A cada uno le afecta de una manera determinada. Puede tener todos los síntomas o ninguno, puede que le ocurra a los 38 o a los 49 pero es raro el que se escapa. Seguro que hay alguna más aparte de los que he recopilado en esta entrada.
La crisis de los cuarenta es:
Pensar que tienes un trabajo de mierda, en el que estás infravalorado y en el que nunca podrás progresar y que todavía te quedan 20 años, 20!!! para jubilarte.
Saber que como consecuencia de lo anterior estás totalmente fuera de mercado, con lo que buscar un curro alternativo se te antoja imposible.
Leer los anuncios de trabajo y ver que piden candidatos de máximo 35 años.
Ver que no puedes dejar el curro y "ya me saldrá algo". Primero por la mierda de la crisis y segundo porque haces números y con lo que te queda no pagas ni la hipoteca, ni el cole, ni nada....
Hacer la primitiva, el euromillón y las carreras de caballos.
Ver "Españoles por el mundo" y desear ser cualquiera de ellos, en cualquier parte.
Estudiar firmemente las posibilidades que tienes de acabar en Dubai, Costa Rica o Nueva Zelanda. Deprimirte.
Navegar en internet en los destinos anteriores y en páginas de relocation internacional.
Meterte en webs como Monster, Jobsearch, a ver en lo que encajas y ver que no hay nada para ti.
Flipar que haya trabajo para un cuidador de halcones, un profesor de surf o un analista de sueños y ver que tu carrera no sirve para nada.
Lamentarte de no saber inglés.
Poner la radio y no conocer ninguna de las canciones que tus hijos tararean.
Comprobar que, con suerte, vivirás otros tantos. Con lo rápido que han pasado estos primeros.
Darte cuenta de que en realidad debías haberte hecho budista ya que todo por lo que has luchado: casa, coche y demás pertenencias personales no son más que ataduras que hacen más difícil echar a volar.
Ver que tus padres se hacen mayores (los que tengan esa suerte) y que empiezan a fallar. Te da miedo que se acabe y más aún, cómo se acabe.
Darte cuenta que es real y que un día acabarás tu también. Rezar para que acabes tu antes que tus hijos.
Caer en la cuenta que la alternativa de cuidar a tus hijos y quedarte en casa, quizá no fuera la mejor.
Ver que dependes económicamente de tu compañer@.
Observar como han crecido tus hijos, como han cambiado y como te necesitan cada vez menos. Tener en casa adolescentes con ideas propias y móvil que pagas tu pero con el que no te llaman.
Pensar que quizá tendrías que haber pasado mucho más rato con ellos creando good memories. y no trabajando.
Tener reducidas las conversaciones con tu compañer@ a si has bajado la basura, has puesto la lavadora, que hay para cenar o si han acabado los deberes.
Darte cuenta que convives con una persona diferente con la que te casaste, con la que apenas tienes cosas en común, salvo los niños y con la que no compartes tiempo de ocio.
Intentar cambiar lo anterior, pero tu compañer@ no sabes de lo que estás hablando.
Darte cuenta de que ya no habláis el mismo idioma.
Barajar la posibilidad de una separación y anotarte un (otro) fracaso.
Tratar de que un error cometido no sea una carga de por vida. Aguantar por tus hijos.
Hablar con tus amigos y ver que muchos están como tú o quizá peor. No encontrar consuelo.
Tener una postura apática ante el sexo. Flipar de que sea así. Alucinar de que al otro no le importe.
Sospechar que te pone cuernos. Barajar la posibilidad de ponerlos tu y ver que es muy reducida.
No encontrar pareja porque nos hemos vuelto más exigentes y más raros. No saber cómo encontrarla.
Querer aparentar ser joven. Ponerte shorts a la altura del pliegue inguinal o empezar a practicar parapente.
Mirar al espejo y no conocerte. No querer mirar al espejo.
Poder sujetar un boli con la teta.
Notar como te cansas al subir unas escaleras.
Caerte al suelo y comprobar minuciosamente que no te has roto nada. Cuando si antes te caías te levantabas corriendo como si nada para que nadie te viera.
Insultar a todas las que salen por la tele y dicen que están estupendas sin hacer dieta, sin cuidarse y sin hacer ejercicio. Además ya se levantan con esos rizos tan perfectos y maquilladas.
Ponerte medias de compresión cuando llevas falda. Incluso en verano.
Cagarte en la puta luz del ascensor que te muestra perfectamente las canas, el brillo de tu calva y las arrugas que no sabes como pero están ahí.
Ver que todos los profesionales: médicos, fontaneros, abogados, presentadores de tv, son más jóvenes que tu.
Ir a la peluquería por obligación y no sólo por un cambio de look.
Flipar porque tus deportivas de hace 5 años siguen nuevas y tus hijos las cambian cada 4 meses.
Que te afecten los cambios de tiempo.
Ir acojonado a una revisión médica porque en algún lugar leíste que todo cuerpo a partir de los 40 tiende a autodestruirse.
Escuchar atentamente conversaciones en las que a uno le han extirpado el bazo por esto y al otro le ha salido una seta en el sobaco por esto otro. Acojonarte con lo que te pueda pasar a ti.
No saber configurar la TV, el ipad o el teléfono móvil.
Salir por la noche, encontrarte fuera de lugar y alucinar con lo que ves.
No poder salir en dos semanas por el mal cuerpo que te quedó a pesar que no mezclaste y todo lo que bebiste era de calidad.
Saber lo que es la ansiedad, el estrés, el insomnio, el colesterol, el bótox, el ácido úrico...