Mon, 28.03.16 De Kioto a Fukuyama
El día comienza con un aliciente: vamos a coger el 26 por última vez! Nos vamos de Kioto. Antes pasamos a despedirnos y hacernos con reservas en la panadería de los “Prados Soleados”, digo de los “Días soleados”. Porque para “Prados Soleados” (alguien recuerda esta referencia? Era el nombre de la residencia de ancianos de Las Chicas de Oro-no recuerdo bien si estaba allí la madre de una, la más graciosa, o bien era un lugar vil que evitar) ya tenemos el 26 por la mañana: lleno de ancianos. Bajamos la media de edad varias décadas, qué exageración; la única persona más joven (de unos 50 y tantos) es una mujer sentada junto a la que estoy de pie que pasa todo el viaje inquieta queriendo ceder su asiento a Mini, le doy las gracias, no es necesario, pero aún así no para de moverse, secarse con una toalla, mirar para atrás como si la persiguen.
Cogemos un tren de Kioto a Shin-Osaka, donde tenemos que cambiar. He comentado que los trenes aquí se me hacen muy cortos? Yo esperaba poco menos que el Transiberiano para leer, escribir y escandalizarme con los tendidos eléctricos del paisaje, pero enseguida se llega a todos los sitios! En Shin-Osaka cogemos un Shinkansen (tren bala) hasta Fukuyama. Tenemos algo más de 10 minutos para el cambio, pero aún así se nos ocurre la genial idea de pillar unos tés para el camino, que se ven ampliados a un helado “Cremia” (aquel maravilloso cucurucho que muy ufanamente presumía de tener tanta grasa en Nara, donde los ciervos)... total que corremos al andén y llegamos unos segundos antes de las 12:59, que era la hora de salida. Pues sí, allí estaba: todas las puertas cerradas, y el del pito (jefe de estación?) nos dice que nanai, las puertas no se abren. Puntualidad británica? Puntualidad japonesa!! Al siguiente que mencione lo de la británica, aviso: gritaré. Pero aquí en Japón realmente los trenes funcionan como un reloj, oh, dejadme unas líneas sobre los Shinkansen (bala), que tienen distintos tipos de línea, y que no todas pueden ser usadas por lo que tenemos el Japan Rail Pass. Para los Asperger de los trenes:
- Kodama (tren normal, para en todas las estaciones)
- Hikari & Sakura (Express, para solo en estaciones principales)
- Nozomi & Mizuho (Super Express, solo paran en ciudades muy grandes)
Total, que una hora de espera en la estación aquella, que no se hace nada larga, entre otras cosas porque vamos a ponernos en fila a menos cuarto, por supuesto ya hay un montón de gente! Hemos tenido que mailear a Nishimoto, el hospedador de Airbnb en cuya casa nos quedamos pata decirle que venga a buscarnos una hora más tarde... Pobre hombre.
Y al llegar, allí está Nishimoto, un tipo de unos 50 vestido increíblemente cool, con vaqueros rotos con cremalleras estilosos, y parte de arriba igualmente moderna (tipo G-Star Raw, para quien entienda este código). Tras saludarle comprobamos que su inglés es muy limitado, y la comunicación por email probablemente se ha hecho con el google translate. Nos invita a su coche y, se veía venir, hay un Audi TT ahí aparcado (para el que no entienda este código, es un biplaza de chico joven que intent ligar). Que no sea, pero sí, es y nosotros os recuerdo que somos 3, no precisamente petite y llevamos nuestro maleterío (aunque muy limitado, somos viajeros ligeros). Nishimoto encaja las maletas no sé dónde y nos señala un espacio donde no entra un folio. Pero, inasequibles al desaliento, ahí nos encajamos Mini y yo (con las piernas encima de Mini) y el Peda se queda delante. Intentamos (gota gorda) conversación: le decimos es que hemos leído en una de las reseñas sobre él en Airbnb que hay un sitio de okonomiyaki cerca de su casa, así que cuando nos vamos acercando, se desvía a una calle y nos lo enseña. El Peda y yo nos miramos con media sonrisa porque está cerca de otro local llamado “Dick House”.

Pero divago: volvamos a la casa de Nishimoto (donde el Kokatsu es eléctrico, en cualquier caso) y su extraño sentido de la decoración. Intentando recrear el mar, creó una estantería enorme con arena, caracolas, peces de colores, dos delfines de madera sonrientes y otra con similares motivos que ya no me paro a mirar o me quemarán los ojos. Al fondo de la habitación hay una pequeña cocina para los huéspedes y una tele , y muchos titos. Infinidad de ellos. Claramente Nishimoto no está en Fen-shui, yo tiraría todo lo que no fuera el kotatsu y la habitación podría ser agradable. Ah, porque no he contado el mirar arriba: el techo es muy alto, con vigas, inclinado, y por la noche descubrimos que puedes activar unas luces y ... es un cielo estrellado! Te echas en el suelo con el futon y parece que estás de acampada! Otro interruptor puede incluir la luna que está ahí, físicamente entre las vigas. Nishimoto: un curro.
