Pero de ese residente no hay noticias, ni de cómo sobrellevó el tema de estar aquí a su suerte. Yo he desarrollado pequeñas rutinas: por las mañanas hago todo el trabajo de la planta, los ingresos, los exámenes físicos, cartas, informes. Entonces alguien me blipa y bajamos a comer: rara vez coincidimos todos, es difícil planear una hora fija en este trabajo. Además, los de la casa roja se van a correr- Yolanda tararea por lo bajinis "Carros de Fuego" cuando los vemos alejarse todos equipados. Isabel Archer suele estar sola leyendo, pero se deja interrumpir, para hablar de su libro. Sandip no está nunca, creo que no come. Cuando vuelvo por la tarde, preparo los casos del día siguiente. Los re-ingresos son mucho curro: descifrar lo que alguien garabateó durante las semanas que la paciente estuvo en Marcé. A ratos me desespero con las entradas ilegibles: menos mal que existen los acrónimos médicos, del latín, por lo menos de eso me entero: c̄ (cum); s̄ (sine); prn (pro re nata); mdu (more dicto utendus); od (omni die), q.d.s. (quater die sumendus); mane; nocte… en fin.
Hoy por la tarde aún algo peor que un reingreso: revisar notas que han solicitado pacientes. Imposible no hipotetizar sobre las razones por las que quieren leer sus notas. A menudo suelen ser para abogados, alguna reclamación. Las instrucciones de la sister: “intenta identificar todo lo que pudiera causar daño moral a la paciente”. Pero si yo fuera alguna vez paciente, precisamente lo que querría leer es lo que censura un profesional: ¿qué han escrito de mí que no puedo saber? Preséntenme el monstruo. Lo masticado no me interesa.
Armada de post-its para señalar las páginas potencialmente nocivas, me levanto del escritorio y me siento con las piernas cruzadas en un sillón bajo, como si fuera a leer una novela. Son notas de hará unos dos años: la paciente, una chica joven ingresada con una “depresión post-parto” y hasta ahí, lo de siempre. Sin embargo, la historia del ingreso parece distinta de las demás: de entrada, qué letra, nada que ver con los jeroglíficos de la mayoría de los compañeros. Cuenta la leyenda que a los galenos se nos deforma la caligrafía por tantos folios emborronados tan rápido, causando luego graves problemas de comunicación con el que vendrá después, pero a quién le importa. ¿Y quién firma esto? Paso página y... ahá, una tal doctora Sylvia Lannister. Tiene una letra bonita, con ciertos tics, como elongar la parte inferior de letras como la g, la j, o por supuesto la y de su nombre, que cuando firma es un festival. Está claro que la grafología tiene tanta evidencia científica como la astrología- una vez leí que Ignacio de Loyola era egocéntrico por esa g con ricito: qué bobada, imposible no rizar el rizo si tienes una de esas letras en tu apellido. Hablo por experiencia, claro, aunque aquí me han quitado la jota, al menos al llamarme. Calleha.
La paciente, una tal Scarlett Harridan, no era una depresiva postparto clásica y no hay que leer demasiado entre líneas para encontrar claros rasgos de trastorno de personalidad límite. Ni la tristeza ni la irritabilidad nueva de una depresiva, y leo: “Desde siempre, Scarlett tuvo problemas para regular su estado de ánimo. Un día -muchos días- se levantaba odiando a todos y a la humanidad, pero sobre todo a sí misma. Qué hacer con lo que le escocía detrás del esternón: romper muebles en su habitación, agredir a sus padres, gritar, arañar, incapaz de parar. Sin anhedonia clásica, podía disfrutar de ciertas cosas, pero lo que siempre, siempre estaba con ella y la definía era una sensación inmensa de vacío interior. Lo explicaba así, una y otra vez, apuntándose al pecho, no hay nada aquí dentro.
