Los caminos por los que se llega a un libro predisponen a lo que va a ser nuestro encuentro con él. Si lo ha recomendado ese amigo del que te fías ciegamente, si en una entrevista un autor que te gusta habla de él, si es un clásico que sabes cuenta con la aprobación de los entendidos. Así que, qué extranio es, por lo menos para mí, lanzarme a un libro que nadie me ha recomendado, que no conozco a nadie que lo haya leído y que descubro por casualidad.
Fue una tarde en Foyles Royal Festival Hall en el Southbank. Pasábamos uno de esos ratos maravillosos en lo que cada uno nos vamos a una sección (flashbacks de Mini, pequenísima, en la zona infantil con cuentos) y exploramos. Me detuve en una de esas secciones en las que apilan libros con un titular, concretamente "Modern Classics", y junto a los sospechosos habituales vi un libro cuyo título me tiró para atrás: "Posesión. Un romance", de la autora A.S.Byatt, que había sido premio Booker en 1990 (como el anio pasado fue "El vendido" de Paul Beatty). Pese a todos los prejuicios del mundo, el que fuera calificado por los libreros de Foyles como "clásico moderno" me hizo darle la vuelta y, al leer la contratapa, inmediatamente quise tenerlo. Posesión: lo mío con los libros.
Cada vez que he comentado a conocidos ingleses que leía "Posesión", nadie sabía de lo que hablaba, y probablemente pensaban en una novela de terror, tema diabólico, ninia del exorcista gira la cabeza en el fondo. Lo de "un romance" ni lo decía, al fin y al cabo está escrito muy pequenio debajo. Pero antes de empezar la novela (que tiene mucho de Crítica Literaria) ya Byatt nos deja claro en la cita de Nathaniel Hawthorne que "romance", además de una historia de amor, significa en la tradición literaria una obra que intenta conectar tiempos pasados, casi de cuento de hadas, con el aquí-y-ahora. Aquellas épocas de caballeros con armadura y damiselas en su torre o, como lo define John Mullan, profesor de literatura en University College London: "desde historias medievales de caballería hasta los antiguos cuentos en verso de Keats, Coleridge y Scott, pasando por el arturianismo victoriano de Tennyson (...) a menudo ha existido en antagonismo con la novela, llena de "verdad" vs. el romance lleno de monstruos".
Y eso es lo que pasa en "Posesión", que unos académicos de la literatura de hoy en día por casualidad comienzan a investigar la vida de unos poetas victorianos, a los que tenemos acceso vía sus poemas, diarios, trozos de periódico, y sobre todo, cartas. Porque así comienza la novela: Roland, un académico sin mucho futuro, agonizando en el Departamento de Inglés de una universidad londinense donde su grupo ("la Fábrica de Ash") estudia hasta la saciedad a un famosísimo poeta victoriano llamado Randolph Henry Ash (inspirado vagamente en Robert Browning o tal vez Alfred Tennyson), encuentra en un libro en la biblioteca el borrador original inédito de una carta de Ash a una poeta menor, Christabel LaMotte (inspirada en Christina Rossetti) que ha conocido en una reunión. Que se trata de LaMotte no lo sabemos hasta pasadas unas páginas, tras algo de investigación de Roland, pero lo que es claro es que el borrador era para una mujer que había impactado a Ash, porque en lo escrito había una sensación de "urgencia" (no son así las cartas de amor, en cualquier fase?). Roland se guarda la carta, hasta ahora nunca descubierta, porque se da cuenta de la bomba de relojería que esto puede ser: Ash, el poeta del que todo su equipo y otros académicos internacionales han estudiado, investigado, escrito tesis, libros, etc, podría ser otra persona que no el marido intachable de su esposa, con la que no tuvo hijos.
La mayor especialista en LaMotte es una académica en el Centro de Estudios de Mujeres de la Universidad de Lincoln. Así que Roland sube a la ciudad, que conozco bien porque está cerca de Nottingham. Lincoln respira alrededor de su enorme catedral, sus calles son empedradas, todo debía ser así en la época victoriana. Es un sitio muy pequenio, pero allí vive Maud, estudiosa de la literatura que no quiere saber mucho más del mundo que lo que le ofrecen sus estudios. Aún así, en una maniana de esas grises y húmedas acompania a Roland al camposanto (prefiero usar esta palabra para que el divagante se haga una idea de los cementerios ingleses- graveyards: una iglesia de torre de aguja, o cuadrada, con un terreno alrededor hasta arriba de lápidas inclinadas, mordidas de musgo, con suerte con un cuervo sobre ellas, y sus cruces gaélicas, y su abandono) donde descansa la poeta LaMotte, y allí, un encuentro fortuito desencadena lo que es, en efecto, una novela de detectives para amantes de la literatura. Porque claro que hay correspondencia entre LaMotte y Ash, y de quién posee estas cartas va el libro.
