El fin de semana leí "Maus: la historia de un superviviente", el famoso cómic de Art Spiegelman sobre la vida de su padre: desde galán irreductible en los años 30 polacos, hasta viejo gruñón de Rego Park, en el barrio de Queen's neoyorquino (que estará siempre en mi corazón, allí estuvimos con nuestro amigo J.A. la primera vez que visitamos New York New York), pasando por el horror del Holocausto. Horror que hemos visto en muchas películas, exposiciones, libros y museos- para mí, de lo más impactante (y ya es decir) ha sido visitar el museo judío de Berlín, donde, debido a su arquitectura y diseño, más que información, con lo que te vas es con una "experiencia": agobio, claustrofobia, miedo, ansiedad.
Sobre Maus, no quiero escribir hoy de la náusea que provoca el recordar todas las atrocidades que ocurrieron hace cuatro días, no quiero volver a plantearme cómo de repente tanta gente perdió el sentido y la conciencia, no quiero reflexionar sobre las implicaciones que olvidar semejante barbarie podría tener en un futuro, que se intuye salvaje. Sobre lo que querría divagar es sobre la figura del padre de Art, Vladek, o más en concreto sobre su relación. Estas han sido las partes que más me han tocado del cómic, como si me hubiera puesto una coraza ante el genocidio para poder seguir leyendo cómo un hijo se exaspera con su padre.
El cómic comienza con una introducción sobrecogedora: Art, ratoncito (los judíos son representados como ratones, los nazis como gatos) de pocos años está jugando con sus amigos por las calles de mi recordado Queen's. Tras una discusión de críos, Art vuelve llorando a casa y se lo cuenta a su padre, que le dice: "Amigos? Tus amigos? Si los encerrases juntos en una habitación sin comida una semana... entonces podrías ver lo que es... la amistad!".
La imposibilidad de confiar. Que un padre le diga eso a un hijo de diez años es más que dramático. Que un padre, cuyo rol es dar confianza, ayudar a ver el punto de vista del otro, esté tan destrozado por dentro como para decir eso... me parte el corazón. El propio Art se debate muchas veces durante la narración sobre si su padre ya era así o si la guerra y Auschwitz lo convirtieron en eso. Pero su madrastra, sin ir más lejos, no es así. O su madre, que aquejada de enfermedad mental desde joven acabó suicidándose, tampoco: claro que esto es hipotético porque Vladek, en un ataque de necesidad de olvido -como si eso fuera posible-, quema todo lo escrito por ella. Art se pregunta si está haciendo lo correcto siendo tan absolutamente sincero: está pintando una imagen de su padre como el estereotípico judío del que precisamente quiere huir: "en algunos aspectos es simplemente como la caricatura racista del viejo judío miserable". Pero aún así es valiente y nos describe la extrema austeridad-que llega a miseria-de su padre. El propio Vladek dice "no puedo olvidarlo, desde Hitler no me gusta tirar ni siquiera una miga" tras un episodio en el que quiere devolver a la tienda un paquete de corn flakes empezados que no se va a terminar. O nos cuenta como el haber sido objeto del racismo y la xenofobia no hace que Vladek deje de tener antipatía por los homosexuales y los afroamericanos.
Las secuelas del trauma. Especialmente sobrecogedor es el momento en que, una noche, al oírlo gritar en sueños, Art le dice a su novia: "cuando era pequeño pensaba que ese ruido era el que hacían todos los mayores al dormir". Nudo en la garganta.
Y la culpa con la que carga el superviviente: por qué yo me salvé y no los otros? Por qué tuvo que morir mi hijo/hermano/padre? (Art tuvo un hermano al que nunca conoció). Este sentimiento es muy común en casos de tragedias, algo completamente irracional, pero que nos puede paralizar. Spiegelman también es valiente en su respuesta a los que le acusan de intentar pasar esa culpa a los alemanes que ni siquiera habían nacido entonces: pierden el punto, "muchas de las empresas que florecieron en la Alemania nazi son ahora más ricas que nunca... no sé... quizás todos nos tenemos que sentir culpables... todos, para siempre!".
Durante la lectura de este libro, me he encontrado a veces con él cerrado sobre el pecho y algunas frases que he oído toda mi vida han vuelto a visitarme: "no te metas en política", y la voz de la Yaya. Y todas sus historias, de nuestro pequeño Holocausto particular, campo de pruebas de aquel, donde crueldades sin cuento se repitieron como un ensayo barato, como una placa de Petri amateur, como un Gernika cutre en preparación del despliegue final, la apoteosis de la verguenza con la que el Siglo XX pasará a la historia.