Una tarde, tal vez con 14 años, explorando los límites de un momento oscuro, descubrió jugando con un compás que pasarse la aguja sobre la piel y ver brotar la sangre no solo no le producía dolor, sino todo lo contrario. Un subidón de endorfinas que más adelante aprendió que era la base del porqué los soldados heridos siguen avanzando hasta colapsar a la puerta del refugio. Los trucos del cuerpo para ayudarnos a continuar, puro mecanismo de supervivencia: aunque la mente a veces no quiera, el cuerpo va por libre. Pero el problema del compás: enseguida dejó de funcionar, los subidones ya no lo eran, y qué hacer sino probar más profundo, pasar a cuchillas. Como así pronto la descubrirían, encontró partes de su cuerpo que eran solo suyas, de momento: entre los muslos, en la parte inferior del abdomen, en las plantas de los pies. Scarlett al principio se resistía y en su cabeza se comparaba con una adicta que no quiere beberse la siguiente o meterse esa raya, porque sabe que la está matando. Se intentaba distraer, dar paseos: imposible. Volver a su habitación, preparar el ritual y, por un rato, separarte del problema. Por un rato, porque el vacío, el precipicio de ella misma siempre volvía.
Tenía claro, en aquellos años, que no quería morir, y suponía que si sus padres la descubriesen, pensarían que esas cicatrices eran intentos fallidos de matarse. A ratos lo sopesaba, y si hubiera sido fácil, tan vez lo hubiera hecho. ¿Pero cómo, una sobredosis de paracetamol? -a saltar del acantilado no se atrevía.
Terminó la adolescencia, pero con ella no se fue el angts que describen en personajes carismáticos de la literatura. A ratos pintaba lienzos inquietantes, a ratos se encerraba en su habitación por días, o desaparecía sin decir a dónde. Su vida comenzó a definirse por una concatenación de relaciones, siempre intensas, tormentosas: todos los hombres con los que salía eran complicados, no podía ni con ellos ni sin. A menudo, escenas histéricas, amenazas de quitarse la vida. Siempre la dejaban, en realidad era ella quien les empujaba violentamente de esa tela de araña de relación.
Una tarde de verano, encontró a James, que tenía sus propios problemas, pero que confundió su trastorno de la personalidad con una manera de amar épica, apoteósica. Nunca nadie le había querido así, nunca nadie le había mostrado la desesperación de perderle, con el rímel corrido y la cara desfigurada del llanto, agarrada a su cuello como un náufrago. Nunca nadie le había llamado a las 3 de la mañana exigiendo encontrarse en el acantilado o se tiraría sola, porque no podía estar sin él. Nunca nadie le había pegado en una bronca y nunca nadie le había enseñado cortes en los brazos, que cada vez tenían que ser más profundos. El día que se le fue la mano, drama y sangre, tuvo que llevarla a urgencias: lo que había mantenido muchos años como superficial, necesitaba ahora puntos de sutura. Y una vez y otra, y James mezclando aquella inestabilidad emocional con amor, sus ataques de ira, con pasión y el sexo aquel como el propio de los elegidos. Sexo como James no había tenido jamás, como nadie había tenido jamás, horas follando como posesos, catarsis pura, y él que hubiera ido a donde quiera que ella le hubiera pedido, incluido el fondo del acantilado o del abismo suyo interior. Al final, ella terminaba disociando, con la mirada perdida en el infinito, y James en un cielo disfuncional, aunque perfecto. Pero nada permanecía para Scarlett: su vacío era aburrimiento y para cerrar el círculo de su nada se enamoraba de otros, y James, partido en dos, un muerto levantándose del barro, porque no podía hacer otra cosa, seguirla en su espiral, y lo que ella quisiera: mirar, jugar y sufrir”.
"Y morirme contigo si te matas
Y matarme contigo si te mueres
Porque el amor cuando no muere mata
Porque amores que matan nunca mueren"
Es justamente esta canción, que me va a perseguir el resto del dìa. Se ha puesto la tarde de tormenta. Un relámpago me hace saltar en la silla. Y llega el trueno. Miro el reloj y tendría que irme, bajar a estudiar a la biblio -en casa hay gente-, y nadar. Pero no puedo: estoy totalmente enganchada a esta historia; en concreto, a la forma de narrar de Lannister. Todos los días leo y escribo historias clínicas como esta o peores, pero hay algo hipnotizador en la combinación de esa letra con la manera de contarlo. Por ello, aunque a un lego la historia de Scarlett le pueda parecer novedosa, enloquecida, cabreante, extrema, para nosotros esto es una más. He visto ya unas cuantas Scarletts, sobre todo en urgencias, así que no es por ella que paso las páginas: de quien quiero saber más es de Lannister.
-Hola, ¿todavía estás aquí? -Es una de las enfermeras, del turno de tarde.
-Sí, estaba leyendo esta historia clínica.
