La artista antes conocida como Di en el Salar de Uyuni |
Me encanta el verbo que titula esta entrada, quiere decir retrasar enfermizamente algo ineludible, ponerse a limpiar la plata cuando uno tiene un examen, o a escribir emails/este blog cuando una tiene que presentar un capítulo el día 16 de Diciembre. Así que hoy he decidido y no hay vuelta atrás (no, no insistáis), tras haber escrito varios emails y algún comentario, que voy a escribir el capítulo. Y como estaba con ganas, inspirada por la musa Diva, de escribir sobre fotografía, aquí os va un refrito sobre el tema que escribí hace (arghhhh) 5 años, cuando viajábamos por Latinoamérica. Los abrigos asesinos volverán, con fuerza…
Algunos de los dilemas de la "Artista después conocida como Di" (Agosto 2004)
Esta semana ha muerto Henri Cartier-Bresson, uno de los mejores fotógrafos del siglo pasado. Incluso a quien no interese la fotografía, le sonarán algunas de sus imágenes: el retrato de Albert Camus, el niño que lleva las botellas, el hombre que salta un charco y tantas otras, muchas en París. Cuando alguien así muere (topicazo, pero es que es cierto), una parte de mí también muere, aunque Cartier hacía años que no fotografiaba y sólo se dedicaba a la pintura. Era uno de aquellos que, como Quino, un día decidió dejar de hacer Mafaldas porque se le había acabado la vertiente creadora. Hay que ser muy valiente, pero algunos lo hacen. Cartier era un autor que no estaba preocupado por denunciar la realidad social como algunos de sus coetáneos. Para mí, tal vez esa es la tuerca que le faltaba, su arte era arte por el arte, lo que Celaya maldice tan bien cuando carga su poesía de futuro. Muy diferente de gente como Lange, que con sus fotos-propaganda denunció la gran depresión americana en los campesinos de zonas rurales, o el gran Robert Capa cuya mirada doblega (en ambos sentidos, real y metafórico), y que murió precisamente por una mina en la guerra.
La artista después conocida como Di sale todas las mañanas armada no sabe si de futuro, pero con su Nikon. Y hay días en los que dispararía un rollo entero en una esquinita, y hay otros días cuando, maldición, las musas no aparecen. Y da vueltas y más vueltas, y nada le parece interesante, todo manido y agotado. La artista después conocida como Di sabe que es un día en el que no tiene el ojo de la fotógrafa puesto, ese ojo definido precisamente por Lange como “una forma de entender la vida” ("You put your camera around your neck along with putting on your shoes, and there it is, an appendage of the body that shares your life with you. The camera is an instrument that teaches people how to see without a camera”).
Cuando aprendes a ver la vida a través de la cámara y la echas de menos continuamente cuando no está, aprendes a sentir la angustia de lo perdido, esa imagen que pasó y no tendrás. A la vez, una se une al dilema de esta otra escuela de pensamiento que habla de que las mejores cosas de la vida son perecederas (amigos, quien prefiere una maceta a un ramo de flores?), que el hombre es un animal de rutinas pero que se harta de ellas, y que no hay mejor manera de perder que poseer (y esto es particularmente cierto en el amor que debería ser más un querer pertenecer a alguien que querer poseerlo, pero esto es otro divague que de momento os ahorraré).
Pero esta angustia es si cabe un aguijón más doloroso cuando tienes tu cámara colgada del cuello, el encuadre y todo medido, pero decides no disparar. Y esto me pasa continuamente y en las fotos que mas me gustaría hacer: retratos. La catedral del DF a poco metros de donde escribo, el Taj Majal, la pirámide de Chichén Itzá, las cataratas de Iguazú, la puesta de sol en Bangkok… Todo está muy bien, pero nada le llega ni de cerca a la vieja que vende ajos en el mercado de Jalapa, a la niña a la que su abuelo le sopla la leche para que no se queme en Veracruz, al billar decrépito que se veía desde el autobús que me trajo aquí ayer. Nada. Una imagen de naturaleza nunca te puede contar una historia como la gente que anda por las calles (aunque las monjas no opinaban lo mismo dado su abuso de los atarcederes al lado de frases que alababan las grandezas del Señor), un detalle del arco románico sólo en contados casos. Y sin embargo, esas son las fotos que menos puedo tomar, y que sólo me atrevo, en casos muy contados y siempre q no se enteren, a robar (vuelven los piratas). Y he leído de manos de fotógrafos que una no debe tener escrúpulos en busca de La Foto, que una debe estar dispuesta a ganarse broncas, a pelear por su foto. Sin embargo, toda esta lucha es una ecuación complicada, y uno de los factores se llama vulnerar la dignidad de la gente. Hay arenas donde no se pelea.
