24 febrero 2023

Siete cosas que he aprendido esta semana

Lunes: Hipótesis antropológica de la menopausia
Las humanas y cierto tipo de ballenas somos las únicas que tenemos la menopausia. Las orcas hembras viven mucho más que su etapa reproductiva (dejan de reproducirse a los 40 pero pueden vivir hasta los 90, como nosotras). Parece que las orcas llevan a su clan a zonas donde hay comida -salmón-, para asegurar su supervivencia. Dicen que las "hembras postreproductivas juegan un papel fundamental en la sociedad acumulando conocimiento ecológico". 

Con las humanas, la hipótesis pasa por que las abuelas ayudan a sus hijas en la crianza de los bebés. En las sociedades cazadoras-recolectoras, las mayores encuentras comida, cuidan a los bebés y les cuentan en qué programa de la lavadora meter esa prenda. Según la "hipótesis de la abuela" (o "de la tíadi"), esta contribución es tan valiosa que ayudó a estimular la evolución de la larga vida post-reproductiva de las mujeres. 

Más lunes: Los médicos residentes van a la huelga
Como dijo un humorista en un programa de la BBC el otro día "si no has ido a la huelga esta invierno, es que tu trabajo no es esencial". Los juniors doctors, una parte vital del NHS, han votado espectacularmente por ir a la huelga (un 98.06%). Nunca tantos habían votado hasta ahora (77.49%). Los no-tan-juniors también estamos votando. Wacth this space. 




Martes: Un chiste
Tras la historia del blanqueamiento de Roald Dalh esta semana: "Charlie y la fábrica de quinoa". No puedo parar de reíme.



Miércoles: Existe el concepto de "Conserje espiritual". 
Estuve en un sarao en uno de esos hoteles boutique con pedrada. Los dueños son "coleccionistas de arte" y el lugar está lleno de cuadros, fotografías y objetos en plan erótica. El baño, una suerte de tubular bells oldfieldescas dispensan agua y todo así, pero nada como el "conserje espiritual". Dicen que es "el primero del mundo" (en serio? a nadie se le ha ocurrido esto antes?) y va de que "alimentemos nuestra alma (quien tenga) además de la mente y el cuerpo". El conserje te debe imponer las manos y recomendar "rituales" tipo  "baños de sonidos critalinos" (incuyen "triángulos de chakra"), "baños gong" (no quiero saber lo que es, pienso en un esclavo balinés en taparrabos haciendo sonar el gong cada vez que el cliente se adormece) y todo tipo (caliente, fría, con gongs, con lagarteranas) de yoga matinal. Tristemente, no viví la "experiencia": divagantes, hagan un crowdfunding.

Esto es lo que quiero decir con el banio



Jueves: No más decepciones tras la primera cita
Carmen : tranquilízate 
en la primera cita
Si yo hubiera sabido estos pequeños trucos sencillos para triunfar hace un tiempo!  Esther Perel, la terapeuta de todo, te aconseja estas preguntitas así fáciles para romper el hielo:

-Qué reglas te gusta romper

-El riesgo que tomaste que cambió tu vida

-Los sueños que nunca has compartido.

-Algo no sexual que es sexual para ti.

-Algo que susurrarías en el oído de tu yo-joven.



Un grupo de activistas (ya hay cuatro arrestados) pintan la bandera de Ucrania frente a la embajada de Rusia en Londinium. Este finde me paso y os hago el di-repor, mientras tanto:

 


Y más viernes:  Aúpa Di, tú puedes hacer un haiku.

16 febrero 2023

"La sabiduría de los psicópatas" de Kevin Dutton: ¿Estás hech@ para la vida moderna?

Si últimamente se ha comentado que hay algunos divagues que estaban siendo divergentes con la filosofía / naturaleza de este blog, para tranquilizar a los divagantes que ya no saben si están en “con las manos en la masa” o “bricodeporte”, aquí volvemos a un clásico: a hablar de esos seres que nos fascinan y horrorizan por igual, los psicópatas.

Kevin Dutton es un psicólogo clínico británico que un día descubrió que su padre, ya fallecido, había sido un psicópata. No de los que salen en las pelis, esos que asesinan y descuartizan, ni siquiera de los que no les tiembla la mano en Recursos Humanos. No: su padre era un vendedor ambulante que simplemente tenía ciertos rasgos psicológicos que se ven precisamente en la población psicopática. Entonces escribió un libro (que es lo que se hace cuando un tema no te suelta) titulado “The wisdom of psychopaths” (La sabiduría de los psicópatas), cuya tesis es la siguiente: en según qué circunstancias, va bien tener esos rasgos. Para según qué profesiones, son vitales. La cuestión es no tenerlos “subidos a tope”, en ese particular dial, y todo el libro va de argumentar eso. Leyéndolo, conoces mucho más lo que es la psicología de estas personas que, a menudo, hacen sufrir tanto a los que tienen alrededor. Seguro que entre sus páginas encontrarás, si no claramente descrita a aquella persona, sí rasgos que habrás visto aquí y allá-tal vez alguno en ti mism@.

Un paso adelante: yo los he visto, me he visto reflejada. Porque comparto con los psicópatas una de sus características clave: la baja tolerancia para aburrimiento; ellos -y yo- siempre quieren estar haciendo algo. Yo sé que ahora está de moda decir eso de “perded el tiempo, no aprovecheis el día” y todo eso. No es que ideológicamente esté en desacuerdo con ese principio -ya vale de producir, puto capitalismo-, pero yo simplemente no puedo pasar una tarde mirando secarse la pintura de la pared: me aburro. Pero no se asusten, no soy el doctor Lecter, luego hay muchos otros  rasgos que no comparto en absoluto con esos seres “tan fríos como un pez”, como dice mi amiga Yolanda, psiquiatra forense.

El libro está escrito en un tono de divulgación que a mí a veces me sobra: “en la cafetería de la universidad de Nosedónde me tomé una hamburguesa doble de queso con una cerveza bien fría con el catedrático Nosequé” (pero más largo) y hay intentos de chistes sin gracia. Pero en su gran mayoría es ciencia de la buena, con muchas referencias. 

Me doy cuenta de que hasta aquí podría ser una recensión normal de libro: ahora se haría una conclusión, y a casa que hace frío. Obviamente, esa bloguera razonable no sería yo, así que aún quedan unos pocos miles de palabras que van a tener que leer. Simplemente porque no hay tema más fascinante que intentar entender por qué alguna gente es “mala” - y si nosotras lo somos, un poquito. Spoiler alert: si está usted preguntándose con ansiedad si es uno de ellos, probablemente no lo sea.

Un poco de historia
La psicopatía aparece por primera vez con el filósofo Teofrasto, sucesor de Aristóteles como jefe de la escuela peripatética de Atenas, que habla en sus 30 temperamentos morales del «hombre poco escrupuloso».

A principios del XIX, Pinel describe la “manie sans delire” (tras ver a un hombre que mataba a un perro a patadas sin ningún remordimiento, pese a estar perfectamente cuerdo).

Luego llega Benjamin Rush, médico y padre de la patria americana, con su “depravación moral innata prodigiosa”, siendo el primero que alude a causas potencialmente orgánicas para este problema: “probablemente se encuentre una organización original defectuosa de aquellas partes del cuerpo que se hallan ocupadas por las facultades morales de la mente”.

Por fin llegamos al SXX con Hervey Cleckley y su clásico “La máscara de la cordura”:el psicópata es una persona inteligente, caracterizada por pobreza de emociones, ausencia de sentido de la vergüenza, egocentrismo, encanto superficial, ausencia de culpa, ausencia de ansiedad, inmunidad al castigo, impredecibilidad, irresponsabilidad, capacidad de manipulación y un estilo de vida transeúnte en lo interpersonal”. Pero a la vez tiene que tiene “ingenio y agilidad mental, entretiene al hablar, y con un encanto extraordinario”. Vamos, que el psicópata conoce la letra de las emociones, pero no la música. Lo clava. 

Métodos de estudio
Si miras el cerebro de un psicópata y uno de un no-psicópata, su aspecto macroscópico es idéntico. Por tanto, para estudiar si físicamente los psicópatas son diferentes del resto de la población tendremos que recurrir a distintos métodos de imagen, por ejemplo, la estimulación magnética transcraneal con la que se demuestra que hay una zona particularmente afectada en su cerebro: la amígdala, una estructura del tamaño de un cacahuete que es la torre de control emocional del cerebro y es responsable de la manera que tenemos de sentir las cosas. 




Otros métodos que tratan de “objetivar” algo intangible (recordemos “el método científico”) se describen en el ensayo: EEG, actividad electrodérmica (un índice muy fiable de estrés basado en la respuesta automática de nuestras glándulas sudoríparas), medición de constantes vitales y más.