- ¿Quieres comer algo? Ha quedado fruta de la cena de las pacientes…
-No, gracias, no te preocupes no tengo hambre… pronto me iré – se queda ahí parada, ¿quiere conversación? genial:- Oye, mira, estoy leyendo estas notas escritas por una tal.. em... Sylvia Lannister, la residente que estaba entonces aquí… ya no está en Banderley, ¿la conocías?
-ermm, sí..., bueno no...ermmm -y la llaman- ahora voy… te tengo que dejar, hasta mañana.
Se ha puesto a llover, no iré a la biblioteca hoy. Me empiezo a arrepentir de no haber aceptado la manzana, salgo y me hago un té. Vuelvo al archivo. La siguiente entrada de Lannister sobre nuestra paciente es su evaluación física y la de riesgo. Pide unas cuantas investigaciones de rutina y ya. Luego hay varias páginas de notas de enfermería, donde comentan lo que come, lo que duerme, de qué humor se levanta: en principio nada que tenga que quitar porque afectaría a Scarlett. Un par de días y cinco páginas después hay otra entrada con la letra inconfundible de Lannister:
“Scarlett sigue atrapada en las entretelas de ella misma. Yace en una charca, nenúfares pegados a su cuerpo blanco, las babas de un sapo, el horror de la noche, los ojos abiertos bajo el agua, disociando, mirando activamente: a nada, a la nada. Scarlett desnuda, toda posición fetal, en la esquina de una habitación en la que hubo un incendio. La mirada rápida a los lados, la de la desesperación. Se ahoga. Y no entiende nada, salvo el barro desecho de su soledad, aquí, en el centro de su caja torácica, y su herida sin cicatriz, que por ello es todo dolor sordo. Y no hay salida”.
¿En serio?, tengo que levantarme a la ventana, ¿qué clase de entrada clínica es esta? Sigue lloviendo. ¿Debo quitarlo o dejar que lo lea la paciente? ¿Es esto ético? ¿Es poético? Las siguientes son nuevas páginas de las enfermeras, resultados de los análisis, todo en orden, también la función tiroidea. Y por fin hay otra entrada, esta breve, de Lannister:
“Sexo impulsivo, ruido para escapar de una misma. Pero ella siempre corre más rápido. Hombres imán, hombres nausea el momento que te tocan. Pararlo. Ir a dónde, ella siempre me alcanza”.
¿Habrá leído alguien esta interpretación literaria del sufrimiento de una paciente? ¿Tengo que reportarlo? Necesito hablar con alguien, necesito que alguien me diga qué tengo que hacer: estas notas son amonal. Sigo pasando las páginas, más y más observaciones de enfermería y, en un punto, tengo la respuesta al si lo habrá leído alguien: hay una entrada firmada por Steen:
"Scarlett es luminosa y la más oscura. Scarlett prospera en la confusión de los hombres que la rodean, sin preparación para entenderla. Scarlett es el cielo y cuando mejor, el infierno. Y no hay nada que ante eso se pueda hacer. Torturados en los ligamentos de púas de las venas; así que, mi valiente amor, no sueñes”
Cierro las notas de golpe. Este no es el Steen que he leído en otras historias. Salgo de allí y sigue lloviendo: paso por casa, están todos preparando la cena, cojo la bolsa y les digo que me voy a la piscina. Allí nado y me doy cuenta que no puedo contar esto tampoco a nadie, porque, como la enfermera, una vez más, cuando hay algo raro en Banderley, hay una interrupción o se cambia de tema. Solo podría bajar el finde a Whitby y contárselo a Lucy, que se inventaría una historia mucho mayor, seguro, de lo que es en realidad. Al final hago unos últimos largos a braza, para tranquilizarme: qué sola que estoy en Banderley.
Tengo una noche terrible: me sueño atrapada en un laberinto de jardín oscuro, no puedo salir, llevo un vestido blanco, voy corriendo, vuelan a mi alrededor pájaros nocturnos, y sus aleteos, como siempre, son una alucinación hipnopómpica (las del final, siempre me lío, con las hipnagógicas, las del principio del sueño) que me despierta. Estoy sentada en la cama y son solo las 2 de la madrugada, hay luna llena y entra toda su luz plateada por la ventana. Y esa maldita canciòn, en bucle: lo que yo quiero, corazòn cobarde, es que mueras por mì. No me podré dormir, estoy demasiado agitada. Salgo a beber leche y oigo la puerta-nunca una noche sin acción en Banderley: es Richard, de guardia, vuelve de una planta. Los dos estamos despejadísimos, cuando has estado en una planta psiquiátrica a las 2 am nunca es fácil volver a dormirse. Nos sentamos en el sofá amarillo y comenzamos a hablar, tal vez una hora. No quiero volver a mi cuarto, tengo miedo, pero no puedo decírselo, porque no sé nombrarlo. ¿Por haber soñado con pájaros? Le suena el bleep y se tiene que ir, y yo tengo que volver a mi cama, con los pájaros de la noche.