Porque no son Roland y Maud los únicos actores en este escenario: hay muchos más, y todos sirven para pintarnos el cuadro del feroz mundo académico y de sus malvados personajes psicopáticos sin escrúpulos, mundo del que Byatt aprovecha para reírse en su cara. Y la posesión no es solo la concreta de las cartas (que también pasa a ser la razón por la que algunos clavarían puniales, algunos por su valor económico, otros por poseerlas en su vitrina) sino también la que ansía el enamorado de su amado, la del biógrafo por su biografiado, o el académico por su objeto de estudio.
Cualquiera que haya mantenido una relación epistolar con una novia o un novio, o un proyecto, se verá inevitablemente reflejado. No solo en la urgencia, descrita anteriormente, sino en la extranieza, la disociación entre la persona de las cartas y la real: llega un punto en el que, si no te conocías mucho al empezar la relación y no te ves, pero te descubres por carta, luego cuando por fin te encuentras con esa persona es imposible que no te ataque la timidez y que te creas que esa persona que tienes enfrente, en realidad es esa que sabe tanto de ti. Además también hay reflexiones sobre este género interesantísimas, y que a los que divagamos así en público nos debería también hacer pensar: Roland se da cuenta de que las cartas son una forma de narrativa que no concibe resultado, cierre. Las cartas no cuentan ninguna historia porque no saben, de línea a línea, dónde van.
La posesión entra en contradicción con otro gran tema del libro: la libertad de los amantes. En las dos historias de amor del libro este tema está presente: por la correspondencia entre LaMotte y Ash descubrimos cual es la dinámica inicial entre ellos: Ash es el que inicia la correspondencia, la pretende y persigue. Yo no sé si todos los hombres usan la misma narrativa en esta situación: "preferiría arrepentirme de la realidad que de su fantasma, del conocimiento que de la esperanza, del acto que de la duda, de la vida verdadera que de las cosas potenciales". Bla bla bla, claro que este es poeta y lo dice bonito. El viejo rollo: pero recordemos que él es el casado y ella la que no. Christabel Lamotte desde el principio no esconde que ella necesita su espacio, y que lo tiene perfectamente delimitado en su casa de Richmond donde vive con su amiga pintora y los perros. Como esta es la imagen que daba a la sociedad, muchos académicos habían asumido que LaMotte estaba en una relación sexual con otra mujer, y tal vez su furiosa independencia la había hecho más atractiva a las académicas feministas (véase Maud y su departamento en Lincoln). LaMotte intenta elevar muros, con poco éxito, porque aunque Ash le dice que "sabe por propia experiencia la infelicidad que la falta de libertad da a las mujeres", siguen las cartas, la persuasión, la seducción. Al fin y al cabo, es poeta: "porque ciertamente te amo, de todas las maneras posibles para un hombre, y más fieramente. Es un amor para el que no hay lugar en este mundo, un amor que mi razón disminuida me dice que no nos puede ni hará a ninguno de los dos ningún bien".
Imposible no invocar aquí a Virginia Woolf y su "una mujer tiene que tener dinero y una habitación propia si quiere escribir", porque eso lo tiene LaMotte grabado a fuego: "llevo la libertad de vivir como vivo, de dirigir mis asuntos, de hacer mi trabajo con mucho celo". Es, desde luego, una novela feminista, en la que se habla de las "mujeres domesticadas" (igual que domesticaron animales, los hombres domesticaron a muchas mujeres-algunas siguen hoy), de cómo es posible que en el ajedrez la mujer pueda hacer movimientos largos y en diagonal, justo lo opuesto que en la vida, o de la suerte de las mujeres en los departamentos universitarios al ir cumpliendo anios. Se lo cuenta a Maud una companiera que lleva allí toda la vida: "no te puedes imaginar cómo era en los 60, a las mujeres no se les permitía entrar en la sala común, y todo se decidía en el pub, donde no éramos invitadas. Estábamos agradecidas por tener trabajo. Pensábamos que era malo ser jóvenes y algunas, atractivas. Todo empeora cuando envejeces: hay una edad en la que una se convierte en una bruja y, como siempre pasa en la historia, hay cazas de brujas".