En el libro se describen un montón de experimentos en los que se comparan a psicópatas con el resto cuando te dan un susto, o cuando te ponen imágenes horrendas (alguien más cierra los ojos en el cine?),  y se mira cómo hay zonas del cerebro que se activan, cómo sube o bajan las pulsaciones y el sudor, cómo hay picos o valles en el EEG. [Nota: Las ondas theta que se asocian a estados letárgicos, meditativos o somnolientos en gente normal, pero en los psicópatas ocurren durante estados de vigilia normales e incluso, a veces, durante estados de gran excitación. O sea, ya en estados basales, su EEG es distinto]. Por ejemplo:

  • Los psicópatas no se inmutan ante palabras emotivas: en una Tarea de Decisión Léxica (TDL) (se les dan palabras emotivas o neutras), en el EEG se ve que los no-psicópatas reconocen la palabra emotiva antes, pero no los psicópatas (para ellos la emoción es irrelevante: igual les da “mutilación” que “mesa”).
  • Tampoco con las imágenes horribles: En la Emotional Interrupt task (EIT) la mayoría de la gente tiene problemas con las imágenes emocionales, porque lo son y por ello distraen. Los psicópatas no se alteran.
  • Los psicópatas, literalmente, no huelen el miedo: Si expones a un no-psicópata al olor del sudor de alguien que ha pasado miedo (vs. sudor de alguien que ha hecho pongamos deporte) se incrementa la actividad en las zonas que procesan el miedo en el cerebro (amígdala e hipotálamo) y se es más preciso a la hora de juzgar si una cara tiene una expresión amenazadora o neutra. Pero los psicópatas no lo notan. [Nota aparte: es posible que el miedo grupal se “contagie”, por ejemplo en las estampidas, por el componente biológico de las hormonas que segregamos ante estrés emocional].

Gen del guerrero
Pero mucho antes de todo lo anterior: ¿los psicópatas vienen así de fábrica? ¿Es lo suyo nature o nurture o, como suele ocurrir, la interacción de las dos?

Os presento al MAOA-L, también conocido como el «gen guerrero», un polimorfismo de la monoamino oxidasa, hace tiempo asociado con conductas peligrosas y psicopáticas. El estudio crucial se publicó en 2002 y en él se vio que un polimorfismo funcional en el gen guerrero predice la conducta psicopática en hombres que fueron maltratados de niños. Por otra parte, los que proceden de un entorno disfuncional similar, pero que producen más cantidad de esta enzima, raramente desarrollan tales problemas. Que seamos «buenos» o «malos» depende en parte de nuestros genes, y en parte de nuestro entorno. Pero como no podemos elegir ninguna de las dos cosas, ¿somos libres en realidad de elegir?

Y ahora, atención: en 2006, el abogado defensor de Bradley Waldroup, un tipo que asesinó horriblemente, usó este argumento en su juicio en Nashville, Tennessee. Sus demostrados niveles bajos de MAOA junto con su historia de haber sido golpeado repetidamente por sus padres de niño le libraron de la pena de muerte, y cambio está en cadena perpetua porque “su libre albedrío se vio erosionado por su predisposición genética”.

Ahora que todo empieza por “neuro” os presento a la «neuroley», una subdisciplina en desarrollo (recordemos aquel divague del pleistoceno “la neurociencia transformará la ley”) y a la “neurociencia cultural”, el estudio de “cómo los valores, prácticas y creencias sociales moldean y son moldeados por procesos genómicos, neurales y psicológicos, a través de múltiples escalas temporales y culturales” (hay algo más bonito que estudiar?).

Adictos a la Dopamina
Otra explicación para los comportamientos de esta gente es su pasión por las recompensas, que buscan a cualquier coste. Por eso, si tienes un niño con rasgos psicopáticos (sí, se nace con ello), va a responder mal al castigo, pero mejor a los premios.

El experimento que lo demuestra pasa por dar choques eléctricos a los sufridos participantes: cuando los errores se castigaban con una descarga, los psicópatas lo detectaban mucho más despacio que los no psicópatas. Pero cuando el éxito se veía recompensado por pasta, los psicópatas eran los más rápidos a la hora de captar las cosas. O sea, si se les ofrece algún tipo de recompensa, se entregan a la tarea, sin tener en cuenta el riesgo.

¿Y cuando pensamos recompensa pensamos en?... Voilá, Dopamina. Algunos rasgos psicopáticos [impulsividad, elevada atracción por las recompensas, toma de riesgos] están ligados a una disfunción en el circuito de recompensas de la dopamina. Debido a esas respuestas exageradas a la dopamina, en cuanto se concentran en la posibilidad de obtener una recompensa, los psicópatas son incapaces de alterar su atención hasta que tienen lo que andan buscando.

Gordon Gekko en "Wall St"
Por eso triunfan en cualquier organización donde hay posibilidad de obtener ganancias materiales, hacen muy buenos CEOs, pero el problema es que la posición y el estatus les otorga poder y control sobre los demás, y estar al otro lado de su mesa, no mola. En un estudio que comparaba líderes de negocios con “criminales perturbados” encontraron que los atributos psicopáticos (encanto superficial, egocentrismo, capacidad de persuasión, falta de empatía, independencia y concentración, los veremos abajo en detalle) eran más comunes en los líderes de los negocios que en los llamados criminales «perturbados», y que la principal diferencia se encontraba en los aspectos más «antisociales» del síndrome (ruptura de la ley, agresión física, impulsividad, irresponsabilidad), esto es lo que hace o deshace el destino del psicópata. 

Estudio de la Personalidad
Otra manera de intentar entender esta presentación es siguiendo los pasos de los estudiosos de la personalidad. Un breve repaso: ya Hipócrates de Kos comenzó a intentar definir las distintas personalidades, así, por observación, y llegó a los cuatro tipos famosos: sanguíneo, colérico, melancólico y flemático.

Prácticamente no ocurrió nada a este respecto durante dos mil años y en 1952, el psicólogo británico Hans Eysenck aventuraba que la personalidad humana comprendía dos dimensiones fundamentales: introversión/extraversión y neurosis/estabilidad (posteriormente añadió una tercera, psicoticismo: agresión, impulsividad y egocentrismo).

Luego vinieron Allport, Catelll y por fin los “Big Five”, que fue un recondensar con Factor Analysis los rasgos de Cattell en cinco factores recurrentes:
  1. extraversión,
  2. amabilidad,
  3. responsabilidad,
  4. estabilidad emocional/neuroticismo
  5. apertura a la experiencia.

Los psicópatas tiene altos los puntos 1 y 5 - extraversión (seguridad en sí mismo y búsqueda de emociones) y estar abierto a la experiencia (acciones)- y bajos el resto (amabilidad, responsabilidad y neuroticismo).

Pero para medirlo todo bien-bien, aquí os presento al Psychopathic Personality Inventory (PPI) donde 8 dimensiones distintas de la personalidad convergen en ese mamotreto psicométrico (187 preguntas!), una de las pruebas de psicopatía más exhaustivas que existen.
  1. egocentrismo maquiavélico (ME);
  2. inconformismo impulsivo (IN);
  3. externalización de la culpa (BE);
  4. despreocupación y falta de planificación (CN);
  5. audacia (F);
  6. potencia social (SOP);
  7. inmunidad al estrés (STI),
  8. frialdad (C)
se dividen y reformulan de nuevo a lo largo de tres ejes superiores:
1. Impulsividad centrada en el yo (ME + IN + BE + CN)
2. Dominación y audacia (SOP + F + STI)
3. Frialdad (C)

Algunas de las dimensiones me encantan, si tuviera que abrir un blog ahora, sería difícil decidirme entre llamarlo  “Egocentrismo maquiavélico” o “Dominación y audacia”.

Características de un psicópata: dame listas!
  • Sentido muy elevado de la propia valía - estratosférica autoestima narcisista
  • Capacidad de persuasión,
  • Encanto superficial,
  • Intrepidez,
  • Falta de remordimiento
  • Manipulación,
  • Hacer lo que quieran y cuando quieran, sin inmutarse ante las consecuencias sociales, morales o legales de sus actos. A los psicópatas les importa un comino lo que sus conciudadanos piensen de ellos
  • Crueldad
  • Impulsividad
  • Búsqueda de emociones
  • Falsedad y capacidad de explotar a los demás, maquiavelismo.

Todos hemos conocido a personas así. No son Patrick Bateman, pero son seres que, hasta que descubres su lado oscuro, pueden ser sumamente atractivos. En inglés existe una expresión que me gusta, “larger than life”, como también me encantan como palabras (estas en castellano), “intrépida” y “audaz”. Me recuerda a Los Rodriguez


“Ya no era joven, pero era audaz
Y bailaba siempre al compás
No le importaba
Que se la echaran a suertes
Llegó la noche, llegó el champán,
llegó la hora de la verdad”

Bueno, que divago. Vuelvo: como la tesis del autor es que, controlada, la psicopatía puede ser útil a la humanidad (quién sería soldado de fuerzas especiales o cirujano si no?), ha desarrollado esta otra lista, parecida, pero positivizando algunas de las habilidades psicológicas (Luchar, Imponerse, Vencer) porque “repartidos con buen criterio y aplicados con el debido cuidado y atención, pueden ayudarnos a conseguir exactamente lo que queremos; pueden ayudarnos a «responder», más que a «reaccionar», a los desafíos de la vida moderna; pueden transformar nuestra actitud de víctima en la de vencedor, pero sin convertirnos en villanos”. El propone que lo que les pasa a los psicópatas es que tienen el “dial” de estas características subido hasta 110. O sea, la zona limítrofe entre la psicopatía funcional y la disfuncional dependen no de la presencia de atributos psicopáticos per se, sino de sus niveles y de la forma en que se combinan; solo son distintas posiciones en el mismo continuo neuropsicológico. Así que su lista es:

1. Impasibilidad
2. Encanto
3. Concentración
4. Fortaleza mental
5. Intrepidez
6. Atención plena
7. Acción

Unas notas:


1. Impasibilidad
Arriba hemos dado unos cuantos estudios en los que se ve cómo a los psicópatas, les enseñan cosas horribles y “ni sienten ni padecen”. ¿Verdaderamente no tiene empatía?

