He intentado, mentalmente, construir un divague sobre “El último encuentro” de Sándor Márai, que dejara al lector con ganas de lanzarse sobre él pero sin saber, aparte de los tres temas fundamentales, los giros principales de la trama. Me ha resultado imposible. Tal vez porque precisamente estos giros traen de la mano parte de los temas, o tal vez porque, frente a la pantalla, pienso más claro y decido muchas veces lo que pienso. Y lo que ahora quiero es pensar, masticar, digerir. No recuerdo quién dijo esto, pero no me puedo identificar más: “Que qué pienso de X? déjame escribirlo para saberlo”. Así que el que no quiera conocer los detalles, que posponga la lectura del divague (y comente luego, da igual cuándo, aquí estaremos).
Cualquiera que haga una búsqueda por internet del libro se encontrará que su gran tema principal es La Amistad. Así, con mayúsculas. Dos chicos jóvenes, de orígenes sociales muy diferentes, se conocen en una academia militar y se hacen inseparables. Henrick es el hijo de un militar importante que vive en una mansión en medio de los bosques, todo-incluyendo los osos y las personas- propiedad de la familia de su padre por generaciones. Konrad es el chico de provincias sacado de contexto, a través del cual viven sus padres su fantasía de hijo militar en la gran ciudad. La amistad es tan intensa que, en algún punto, el erotismo y el deseo se me metían entre las líneas, pero este no acaba siendo un tema que Márai quiera desarrollar, si es que la pulsión existe. Henrick abre las puertas de su mansión y su familia a Konrad. Y por fin, pasados los años, Konrad hace lo mismo con la suya. Y aquí viene la primera frase del libro que subrayo con una mezcla de tristeza y rabia:
"Entonces ya lo sabes todo (...) Cada par de guantes que te tenido que comprarme para ir contigo al teatro, llegaba de aquí. Si me compro una silla de montar, ellos no comen carne en tres meses. Si doy una propina en una fiesta, mi padre no fuma puros durante una semana. Y todo esto dura ya veintidós años".
Y entonces empiezo a ver claro que el otro gran tema del libro es la lucha de clases (alguien me llamará antigua, pero tal vez en la época que nos ocupa, los años anteriores a la Primera Guerra Mundial aún se podía usar), es las diferencias sociales, es la grieta inmensa que hay entre alguien cuyos padres se pasan de todo para que él sea militar codeándose con niños con apellidos rimbombantes y separados por guión, y alguien quien, por el mero hecho de venir de donde viene, con esa seguridad que da la opulencia por generaciones, se cree superior.
“Sólo existen dos grupos en el mundo, con todas las variantes de su peculiaridad: las diferencias de clase social, de ideología, de grados de poder, todo se resume en esta peculiaridad”.
Qué gran frase esta de Márai: nunca he podido entender los nacionalismos porque para mí el mundo también solo tiene estos dos países (uno infinitamente más grande que el otro, por desgracia, y el otro existiendo parasitando al primero). Así que, a cara descubierta, no es difícil que yo empiece a empatizar casi de inmediato con Konrad, no solo por el narcisismo del militar, sino porque Konrad "era diferente":
"Konrad leía preferentemente libros ingleses sobre la historia de la convivencia humana, sobre el desarrollo social. El hijo del guardia imperial solamente leía libros sobre caballos y sobre viajes. Como se amaban, se perdonaban mutuamente su pecado original: Konrad perdonaba la fortuna de su amigo y el hijo del guardia imperial perdonaba la pobreza de Konrad".