El tema de la libertad opuesto a la posesión amorosa se replica, en el presente (nota: el libro está basado en 1987, con lo cual no había internet, móviles ni ninguna de esas cosas que gente que no vivió en esos anios podrá entender. El que visitó departamentos universitarios en los 80 recordará el olor de papel amarillo, polvo, y tabaco inequívocamente: y pocas cosas son tan evocadoras como el olor) con Maud y Roland: ambos estudiosos que con lo que suenian es con una cama individual, blanca, con todo el tiempo del mundo, para estar en soledad. Ambos comparten esa pasión por pasar tiempo con uno mismo que necesita todo académico, todo lector, todo el que ama aquello que es incompatible con el ruido. Cuando se conocen, esta es su principal coincidencia. Aparte de que él es un experto en Ash y ella en LaMotte, y ambos quieren la respuesta al misterio.
Siguiendo con la crítica literaria, la poesía victoriana tenía intereses extranios como los insectos, y estaban fascinados con lo paranormal (se hacían espiritismos, y otros intentos de conexión con el más allá). Byatt ha llenado el libro de larguísimas poesías de Ash y LaMotte, que estoy segura habrán hecho la lectura aún más interesante para el que las haya leído en profundidad. Yo he de admitir que me las he saltado casi en su mayoría porque leer poesía en inglés no es lo mío: la poesía es como la música, tiene un ritmo y una cadencia, y te va directa al corazón. Así lo define Ash: "lo que me hace poeta, y no novelista tiene que ver con lo cantarina que puede ser la lengua misma. Porque la diferencia entre los poetas y los novelistas es esta: los primeros escriben por la vida del lenguaje, y los últimos para mejorar el mundo". Es muy raro que yo conecte en inglés, y mucho menos con poemas de 70 versos sobre insectos y hadas del bosque. Claro que estoy segura que hay cambios en el estilo de Ash y LaMotte tras su relación que se podrán captar allí. Sé que en algún foro, algún lector exigente ha dicho que las poesías no están a la altura, pero no puedo comentar. Solo para el lector al que atemorice las páginas de poemas: puede saltarlos y disfrutar de la novela.
Por último, su tratamiento de la muerte, tan certero. Está presente -que no omnipresente - en la novela, y aquí volvemos a invocar a la Woolf, y la Gran Tormenta de 1987 que le da un toque gótico a una escena de camposanto nocturno final donde los héroes y los villanos van a ajustar cuentas, y, sobre todo, la descripción desolada de quien se queda cuando el amado, al que poseíste, o creíste poseer, se va para siempre. "Inmediatamente tras la muerte, parecía él mismo, tranquilo, descansando. Ahora que se había ido, no había nadie allí, solo un simulacro huesudo (...) y le dijo a la cosa en la cama: "dónde estás"". Este trozo también me ha conmovido.
Sigo sin conocer a nadie que haya leído "Posesión. Un Romance", y esta soledad es extrania y desasosegante. Porque cuando un libro te atrapa durante dos semanas, lo que quieres es compartirlo y que otros se ayuden a desentraniar quién al leerlo posee a quién.
Y eso es lo que pasa en "Posesión", que unos académicos de la literatura de hoy en día por casualidad comienzan a investigar la vida de unos poetas victorianos, a los que tenemos acceso vía sus poemas, diarios, trozos de periódico, y sobre todo, cartas. Porque así comienza la novela: Roland, un académico sin mucho futuro, agonizando en el Departamento de Inglés de una universidad londinense donde su grupo ("la Fábrica de Ash") estudia hasta la saciedad a un famosísimo poeta victoriano llamado Randolph Henry Ash (inspirado vagamente en Robert Browning o tal vez Alfred Tennyson), encuentra en un libro en la biblioteca el borrador original inédito de una carta de Ash a una poeta menor, Christabel LaMotte (inspirada en Christina Rossetti) que ha conocido en una reunión. Que se trata de LaMotte no lo sabemos hasta pasadas unas páginas, tras algo de investigación de Roland, pero lo que es claro es que el borrador era para una mujer que había impactado a Ash, porque en lo escrito había una sensación de "urgencia" (no son así las cartas de amor, en cualquier fase?). Roland se guarda la carta, hasta ahora nunca descubierta, porque se da cuenta de la bomba de relojería que esto puede ser: Ash, el poeta del que todo su equipo y otros académicos internacionales han estudiado, investigado, escrito tesis, libros, etc, podría ser otra persona que no el marido intachable de su esposa, con la que no tuvo hijos.