Hay dos tipos de empatía, la fría y la caliente. La fría, es el razonamiento y el pensamiento racional y se aloja en el córtex prefrontal y el córtex parietal posterior. La caliente, es la que “se siente” y se aloja en la amígdala. En resonancia, esto se ilumina en la población general pero no en psicópatas. Ellos tienen mogollón de empatía fría y pueden por tanto “comprender” en lugar de “sentir”: esto les permite una predicción abstracta y nada nerviosa, opuesta a la identificación personal que sentimos el resto, que "nos duele" por esa otra persona. O sea, los psicópatas son mejores en reconocer emociones de los demás pero tienen una disociación entre sus componentes sensoriales y afectivos: en la desconexión entre saber «qué es» esa emoción y sentir «cómo es».

Ted Bundy: 
Siempre saludaba
Por dar un poco de salseo a aquel que haya empezado a leer este divague esperando historias de asesinos en serie sádicos, decir que si Ted Bundy, por ejemplo, no hubiera tenido un cierto grado de empatía cognitiva, una pequeña cantidad de “theory of mind” (Teoría de la Mente), no había podido ponerse en la piel de sus víctimas para embaucarlas. Dicen que Bundy identificaba a sus víctimas “por la manera de andar” (más tarde un estudio confirmó que los psicópatas eran mejores identificando la debilidad, y específicicamenre se debía a la forma de andar que tenía la gente). Pero tiene que haber también un cierto grado de empatía emocional porque solo así sienten placer viendo sufrir a sus víctimas. Corolario: los asesinos en serie sádicos sienten el dolor de sus víctimas cognitiva y objetivamente, además de una manera emocional y subjetiva pero conmutan ese dolor por su propio y subjetivo placer. Qué majetes (se entiende esta palabra fuera de las fronteras de Vetusta?).

2. Encanto

“Oh, Clarice, su problema es que necesita disfrutar más la vida (...) Primeros principios, Clarice. Simplicidad. Lea a Marco Aurelio, de cada cosa pregúntese qué es en sí misma, cuál es su naturaleza”.

No hay en el ensayo estudios sobre el encanto personal (cómo medir esto, aunque seguro que se puede), y por eso incluyo un ejemplo de lo que me podría parecer "encanto" a mí, venido de su asesino en serie, no olvidemos. Todos salimos algo enamorados de Aníbal y es por cosas como esta.

3. Concentración

Ya hemos explicado arriba que la dopamina es la razón por la que los psicópatas se concentran en la posibilidad de obtener una recompensa. No sienten angustia, ni notan tal emoción en los demás, porque cuando se concentran en una tarea que les promete una recompensa inmediata, eliminan automáticamente todo lo que es irrelevante. Tienen una «visión de túnel» emocional. O sea, no es que no sientan miedo, y que sean esos seres vacíos de emociones que pinta tradicionalmente la literatura, sino que no lo notan porque están enfocados en la sardinita.

4.. Fortaleza mental

Los que corren riesgos en la vida tienden a puntuar más alto en las pruebas de «fortaleza mental» que aquellos que se muestran adversos al riesgo, siendo las puntuaciones en la subescala de "desafío/apertura a la experiencia" el mayor pronosticador de riesgos físicos, y las puntuaciones en la subescala de la "confianza" el mayor pronosticador de la adopción de riesgos psicológicos.

Steve Jobs tenía decisión, empuje, concentración, perfeccionismo, a la vez que era inflexible y completamente déspota. Todos los líderes del mundo de los negocios que tienen éxito son así. El además tenía carisma y visión. Una bomba.

5. Intrepidez

No tengo estudio para esta sección,
así que va imagen


6. Atención plena (Mindfulness)

La concentración exclusiva e inmediata en el aquí y el ahora es una disciplina cognitiva que tienen en común tanto la psicopatía como la iluminación espiritual -la atención plena y consciente, constituye el séptimo paso del Noble Camino de las Ocho Etapas budistas.

Estado de "flow"
La capacidad de concentrarte solamente en la tarea que tienes ante ti (lo que el psicólogo húngaro Mihály Csíkszentmihályi llama «flujo» en su libro “Flow: The Psychology of Optimal Experience“) es una de las técnicas clave en las que trabajan ahora los psicólogos del rendimiento. En momentos de flujo, el pasado y el futuro se evaporan y queda un presente intenso que es todo atención: es "estar en la zona" (o en el «triángulo de oro» si hablamos del rendimiento deportivo). Si estás en el presente, no cabe la ansiedad. El caso es que se ha encontrado también un patrón similar en los cerebros de los psicópatas criminales - están en flow.

Y por último, la forma de “abrirse a la experiencia” es otro componente integral de la meditación de conciencia plena y una cualidad común tanto a psicópatas como a santos. No he contado el capítulo que describen que San Pablo era un psicópata, tendréis que leer el libro.

7. Acción

Los psicópatas necesitan «hacer» algo siempre. Es por su bajo umbral de aburrimiento: les gusta estar entretenidos. Los psicópatas no procrastinan nunca. Si fuera solo esta caracterísitica les presentaría ahora a la psicópata residente del divlog: Di Vagando, para servirles. Esa soy yo, no me gusta nada aburrirme, lo tolero mal, me impaciento, me cabreo - pero procastino, por ejemplo escribo este blog en lugar de descongelar el frigorífico. 

Y a nivel más macro,  el estilo de vida "transeúnte y peripatético" es otro rasgo de la personalidad psicopática que, al igual que la transmutación de las pasiones, tiene sus cimientos en la tradición de la iluminación espiritual. Hay 35-50 asesinos en serie actuando en un momento dado en Estados Unidos (hace años había unos 800, véase abajo sección epidemiología, por qué han disminuído) y muchos operan por gasolineras y moteles baratos. Las palabras “psicópata” y “trotamundos” van juntas.

 "Vivo en la carretera"


¿Cuál es el sentido evolutivo de la psicopatía?
Si la psicopatía fuera tan poco adaptativa, ¿por qué su incidencia (1-2%) ha seguido siendo estable a lo largo del tiempo?

Una puede pensar que esta gente prevalece de entrada por algo muy básico: es muy probable que tengan un mayor número de parejas sexuales, con relaciones esporádicas y breves, luego así aumentan las posibilidades de propagación de sus genes.

Evolutivamente, el hecho de conformar con el grupo te da garantías de supervivencia, obviamente: cuando el individuo sobresale menos, las oportunidades de sobrevivir aumentan. Pero en cuanto a interacciones sociales, qué sale más a cuenta?

Tenemos los dos puntos del espectro: los lobos y las ovejas, ser malísimos o unos santurrones. Pero la pura agresión incondicional (lobos) y la pura capitulación incondicional (ovejas) están destinadas a fracasar como estrategias de intercambio social en una sociedad como la nuestra, con múltiples interacciones y de dependencia mutua. Como estrategias para la supervivencia, ni la cooperación ni la competición ciegas pueden ser consideradas evolutivamente estables. Ambas pueden ser derrotadas por contraestrategias invasoras o cambiantes.

Y para demostrar esto, tengo que contar el experimento porque es chulísimo (ya hablamos desde otro ángulo de él en el divague de “Humankind). Para ello, comencemos con la teoría de juegos (una rama de las matemáticas que intenta cuantificar el proceso óptimo de toma de decisiones) y en particular el «Juego del ultimátum», un paradigma usado en neuroeconomía que explora la forma en la que evaluamos las ganancias. El juego consiste en que dos jugadores interactúen y decidan cómo se dividirá una cantidad de dinero que se les entrega (e.g. 40% para ti, 60% para mí). El primer jugador propone una solución y el segundo decide si acepta o no la oferta. Si el segundo jugador decide rechazarla, porque el otro se ha pasado dos pueblos (e.g. 10% para ti, 90% para mí), ninguno de los dos se lleva nada. Resultado? Los psicópatas toman mejores decisiones financieras que el resto: muestran más disposición a aceptar ofertas injustas, favoreciendo la simple utilidad económica por encima de la exigencia de castigo y preservación del ego, y además se sienten mucho menos molestos por la desigualdad. Se la suda todo (y de hecho ellos sudaban menos cuando se medía su actividad electrodérmica), son pragmáticos y al concluir el estudio, sus ganancias eran mayores.