No me ha hecho falta leer Maus para entender de dónde vienen los consejos de la Yaya: los dicta el miedo. Tengo la suerte de pertenecer a una generación que nunca ha tenido que vivir con el terror, que no ha visto venganzas entre paisanos en pueblos pequeños, que piensa que no hay otra manera de vivir que estos años que hemos disfrutado. Así que Maus no es que me haya ayudado a entenderla, pero me ha impulsado a querer actuar. Por ello, ha supuesto para mí mucho más que cualquier libro que haya leído recientemente. Que yo haga de reportera de estar por casa de esta mujer, seguramente mi mayor influencia, creo que no le haría ninguna gracia. Pero yo aún vivo sin miedo, y muy alerta de que libros como Maus e historias como aquellas hay que contarlas.
Imposible no recordar esta frase que me pone alas en los pies, que ya colgué recién estrenado el divlog...
"Lo único que le pido a un libro es que me inspire energía y valor,
que me diga que hay más vida de la que puedo abarcar,
que me recuerde la urgencia de actuar”.
De la película Léolo, de Jean-Claude Lauzon (Canadá, 1992)
Sobre Maus, no quiero escribir hoy de la náusea que provoca el recordar todas las atrocidades que ocurrieron hace cuatro días, no quiero volver a plantearme cómo de repente tanta gente perdió el sentido y la conciencia, no quiero reflexionar sobre las implicaciones que olvidar semejante barbarie podría tener en un futuro, que se intuye salvaje. Sobre lo que querría divagar es sobre la figura del padre de Art, Vladek, o más en concreto sobre su relación. Estas han sido las partes que más me han tocado del cómic, como si me hubiera puesto una coraza ante el genocidio para poder seguir leyendo cómo un hijo se exaspera con su padre.
El cómic comienza con una introducción sobrecogedora: Art, ratoncito (los judíos son representados como ratones, los nazis como gatos) de pocos años está jugando con sus amigos por las calles de mi recordado Queen's. Tras una discusión de críos, Art vuelve llorando a casa y se lo cuenta a su padre, que le dice: "Amigos? Tus amigos? Si los encerrases juntos en una habitación sin comida una semana... entonces podrías ver lo que es... la amistad!".
La imposibilidad de confiar. Que un padre le diga eso a un hijo de diez años es más que dramático. Que un padre, cuyo rol es dar confianza, ayudar a ver el punto de vista del otro, esté tan destrozado por dentro como para decir eso... me parte el corazón. El propio Art se debate muchas veces durante la narración sobre si su padre ya era así o si la guerra y Auschwitz lo convirtieron en eso. Pero su madrastra, sin ir más lejos, no es así. O su madre, que aquejada de enfermedad mental desde joven acabó suicidándose, tampoco: claro que esto es hipotético porque Vladek, en un ataque de necesidad de olvido -como si eso fuera posible-, quema todo lo escrito por ella. Art se pregunta si está haciendo lo correcto siendo tan absolutamente sincero: está pintando una imagen de su padre como el estereotípico judío del que precisamente quiere huir: "en algunos aspectos es simplemente como la caricatura racista del viejo judío miserable". Pero aún así es valiente y nos describe la extrema austeridad-que llega a miseria-de su padre. El propio Vladek dice "no puedo olvidarlo, desde Hitler no me gusta tirar ni siquiera una miga" tras un episodio en el que quiere devolver a la tienda un paquete de corn flakes empezados que no se va a terminar. O nos cuenta como el haber sido objeto del racismo y la xenofobia no hace que Vladek deje de tener antipatía por los homosexuales y los afroamericanos.
Las secuelas del trauma. Especialmente sobrecogedor es el momento en que, una noche, al oírlo gritar en sueños, Art le dice a su novia: "cuando era pequeño pensaba que ese ruido era el que hacían todos los mayores al dormir". Nudo en la garganta.
Y la culpa con la que carga el superviviente: por qué yo me salvé y no los otros? Por qué tuvo que morir mi hijo/hermano/padre? (Art tuvo un hermano al que nunca conoció). Este sentimiento es muy común en casos de tragedias, algo completamente irracional, pero que nos puede paralizar. Spiegelman también es valiente en su respuesta a los que le acusan de intentar pasar esa culpa a los alemanes que ni siquiera habían nacido entonces: pierden el punto, "muchas de las empresas que florecieron en la Alemania nazi son ahora más ricas que nunca... no sé... quizás todos nos tenemos que sentir culpables... todos, para siempre!".