Como buen japonés, para quienes la hospitalidad está elevada a otro nivel, nos pone música relajante y nos saca un snack que hemos visto por la calle: tres bolas en un pincho. Las probamos y veo a Mini medio contener una arcada con la primera. El Peda dice luego que son “ojos”. Bueno, en realidad están hechas de polvo de arroz y lo que las cubre es una mezcla de azúcar y soja. Muy pegajoso, y sin el azúcar igual tendría un pase, pero con él no. Aún así, nos las terminamos, las de Mini y todo.
Nos invita a subir a nuestra habitación. Para ello hay que atravesar una especie de comedor oscuro, con mesa baja en el centro, armario y... una figura de un samurari tamanio natural ahí sentado. Creo que pego un salto: qué miedo da ese bicho, cómo lo pueden tener ahí en casa? Nishimoto nos explica que lo compró en internet, que le costó 70.000 yenes (unas £420), y que si no hemos visto la katana, que es “real”. No, Nishimoto (al que insist en llamar de distintas maneras, la más frecuente Nikimoto), no hemos visto la katana real, con el samurai de internet nos vale...
Tomonoura ha sido uno de los puntos altos del viaje. No hay casi nadie, y eso es un punto aquí en Japón... primero nos damos una vuelta por el Puerto, donde están dándole con mangueras a langostinos, luego nos perdemos por callejuelas estrechas y, por fin, comenzamos a subir la montaña. Enseguida nos damos cuenta que está llena de templos desiertos, desde los que se ve el mar, en los que puedes tocar e gong y parece que lo va a oír toda la bahía, y además ya hay floración de cerezos. Las oportunidades fotográficas son continuas, y disfruto mucho. Como es Japón, no es un bonito pueblo del sur de Italia, o del País Vasco, o... sin embargo, tiene mucho más encanto, para mí, que cualquiera de los templos “magnificient” en los que se agolpan los visitantes en Kioto.
Entonces, oh, mira, dice el Peda: “dick house”, la que habíamos visto por la mañana, de la que nos habíamos reído... ha sido el faro guía que nos ha salvado! A su lado debe de estar e restaurante del okonomiyaki... y sí. Entramos. Un hombre dormita solo en el antro, llama a su mujer. Preguntamos si dan okonomiyaki, pero no logramos comunicar. Le preguntamos por menu fotográfico, y nos señala unos folios en japonés encima de la barra, le digo que me enseñe los ingredientes y, tras mirarme con cara rara, se va a un frigo y me saca dos baldes rancios con púlpitos y algo más. Va a ser que no. Así que se acaban las opciones cena: estamos cerca de casa y esa es un área residencial. Nos metemos en un super y compramos allí el arroz con cerdo, el sushi (el Peda, a mí no me gusta, incomprensible, lo sé, pero no me gusta) y algo más. Cenamos en el kotatsu muy a gusto, y luego escribo bajo las estrellas...
El Peda, un santo. No de la Santa Compaña, sino de la cofradía del Ángel de la Guarda, Dulce Compañía, No me desampares ni de noche ni de día.
ResponderEliminarEl Cool Nikimoto, un crack del Trastorno Mental. Había que escuchar a los Poco a Poco (pero no mucho, solo para tener una primera impresión).
¡Qué país tan raro! Yo viviría allí abducido por la idea de que si me toco la punta de la oreja derecha estoy lanzando el mensaje de "me cago en tus muertos" y me van a enviar a un samurai contratado (tipo airbnb, pero en samurai con katana real).
¿Miedo del atrezzo para turistas? ¡Di! ¡Por el amor de Dios! La próxima vez le dices a Mini que te acompañe. Seguro que no tendrá miedo del Songoanda de turno. No eres la única a la que no le gusta el sushi. Bonito, lo que se dice bonito sí que es, pero, como dice Enano, ese arroz pasado untado de una salsa con sabor a gasolina resulta muy decepcionante.
ResponderEliminarDi, ¿te refieres a este tipo?
ResponderEliminarYo con gran gusto me quedé con la batería de mi abuela. Conducen mal el calor (tardan en calentarse pese a ser de poco espesor sus paredes y, luego, retienen poco tiempo el calor), las asas son pelín traicioneras (queman), nada herméticas (las tapas son ligeras y tienen holgura)… Pero, si dispongo de tiempo, a mí por pura sentimentalidad me gusta usarla: potajes, cocidos, arroces caldosos… todo al chup-chup. Algunas está abolladas, o desportilladas, o muy arañadas en su interior (¡tantos fregados!)… Pero en eso yo soy muy japo: rollo kintsukuroi, kintsugi o cosas de ésas. En fin, que yo diría que la comida ahí sale más rica.
(Enhorabuena, grrr, a Peda: Sevilla 1-Real Sociedad 2)