Y ahora viene mi favorito: qué programa de ordenador usará la mejor estrategia en “el dilema del prisionero” (ya saben, si delatar o cooperar). El programa que tuvo más éxito de lejos fue el más sencillo, “Tir For Tat” (se traduciría algo así como “ojo por ojo”): empezaba cooperando, y luego copiaba exactamente la última respuesta de su competidor. Recompensaba la cooperación con cooperación, y luego recogía los beneficios colectivos. Imponía sanciones inmediatas contra la competición incipiente, evitando así la reputación de ser demasiado blando. Y después de tanto rencor, era capaz de volver, sin recriminación alguna, a un modelo de mutuo acuerdo. Al final, Tit for tat era prácticamente invencible. 
La razón es que bajo el exterior sonriente se agazapaba un interior de acero. Cuando la situación lo exigía, no tenía el menor remordimiento a la hora de castigar. El secreto del éxito estaba en su lado oscuro implacable igual que en su lado sonriente por defecto; en el hecho de que cuando las cosas se ponían feas, era capaz de asumir el reto. Pero qué curioso: el modelo del éxito de Tit4Tat tiene en su seno elementos psicopáticos. Al final, la «supervivencia de los más aptos» no parece que recompense la competición indiscriminada, es más cuestión de “toma y daca”.


Epidemiologia: ¿por qué hay hoy más psicópatas?
La sociedad se está volviendo más psicopática. Tenemos frente a nosotros a la “Generación yo”: en un estudio que ha examinado hasta el momento a 14.000 voluntarios, se ha comprobado que los niveles de empatía de los universitarios han ido declinando de forma constante desde que se inauguró la escala con la que lo estudian en 1979, más pronunciado en los últimos 10 años. Los universitarios de hoy en día tienen en torno a un 40% menos de empatía que sus homólogos de hace 20 o 30 años. Los niveles de narcisismo también se han disparado: son los más egocéntricos, competitivos, seguros de sí mismos e individualistas de la historia reciente.

Es curioso, porque la violencia está actualmente en declive. Steven Pinker en su famoso libro de 2011 “The Better Angels of Our Nature: Why Violence Has Declined” lo explica (ya hablamos de este libro en “Humankind” también, y si alguien está interesado en un debate sobre la naturaleza humana entre Pinker y Bregman, está en este podcast: The Panpsycast Philosophy Podcast) . Según Pinker, la razón de esta disminución de la violencia es el proceso gradual de maduración cultural y psicológica de la sociedad, que empezó en el siglo XI o XII, y maduró después en el XVII o XVIII. La "cultura del honor" (la presteza en tomar venganza) dio paso a la "cultura de la dignidad" (la presteza en controlar las emociones). Estos ideales dieron como resultado unas instrucciones explícitas de conducta normativa que los “árbitros culturales” dieron a los nobles, permitiéndoles diferenciarse de los villanos. Más tarde estos principios fueron absorbidos en la socialización de los niños y, poco a poco, permeando a la sociedad. Estos árbitros culturales solían ser los clérigos, filósofos, poetas, etc en el pasado, pero hoy son las estrellas del pop, actores, influencers, videogamers y demás. Además, gracias a la mayor transparencia, hoy sabemos que los mitos del deporte se dopan, los curas meten mano, la ley es una performance, la policía y la política ni te cuento. Nuestros modelos tienen poco que imitar. En los 90 estaban Gordon Gekko y Mario Conde como luz y guía, pero en 2008 cayó Leaman Brothers de manos de -caramba, qué coincidencia- psicópatas, que son obviamente los culpables de la crisis financiera global. Como hemos visto, persiguen ciegamente su beneficio, su enriquecimiento, pasando de todo, abandonando el anticuado concepto de nobleza, igualdad, imparcialidad, o cualquier idea de responsabilidad social de la empresa. 

Más razones? A riesgo de sonar viejuna, eso de que los chavales se junten y, si se les deja, cada uno esté mirando sus pantallas en lugar de hablar, pegarse, enrollarse, me plantea muchas dudas. Yo, que tiendo a desmitificar la nostalgia y siempre he sido partidaria de la tecnología tanto como información como comunicación - ejemplo: gracias al blog he leído, aprendido y conocido a gente guay. Cuando MIni era peque, mi obsesión era que no perdiera el tiempo en videojuegos, pero no me importaba que se comunicara con sus amigas de esta forma: es la manera de hoy, pensaba, yo me pasaba horas en el teléfono con amigas que había visto en clase ese mismo día. Pero ahora empiezo a plantearme lo que esta tecnología va a hacer a esta generación, en particular en su aproximación al sexo. Las estadísticas dan porcentajes escalofriantes de los adolescentes que se inician en el sexo vía la pornografía. O sea, cuando se metan en harina, tendrán aquel mundo machista, violento, y nada agradable para las mujeres como plantilla: qué mal.

Un antídoto? Leer. No lo digo yo, lo dice Dutton, el autor: “Leer un libro va tallando senderos neuronales totalmente nuevos en el antiguo lecho de roca cortical de nuestro cerebro. Transforma la manera que tenemos de ver el mundo. Nos hace más alertas a la vida interior de los demás. Nos convertimos en vampiros sin ser mordidos. En otras palabras: más empáticos. Los libros nos hacen ver de una manera que la inmersión ocasional en internet, y la viveza que ofrece el mundo virtual, no consiguen”. Pero qué adolescente lee ahora los clásicos, con los chupitos de dopamina en la pantalla de un móvil siempre disponibles?

I need a hero
Por terminar con una nota alta, hablemos de la psicopatía positiva funcional, la rama que estudia la incidencia de las características psicopáticas «adaptativas» en lo que llaman «poblaciones heroicas». Los héroes son duros, intrépidos, dominantes, inmunes al estrés y con baja ansiedad. Estos diales están en ellos al máximo. Pero se distinguen de los psicópatas en su relativa ausencia de rasgos relacionados con la subescala de la "impulsividad centrada en uno mismo" (p. ej., maquiavelismo, narcisismo, ausencia de planificación y despreocupación, y conducta antisocial). Estos diales están al mínimo. Tal perfil describe "la anatomía del héroe" (o la heroína).


Necesitamos héroes: gente que se meta en el edificio en llamas, que operen a corazón abierto, que tomen decisiones en momentos críticos, que roben a los ricos - y nuestros corazones. Como concluye Dutton, la psicopatía es “como una medicina para los tiempos modernos: si se toma con moderación, puede resultar extremadamente beneficiosa. Todos nos beneficiaríamos, en determinados momentos de nuestra vida, de subir un punto en el dial del encanto, la concentración, la fortaleza mental, la intrepidez, la despreocupación (vivir el momento) y la acción.  Lo importante es ser capaz de volver a bajarlos luego”.

Tal vez haya más psicópatas desde los 80 porque no hay canciones como las de los 80, así que termino con un clásico de ayer-de-hoy-y-de-siempre con el que hemos arrasado en los karaokes.  Bonnie Tyler, visionaria.

I need a hero
I'm holding out for a hero 
'til the end of the night
He's gotta be strong, 
and he's gotta be fast
And he's gotta be fresh from the fight
He's gotta be sure, and it's gotta be soon
And he's gotta be larger than life