Todo este posicionamiento-yo creo que inevitable cuando uno lee esta novela- ocurre durante los flashbacks de Henrick, el hijo del guardia imperial, que está preparando el título de la novela: el último encuentro con el que fue su mejor amigo, Konrad, y al que no ve desde hace 41 años. La manera como Márai describe la decadencia de su mansión mientras espera a su amigo, y la pulcritud con la que nos relata la preparación de la cena para que sea exactamente igual que la última que tuvieron hace 41 años es maravillosa-y eso que, como siempre, acuso la traducción. Qué me estaré perdiendo del húngaro cuando Márai nos dice cosas como que en su idioma “estas dos palabras, matanza y beso, olés y olelés, son parecidas y tienen la misma raíz”. Matanza y beso, en la misma frase. Inspiro. La mayor parte de mis subrayados han sido, entonces, más que formales, conceptuales. Algunas de sus ideas me hacen por ejemplo, literalmente oír el silencio, como aquí: "Estudiaban desde la mañana a la noche, para saber lo que se podía decir y lo que no. En la Academia (...) había un silencio parecido a la quietud de una bomba momentos antes de estallar".
Pero divago. Henrick ha preparado una mesa y una sala que lleva cerrada 41 años para tener una conversación con el amigo que se marchó. Y el amigo está al llegar. Cuando se acerca el coche por el camino, Henrick, desde la ventana lo mira "cerrando un ojo como los cazadores cuando tienen a su presa en el punto de mira". No es una conversación lo que está esperando. Es una cacería: lo lleva a su terreno para tenderla una trampa mortal porque no va a ser una conversación, sino un monólogo. Personalmente, y como optimista recalcitrante que soy, hasta las últimas páginas aún pensaba que Márai iba a dejar unas líneas a Konrad. Porque Hendrick cuenta su versión de la relación de ambos de una manera implacable, dura, y que pese a todo no logra atraerme del todo al personaje de Hendrick, el amigo abandonado, el marido afrentado.
Porque sí, afrentado: Hendrick se casa con Kristina, una chica de orígenes humildes, similares a los de Konrad, y en ese momento, mi corazón lector que aún espera una historia que verdaderamente hable de la amistad, y sus dificultades en general, pero en particular cuando cruzan clases sociales en las que todo tipo de sentimientos complejos que entran en juego (el orgullo, la envidia, la sensación de injusticia, el narcisismo, el servilismo, el sentimiento de superioridad)… pues en ese momento mi corazón dice no, por favor, que no sea OTRA historia más donde una amistad se rompe por la inestabilidad del triángulo.
Y así es. En el monólogo del afrentado sabemos del ultraje al que es sometido por parte del que creía su mejor amigo, ese al que abrió su casa y su corazón, y la mujer de la que se enamoró, pero que, concluye “solo sentía por mi gratitud”. Parece que el mayor shock lo recibe Hendrick cuando, huido Konrad, él visita su casa por primera vez y encuentra un mundo que le era completamente ajeno. Era la casa de alguien que leía algo más que “Jara y sedal”, de alguien que vibraba con la música, de alguien que, sin tener su clase ni sus antepasados, podía entender un mundo, el de la cultura, completamente vetado a él. Un mundo, que para colmo, compartía con Kristina. Pero me acabo reconciliando con Márai y su introducción del tema trío por las reflexiones tan interesantes que hace del tema de la infidelidad:
“Exigir fidelidad ¿no sería acaso un grado extremo de la egolatría, del egoísmo y de la vanidad, como la mayoría de las cosas y los deseos de los seres humanos? Cuando exigimos a alguien fidelidad, ¿es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Y si la otra persona no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a la que se la exigimos? Y si no amamos a esa persona ni la hacemos feliz, ¿tenemos derecho a exigirle fidelidad y sacrificio”.