Pese a todo, la pobre artista después conocida como Di no se engaña pensando que es este trauma irresoluto del fotógrafo-mercenario el que la prevendrá de convertirse en la Man Ray de la época. Ni se le escapa que, ineludiblemente, se seguirá cabreando con ella misma cuando vuelva y revele los carretes (sí, cuando vuelva, dicen que un viaje no termina hasta que no se revelan las fotos.) Este placer de la sorpresa y el dolor de la decepción al constatar que la traidora cámara no plasmó lo que nosotros vimos en el objetivo son aún dos sensaciones que las digitales se pierden. Hacer fotos manuales es, por todo lo escrito, un jardín de rosas que pinchan, y que evoca terriblemente la letra de esa canción de Lynn Anderson: “I beg your pardon, I never promised you a rose garden” (mal versionada por Duncan-Dhu).
Lo siento, nunca te prometí un jardín de rosas; al fin y al cabo, solo soy una cámara.
Yo procastino, tu procastinas, él...el muy cabrito lo hace todo a la primera y encima bien!!
ResponderEliminarHola, Di. Me ha extrañado que solo hubiera un comentario, aunque quizás fue porque el blog comenzaba entonces. Eres sincera cuando escribes de fotografía, y, en algunas cosas, me reconozco. Hay una cosa que te quería comentar: creo que las fotografías expresivas, como tú creo que las entiendes también, siempre hablan de personas, aunque no estén presentes, y también pueden contar historias. Hacer fotos de personas también es un problema que no he solucionado todavía. No suele ser fácil hablar se fotografía con sinceridad, como tú en este caso.
ResponderEliminarUn saludo
Hola José Luis, me alegra mucho leer tu comentario... tienes razón, entonces estábamos empezando... aún ahora encuentro impredecible totalmente lo q va a hacer divagar a la gente. Nunca escribo pensando en eso, pero algunos de los esscritos mas comentados me han sorprendido... supongo q es lo bonito del tema.
ResponderEliminarEsto es algo que escribí hace anios, cuando estuve viajando y llevaba todo el día la cámara colgada al cuello. Sigo con el dilema que comentamos, qué hacer en países donde la gente no tiene lo mís basico, y tú con tu cámara como quien fotografía un rinoceronte en un safari. Estas fotos ya no las hago, o intento no hacerlas. Me ha gustado lo de las fotos q "spr hablan de personas, aunque no estén presentes"... tengo una foto de una silla solitaria en una acera de una calle de pueblo que habla millones.
Un abrazo
di
Le envío este post a mi hija M. que de inmediato se convertirá en tu fan. (nota mental: prohibir a M. que se vualva a pasar por aquí a leer las chorradas que pone su madre)
ResponderEliminarLOL... fan por qué? por el procastinating? Tengo un MASTER!
ResponderEliminarxx
di
¡No mujer! Porque también es una embotelladora de recuerdos. Porque le encanta fotografiar al churrero de las ferias, a un señor ordeñando, una artesa vacía en la que se ha preparado queso...y nos reímos mucho de ella por su obsesión con la microhistoria humana.
EliminarGenial: "Embotelladora de recuerdos"... te lo cojo prestado, merece el título de un divague para q no se me olvide.
Eliminarmuxus y gracias
di
Aunque hace tiempo de este post, no pierde vigencia. Me encanta la fotografìa, la casera. Màs que tècnica es un tema de "mirada". Un beso
ResponderEliminar