La mayor especialista en LaMotte es una académica en el Centro de Estudios de Mujeres de la Universidad de Lincoln. Así que Roland sube a la ciudad, que conozco bien porque está cerca de Nottingham. Lincoln respira alrededor de su enorme catedral, sus calles son empedradas, todo debía ser así en la época victoriana. Es un sitio muy pequenio, pero allí vive Maud, estudiosa de la literatura que no quiere saber mucho más del mundo que lo que le ofrecen sus estudios. Aún así, en una maniana de esas grises y húmedas acompania a Roland al camposanto (prefiero usar esta palabra para que el divagante se haga una idea de los cementerios ingleses- graveyards: una iglesia de torre de aguja, o cuadrada, con un terreno alrededor hasta arriba de lápidas inclinadas, mordidas de musgo, con suerte con un cuervo sobre ellas, y sus cruces gaélicas, y su abandono) donde descansa la poeta LaMotte, y allí, un encuentro fortuito desencadena lo que es, en efecto, una novela de detectives para amantes de la literatura. Porque claro que hay correspondencia entre LaMotte y Ash, y de quién posee estas cartas va el libro.
Porque no son Roland y Maud los únicos actores en este escenario: hay muchos más, y todos sirven para pintarnos el cuadro del feroz mundo académico y de sus malvados personajes psicopáticos sin escrúpulos, mundo del que Byatt aprovecha para reírse en su cara. Y la posesión no es solo la concreta de las cartas (que también pasa a ser la razón por la que algunos clavarían puniales, algunos por su valor económico, otros por poseerlas en su vitrina) sino también la que ansía el enamorado de su amado, la del biógrafo por su biografiado, o el académico por su objeto de estudio.
Cualquiera que haya mantenido una relación epistolar con una novia o un novio, o un proyecto, se verá inevitablemente reflejado. No solo en la urgencia, descrita anteriormente, sino en la extranieza, la disociación entre la persona de las cartas y la real: llega un punto en el que, si no te conocías mucho al empezar la relación y no te ves, pero te descubres por carta, luego cuando por fin te encuentras con esa persona es imposible que no te ataque la timidez y que te creas que esa persona que tienes enfrente, en realidad es esa que sabe tanto de ti. Además también hay reflexiones sobre este género interesantísimas, y que a los que divagamos así en público nos debería también hacer pensar: Roland se da cuenta de que las cartas son una forma de narrativa que no concibe resultado, cierre. Las cartas no cuentan ninguna historia porque no saben, de línea a línea, dónde van.
La posesión entra en contradicción con otro gran tema del libro: la libertad de los amantes. En las dos historias de amor del libro este tema está presente: por la correspondencia entre LaMotte y Ash descubrimos cual es la dinámica inicial entre ellos: Ash es el que inicia la correspondencia, la pretende y persigue. Yo no sé si todos los hombres usan la misma narrativa en esta situación: "preferiría arrepentirme de la realidad que de su fantasma, del conocimiento que de la esperanza, del acto que de la duda, de la vida verdadera que de las cosas potenciales". Bla bla bla, claro que este es poeta y lo dice bonito. El viejo rollo: pero recordemos que él es el casado y ella la que no. Christabel Lamotte desde el principio no esconde que ella necesita su espacio, y que lo tiene perfectamente delimitado en su casa de Richmond donde vive con su amiga pintora y los perros. Como esta es la imagen que daba a la sociedad, muchos académicos habían asumido que LaMotte estaba en una relación sexual con otra mujer, y tal vez su furiosa independencia la había hecho más atractiva a las académicas feministas (véase Maud y su departamento en Lincoln). LaMotte intenta elevar muros, con poco éxito, porque aunque Ash le dice que "sabe por propia experiencia la infelicidad que la falta de libertad da a las mujeres", siguen las cartas, la persuasión, la seducción. Al fin y al cabo, es poeta: "porque ciertamente te amo, de todas las maneras posibles para un hombre, y más fieramente. Es un amor para el que no hay lugar en este mundo, un amor que mi razón disminuida me dice que no nos puede ni hará a ninguno de los dos ningún bien".