13 febrero 2023

Mi otra sonrisa horizontal

Por razones que no vienen al caso, hoy he acabado buceando en este blog en estado embrionario - o sea, cuando escribía en docus de word que leían tres o cuatro (caramba, qué coincidencia). Buscaba el docu que da título a este divague (en aquella época no existían los divagues, como tampoco existía Di) y al abrirlo, otra coincidencia: resulta que fue el 13 de febrero de 2002 cuando ocurrió el evento, por llamarlo de alguna manera, que lo inspiró. Veintiún anios hoy. Me lo acabo de leer y he dudado si publicarlo, no por la extensión -de eso ya estamos curados de espanto-, sino tal vez por una especie de pudor, tanto por el contenido tan personal como por sacar a pasear a la pre-Di de 30 anios, con -21 de experiencia escritora. Pero pero como dice Sábato que "las casualidades no existen", no podía dejarlo pasar, me entiendan. Eso sí: enter at your own risk. 

~~~


No todo está dibujado con el mismo detalle. Más bien, lo atractivo de este cuadro es el juego de enfoque: zonas borrosas de neblina espesa, y zonas serpenteadas por una brocha mediana, nunca por el pincel fino. Tengo recuerdos similares a los que acostumbro, bien delimitados, con los bordes abrillantados, de esos con los que nos engañamos diciéndonos “fue así”. Como si la memoria, incluso la de lo cotidiano, fuera de fiar; como si no fuera la traidora engañosa y juguetona que es. Pero también hay otros recuerdos nuevos, de esos de noche de marejada en las tripas de un camarote de cuarta en el mar de los Sargazos, de despertar confuso en algún sitio del verano tras una siesta de tres horas, de ese segundo que precede a la lipotimia bajo la perpendicular del sol del mediodía.

Uno de esos primeros recuerdos bien delineados tiene la intensidad de un portazo en una casa de techos altos. Mediados de Octubre. Aquel genio de la medicina -también conocida como terrorista sunita en nuestra casa- se empeña en confundir lo que resultó ser una proliferación benigna de la pared de mi útero con un embarazo de 20 semanas. Pese a no haber faltado a las citas rojas con pereza a intervalos irregulares y siempre mucho mayores que 28 días, pese a explicarle que se tomaron precauciones siempre y en todo lugar, pese a que el test de embarazo, tozudo, repite como un niño harto con los brazos cruzados: negativo, esta kamikaze del curar, insiste durante toda una mañana en que prepare la canastilla. Llega a describir casos en los que el parto ha sido el pregonero del embarazo. Cuando se ha ganado a pulso su afiliación a Sendero Luminoso, tal vez Al Qaeda decide manchar un papel blanco con estas palabras: “ecografía de urgencia”.

El 13 de febrero de 2002 se me va borrando en la memoria a medida que avanzan sus horas como una cámara programada para un desenfoque progresivo, hasta adquirir tonalidades puramente oníricas, pasando del relámpago a la inconsciencia. 7 am: me lavo el pelo por si acaso aquella tarde es La Tarde. No es que cuente The Guardian que el NHS (National Health Service) no funciona sólo por fastidiar a Blair. Es que igual es cierto: 8 am, marco el número del hospital y con los dedos cruzados espero que la respuesta no sea “cancelación”, el fantasma con el que me había desayunado el día anterior, en el preoperatorio. Algunos afirman que es una técnica para tranquilizar: humor negro. Mr Bruce, el ginecólogo al que le gusta el Rioja, nos obsequió entonces a tenor del tema con un discurso de esos que nos gustan a los que presumimos de no ser tan bourgeois como para entender de vinos. “Esto es lo que los gerentes llaman eficiencia: que los numeros brillen a fin de año en los libros caiga quien caiga. Y para ello, no hay que escatimar en recortar recursos: camas, personal, lo que sea”. Y eso que estamos en el país que inventó la Seguridad Social. La más vieja de Europa, concebida para una población de 20 millones de habitantes que se ha triplicado. No sé si ésto o la influencia yanki -la ley de la selva, sálvese quien pueda, si no pagas te mueres- son los culpables de que este sistema se esté colapsando. Pero ésto es lo que viene. Y da miedo. Tras el mitin no se cantó la Internacional como colofón -pero casi-, como no se entona ningún otro himno cuando cuelgo el teléfono tras las noticias: hay quirófano, anestesista, camillero, ginecólogo… y cama. 9 am: los tres miembros del equipo de apoyo y la que firma se personan en la Unidad Edward II del Nottingham City Hospital. Empieza la cuenta atrás.

En realidad la cuenta atrás había empezado mucho antes, justo tras el portazo, cuando aún retumba el eco en las paredes y tiemblan los cristales de las ventanas. En una sala de ecografías de color gris, una chica sonriente aplica un gel congelado por debajo de mi ombligo para que conecte su pantalla con mi útero. El techo de la habitación no ofrece gran interés, la pantalla me recuerda a las prácticas de radiología, desde el borde de la silla se escurre mi pañuelo de seda y cae al suelo. Y sigue el eco. Miro el monitor: es un mioma, no un embarazo. Un tumor muy común, benigno, que se encuentra en el 25% de las autopsias de mujeres sanas. Llueve cuando salgo del hospital. Mujeres sanas, como yo: completamente asintomática hasta una mañana de agosto, en que una superficie dura, muscular, tensa se asoma a la carpa invertida que es mi abdomen. Sin hemorragias, ni dolor. Simplemente la duda invisible en medio de los dos mástiles de mis huesos pélvicos.

La niebla empieza a caer con paciencia, lentamente. Desde que llego a la unidad me dedico a cultivar un terror pequeño, de estar por casa, de esos manejables para hacerlo todo más llevadero. Lo elijo subconscientemente al azar, como quien saca una bola de la bolsa. El ayuno obligado me lo sirve en bandeja: decido temer morirme de hambre y sed en las horas que preceden a la operación, un miedo controlable y conocido. Me pego a una botella de agua mineral cual naúfrago rescatado, improvisado objeto transicional, como el osito de peluche con el que el hermanito de Wendy se paseaba por el País de Nunca Jamás. De esa guisa me siento a esperar en lo que sería el lecho del dolor a que el teatro comience jugando, a falta de otra cosa, con las palabras: teatro, theatre, quirófano.

Aunque para jugar siempre nos queda la memoria, lo único que tienen los presos, los naúfragos y los que sufren de amor. Me paseo distraidamente, o mejor dicho, los últimos meses se pasean decididamente por mi cabeza: la primera visita a Mr Bruce -tras la carta urgente de la terronista sunita-, el anciano respetable que lleva el pañuelo en la solapa a juego con la corbata. La nueva incursión por la gelatina fría, esta vez con el radiólogo, que confirma la naturaleza de la proliferación. No tengo el libro de gine: hablo con mis amigas médicas, patólogas, navego por internet. El origen de los miomas es en principio desconocido. Se sospecha de los estrógenos -la hormona sexual femenina- como presuntos implicados, pues tienden a crecer durante los embarazos -época de pico estrogénico- y a disminuir en la menopausia -cuando la hormona se jubila. La segunda visita a Mr Bruce: “Hay, como sabrás, un mínimo riesgo de histerectomía”. Conduzco hacia casa como una autómata. Llueve, paso por la explanada verde que me encanta, pero hoy no me importa. Histerectomía, resuena en mi cabeza. Viene del griego: el sufijo es extirpar, hister es útero, matriz. Ni la etimología me distrae. Nuevo intento, semáforo en rojo: la palabra "histeria", qué bonita, acuñado en esa época en la que se consideraba que la misma provenía de trastornos uterinos y por ende, sólo era propia de las mujeres. Verde: como si no conociera a más de un histérico. Avanzo por las calles mojadas, pensando, pensando. Intentando no sentir pena por mí misma. Todo va a ir bien. Pensando: pero, ¿y si histerectomía? Desmontando los catastrofismos: no, es muy improbable. Pero catastrofizando: ¿y si me toca a mí? Racionalizando: no tiene porqué ser maligno. Dejándome llevar: ¿y si lo es? Sintiendo: triste, desorientada, perdida.

El City Hospital es victoriano, de ladrillos rojos y arcos por los pasillos. En cada planta hay alrededor de 30 camas separadas por cortinas que penden de un entramado de railes que cuelgan del techo. Pienso, desde la cama, en el cielo de Lisboa, atravesado por los cables de sus tranvías. Las cortinas son de relajantes motivos floreados típicamente ingleses (¿y aún dicen que hay que poner anestesias?) Es mediodía, y una enfermera negra las corre sin previo aviso tras dejar claro que se llama Florence y que los tres miembros del equipo de apoyo se quedan fuera. Me pone una pulsera con mi nombre y muchos números. Deja una especie de camisón con nudos que casi recuerda una camisa de fuerza encima de la cama. Sale, me peleo con ello. Cómo se ata ésto. Vuelve: No, es que te lo has puesto del revés, los lazos van por detrás. Pregunta si he hecho lo que la Lulú del libro como me dijeron el día anterior. Asiento. A ver. Aprobado. Los recuerdos empiezan ahora a difuminarse: me veo desde fuera, como en un escenario con esa bata quirúrgica, fuera de contexto. Florence, que dice cuatro cosas en castellano porque tuvo un novio cubano, me pone una especie de medias para prevenir trombosis y toma constantes. Entonces abre el telón y, metida en la cama como un pajarito petrificado, me encuentran los tres miembros del equipo de apoyo.

