19 marzo 2016

Shibuya de noche es Blade Runner (Tokyo, J2)


Sat, 19.03.16, Shibuya, Tokio


Digo NO brilla porque es de día, pero bien podría ser el día-mito de Londinium: cielo plomizo, lleno de nubes. Pero de esto no nos enteramos hasta coger el tren que nos saca del aeropuerto, y de qué tren pillar y de los billetes se encarga el jefe de operaciones, el Pedalista. Mini y yo arrastramos maletas y nuestros pobres cuerpos devastados por los pasillos.


Los trenes (y metros) son metálicos y muy cuadrados por fuera, y como los de Madrid, abiertos por dentro. Bueno, igual esto es lo común en la mayoría de las ciudades (incluso el vetustranvía es así), tal vez que solo el de Londinium, tan antiguo, redondito y enano es el único con sus vagones individuales, que justo puedes bajar la ventana que los comunica en verano, cuando ahí abajo se muere una de calor.


No sé qué es más apasionante, si mirar dentro del vagón o fuera: los pasajeros por su parte miran sus teléfonos, en un punto sube un niño de unos tres anios lo más cool que puede haber (en imagen): lleva gafas de pasta negra gigantes a lo Ray-Ban. Su madre lleva mascarilla y se sientan al lado de otra que también. Tengo a mi lado a un trajeado que rigurosamente mira su pantalla y enfrente una chica que vuelve de algún sitio. De un frenazo, la maleta se cae, y como tenía la barra para tirar aún subida da sobre la rodilla del hombre de gris. Levanta brevemente la mirada y ni se inmuta: le devuelve la barra y sigue con su teléfono. Esto mismo me pasó a mí en un transfer del aeropuerto de San Francisco y la mujer a la que le cayó (ya he apredido a nunca dejar esa barra subida) montó un pequenio drama: la entiendo, tiene que doler. Yo me disculpé todo lo que pude, y quise que me tragara la tierra. Pero aquí no hubo tragedia ninguna, cambalache de emociones: tal vez estaba presenciando en primera persona lo que tantas veces dicen en ellibrodejuan. Los japoneses son muy parcos en expresar sentimientos, a menos que estén borrachos. Es muy común que dejen la oficina muy tarde y se vayan a beber con los compas de trabajo, y allí, con una birras de más, abran su corazón.

Al mirar por la ventana, me encuentro con una parte de Tokio (y Japón) que ya me imaginaba: los rascacielos con pantallas de colores, el bullicio, eso es la Tokio de “Lost in translation” y otras pelis, pero también esta es la ciudad donde la planificación urbanística no existe, e igual tienes una casa de dos pisos y al lado un edificio enorme, con una callejuela enmedio con máquinas de venta de cosas-de-tienda-de-la-esquina y postes de cables. Una sociedad tan tecnificada y cables como si fuera el último pueblo de la provincia de Teruel. Dicen que todo el esfuerzo lo hacen de puertas para adentro (luego hablo de nuestro “apartamento”) y que así como en occidente damos mucho valor a la fachada, aquí es el interior (pienso en las calles y calles de casas victorianas en Londinium, los boulevares en París, la ruta modernista de Barcelona...). Pues las afueras de Tokio son eso: un caos de casas, un par de templos, edificios altos, y cables.


El tren del aeropuerto de Haneda lleva a la estación de Shinagawa, y allí hay que cambiar a la JR line a Shibuya. El caos es impresionante: más y más gente en los vagones. Una ninia de carrito con una mascarilla de Hello Kitty. Chicos jóvenes con el pelo hacia un lado. Pocos ancianos. Recuerdo el metro de México DF... y puedo decir que tras vivir Londinium y ahora Tokio, sigue llevándose la palma. Aquí en Tokio hacen fila para entrar en el vagon (en Londinium, amantes de las filas como los que más, la gente se extiende en la plataforma). También hay vagones con pegatinas rosas solo para mujeres entre semana. Parece ser que hay mujeres oficiales que los echan sin entran tíos, y la razón, que me viene de oídas del pasado, es porque los tipos se frotan? En serio? Os remito arriba, sociedad de emociones reprimidas.


En la estación de Shibuya atravesamos unos momentos de confusión (me refiero al Peda, yo ya estoy confundida perpetua). Hemos de cambiar de sistema de tren (sería como de overground a underground-tren sobre o bajo tierra-, o algo así: sigo en Londinium) y es complicado... lo pone todo, además de en japonés, en inglés o grafía occidental. Menos mal. Antes de meternos a esa otra línea, salimos a la calle, al famoso cruce de Shibuya: es una plaza enorme, la plaza que todo el mundo se imagina es Tokio, llena de luces de neón, pantallas en proyección y música: es como Picadilly a la enésima potencia, como un Times Square no sé elevada a a qué, que ya son unos anios que no la piso. De día es como un feriado matinal; de noche Blade Runner sin aviones ni desolación. Y sobre todo, gente: cantidades ingentes, tanto que deja al horror llamado Oxford Street en mera aprendiza en cuanto a viandantes, y el cruce en equis de Oxford Circus en un crucecito.

