En el principio fueron las cartas, para mantenerte en contacto con la gente que vivía lejos: aquellos amores de verano, gente de campamentos, amigas que se cambiaban a otra ciudad. Con las amigas de Vetusta, era el teléfono (fijo, por supuesto): algunas lo tenían en medio del salón o del pasillo pero igual les daba. Nosotros lo teníamos en un salón donde nunca entraba nadie o en el despacho-yo lo sacaba con el cable debajo de la puerta. Recuerdo larguísimas llamadas (padres de fondo, qué habláis si os acabáis de ver todo el día en el colegio? No entendían nada: algunas hasta eran para hablar de los deberes y comparar resultados!).
Las cartas siguieron siendo una parte importante en mi vida. Cuando comenzaba mis, ehem, amistades con chicos, siempre nos escribíamos, porque hasta los de Vetusta se iban alguna vez de vacaciones o donde fuera. Yo no sé si era, inconscientemente, como una "prueba de fuego", como si algo me decía que no quería pasar a mayores con un chico que no supiera escribir. También cuando yo me iba de campamentos, o viajaba: en verano las amigas y amigos nos escribíamos cartas. Recuerdo hasta dejar listas de correos y cosas así. Cuando vine a Inglaterra un verano, a Brasil, a Escocia... me escribía la gente. También la Yaya (qué encantadoras cartas, qué maravilla de letra) y mi madre. Creo que mi padre nunca me ha escrito una carta: sin embargo mi madre tiene sus cartas de novios, aquellas con los ribetes de azul y rojo "por avión", atadas con una cinta. Hoy el Peda y yo le hemos dicho a Mini que tenemos más de doscientas cartas de ambos dos (el Peda ha decidido que va a quemar las suyas: claro que Mini, la esfinge universal, o tal vez adolescente precoz, no ha mostrado ningún interés en leerlas).
Cuando llegamos a Inglaterra, mis amigos y amigas y familia me seguían escribiendo. Guardo todas las cartas y me recuerdo sentándome frente al folio en blanco a contarles las últimas semanas o meses. Cada uno tenía su propia frecuencia: había gente con la que solo de vez en cuando, otros eran regulares. A bastantes les escribíamos tanto el Peda como yo, a medida que pasaban a ser amigos de los dos.
Mi mejor amiga del cole, que entonces vivía en Viena, me preguntó un día "cuándo tendría email". La correspondencia se iba espaciando, y cuando comencé un máster en la Universidad de Nottingham me dieron una de aquellas direcciones con extensión ac.uk. Y así cambiamos de un medio a otro: yo iba a la uni un día por semana, y allí nos poníamos al día... cada viernes tenía correo suyo. En aquella época casi nadie tenía email, pero poco a poco, más y más gente se fue abriendo cuentas, y, con el tiempo, ya casi todo mi mundo se comunicaba por correo electrónico. Había excepciones: la Yaya, por supuesto, y J. , mi amigo gallego de campamentos de hace 30 años, que tiene email, pero que como le gusta dibujar en los márgenes y en el sobre, y es medio ludita, sigue prefiriendo escribir cartas, incluso hasta día de hoy.
Durante muchos años, el email fue rey. Como con las cartas, yo me comunicaba con la gente con mensajes más o menos largos y con distinta frecuencia, dependiendo de la persona. Algunos son de aquellos que solo te escribes una vez al año, para Navidades, o los cumpleanios. Otros son de 3-4 meses. Alguna gente mucho más frecuente, incluso con mi amiga del colegio llegaron a ser diarios, casi un hola que tal bien, y ya. El teléfono desde el extranjero era caro, y no se podía hablar continuamente, como ahora.
Luego llegó el blog, y con él mis emails se vieron afectados: ya no tenía tanto tiempo para escribirlos, y algunos de mis amigos en la distancia (pobres) tal vez me leyeran cuando quisieran saber de mí aquí. De hecho, este blog nació, ya lo he contado, de la relación epistolar que comenzamos Diva (amiga entonces del Peda) y yo cuando viajábamos por Latinoamérica. Durante aquellos meses, los ratos que sacábamos en los cibercafés, además de emails, yo escribía una especie de blog, que eran nuestras aventuras en docus de word, subidas a no sé qué sistema esotérico de grupos (por entonces yo no sabía lo que era un blog).
Y lo último que ha llegado es el whastapp, esa aplicación del teléfono que, os tengo que admitir, no me acaba de gustar. A ver, tiene sus usos a los que me apunto como la primera, pero noto que alguna gente los empieza a usar como emails. De repente, te llega un párrafo enorme, que es eso: un email. Yo soy fatal escribiendo en ese tecladito, porque voy muy rápido y los espacios siempre me salen como "m", y prefiero el teclado de mi ordenador para escribir largo y tendido, con párrafos, separaciones, esas cosas. Luego está la inmediatez: con el email, tú lo lees y decides contestarlo cuando puedas, pero con el doble tic del whatsapp parece que en cuanto lo has leído has de contestar (el Peda está haciendo psicoterapia conmigo para que me de cuenta de que no es así, que puedo incluso no contestar!). Luego están los grupos: estoy en varios porque no existe la belleza de "poner en copia" que yo sepa, así que has de montar un grupo. Tengo uno del trabajo al que directamente he silenciado. Luego están los familiares, para los fans de Mini y sus fotos. Luego aquellos donde alguna gente nunca participa. A veces me despierto y tengo seis whastapp que contestar. Con lo bonito que era con los emails, a los que les ponías una estrellita, y ya los contestarías cuando pudieses! A ver, no quiero decir que todo con whataspp sea malo (ahora tendré a Fashion en armas, lo veo), me he echado grandes risas y es muy práctico... pero está acabando (o ha acabado) con el email, el casi-último reducto de comunicación escrita pausada y personal que nos quedaba.
Para alguna gente, los que nunca escribieron cartas, ni emails, ni nada, el whatsapp será supongo, una invención...
Whatsapp killed the email star
In my mind and in my heart,
we can't rewind we've gone too far