Falta menos de media hora para el momento del pánico con mayúsculas: bajar en camilla a los infiernos. Llevo intentando doblarle esquinas a esa imagen desde mi segunda visita a Mr Bruce, el ginecólogo con aspecto de dandy, cuando abrió su agenda y dijo: 13 de febrero. Lo logro con bastante éxito. Primero, hablándolo, sacándolo fuera, por teléfono, por ordenador, in situ, como sea. Segundo, preparando la mochila hacia la desconexión que en este caso se llama Bangkok, una semana después de que Mr Bruce pusiera fecha a lo inevitable. Y allí desconectando verdaderamente, porque en Tailandia… aún no había empezado la menopausia.

Huida temporal: Parque nacional acuático
Ang Thong Ko Wa Ta Lab, Tailandia

Dentro de la cama, embozada en una sábana blanquísima hasta el cuello, y mirando el cielo de Lisboa me encuentra un chico de mi edad, vestido de verde y con algo en la mano que debe ser mi historial clínico. Es moreno, probablemente pakistaní, dice su nombre. Me siento en la cama y contesto a sus preguntas. Es el Senior House Officer de anestesia, pienso, como mucho el Specialist Registrar. Es simpático, y muy didáctico. Me habla como si fuera tonta, explicándome lo que me van a meter. La verdad es que lo agradezco, dada mi lentitud de procesamiento de datos en ese punto. Utiliza palabras aburridas, políticamante correctas. Asiento. Las traduzco a mi propio idioma: dice que no debo tratar de ser una heroína, porque ésta va a ir directa a la vena. El eufemismo pasa por “diamorfina proporcionada a través de un sistema llamado PCA" (Patient’s Control Analgesia), un dispositivo que libera el opiáceo cuando el paciente aprieta un botón. Guau: heroína en vena, totalmente legal y gratis; tengo delante de mí al dealer ideal, al que miro con un fervor que raya lo místico. “Cuando te duela, aprietas… y no te preocupes por la sobredosis, esta arreglado para que no ocurra”. Descuida, se hará lo que se pueda… cualquiera que me conozca sabrá que las oposiciones a mártir no estuvieron nunca en mi mente.

No sé si justo antes de que llegara el chico de verde yo acababa de tener lo que se daría a conocer como un “flush” (sofoco). Y es que en Tailandia no había empezado la "menopausia", pero ésta estalló de improviso en enero cuando ya llevaba más de un mes tomando el Nafarelin, un spray nasal con el que Mr Bruce aspiraba a reducir el tamaño del alien que habitaba mi útero. El Nafarelin es algo así como un secuestrador de aviones que embarca en Fosas nasales con vuelo a Ovario, haciendo escala en Hipófisis. Mientras todos los pasajeros esperan el transfer, el miembro del comando Naf-Ar-Elin toma como rehén al pasajero GNRH, cuya misión al llegar a la República bananera Ovario es informar a los indígenas de que liberen Estrógenos. Sin el pasajero GNRH, todos en Ovario se dedican a la samba, en lugar de a trabajar. Tanto carnaval lo que logra es una “menopausia virtual”, caracterizada por síntomas tan agradables como estos flushes, que me volvieron loca y que me hicieron, sólo por una vez en mi vida, desear que acabara el carnaval y viniera cuanto antes la cuaresma.

Cuando más interesantes están los negocios con mi dealer, el Granjefe Camello se persona a los pies de mi cama. Un Pablo Escobar de estar por casa, que tras saludarme comienza a discutir el caso con el aprendiz de brujo. En algún punto la palabra epidural se cae de la conversación, así como se escurre a veces un papel pequeño en medio de mil folios. “Excuse me?” Se vuelven hacia mí sorprendidos. Intento expresar que no estoy interesada en una epidural, gracias, con la mayor contundencia y claridad de la que soy capaz - bastante, si me lo propongo. Afortunadamente para ellos, no me preguntan en qué está basada mi decisión: muchas horas de vuelo cuando era estudiante me ayudaron a entender que el paciente es la última persona que quiere estar presente cuando inciden en su abdomen. Inyección lumbar, los focos del quirófano, los beeps de las máquinas, toda esa gente (cirujano jefe, residente, anestesistas, enfermeras, estudiantes de medicina, estudiantes de enfermería, asistentes, y en el Clínico, de fondo la Cadena 100) preparando el campo operatorio, pululando, hablando de su última noche… No. Lo siento, la heroína no voy a ser yo.

Cuando Granjefe se va, terminamos los tratos con el camello de barrio: entraré a un cuarto “más amigable” para ser anestesiada. Pienso en una de esas consultas de pediatría. “Sí, un cuarto con ositos de peluche”. No me podía imaginar que ésa es la última frase que pronunciaría semiconsciente cayéndome por la espiral de la anestesia un rato más tarde. Nos reimos. Y lo más importante: cerrar trato final, que se llama Temazepam 10 miligramos, dos pastillas circulares blancas que en Glasgow funden los chicos malos y se inyectan en vena. Eso por lo que se paga bastante en las esquinas de mi barrio. Le pregunto si me ve muy ansiosa para los estándares preoperatorios. Él, con su mejor cara de póker, niega para luego añadir: “como no lo lleves por dentro...” Me recuerda a cómo doy el pego en exámenes orales, presentaciones y demás parafernalia en las que el mundo afirma que parezco suelta y controlando, y en absoluto nerviosa. Pero esto es algo nuevo, y una pobre benzo no va a hacerme ningún mal, aunque dudo si algún bien. Me veo repitiendo lo de siempre: sólo usarlas para crisis, y ésta es una. Los 20 mgrs caen en mi estómago, y con asombrosa rapidez llegan a mi cabeza.

A partir de aquí ya no recuerdo nada con claridad, todo pertenece al mundo de los sueños, a la nebulosa sideral por la que se mece la confusión, al dulcísimo placer de dejarse caer, y no saber cómo, ni quién, ni cuándo. Y empieza la proyección de diapositivas. Sentada en un cuarto oscuro, su luz me ilumina a intervalos cada vez mayores, precedido por su sonido de tercer grado: clas, clas. Una camilla negra y metálica se acerca a mi cama, y un pijama verde vuelve a cerrar las cortinas. Pero aquí mis sentidos están ya bloqueados. Clas-clas. Una silla pegada a la rueda, dame la mano, sube aquí. Ningún tipo de resistencia. Otra vez el cielo de Lisboa, Alfama y sus sábanas blancas tendidas al sol. Metal que choca: suben los laterales de la camilla. Clas-clas. Estoy esperando a la entrada de la unidad para ir hacia quirófano. Los techos son muy altos. Los tres miembros del equipo de apoyo alrededor de los barrotes. Me miran desde la barrera. Al día siguiente me recordarán con una mezcla de estupor y risa mis palabras de entonces: “dadme besitos”, y mis abrazos, como en esas fiestas donde el alcohol hace sentir ese estado de fratenidad universal. “El momento más mono de tu vida”, afirman. Clas-clas. Pasillo, supongo, y una puerta: quirófanos. Creo que el camillero va hablando, y éste no me recuerda al día siguiente ningún estado de fratenidad universal, así que supongo me comporto y no pido besos a nadie más. Clas-clas. Una habitación muy pequeña, llena de gente alrededor. El cuarto “amigable” de anestesia, deduzco. El chico pakistaní de verde a mi derecha me da la mano. Clas-clas. Me llaman por mi nombre, que suena hueco, los ecos otra vez. Creo que sonrío. Clas-clas. Al fondo a la izquierda el consultant le indica a una chica temblorosa cómo cogerme una vía. No me importa. Clas-clas. Dicen que calor o frío en la mano, que el pinchazo. No noto nada. Clas-clas. El chico pakistaní me dice cualquier cosa, a lo que yo contesto: “No veo ningún osito en esta habit…” Fin de la proyección.

Empieza otra nueva, más bien una película, igual o más confusa, pero con una sensación extraña aún no identificada a muchos kilómetros al sur del ombligo. Repiten mi nombre a gritos, el cuarto de reanimación no cumple desde luego su cometido, dicen los que esperan en el pasillo que sonrío al verles y que me quejo en castellano: “Me duele mucho”. Un miembro del grupo se marea un poco. Nadie sabe cómo vuelvo a la cama. Mi primer embrión de recuerdo es una cara sonriente con pelo rizado que de nuevo repite mi nombre. “Ahora te dejo aquí”. Ha pasado mucho rato conmigo, por lo visto. Veo a los tres miembros del equipo que sonríen. Pero me duermo, me duermo… intentan despertarme, me llaman… yo mientras, navego en un puré espeso, y pese a la confusión, aprieto la bomba que libera diamorfina para controlar el dolor. Tengo sed, pero sólo me dejan mojar los labios. Y a las ocho, suena la campana: han de irse. La costumbre española de pasar la noche en el hospital no existe aquí, les explican que “no tienen facilities”… no les dejo que protesten, sólo quiero quedarme sola y dormir, dormir. Tal vez soñar.

Pero gritos y más gritos. Alguien canta en el fondo, alguien delira. “I don’t know, I don’t know”. Las enfermeras la intentan calmar, y la llaman “Alice”. Está en la cama al lado de la de enfrente. Suenan timbres que llaman a las enfermeras. Yo sólo quiero dormir. Sigo apretando la bomba, bebiendo agua a intervalos largos, y no debo. Ya no hay luz, pero Alice, que debe tener 80 años, sigue cantando. Una mano toca mi brazo derecho, y me dice que se llama Sarah, y que va a ser mi enfermera. Durante toda la noche pasa cada hora y me toma la tensión, el pulso, la temperatura, me da antibióticos, me tapa. Siempre sonríe y dice “darling”. En medio de la confusión de la primera noche sólo logro concretar una especie de sensación de gratitud immensa. Es exactamente ese mito del “ángel guardián” que debe ser una buena enfermera, una de las tres hadas buenas de la bella durmiente. Tal vez Flora, o Fauna, o Primavera. Durante el resto de las noches, perfilo un poco más a Sarah: es rubia, con un recogido francés y un uniforme azul. Va de azul, luego es Primavera. Sigue sonriendo, me dice lo mal que estaba la primera noche, lo que he mejorado. Le gustan mis rosas amarillas y mi pijama de lunas y estrellas. Debe tener mi edad: somos las más jóvenes de toda la unidad.

