Ah, Los Angeles... la meca del cine, Beverley Hills, Bel Air... esas
cosas. Sin embargo, como era de esperar, hay otra LA. O tal vez otras. Y
como estamos en california, esta otredad no es al nivel de otras ciudades, donde
hay riqueza y pobreza. Aquí hay extrema riqueza y megapobreza. Y es de
esto último de lo que quiero escribir hoy. Por que el contraste entre
distintas partes de LA es tan brutal, que más de un mes después, y aún
no me he recuperado.
El
día 23 del viaje era nuestro segundo día en LA. Valientes, decidimos dejar descansar a Chincue y lanzarnos al metro. Sí, como leen: en la ciudad donde has de coger una autopista hasta para bajar a comprar el pan. Y tras un ratito, no cuesta entender porqué el metro no es el medio de transporte de elección aquí:
hay pocas líneas, que llevan a sitios extranios.
Entramos en nuestro barrio, "Los Feliz" y salimos, atención en "El Pueblo de los Angeles". Si alguien se está preguntando si estamos en LA o en Jalapa o Guanajuato, está justificado. Porque esa zona es puritito México (eso sí, salimos vía Union Station, una mezcla arc-deco indígena que hizo el papel de estación central de policía en Blade Runner-fans, tranquis). En imágenes podemos ver que la plaza no tiene el factor wow del DF, más bien el ambiente
tirado de una ciudad de provincias sesteando: ninios vestidos de mariachis (es o no es mono?), comuniones, uno que
canta rancheras con decibelios nocivos para la cóclea, uno con un burro con alforjas para que se hagan fotos... y ya.
Luego está la novia mexicana, que nos encontramos de camino al Disney Hall. Y sí, lo que reluce es un Frank Genry más, un Gugenheim enmedio de un desierto que resulta arduo cruzar a mediodía. El edificio es una maravilla, como lo es el Gugen de Bilbo.pero ha sido colonizado por los novios, venga novbios, más novios: qué pesaos son los novios en todos los países. Y sus fotógrafos (he de explicar una vez más por qué no me he casado?). Atención a la foto con reflejo... (que luego la familia Pedalista plagiaría con nuestras camisetas sudorosas y miradas de odio).
Detrás del Disney Hall (que tiene una historia que algún divagante wikipediará y que yo, si fuera el día 7 contaría ilusionada-ahora no me acuerdo y no wikipediaré). Divago: decía que detrás del Disney hay una pequeña "city", edificios acristalados, tirando a rascacielos, con una plazoleta lago artificial incluído, donde por supuesto hay un Starbucks y cae un Mocca Frapuchino. Podría ser una de esas plazas impersonales de Canary Wharf, La Defence, y tal. Pero de allí, bajas por unas escaleras (o un funicular, que no va) y acabas de nuevo en México.
Lo primero el mercado, que es una maravilla. Siempre me gustan los mercados, pero descubrir uno que no ha sido gentrificado (como ha pasado con mi amado Brixton, en el que ya hay pequenios bares con encanto llamados "queso y champán") y que permanece cutre pero bonito es de éxtasis. No sé verdaderamente qué foto poner, porque todas darían para un divague solo fotográfico.
Pero el verdadero shock viene al salir a la calle: Broadway. El nombre es grandioso, y contrasta aún más poderosamente con la cutrez tercermundista de la vía: edificios donde la suciedad y la falta de cuidado salen por la ventana, cortinas medio rotas o simples toallas o viejas colchas raídas. Tiendas de videos porno, más indigentes con sus carritos de supermercado. Farmacias. Almaneces de ropa barata. Maquillaje eléctrico. El castellano es el idioma oficial.
Entonces Mimi llama mi atención: mummy, mira qué vestidos. Escarlata O'Hara a lo cutre viene a mi cabeza. Mini me hace entrar: cientos de vestidos enormes, todos en la línea O'Hara, de todos los colores, y con variados escotes. Mini alucina, los quiere ver todos. Tristemente, una fotocopia indica: FOTOS NO.
"No se preocupe, su mamá le comprará uno no más para sus quinse"
Sus quince? Sí, y en la misma calle hay varias tiendas dedicadas a estos vestidos para cuando las latinoamericanas cumplen 15. La puesta de largo. Me da un asco terrible pensar en esa celebración como "la puesta de la hija en el mercado", parece. Los de la tienda me dan detalles, los precios son indecentes, miles de dólares algunos, dicen con orgullo. "Y en su país estamos empezando a abrir tiendas, cada vez hay más demanda con la emigración". Ya, digo.
Si el día hubiera terminado aquí, tal vez me habría olvidado (sobre todo porque no tengo fotos), y este divague no hubiera ocurrido. Pero luego, el paseo continuó por diversos parajes de esa LA sorprendente, desierta, tumultuosa y desolada, y se cerró el círculo.
Queriendo aprovechar al máximo del "día de metro" nos metimos en una estación por allí en Donwton para salir en las "Watts Towers". El porqué acabamos en estas dos torres de hierro retorcido es una combinación de los siguientes factores: 1.tenía boca de metro (en casadios, al sur de LA), 2.en la guía eran descritas como "gaudianas", adjetivo que me puede llegar a atraer hasta el mismo infierno y 3. porque hubo en la zona unas revueltas míticas en 1965, las Watts Riots. Al llegar a la estación de las Watts Towers nos encontramos con aún mayor desolación que en el Downtown, y no es una sorpresa porque el viaje en el metro ya pone los pelos de punta.
Las torres son un proyecto artístico callejero, que está bien, pero que desde luego no ha visitado un turista desde probablemente las revueltas. El cielo se está poniendo rojo y es todo apocalíptico y encantador. Vamos caminando de vuelta por calles de casas paupérrimas, planta baja de cemento, quién sabe si contruídas con poco más que chatarra. De repente, rancheras a todo trapo. Salen de una de esas pobres casas y en el patio del frente está ella: la niña de los 15, con tres o cuatro críos más. Nos quedamos extasiados mirándola, por distitas razones: Mini valora el vestido, enorme, hortera, colorista... valora todo menos su valor, que es lo que me acongoja a mí: porque en un rebobinado bestial estoy en las tiendas de Broadway donde me cuentan que aquel de allá vale £3000 dólares, pero también tiene ese otro más sencillo, por... o aquel de allá que...
La de los 15 nos mira muy seria. Le sonrío y saludo con la mano, mientras tiro de Mini para salir de ahí. Que se quede con la verdadera sonrisa de admiración de Mini y solo unos años depués entienda mi desesperación al pensar en sus padres limpiadores de oficinas nocturnas ahorrando como pueden para el vestido con el que pondrán a su hija en el mercado. Esto es LA, 2014.