Por supuesto, a la mañana siguiente me duermo, y por supuesto, cuando llego a la planta, allí está Steen. Creo que nunca me ha pasado esto, qué absurdas coincidencias: un psicoanalista diría que nada es así, ni aleatorio ni sin querer, pero qué saben ellos. Está en la estación de las enfermeras cuando entro.
-Buenos días doctora Calleha, ¿cómo está?- esta pequeña victoria, mi tardanza, creo que le gusta. Me veo obligada a justificarme
-Buenos días, siento llegar tarde, -exagero un poco- no me he encontrado bien esta noche.
-Tienes mala cara- esta es la sister- ¿igual no deberías haber venido?
-No, no, gracias, ya estoy bien… Dr Steen, ¿leyó el informe de legal?
-Ah sí, muchas gracias… lo hablamos, venga a mi oficina.
-Deme cinco minutos, tengo que sacar sangre a la paciente de la 4 a primera hora o cierran el lab…
-Para primera hora hubiera ayudado haber estado aquí a primera hora- dice con la sonrisa con la que un poli te da una multa, encantado de la vida.
Cuando termino la sangre y me preparo un par de casos, llamo a su puerta.
-Perdone, ahora estoy ocupado.
Y una mierda: no tiene nada urgente que hacer, los dos lo sabemos. Pero como no he ido inmediatamente, él no va a estar inmediatamente para mí. Ahora me va a hacer esperar, sin razón. Este tipo de comportamientos son los que, de una manera extrema, vemos en estas pobres pacientes que, como Scarlett, llamamos “límite”. Pero este tipo tiene rasgos tan límites y más. Termino varias cosas y bajo a comer a la cantina. Allá al fondo está Will, leyendo a la vez que se toma una sopa. Cojo una patata con Cheddar y me voy a una esquina. Entonces viene Will.
-¿Qué tal, como andas? ¿Me puedo sentar? -me pregunta, ya sentado.
-Sí, sí, adelante… te he visto pero no quería interrumpir tu lectura. ¿Qué leías?
-Ah, poesía… Sylvia Plath. ¿Has leído algo?
-No, no de poesía. Me cuesta mucho leer poesía que no sea en mi lengua materna.
-¿Sí? ¿Por qué?-creo que me lo pregunta con total honestidad, pero sinceramente, me parece arriesgado de alguien que, como todos los ingleses, no habla otro idioma.
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Parliament Hill |
-La poesía es otro nivel que la narrativa, explora no solo el significado sino también cómo suenan las palabras, para crear trucos fonéticos – él me mira, parece interesado- Su vocabulario es más amplio que el de la prosa por estar constreñidos por el ritmo, el número de sílabas, las rimas, los acentos… pero, vamos, sí, que me gustaría poder leer poesía… igual dentro de unos años…
-mmm interesante… ¿cómo traducir ciertas metáforas? -pregunta retórica.
-¿Cual estás leyendo ahora? – me pongo a su lado, y abre más el librito.
-Se titula Parliament Hill Fields… ¿has estado allí? -me mira esperanzado, yo muevo la cabeza- Pensaba que conocías Londres.
-Oh, no, solo de paso. Muy poco, he estado en los sitios de turistas y luego cambiando estaciones…
-Hay una zona en el norte que se llama Hampstead Heath. Es donde solían vivir los artistas, por ejemplo allí está la casa de Keats -me vuelve a mirar intentando disimular su escándalo de que no haya leído a Keats. Tendría que entender que he leído a Cernuda, a Hernández, a Blas de Otero y que él no. Pero los ingleses se siguen creyendo el ombligo de la galaxia.
-¿Quién más vivió allí? -intento disimular mi fastidio- Solo sé que Virginia Woolf vivía en Richmond.
