eso lincharon a Arendt tras su artículo en el New Yorker, "Eichmann en Jerusalén", que lo que defendía es que un país entero no podía estar lleno de psicópatas. Que solo entendiendo lo que había pasado en Alemania en aquellos años podríamos prepararnos para prevenirlo en el futuro.

Pero incluso en esa noche de hermandad, seguimos siendo prácticamente desconocidos para los otros. Y este parecía ser otro de los múltiples códigos no escritos de Banderley. Nadie hablaba de su familia, de su educación, de sus influencias, aparte de literarias, o culturales. Estaba claro que Epstein era judía, y Suchandra india, y ahí quedaba todo. Los británicos tendrían esa información extra que les proporciona el acento, con muy poco margen de error: en un país tan clasista como este el acento es un retrato al óleo del estrato socioeconómico de tu familia. Los extranjeros nos lo perdíamos por lo menos al llegar, pero nuestra baza era que nosotros también éramos un misterio exótico para ellos, y con su famosa politeness, su buena educación, nadie te preguntaría jamás. Por eso, Banderley era como empezar una nueva vida, donde en teoría los privilegios de tu pasado no contaban. Por lo menos en el saco de los estereotipos de clase no te podían meter, pero había algunos otros: por ejemplo, en un punto de la noche alguien me describió como "católica". Cuando me rebelé, Will dijo, "uno nunca deja de ser católico". A menudo he pensado en esa frase en relación a los muchos anglicanos o protestantes que he conocido en mi vida. Nuestra aceptación de las jerarquías, nuestra tendencia a tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos, nuestro cilicio de serie ... hay demasiados tics, y ninguno me gusta (por qué digo "nuestra/o"?)

A la mañana siguiente hacía muchísimo frío, de ese húmedo de ciudad costera que se mete en los huesos. O tal vez fuera la resaca espantosa que se toleró por lo de los veintitantos: hoy nos habría destrozado para varios días. Lo razonable hubiera sido tomarnos un chocolate Cadbury's caliente, dar la vuelta y tirar hacia el norte, con la misión abortada y la esperanza de llegar en domingo todavía a Banderley. Pero no habíamos ido a ver el mercado navideño? Los de York llegarían cargados de regalos y nosotros solo con aventuras nocturnas, de las que recordábamos la mitad? No éramos el Club de Spinoza? (gritito) Así que el volante dijo sur y al poco rato, a través de nuestras gafas oscuras (ahora sí que parecíamos una banda de rock gótico), vimos ese monstruo totalmente fuera de lugar para una población tan reducida como Lincoln. La catedral nos impresionó y una especie de energía recorrió el coche: "Will, qué gran idea, gracias por traernos!!!", "Will, eres el mejor!" Y seguimos cantando el "he's one of us" de "Freaks", y luego caminamos cogidos del brazo pisando fuerte los adoquines de las calles imposibles de esta ciudad medieval, y nos perdimos entre los puestos donde enseguida nos dimos a conocer entre los foráneos y los visitantes, que todos iban repeinados y perfumados, y miraban a los cuatro forasteros desalinados con una mezcla de miedo y simpatía. 

Como el mejor remedio para la resaca es seguir bebiendo, donde mejores amigos hicimos fue en una de las casetas de vino caliente con canela. Cuando ya se suponía que debíamos partir de vuelta, si es que queríamos tener una mínima oportunidad de estar en Banderley en lunes a las 8 de la mañana, cada uno en nuestra planta, los elementos conspiraron para que ocurriera la magia. El cielo se puso de repente blanco y se paró el viento, y dejó de hacer frío, y en un instante, mientras miraba a mi alrededor para entender qué estaba pasando, comenzó a nevar con una furia como no había visto jamás. Nos miramos como ese ninio que encuentra el cofre de las chuches, y el de la caseta del vino, que ya se había convertido en nuestro mejor amigo, llamó al "Bed & Breakfast" de su cuniada sobre el río. 

Que resultó ser uno de los sitios más encantadores que he estado en mi vida. Al llegar, la cuniada se encontró a Amundsen, Scott, y su tripulación, y ya tenía preparada la chimenea. Nos apetecían unas salchichas con gravy y bola de puré para cenar? Porque no tenía nada más, al no esperarnos. Encantados, dijimos a todo que sí, mientras nos peleamos por el mejor sitio frente al fuego, sabiendo que nos esperaba otra noche de charla apasionante, mientras nevaba sobre el río, y la catedral, y la isla entera. 

-"Yo me voy a dormir" -dijo la cuniada cuando vio que seguíamos hablando varias horas tras la cena - "acabo de ver en las noticias que es muy posible que nos quedemos "snowed in. Sois mis prisioneros", y carcajada. 

Nunca había oído esa expresión hasta aquel día, pero la entendí a la perfección: para mí era la aventura inglesa prototipo, cómo olvidar aquellos libros de Los Cinco en los que se quedaban encerrados en Kirrin por la nieve? O Poirot etc al, en el Orient Express! Recuerdo el aplauso y los vítores y, en resumen la felicidad. La aventura estaba tomando cada vez más puntos para convertirse en una de las leyendas de Banderley. Y eso que, de leyendas, algunas mucho menos felices, el asylum tenía unas cuantas. 

6 comentarios:

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  2. Hola Andandos! Espero que sigas bien.

    Saludos

    di

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  3. Seguimos bien, más o menos, espero que vosotros también estéis bien.

    Un saludo

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  4. Me alegro... son momentos complicados para todos. Cuidaos y salud

    di

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  5. Este capítulo parece un redondo cuento autónomo. Primero hablas como una "vieja loba de mar" con un pasado lejano. Nos esteramos de que Banderley ya no existe.

    Luego viene la parte "académica", una conversación que nos lleva a ideas importantes a pesar del alcohol, o por eso mismo.

    Más tarde la historia da un giro inesperado al ponerse a nevar, alguna consideración sobre lo reservados que son algunas personas y acaba, de momento, en una casa ajena. Y ya veremos, no acaba de una manera misteriosa como otros capítulos, ni hay paciente.
    Un apunte personal es que leí Los Cinco, y Los Siete, varias veces.

    Un abrazo

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  6. Me gusta q me recuerdes piedrecitas blancas q he dejado en el camino, como q Banderley ya no existe, pq a mí misma se me olvidan!! Creo q cuando lo escribí estaba pensando en un final tipo Manderley (de donde toma el nombre, claro), y q termina entre las llamas, pero creo q es llevar el "homenaje" demasiado lejos...

    jaja... nuestras generaciones todos leímos los cinco et al. Lo intenté con Mini y no cuajó...

    hugs

    di

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