Durante la lectura de este libro, me he encontrado a veces con él cerrado sobre el pecho y algunas frases que he oído toda mi vida han vuelto a visitarme: "no te metas en política", y la voz de la Yaya. Y todas sus historias, de nuestro pequeño Holocausto particular, campo de pruebas de aquel, donde crueldades sin cuento se repitieron como un ensayo barato, como una placa de Petri amateur, como un Gernika cutre en preparación del despliegue final, la apoteosis de la verguenza con la que el Siglo XX pasará a la historia.
No me ha hecho falta leer Maus para entender de dónde vienen los consejos de la Yaya: los dicta el miedo. Tengo la suerte de pertenecer a una generación que nunca ha tenido que vivir con el terror, que no ha visto venganzas entre paisanos en pueblos pequeños, que piensa que no hay otra manera de vivir que estos años que hemos disfrutado. Así que Maus no es que me haya ayudado a entenderla, pero me ha impulsado a querer actuar. Por ello, ha supuesto para mí mucho más que cualquier libro que haya leído recientemente. Que yo haga de reportera de estar por casa de esta mujer, seguramente mi mayor influencia, creo que no le haría ninguna gracia. Pero yo aún vivo sin miedo, y muy alerta de que libros como Maus e historias como aquellas hay que contarlas.
Imposible no recordar esta frase que me pone alas en los pies, que ya colgué recién estrenado el divlog...
"Lo único que le pido a un libro es que me inspire energía y valor,
que me diga que hay más vida de la que puedo abarcar,
que me recuerde la urgencia de actuar”.
De la película Léolo, de Jean-Claude Lauzon (Canadá, 1992)
Creo firmemente en el "Yo soy yo y mis circunstancias" de Ortega, y lo traigo a colación porque uno no se comporta igual si hay alguien que te apunta con un arma a que si no.
ResponderEliminarHitler llegó democráticamente al poder, y enfrentarse al poder establecido con riesgo de tu vida y la vida de tu familia fué cosa de héroes, anónimos, pero héroes, que desde luego no estaban en el consenso que les tocó vivir.
Estaría uno dispuesto a que lo detuvieran, tú y tu familia, perder tu casa, tu cama, hoy, que te manden a un campo de concentración por alguien de tu familia, por un amigo, por un conocido, por un desconocido? Quién lo hace?
Miro lo que tengo a mi alrededor, mis circunstancias y como reflejas bien, uno solo puede imaginar lo que fue, y es eso, imaginar.
Y ante ese miedo, uno no trataría de minimizar lo que pasa "a otros"? Y eso si estás enterado porque la propaganda funciona a todo trapo.
Hay un libro para mí fantástico de un profesor judío agnóstico-bautizado casado con una mujer de raza aria que sobrevivió. El quiere publicar algo sobre literatura francesa, que nunca leí, pero tiene unos diarios sobre lo que le pasa todos los días en Dresden alucinantes:
Su amor por Alemania, un judío que le tima o otros que no lo ayudan porque no es religioso, gente que lo para por la calle para darle la mano, un tendero que mientras en voz alta dice que no le puede dar x (para que su ayudante no lo delate), se lo está dando, la pérdida de libertades, poquito a poquito, hoy la estrella (llevan un libro en la mano para intentar taparla), mañana a la cola del autobús, luego su cargo, después el coche, luego la casa, la falta de comida, sus hipocondrias, etc. Las conversaciones que tienen entre ellos y cómo algunos no ven claro lo que sucede.
I will bear witness por Victor Klemperer. Y como sobrevivió tenemos su historia. Agridulce porque aunque "acaba bien", se salva, faltan cientos de miles de historias, también la de los gitanos, enfermos, etc.
Tiene otro libro que analiza las palabras alemanas que utilizaba el tercer reich: La lengua del tercer imperio.
Que buenos consejos para leer Di y Cou!!!!
ResponderEliminarPena de tiempo... No sé como lo hago pero no tengo tiempo para nada.... Cada vez menos...
Besicos.
Diva..lee Maus te encantará.
ResponderEliminarDi, sobre lo que comentas. A mi me causo también mucha impresión la relación de padre e hijo. Desde el momento en el que el hijo se plantea hacer un comic en cierta manera para explicar como es su padre, más que para explicar, para intentar entenderle él mismo. Llega una edad en la vida en que dejas de ver a tus padres como " papá y mamá" y pasas a verlos como personas con todas sus virtudes y todos sus defectos e intentas comprenderlos. En el caso de Vladek con todo lo que lleva detrás el trabajo de Art para ese conocimiento es muchísimo más arduo porque realmente quiere conocerle pero no al mismo tiempo le da pánico saber como es en realidad y lo que es peor..le da pánico su relación con él, como ese conocimiento mayor afectará a su amor por él...y a su vida personal. El miedo a parecerse también está presente...
seguimiento...