-Oh, pues poetas como Shelley, Byron, Coleridge o escritores como Robert Louis Stevenson, H. G. Wells, D. H. Lawrence, J. B. Priestley y mira, ven -y se levanta y quiere que le siga hasta el pasillo, me enseña un cuadro- este es John Constable, “Vista desde Hampstead Heath” y tiene más… con arco iris, con... ah, me encantaría llevarte…- al final es majo, no puedo estar enfadada con él mucho rato.
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Cometas en Hampstead Heath |
-Me encantaría ir -le digo con mirada soñadora- Bueno, dentro de dos semanas tengo mi curso de Ley de Salud Mental en Londres, igual saco un rato para ir.
-Ahh, desde luego, debes subir. Es un barrio precioso, lleno de callejuelas, placitas, conserva mucho el aire artístico, hay pequeñas galerías de arte y la Heath (la montaña) es espectacular: puedes ver toda la ciudad tirada en el césped. Cuando hace viento hay muchas cometas…
-Suena perfecto para mi primera salida del área de Banderley desde que llegué en Octubre... va a ser muy raro. Todos estos meses en Yorkshire, solo viendo campo, lo más urbano Whitby en las guardias… imagina.
-Oh no, claro, no pudiste irte en Navidad, primer año. Lo siento: ha debido ser muy duro- se hace un silencio. No sé si recuerda nuestras conversaciones en Lincoln, cuando estuvimos atrapados por la nieve, a veces con él me da la impresión de que siempre empezamos de cero. Es por eso que nunca me he atrevido a contarle lo de los túneles, que recuerdo que bajamos, y que sé que existen, y que no entiendo nada.
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La City desde Parliament Hill |
-Tengo que volver a la planta. Ya te contaré si puedo subir a Parliament Hill- me voy levantando y empuja el libro hacia mi lado de la mesa.
-Llévatelo, y lee Parliament Hill cuando estés ahí arriba… y luego me lo cuentas.
Al llegar a la planta, encuentro una habitación de paciente vacía a la que hemos dado el alta. Cierro la puerta, me siento enroscada sobre mí misma en un sillón, y leo frases sueltas del poema de Plath que me acaba de dar Will:
Inexpresivo y pálido como la porcelana,
El cielo redondo sigue absorto en sus cosas.
Nadie nota tu ausencia;
Nadie puede saber que me faltas.
Ahora el silencio se entrega al silencio.
El viento me impide respirar, es una mordaza.
Supongo que ya no tiene ningún sentido pensar en ti.
El túmulo, incluso al mediodía, custodia su sombra negra:
Ahora me sabes menos constante,
Espectro de hoja, espectro de pájaro.
Rodeo los árboles retorcidos. Soy demasiado feliz.
Estos fieles cipreses de ramas oscuras
Cavilan enraizados en su montón de pérdidas.
Te pierdo de vista en tu ciego viaje,
El día se vacía de imágenes
Abrazo el libro contra mi pecho: qué preciosidad. Otro nivel pero, ¿por qué me siento como si leyera las notas clínicas de Lannister? Suena mi bleep. Salgo de la habitación: no sabían que estaba aquí. No era nada importante, dice la sister, el doctor Steen ha dicho que no va a poder verme hoy. Que venga mañana a las 8. Qué sorpresa: en sus términos. Juegos que la gente juega. Vuelvo a mi escritorio, donde están las notas de Scarlett aún abiertas. Pongo encima el libro de Plath. Paso las páginas y leo compulsivamente, sin pararme, como dicen que no hay que leer la poesía:
…pero en matorrales moteados, averrugado como un sapo
rencoroso, acecha nuestro guarda, colocando esa trampa suya en la que caen embaucados…
…Nuestra única tarea consiste en hallar
la silueta de un ángel con la que poder revestirnos…
…cada uno de nuestros brillantes actos hasta convertirlos de nuevo
en barro deshecho, encapotado por el agrio cielo…
…torturados en los ligamentos de púas de las venas;
así que, mi valiente amor, no sueñes
con contener una llama tan estricta, sino que ven,
recuéstate en mi herida y sigue ardiendo, ardiendo...
Un momento, ¿dónde he leído yo esto? Paso las páginas hacia atrás como si me fuera la vida en ello y, aquí está, al final de la entrada de Steen:
…torturados en los ligamentos de púas de las venas;
así que, mi valiente amor, no sueñes
Así que, mi valiente amor, no sueñes. Cierro las notas y salgo a la pradera: necesito respirar. Recuéstate en mi herida y sigue ardiendo, ardiendo...