"Romper la maldita pantalla", este era el objetivo del viaje de J.
Hace 29 años, una chica de 15 de Vetusta decidió volver a Galicia. Había estado el verano anterior en unos campamentos organizados por el Ayuntamiento porque tenía una fijación con la zona. Hoy no recuerda si era por el verde, el azul, las meigas, o tal vez porque para ella representaba El Fin del Mundo. El Finisterre: nunca había estado tan lejos. Aquel primer verano en Porto do Son no podía poner punto final a su aventura con Galicia, así que en la primavera del 87 planeó el viaje, que este año sería a las Islas Cíes, en la Ría de Vigo.
Todo está muy brumoso, y la chica casi ni recuerda cómo llegó hasta Vigo, para embarcarse a las islas. Luego tiene un flashback de tren, con un monitor melancólico y un par más de adolescentes del instituto frente a su colegio. Lo que debió tener de mitológico el cruzar en tren ("esos animales ídem, gracias Sabina) la península, abrirla en canal en horizontal, a los 16 años recién cumplidos. Pero la chica se maldice por no haber grabado hasta el último detalle en un cuaderno de espirales. O tal vez lo hizo: debe subir al desván en Vetusta algún día y desempolvar cajas, igual estén allí los recuerdos.
J recuerda más, y, el sábado de un fin de semana de Noviembre, perdiéndose por el bosque inmenso y mágico que es Hampstead Heath-casi tan mágico como debieron ser quince días acampados en aquellas islas-le va contando cosas a la desmemoriada. Será porque J. era de Vigo, y solo tenía que subir al barco, pero guarda muchas más memorias, y ella le pregunta, como quien busca piezas de un puzzle. En las largas caminatas por un Londinium otoñal, intentan comprimir en un fin de semana la falta de cara-a-cara de todos esos años.
J y la chica se ha visto dos veces en 30 años, y ambas fue "donde el mar no se puede concebir", Vetusta (de nuevo, gracias Sabina, tan ligado a esos veranos): tan distinto del lugar donde se conocieron, que era casi solo mar. Entonces pensaban que eran auténticos record del mundo: llevaban casi una década escribiéndose. Por las calles de Highgate, llenas de hojas de todos los ocres del otoño, deben sonreír de pensarlo. Luego la chica voló a otra isla y pasaron casi 20 años más.
Ella le enseña algunas piezas del puzzle que guarda: antes de viajar, la chica ve en la tele un programa de la época -qué ochentero parece todo, como la música de la movida gallega que se había traído el verano anterior, "Galicia caníbal", "Bailaré sobre tu tumba" o "Soy una punk"- en el que el concursante, un barbudo en la época en la que ya y aún no era moda llamado Pipo, elige como tema de su especialidad, la ornitología. No sé si comenta que es monitor de campamentos juveniles, o las Cíes, pero la chica sabe que le va a conocer ese verano. Porque las Cíes son reserva natural de aves acuáticas-tema que le da cierta reserva (valga la redundancia) porque a nuestra chica le dan pavor los pajarracos. Pipo ha pasado al imaginario de nuestra familia por su genial respuesta a Constantino en la sección cultura general: "Quién dijo la famosa frase "dios ha muerto"?, y Pipo: "Pues... uno de los apóstoles?".
El domingo, J y la chica se encuentran en la escalinata de la Tate Britain, donde J acaba de ver la Ophelia de Millais, y algún cuadro marítimo de Turner. No hay tiempo de entrar al museo, que habría sido una gozada para la chica, porque J. hizo bellas Artes y dibuja de escándalo. Todo el mundo que pasa por casa de la chica se cuelga de los dibujos a boli que le manda por carta. Quien sabe si por volver a estar juntos en un barco, el que les llevó y trajo de las Cíes, están a punto de subir allí mismo en uno de esos que te llevan de Millbank de la Tate Britain a la Tate Modern, pero el día es tan glorioso, frío y soleado, que terminan caminando por la orillas del Támesis sin parar de hablar.
Cruzan al sur por el Lambeth Bridge, y "Mira, ese es el edificio donde Woody Allen rodó Match Point... aquí al lado está el Lambeth Palace... el arzobispo está dentro porque está la bandera... lo aprendí en Open House, hace unas semanas". Piensa que J. tendría que venir a un Open House, y le llevaría a ver algún cine antiguo, como el Granada de Tooting,... o el Museo del Cine. J. es un fanático del cine, si es posible clásico, y ha visto tantas pelis que la chica siempre se siente una impostora.
"Te acuerdas de aquel salvamento?", pregunta la chica, y J. cree recordar que ella se hizo daño. "Los de Vetusta son de secano"... decían y ella quiso desmontar el mito a gallegos y portugueses, todos sobrinos de Don Enrique el Navegante, y por ende, nacidos en el agua. Vetusta es desierto, viento, aridez, un paisaje tan radicalmente diferente de las brumas, los verdes y la melancolía de esta tierra. Pero ella, tal vez de secano, no es cobarde, y así acaba saltando de una zodiac para hacer una supuesta práctica de salvamento con auténtico terror: "no os acerquéis a la hélice"!. De fondo suenan los violines histéricos de "Tiburón".