Vuelta para abajo porque tenemos una parade de metro hasta nuestro apartamento de Airbnb en Ikeguiri-Oshasi. Está en un edificio alto enfrente de una autopista de esas que sobrevuelan otra (sorprendentemente, no se oye mucho, estamos atrás) y el alquilador lo llamaba “room” (habitación) por una razón: lo es. Entras y, tras el receso para dejar los zapatos (un must en Japón) y ponerte las zapatillas que nos han dejado allí, hay un metro de “cocina”, un armario y un salón con un sofa cama, una cama, una mesa con sus sillas y un mueble con tele. El banio lo bautizamos desde el primer momento como “el camarote de los hermanos Marx”. De verdad que me recuerda la banio del velero de Fransesc. Pero todo limpio y bien. Una pared tiene motivos japoneses y le da todo el ambiente.


Son ya las 3 de la tarde. Nos tomamos un té (sí, queridos, nos trajimos nuestro té de la isla, como buenos súbditos de su graciosa majestad, que cuenta la leyenda se lleva su té -Twinings-y su water allá donde va) y venciendo las llamadas de Morfeo (dantescas, mi reino por una siesta), marchamos a Shibuya, a poner a prueba a esos cuerpos.


En nuestra estación de metro nos hacemos una PASMO card. Viene a ser una tarjeta monedero, como la Oyster en Londinium, pero mejor porque también puedes comprar chicles, leche, esos básicos. Pero su mayor belleza es que no tienes que comprar el billete cada vez, calculando dónde te bajas, te evitas pasar tus vacaciones haciendo operaciones bajo planos de metro en japonés. Sacando la PASMO infantil recibimos una sesión de japonés con el empleado de la estación que sale por una ventanilla lateral que parecía un trozo de pared entre dos máquinas de comprar los billetes, cual cuco en reloj, y nos dice que para Mini necesita “passport”, y nosotros “sí, PASMO”, y él, no, passport. Así que pasmo-passport es repetido varias veces por ambas partes hasta que acabamos subiendo a casa a por el passport. Luego todo va rodado, y el Peda descubre que cuando entra/pasa Mini suena como un pajarito (os creéis que la poli es tonta...)


Por fin, en Shibuya lo primero es subir al edificio Shutaya (si alguien que domina Tokio lee esto, le quemarán los ojos: no sé si era Tutaya o Mitaya... y mientras escribo viajando no tengo tiempo ni conexión-como ahora, que solo hay en recepción-para mirarlo, así que paciencia con errores que intentaré solventar de vuelta en la isla, y también añadiré fotos... resulta que no puedo descargarlas en este notebook, no me traje el cable.. doh!). Cierro paréntesis, dónde estaba? Ah, en el edificio,
enfrente del cruce de Shibuya para hacer unas fotos. Es una especie de centro comercial muy raro: en la planta calle venden creo que discos, luego hay una escalera mecánica estrecha como del SEPU, que no termina en Starbucks en la primera planta, sino que sigue escalando hasta meterte en unos niveles de comercio cutre que bien podría ser el Mercado de Brixton, venta de CDs piratas, revistas de manga, flores artificiales. Pero si sigues subiendo terminas en una librería tipo mezzanine, toda en madera oscura, con café enmedio, genial. De esas en las que te perderías allí un día entero.... solo le faltan las vistas del Starbucks maldito!


Nos perdemos en las callecitas de detrás, comemos unas patatas fritas y nos lanzamos a la búsqueda del Dorayaki. He hablado ya de Doraemon, los dibujos animados favoritos de Mini? Me cuentan por ahí algunos divagantes (Lux, Mo.. lo sé, no fiables) que debo persistir, pero es que las voces de doblaje al castellano son insufribles y me pregunto por la “appropriatedness” de su contenido: “de mayor acabaré borracho como mi papa”, dice Nobita (el ninio prota, duenio de Doraemon, un gato que viene a ayudarle del Siglo XXII), que está enganchado a una pasta llamada dorayaki. Tras entrar en varias tiendas, los encontramos: una especie de galleta blanda grande, que a veces tiene una crema en el centro. Totalmente uneventful.


A eso de las 8 nos vamos a dormir, estamos agotados. A las 8:30 estamos ya profundamente resoplando, y entonces bang bang bang... pegan en la puerta. Un susto! Quién es? David, el duenio del apartamento... que nos trae una cosa... abrimos desorientados, y el tío trae... un espejo!! En serio? Sin comentarios.... Volvemos a dormirnos y a las 2 am, gentileza del jetlag, nos despertamos el Peda y la que firma... totalmente despejados. Mini duerme. Saco la melatonina, se la ofrezco al Peda, que acepta que sea su camello y nos volvemos a dormir hasta las 11 am... Parece ser que Mini vino a las 6 am y acabó en nuestra cama y el Peda en la suya... pero eso son cosas que pasan en la noche que luego, por la maniana, todos los gatos son pardos.

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