ResponderEliminarMorning guapas, uno breve q voy volando, pero os quería dar muchas gracias: primero a MO por recomendar el libro... no nos planteamos lo chulo q es esto d elos blogs ene se aspecto: alguien te recomienda algo, tú lo lees, lo "digieres", escribes cuatro cosas, esos otros comentan... es algo q asumimos como normal pero q en épocas represivas hubiera sido impensabale, y sin ir má slejos, en épocas sin internet, mucho más dificil... a ver quien tiene tiempo d eirse a las 7 pm todos los jueves a un cafe a la tertulia, cosa muy chula, pero q yo se q en este momento d emi vida no podría meter, así q bueno, divago, pero q me congratulo de este invento. Exaltación de la blogueridad (I love u!). Ah, MO, y todo lo q dices de la relacion lo suscribo: el miedo a acabar como el padre, como el viejo judío miserable. Pero es q hay detalles de una observación para mi perfecta: cuanod Vladek le dice a Mala "anda, no le des el colgador de metal, sino el de madera!". Genial.
ResponderEliminarCOU, tiene stoda la razón con lo del miedo... vale ocn vivir una experiencia mínima para q te marque toda la vida (eiatr ascensores, pngamos), asi q imaginemos el holocausto. También mil gracias por las referencias, intentare hacerme con ellas.
DIVA, a ratos me estoy leyendo un auténtico peñazo d elibro titulado "Getting things done" de un tal David Allen. Uno d emis juniors 9el majo) me lo recomendó pq, sabienod lo organizada y obsesiva q soy dijo q era "el tipo d epersona q le encantaría ese libro". Cuanod termine te cuento, pero va de darte un sistema para tener la cabeza libre de todas esas cosas pequenias q hay q hacer q se agolpan y nos inmovilizan para hacer cosas q verdaderam nos darían felicidad. El te da sistemas para manage esas cosas.
Os mando un hug
di
Moli toca una tecla que a mí me tiene preocupada últimamente: cómo evoluciona nuestra visión de nuestros padres, cómo nos vamos volviendo (o al menos en mi caso) más intransigentes cuando, seguro, nos faltan datos, nos falta el contexto, nos faltan sus años.
ResponderEliminarEstá en mi lista de "pendientes". Yo aprovisiono a mi santo de tebeos (comics/novelas gráficas, como se llamen, no sé bien la distinción todavía) y él me los recomienda (o no).
Lo leí hace más de un año y lo recuerdo viñeta por viñeta como si hubiera sido ayer. Eso, en una novela gráfica, no es fácil de conseguir. En algunas partes solté lágrimas como puños.
ResponderEliminarNudo en el corazón y pelos como escarpias.
Petons
Di, mi jefe, después del libro, hasta se descargó el app de "Getting things done". Y explicado, si no lo entendí muy mal, es un dechado de obviedades: lo lógico sería hacer las cosas FIFO pero si se te presenta algo fácil y que sabes que lo haces ahora, te lo quitas de enmedio rápido, cambias a LIFO y, siempre, en todo caso, estás sujeta al HIFO, esto es, que aparezca tu jefe y te diga "¿tienes un momento?" y tu orden vital (a priori, sólo profesional) se vayan a la porra. Que vivan los gurús de gestión, que vivan!
ResponderEliminarQué tarde voy, apologies. CARMEN, pásame el nombre de la App de "Getting thigs done" asap, q el Peda no me la encunetra. Este libro va a cambiar mi vida organizativamente hablando, veréis. Pero antes tienes q darte cuenta q yo no vengo del mundo de la empresa,yo no sé ni lo q son el HIFO ni el FIFO ni su tia sisebuta, así q cualquier cosa me impresionaría. Me doy cuenta q muchas cosas ya las hacía yo, pero me está "refinando" alguna cosilla. Ya os contaré.
ResponderEliminarGracias SA por tu coment. Es curioso lo de q recuerdas tan bien las vinetas. Yo lo encontré "duro" de leer también ene se aspecto: no es Asterix o Tintin, q es a lo q yo estaba acostumbrada. Los personajes expresan mucho, en B&N y con poco trazo. UNa abracada
di
Got them!
ResponderEliminarSe llama Things y hay otro, Toodledo que, aparentemente, te sincroniza iPad y iPhone a través de un espacio web. Hope this works...
Graches CARMEN.. pero "things" es el basado en mi gurú David Allen? Mira q me tiene en éxtasis (el Peda esta pidiendo el divorcio, llevo un finde de winter cleaning q no veas...)
ResponderEliminarNi idea; creo que no hay ninguno genuínamente derivado del libro sino más bien "inspirado en"... y se esperan más versiones del Things según mi informante. Pregunto y reverteo.
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