Ambos están de acuerdo en que la quincena en las Cíes fue Algo Salvaje, no solo por el placer de estar acampados en una reserva natural, sin hoteles, sin comercios, sin nada... "es que las actividades que hacíamos te hacían sentir en una distopía encantadora donde había que sobrevivir", dice la chica. J sonríe. Hicieron escalada y rapelaron montañas, caminaron por los bosques de eucaliptos, achicaban agua de las tiendas cuando diluviaba.... "y.. para, este edificio es el hospital de St. Thomas, tan bonito y victoriano, y la parte cubo es la nueva, porque allí cayó una bomba en el Blitz". Siguen caminando y entran en zona turista-masiva, London Eye y Aquarium, hay que salir cuanto antes.
"Te acuerdas de una noche, pregunta la chica, que fuimos a una fiesta, o qué era aquello, y volvimos de noche por el bosque, con miedo y linternas?" "Te acuerdas, dice J., del cocinero que nos leyó la mano, y su hijo Olmo?" "Cómo olvidar a Olmo, un niño rubio de unos tres años que, tras pasar por Bertolucci unos años más tarde, me inspiró a llamar así a mi potencial hijo". La chica, que no recuerda con quién compartía la tienda, confirma que tenía enfrente la tienda de J. Alguna noche pasó miedo... por la mañana alguien había hecho tal vez una travesura, pero no sabe si es su imaginación. Menos mal que aún no había visto "The Blair Witch Project".
Llegan a Southbank Centre y paran a ver una exposición de fotografía. La chica le dice a J. que aquí se hizo la lectura de Moby-Dick hará un año. J. le ha traído un recorte de periódico con una tira a propósito, y ella meta-fotografía a una ballena impresionante. Siguen caminando, arquitectura brutalista en el South Bank: British Film Institute, National Theatre, Edificio de IBM... Goldfinfger.
-"Eran muy kamikazes, los monitores... te acuerdas cuando nos llevaron a tierra firme y nos dejaron en grupos de supervivencia, solos, un par de días?" La chica claro que lo recuerda: nada más llegar a Cíes alguien les explicó lo que es "la agorafobia de la isla", y cómo uno se agobia y ha de salir... la chica piensa que lleva casi 20 años en una, mientras pasan por Blackfriars, y la Tate Modern. La chica recuerda coger manzanas para comer, porque aunque llevaban un camping-gas, qué quinceañero se pone a hacer lentejas? "Acabamos durmiendo en una playa, al raso, en hilera, con nuestros sacos". Lo que sí recuerda, con más cariño, es el trayecto de vuelta a las Cíes: había tormenta y el oleaje era como de Océano Atlántico. La chica se puso, junto con otros dos o tres en proa y pasaron uno de los ratos de su vida: mucho mejor que una montaña rusa, y con la lluvia y el viento pegando en la cara. El resto les miraba desde dentro, y uno escribió alguna tontería tipo "grupo de monos haciendo el mono", para los que veían el espectáculo desde la barrera.
-Esto es el Globe de Shakespeare, y ya llegamos a la cárcel de Clink. En pleno corazón de Southwark J. le recuerda aquel chico que se metía con ella, y la llamaba "monja". La chica no se acuerda ni de él, pero J. casi le dio dos tortas y ambos se ríen con ternura de lo que son 16 años bajo la pirámide del Shard. Y al mirar arriba, el cielo ha cambiado radicalmente: de la luz de la Tate Britain han pasado a nubes grises, enfadadas, y deciden parar en un café italiano en Thames Shad, justo detrás de Tower Bridge, antes de seguir hasta Wapping. La chica le quiere enseñar los antiguos almacenes donde descargaban los barcos que venían de India y del mundo entero. Pero no podrán llegar porque la tarde termina en lo que parece agua-nieve. Frente a dos tes siguen hablando, no solo de aquellos quince días hace casi treinta años, sino matizando cosas que ya se han contado en esos mismos años que llevan escribiéndose, lo que piensan del presente, y divagando del futuro, en el que J. va a seguir dibujando, y viendo pelis y leyendo. La chica, por lo menos las dos últimas.
J. emprendió su viaje para "romper la pantalla", cansado de tanto tiempo de escribirse con un fantasma, y la chica se lo agradece. Es curioso, piensa, cuando llevas tantísimo tiempo sin ver a una persona, y no sabes cómo va a ser, y en el mismo instante en que le ves, y casi se oye un "click" y ya ves que sí, que funciona. Es como la magia de Hampstead Heath, de los bosques de eucaliptos y pinos, y, cómo no, las meigas, que, como aprendí en mis veranos allá...
"Eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas"