Hace unos meses empecé un divague, allá por la época cuando publiqué mi análisis del relato "Cat person" (que aniadió un punto más a la campania #MeToo de gente de Hollywood que a propósito de Wenstein empezaban a decir que ellas también habían sido presionadas, abusadas o violadas). Aquel relato me tocó mucho (ya expliqué que lo leí con el corazón encogido) porque, primero, no era difícil empatizar con la protagonista aunque no hubieras vivido algo similar, pero, segundo, porque como todas las mujeres que conozco, he sido acosada por ser mujer, de una u otra forma, muchas veces. El borrador de aquel divague, sobre mi particular #MeToo se quedó ahí, enterrado entre otros divagues de libros, Londinium, pelis, viajes y anécdotas. Enterrado, pero no olvidado.
El coraje llama al coraje en todos los sitios, Millicent Fawcett |
Por qué no publiqué?
Por qué? No puede ser vergüenza: racionalmente sé que estas situaciones no han sido mi problema, sino el de ellos. Por qué entonces? Tirando del hilo llego a mi legendaria aversión a ser compadecida, odio el papel de victima, detesto dar pena (aunque tristemente, como todos, muchas veces la dé). No quiero que la gente me anime ni que me den palmaditas en el hombro. Pero... hasta cuándo se justifica este orgullo cuando hablamos de un problema que nos afecta a todas, que ya no es personal, sino político?
Anoche me impactó escuchar a una monja de clausura en la SER y su frase: "Tenemos responsabilidad con nuestras palabras y con nuestros silencios". Me pareció especialmente bonito el uso de la palabra silencios, ellas que viven sin ruido, sin cosas, sin prisas. Y aún así, decidieron romper su silencio para decir que hay silencios cómplices. Volvemos al famoso "vinieron a por los judíos, pero no dije nada, porque no era judío". Así que anoche decidí que tenía que desempolvar aquel divague y publicarlo, aunque me costase. Porque encima, soy mujer y como a casi todas, me ha pasado.
La primera vez, esto sí que lo conté, me pellizcó el culo otro ninio con 9 anios en unos campamentos. Le metí una patada enorme con las chirucas, pero aún hoy recuerdo lo fatal que me hizo sentir. Lo terrorífico es que a Mini esto mismo ya le ha pasado-en un colegio en Vetusta al que fue durante sus vacaciones británicas. Y vi en su cara que se sentía exactamente igual que yo, décadas después.
Cuando tenía 13 anios iba andando con un grupo de amigas, y de repente, nos pitaron desde una furgoneta. Recuerdo perfectamente la calle. Me interesé por ver si eran conocidos de alguna de ellas y una me aclaró: "no sabías que cuando un grupo así de chicas va por la calle, los hombres pitan?"
No lo sabía, pero vaya que si lo aprendí, y también aquello otro de lo que suponía pasar sola por delante de un grupo de tíos. Había que desviar la mirada, disimular, y pasar lo más rápido posible. En el Reino Unido, desde el principio noté que esto era menos prevalente que en la península (por no hablar de Italia, claro, o en Egipto donde literalmente casi se me lleva una marabunta de tíos que me rodeó), pero también se da (recordemos sin ir más lejos este tío haciendo gestos masturbatorios sin dejarme mover el coche). Aún a día de hoy, cuarentaybastantes, sigo como acto reflejo esperando lo peor cuando paso por ciertos grupos de hombres.
Fui a un cole de monjas y solo chicas, así que afortunadamente no tengo historias de profesores que se pasan en esa época, aunque no me libré de que por ejemplo me tocaran el culo en un partido de baloncesto a los 15. En aquella época, seguro que me sentí culpable por haberme subido a esa valla. En la facultad tampoco hubo incidentes, aparte de un profe de prácticas que me preguntó si "hacía algún deporte", y yo, inocente, debí dar explicaciones que le importaban un pepino porque lo que quería es decirme "cómo mantienes ese cuerpo".
Cuando empecé a trabajar, ya en la isla, yo aún era una inocentona del diez. Un día, un compañero de trabajo (que estaba casado, tenía 5 hijos, y era predicador de nosequé religión) me dijo que me había traído los libros que le encargué y que los subiera a buscar a su piso. Vivíamos en residencias al lado del trabajo, y él tenía a la familia en otra ciudad. Subí, sin más, y una vez arriba me dijo que "le diera un beso". Evidentemente me fui horrorizada y el surrealismo siguió los demás días, en los que vino llorando, diciendo primero que teníamos que limitar nuestro tiempo juntos (culpándome, no me podía ver) y luego "que lo había hecho para comprobar si yo era fiel a mi novio" (claro, hay que entenderle, era predicador, ese es su trabajo). Sí, lo sé, es enloquecido, pero así de anormal es alguna gente ahí afuera. Ayer, hablando de estos temas con mis padres, que están aquí, les conté esta historia, que no les había contado jamás. Se quedaron en shock, enfadados, tristes.
Alguna gente, por lo que una lee por ahí dirá, "por qué subiste al piso de ese predicador". Será culpa de una mujer, confiada, el que un hombre sea un cerdo. Seguro que muchas miramos atrás y recordamos cosas que, por culpa de otros, de ellos, pueden ser catalogadas de "imprudencias". Quién no ha ido de noche andando de un pueblo en fiestas a otro, quién no se ha metido en el coche de una gente que has conocido esa noche en Ibiza para ir a otro bar, quién no ha vuelto a casa sola en un taxi que a saber quién lo conducía? Ese pavor aún lo recuerdo, el del taxi y la posibilidad de que fuera un tipo que "te llevara a un descampado". A la hermana de un amigo la intentaron llevar.
No soy ni tengo apariencia de mosquita muerta, y puedo ser muy directa, y aún así he sufrido a hombres que han intentado presionarme aprovechando que ellos eran tíos en distintos aspectos (amoroso-sexual, y también profesional). Con ellos he lidiado de distintas maneras, cada vez mejor según avanzaba mi edad. Y esto es verdaderamente sobrecogedor: cuanto más joven eres, menos equipada estás para combatir estas mierdas, y cuando pienso en Mini, me revuelvo. Porque estas mierdas no tendrían que estar pasando, ni seguir pasando.
Leyendo lo que mucha gente ha escrito estos días sobre sus particulares #MeToos me he dado cuenta de que, en el fondo, he tenido mucha suerte. Todo lo que me ha ocurrido es menor, pero me ha ocurrido. Y lo escribo aquí hoy solo para agredecerles a las valientes que han compartido situaciones verdaderamente traumáticas, abusos y violaciones muchas desde ninias, y por su propia familia, que hayan dado un paso más para contarlo.
Porque si algo no se cuenta, no ha pasado, y si no ha pasado, no hay que cambiarlo.
Por eso hasta las monjas de clausura han decidido romper su silencio.