Imposible no invocar aquí a Virginia Woolf y su "una mujer tiene que tener dinero y una habitación propia si quiere escribir", porque eso lo tiene LaMotte grabado a fuego: "llevo la libertad de vivir como vivo, de dirigir mis asuntos, de hacer mi trabajo con mucho celo". Es, desde luego, una novela feminista, en la que se habla de las "mujeres domesticadas" (igual que domesticaron animales, los hombres domesticaron a muchas mujeres-algunas siguen hoy), de cómo es posible que en el ajedrez la mujer pueda hacer movimientos largos y en diagonal, justo lo opuesto que en la vida, o de la suerte de las mujeres en los departamentos universitarios al ir cumpliendo anios. Se lo cuenta a Maud una companiera que lleva allí toda la vida: "no te puedes imaginar cómo era en los 60, a las mujeres no se les permitía entrar en la sala común, y todo se decidía en el pub, donde no éramos invitadas. Estábamos agradecidas por tener trabajo. Pensábamos que era malo ser jóvenes y algunas, atractivas. Todo empeora cuando envejeces: hay una edad en la que una se convierte en una bruja y, como siempre pasa en la historia, hay cazas de brujas".
El tema de la libertad opuesto a la posesión amorosa se replica, en el presente (nota: el libro está basado en 1987, con lo cual no había internet, móviles ni ninguna de esas cosas que gente que no vivió en esos anios podrá entender. El que visitó departamentos universitarios en los 80 recordará el olor de papel amarillo, polvo, y tabaco inequívocamente: y pocas cosas son tan evocadoras como el olor) con Maud y Roland: ambos estudiosos que con lo que suenian es con una cama individual, blanca, con todo el tiempo del mundo, para estar en soledad. Ambos comparten esa pasión por pasar tiempo con uno mismo que necesita todo académico, todo lector, todo el que ama aquello que es incompatible con el ruido. Cuando se conocen, esta es su principal coincidencia. Aparte de que él es un experto en Ash y ella en LaMotte, y ambos quieren la respuesta al misterio.
Siguiendo con la crítica literaria, la poesía victoriana tenía intereses extranios como los insectos, y estaban fascinados con lo paranormal (se hacían espiritismos, y otros intentos de conexión con el más allá). Byatt ha llenado el libro de larguísimas poesías de Ash y LaMotte, que estoy segura habrán hecho la lectura aún más interesante para el que las haya leído en profundidad. Yo he de admitir que me las he saltado casi en su mayoría porque leer poesía en inglés no es lo mío: la poesía es como la música, tiene un ritmo y una cadencia, y te va directa al corazón. Así lo define Ash: "lo que me hace poeta, y no novelista tiene que ver con lo cantarina que puede ser la lengua misma. Porque la diferencia entre los poetas y los novelistas es esta: los primeros escriben por la vida del lenguaje, y los últimos para mejorar el mundo". Es muy raro que yo conecte en inglés, y mucho menos con poemas de 70 versos sobre insectos y hadas del bosque. Claro que estoy segura que hay cambios en el estilo de Ash y LaMotte tras su relación que se podrán captar allí. Sé que en algún foro, algún lector exigente ha dicho que las poesías no están a la altura, pero no puedo comentar. Solo para el lector al que atemorice las páginas de poemas: puede saltarlos y disfrutar de la novela.
Por último, su tratamiento de la muerte, tan certero. Está presente -que no omnipresente - en la novela, y aquí volvemos a invocar a la Woolf, y la Gran Tormenta de 1987 que le da un toque gótico a una escena de camposanto nocturno final donde los héroes y los villanos van a ajustar cuentas, y, sobre todo, la descripción desolada de quien se queda cuando el amado, al que poseíste, o creíste poseer, se va para siempre. "Inmediatamente tras la muerte, parecía él mismo, tranquilo, descansando. Ahora que se había ido, no había nadie allí, solo un simulacro huesudo (...) y le dijo a la cosa en la cama: "dónde estás"". Este trozo también me ha conmovido.
Sigo sin conocer a nadie que haya leído "Posesión. Un Romance", y esta soledad es extrania y desasosegante. Porque cuando un libro te atrapa durante dos semanas, lo que quieres es compartirlo y que otros se ayuden a desentraniar quién al leerlo posee a quién.