Amanece, y me cuesta saber quién soy y qué hago allí. La cabeza me da vueltas por el chute de la noche. Empiezo a recordar, estoy en medio de un cuento de hadas, donde las princesas se duermen tras morder una manzana roja y brillante. Pero yo no estoy en una urna de cristal. Me revuelvo en la cama, y me cuesta reconocerme: en el dorso de mi mano izquierda se clava el huso que me hizo dormir cien años. Debí subir a una torre dando mil vueltas por una escalera de caracol, y encontrarme allí a Maléfica distrafazada de anciana que hilaba en la rueca. Y quise probar yo también. Los ojos se me cierran, oigo muchos pasos a mi alrededor. Hago un esfuerzo descomunal por abrirlos, porque quiero seguir el sendero de la aguja que sale de mi mano. Un tubo transparente, que acaba en un aparato complicado: una especie de jeringa gigante donde la diamorfina duerme líquida y transparente, dejando ver su color tostado. No puedo mantener abiertos los ojos, estoy varada en esta cama. Durante el resto de la mañana, las olas me golpean y por una vez el sonido del mar está de más. Es como oír la embestida de la ola sin su retirada más suave a los tres segundos. Sólo quiero dormir. A media mañana aparece otra hada buena, vestida de rosa: Flora, y dice que va a lavarme. Es un proceso curioso, imagino que es lo que deben sentir los bebés continuamente. Cuando termina, mientras recoge todo, una sombra aparece dibujada en las cortinas. Un juego de luces que me impresionaría si Nosferatu no hubiera sido ya filmada a principios de siglo. La cortina se corre, y aparece La Matrona.

El hada buena no palidece de terror, como hizo mil años antes cuando Maléfica entró en la fiesta a la que no había sido invitada y lanzó su maldición somnífera sobre la hija del rey. Éste mandó entonces quemar todas las ruecas del reino, pero olvidó la de la torre: quedaba una, siempre queda una. Porque las maldiciones tienen que cumplirse, no vale con sortearlas: hay que superarlas. Y su intrincado camino pasa por desobedecer, subir a la torre, coger el huso, pincharse, y dormir para siempre hasta que se rompa el hechizo. Supongo que el hada buena simplemente se despide y me deja con aquella aprendiz de mala de serie B, porque a ésta no le da para el papel de Maléfica.

La Matrona es el contrapunto del ángel protector, aunque como digo, tampoco le da para ser Abbadón El Exterminador. Es la señorita Rottelmeiher de la enfermería. Alta y de forma campaniforme, con caderas amplias a las que el uniforme no hace ningún favor. Sus ojos son oscuros, afilados; los labios contraídos; la coleta donde recoge su melena, reprimida. Si la mirada es el espejo del alma, la voz lo es del carácter: agria, altanera, intransigente. La Matrona podría haber elegido cualquier otro trabajo, como funcionaria en cualquier ventanilla de cualquier ministerio del no-vuelva-usted-nunca. Pero eligió ser enfermera para tratar a seres humanos que están en la situación más límite de la debilidad: la enfermedad. Tal vez por éso.

La Matrona y la menda se disgustan de entrada. Mal rollo a primera vista, para que luego digan que no existe. Los sicoanalistas dirían que nos recordamos mutuamente a seres del pasado con los que hubo conflicto. Muy posiblemente. Lo llamarían transferencia. Lo que quieran. Jueves por la tarde, ni 24 horas tras la operación, La Matrona corre las cortinas junto con una estudiante de enfermería. Por Dios: este espacio es demasiado pequeño para nosotras dos. “Te vamos a quitar el drenaje y la sonda”. ¿Qué? -no doy crédito- Mira, el drenaje pase, la sonda no, por favor. La Matrona ni se inmuta: “Será mejor así, ¿te importa que lo haga la estudiante?” No, claro que no. Sólo le falta que se le pose el cuervo en el hombro. Ella le va explicando. El drenaje sale, y debo poner cara acorde. La Matrona levanta la mirada hasta mis ojos: “Eres médica, ¿verdad?”. La miro con indiferencia. Mientras, la estudiante retira la sonda.

Llegar al baño es la mayor odisea de mi vida, arrastrando el gotero y mi cuerpo deslabazado de saldo. Afortunadamente, una miembra del equipo de apoyo se dedica en sus ratos de ocio a este arte aún no reconocido de la decoración meticulosa de recipientes de cartón usados para recoger orina en el NHS, a base de mariposas, flores y muñequitos. Esto hace, sin duda, mis incursiones al baño infinitamente más amables, pese a la angustia inicial de sospechar que entro en retención urinaria. Justo pasa por allí, siempre dispuesta a ayudar, mi amiga de la voz agria, aspirante a hada mala, quien al verme salir con las flores, mariposas y dudoso éxito en el fondo del recipiente apostilla: “Si sigues así, te sondo de nuevo”. Eso es tacto. No le negaré a esta mujer un poder de persuasión fuera de lo común. A partir de ese momento, comienzo a hacer pis regularmente, y la primavera de florecillas y mariposas llega así a la Edward II con más de un mes de adelanto.

La comida del hospital es algo así como una mezcla de comedor de escolapias, barracón militar y comida de avión de Aeroflot. Patatas en sus múltiples versiones, pudding de natillas. Inasequible al desaliento, empiezo a comer desde el segundo día. La primera comida dura unos 20 segundos porque sentada en la cama, acabo prácticamente colapsando, y no precisamente por la visión de la comida, sino más bien por el cóctel molotov que me corre por las venas. No me extraña que los que se meten drogas no se preocupen por la comida. Pero tengo que comer: soy una verdadera dama decimonónica, con anemia y todo. La Matrona aspira a que pasee continuamente por la planta, pero una sólo está dispuesta a mostrar su palidez y fantasmagórica apariencia en películas de James Ivory, así que me resisto. A partir del viernes comienzo a leer compulsivamente, y desaparece el cordón umbilical que me ataba a la analgesia. Entra el sol por las ventanas. Mis rosas amarillas se están abriendo. El equipo de apoyo, cada vez más animado. El sábado, por fin, escapo del hospital victoriano, pues se rumorea que hay un casting en el que voy a competir con Helena Boham-Carter para una adaptación de Henry James. 

Al llegar a casa, la debilidad me puede, y la risa me mata de dolor. Pero tengo ganas de reírme. Miro mi nuevo abdomen, que se presenta explicándome que ahora tiene una sutura continua, a 10 cms al sur del ombligo, atravesando la carpa invertida que es mi abdomen de lado a lado sin llegar a los dos mástiles de mis dos espinas ilíacas. A la semana siguiente, cuando Mr Bruce, el anciano respetable que solo sabe decir “un martini por favor” en castellano la ve, la califica de “surgical beauty”. La herida me sonrie en forma de parábola de hueso pélvico a hueso pélvico. Por sus comisuras se escapa un hilo, como una pajita en la boca de un granjero. Una semana después, la enfermera estira mientra yo respiro profundamente. Ya está, ni me he enterado. Vuelvo a casa sin los puntos sonriendo doblemente: porque ahora tengo una nueva sonrisa. Mi segunda sonrisa horizontal.

06 febrero 2023

De la Royal Academy of Arts a la "femme savant", pasando por angelotes obesos que me representan

La "Hispanic Society of America" fue fundada en Nueva York en 1904 con el objeto de establecer un museo y biblioteca públicos para el estudio del arte y la cultura de España, Portugal, Latinonamérica y Filipinas. Sus colecciones -que tocan todos los aspectos de estas culturas desde el principio de los tiempos hasta el SXX- no tienen paralelo en cantidad y calidad fuera de España.

"Spain and the Hispanic World. Treasures from the Hispanic Society Museum & Library" ("España y el Mundo Hispánico. Tesoros del museo y biblioteca de la Sociedad Hispánica") es la exposición que ha montado aquí en Londinium la Royal Academy of Arts, con 150 piezas prestadas de la Hispanic y que fui a ver la otra noche. Como la que firma -esto lo hemos hablado en el divlog ad nauseaum - no tiene los conocimientos técnicos para iluminar sobre el tema artístico -solo puedo decir si "me gusta o no", y eso no interesa a nadie-, este escrito va a ir de lo de siempre: divagar a propósito de lo que me ha sugerido. Frecuentemente en las exposiciones hay muchas cosas que pasan después no durante (sobre todo para los que somos "wordy", gente a los que nos pierde el palabrerío): te vas a un bar y hablas, o a casa y te pones a buscar porque algo te ha intrigado: por ahí van los tiros de este divague. 

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Nota: los divagues también son mementos personales, y lo de este párrafo tampoco interesará a nadie, pero yo no lo quiero olvidar. Así que aconsejo saltarlo a los que aquí hayan entrado atraídos por el arte. Lo que quiero recordar en el futuro es el lujo de esta visita en concreto - que fuera un pase privado ayudó (harta de esta ciudad y la cantidad de gente en todos los sitios), pero no va por ahí. Me explico: yo entiendo a todos los amantes de la naturaleza, vuelta a la arcardia, todo eso, pero yo, corazón de neón, amo las ciudades. Hoy, las grandes urbes se ven caminando, en bici o en transporte público (y así debe ser) y hace siglos que no me planto en el centro-centro de Londinium en coche. Han logrado hacerlo imposible (bien por ellos), pero aún recuerdo cuando esto era ciudad-sin-ley y un día por error terminamos con el coche en pleno Piccadilly. Sí, donde Cupido con las pantallas de Samsung de fondo, ahí mismo -hoy habría que vender parte de un rinión para entrar ahí. Total que divago: todo esto para decir que ver una gran ciudad de noche desde un coche es verdaderamente un lujo: Nueva York, Buenos Aires, Barcelona, Tokio! (una fiesta) y por supuesto Londinium. Y que esta vez, los amigos con los que fui insistieron en ir en coche y  solo eso, cruzar el río por el puente de Lambeth, Westminster, Trafalgar Sq., SoHo y acabar aparcando en SoHo Sq. fue ya solo una gozada. Eso sí, pillaba a un ratito caminando de la Royal Academy y como íbamos un poco de tiros largos me hicieron rozadura los zapatos. Resultado: vi parte de la exposición descalza. Esto me trajo flashbacks de aquellas épocas matadas de juventud en la que ibas a todos los malditos museos de cualquier ciudad que visitabas y ahí, agotada, te encontrabas con todos los otros pobres turistas haciendo sus deberes de turista, que andaban con las deportivas en la mano.  Esto es una de las cosas que le diría a la Di joven: "no es necesario ver el Kunsthistorisches Museum de Viena", en serio. No lo es. Ya termino ese paréntesis y  ahora nos reencontramos con los divagantes square que se lo han saltado.

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Saludos a los sensatos o a los que leen en diagonal -quién puede culparles. Volvamos a la exposición, que  comienza con bonitas piezas del mundo antiguo, como joyas de plata, ánforas, boles o fruteros o platos enormes (como se llame, en inglés pone basin! lavabo?), picaportes, tapices maravillosos de seda, cerámicas, una especie de escritorios lacados... 



Desde luego mi sección favorita de este "mundo antiguo" son los libros (biblias especutaculares) y los mapas. 


Cómo se hacían los mapas siempre me ha fascinado, el grado de aproximación es increíble. El de Vespucci: ma-ra-vi-llo-so.

Atlas del Mediterráneo y del Atlántico Este
por Juan Martínez (~1556)

Manual de instrucciones naúticas y astronómicas
(~1585), autor desconocido


Mapa del mundo de Giovanni Vespucci (1526)


Detalle del de Vespucci (1526)


Había Grecos, Zurbaranes, Velazquez's, Sorollas con su luz... aquí no hago pies de foto, son todos clásicos...







 El siguiemte cuadro no me sonaba "Las exequias de María Luisa de Orleáns, reina de España" de Sebastián Muñoz, pero es que estos angelotes valen su peso (no pun intended) en oro - nos reímos mucho. Primero porque son señoros con cuerpo de niño obeso. Segundo, ?porque quién como niño (o adulto, pensemos en ciertas reuniones, comités, bodorrios, cenorrios) no se ha sentido así? Yo, aburrida hasta los tuétanos (aburrida-tiesa que dicen los ingleses) y el resto parece que disfrutando. Angelote: me representas. 





Pero yo había venido aquí a hablar de mi libro, quiero decir, de Francisco de Goya. Ya he expresado antes mi debilidad por este señor, y no es solo porque su casa natal está bastante cerca (como para ir en bici) de Vetustilla de la Torre, sino porque como todo el mundo sabe, no solo pintaba, sino que hacía retratos psicológicos que ríete de la mejor psiquiatra al sur del Támesis (lou-lou c'est moi). Además, su crítica de la sociedad, de la cerrazón imperante en esa piel de toro, era la de lo que hoy llamarían un "woke", en aquella época un ilustrado . Y por último, esto no me puede pasar solo a mí: en cualquier museo del mundo en el que tengan un Goya, no hace falta buscarlo en las notas bajo el cuadro: él te encuentra a ti (último ejemplo en el Hermitage). Y lo del Prado es un festival: entrar en las pinturas negras una experiencia que me hace casi casi acercarme a la Di ilusionada por el arte de hace 30 años. Total que estos son los cuatro Goyas de la exposición:

Manuel Lapeña (~1799)

Mujer con dos niños (~1823)

Labriego llevando a mujer
(~1812)

"Ay pulgas?" (~1796)

Pedro Mocarte (1805)

Y por fin, el famosísismo de la Duquesa de Alba, ya viuda, que es sobre el que he "investigado". En la Fundación de la Casa de Alba en Madrid está el que le pintó dos años antes, de blanco, cuando aún vivía su marido. Me quedo de piedra al constatar que la duquesa tiene 33 años en ese cuadro y por tanto 35 en este, el que vemos en la exposición de la Hispanic:

1797


Dicen que era una mujer hermosísima ("era la misma Venus"), de la que todos se enamoraban. No sé: aunque los estándares de belleza de las épocas cambian, a mí esta mujer no me parece guapa en absoluto, y menos si fue plasmada por un enamorado, como cuenta la leyenda que estaba Goya. Por lo visto esta leyenda de su affair no se ha podido corroborar a día de hoy, y la inscripción que ella señala con su índice, escrita en la arena del suelo que ella pisa, "Solo Goya", podría no querer significar nada. Ni que sus anillos estén inscritos con "Alba" y "Goya". Ni que Don Francisco guardara este cuadro en su estudio mucho tiempo después del fallecimiento de ella.  Eso sí, los aguafuertes "Sueño de la mentira y la ynconstancia" y el famoso  "Volaverunt" han sido interpretados como posiblemente el corazón roto del pintor. Me apasionan sus grabados y si se pasa por Vetusta, hay muchos aquí. 

Tal vez era la duquesa tan atractiva -no entro en el sex appeal de la pasta, la erótica del poder- por su personalidad: hija única, una niña mimada, con confianza en sí misma, que se casó antes de cumplir los trece, impulsiva, poco sensata (monta a caballo a horcajadas!), derrochadora, "sin mucho sentido moral". Por ahí la describen como "castiza y desgarrada, frívola y casquivana". Pero, sobre todo, por su gran preparación cultural. Su padre murió cuando  tenía siete anios, pero su abuelo se había educado en París y se codeaba nada menos que con los padres de la Enciclopedia y Rousseau. Y su madre era también gran amante de las artes y la literatura - tuvo lugar destacado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Dicen que dejó el cuidado físico de su hija en manos de las ayas y ella, como buena "femme savante" ilustrada se dedicó por entero a su educación intelectual.

La figura de la "femme savante" me fascina. Viene, claro, de la obra "Les femmes savantes" ("Las mujeres sabias") de Moliere. Recordemos como aquí en "La regenta" nos introducen a las "literatas", palabra desdeñosa para hacer mofa de las mujeres que, como Ana Ozores, leían. Emma Bovary, otra lectora de novelas, Anna Karenina no solo lee y está interesada en el arte, sino que escribe historias infantiles. Y cómo terminan todas. 

En la obra de Moliere, la cosa no es mejor (no todo lo francés es ilustrado y progresista): "las mujeres sabias" es un sainete en el que el dramaturgo pone a estas mujeres interesadas en la culura y en la ciencia a caer de un burro, ridiculizándolas. La que triunfa es la que se quiere casar y pilla marido.  En mis brujuleos por la red -atención, de una exposición de arte hispánico he terminado en una tesis titulada "El feminismo ambiguo de Molière" de un tal Javier Del Prado Biezma, en la que el autor trata de 

"analizar los problemas de la mujer para ejercer su libertad (para elegir su matrimonio o para negarse al matrimonio), apoyándose en un recorrido por las distintas obras de Molière que se refieren de manera directa al problema del amor y, de manera más particular, del amor en el matrimonio. 

Partiendo de las diferentes posturas que, respecto al tema de la igualdad de la mujer y de su libertad elaboran el racionalismo (Descartes) y el naturalismo (Gasendi) en el siglo XVII, se trata de demostrar cómo Molière se pone del lado del naturalismo; lo que le lleva defender una igualdad y una libertad que se limita al derecho de elección en el amor (pero dentro de la obligación biológica y sociológica del matrimonio), frente a una actitud que defiende el feminismo del siglo XVII que exige para la mujer los mismos derechos que para el hombre: evidentemente, la libertad de elección en el amor (para el matrimonio o no) y, sobre todo la libertad de poder negarse al matrimonio, buscando su realización total en otras actividades como la ciencia y las artes. 

Para ridiculizar y destruir estas pretensiones, Molière recurre a la trampa cómica que consiste en meter a todas esas mujeres (sabias) en la categoría cómica de las ridículas. Así consigue sacar del tema una gran rentabilidad estética (cómica) pero una pobre oferta ética. De donde se concluye que en esta ocasión, como en tantas otras, la estética sin ética puede quedar reducida a simple cosmética".

"La lectura"
(Francisco de Goya, 1819-1825)


De los tesoros del museo y biblioteca de la Sociedad Hispánica de Nueva York, pasando por corazones rotos y de neón, hemos terminado en un amago feminista - eso sí, teniéndonos que descalzar en un museo por los tacones: aún queda mucho por hacer.