Konrad se ha marchado al trópico, a conocer el mundo tras una cacería en la que Henrick cree que planeaba matarle (es el último signo de amistad el, teniéndolo a tiro, no matarlo?). Konrad deja el estamento militar, al que nunca perteneció y pone tierra de por medio (repito, por amistad? por cobardía?). En este ultimo encuentro, Henrick quiere respuestas a preguntas complicadas: no si intentó matarle (que lo tiene claro, y el lector se debate entre que sea un hecho, o una paranoia de viejo encerrado), sino entender: “Había una sola y única cosa que no me podía explicar: que hubieses pecado contra mí”. Quiere conocer al que fue su amigo, del que a esas alturas de la vida no sabe nada:
“¿O el disfraz era el uniforme? (...) Uno siempre responde con su vida entera a las preguntas más importantes. (...) Las preguntas son éstas: ¿Quién eres? ¿Qué has querido de verdad? ¿Qué has sabido de verdad? ¿A qué has sido fiel o infiel?
Esta frase ha sido, seguramente, una de las que más me ha gustado de toda la novela: que uno responde con su vida a las preguntas más importantes. En la edad temprana, podemos engañar y engañarnos, pero a los 75, como los personajes, nuestra vida hablará de nosotros más que ningún monólogo. Konrad dejó un mundo que no iba con él, y viajó. Henrick se encerró en la misma casa 40 años, resentido. “Uno también construye lo que le ocurre”. Y aunque esta constatación en la vejez de que tu vida tal vez no sea lo que hubieras querido sea probablemente lo más terrorífico, Henrick también reflexiona sobre la anhedonia del final de los días:
“Envejecemos así, por partes. Más tarde, de repente, empieza a envejecer el alma: porque por muy viejo y decrépito que sea ya tu cuerpo, tu alma sigue rebosante de deseos y de recuerdos, busca y se exalta, desea el placer. Cuando se acaba el deseo de placer, ya solo quedan los recuerdos, las vanidades, y entonce sí que envejece uno, fatal y definitivamente. Un día te despiertas y te frotas los ojos, y ya no sabes para qué te has despertado”.
Pero al final del libro, la premisa inicial de Hendrick, es desmantelada por él mismo. El, que desde el principio habla de la Amistad como algo sagrado, como un estado gracia muy superior a cualquier otro sentimiento, incluyendo el amor, acaba preguntándose a él mismo y a Konrad:
“La otra pregunta es si esa penosa atracción por una mujer que ha muerto no habrá sido el verdadero contenido de nuestras vidas (...) Y que si hemos vivido esa pasión, ¿quizás no hayamos vivido en vano?”
¿Es, al final, el amor, lo que verdaderamente ha dado sentido a sus vidas, por contraposición a una amistad tan compleja y contaminada? De esa amistad me hubiera gustado leer más, amistad en estado puro, sin terceras. Y es que el libro me ha tocado en muchos momentos, y supongo que a todo que tuvo un amigo o una amiga con la que se fue una piña y luego se acabó, le tocará igual. Y a todos esos que, como yo, buscaban respuestas en una novela -igual que las busqué un día en la película “Tres colores: Azul” de Kieślowski. para intentar entender otro tema personal-, se habrán visto de alguna manera decepcionados. En ninguno de los dos casos necesitaba una infidelidad para distraer de profundizar sobre el dolor de una pérdida. Mi amistad no se rompió por un triángulo: de los finos y vulnerables lazos que se tejen entre nosotros y nuestros amigos de la infancia, así, en crudo, es de lo que quiero leer. Es la única pega que le pongo a un libro que no nos da respuestas, sino muchas preguntas, porque así es la amistad: quien lo probó, lo sabe.
Cualquiera que haga una búsqueda por internet del libro se encontrará que su gran tema principal es La Amistad. Así, con mayúsculas. Dos chicos jóvenes, de orígenes sociales muy diferentes, se conocen en una academia militar y se hacen inseparables. Henrick es el hijo de un militar importante que vive en una mansión en medio de los bosques, todo-incluyendo los osos y las personas- propiedad de la familia de su padre por generaciones. Konrad es el chico de provincias sacado de contexto, a través del cual viven sus padres su fantasía de hijo militar en la gran ciudad. La amistad es tan intensa que, en algún punto, el erotismo y el deseo se me metían entre las líneas, pero este no acaba siendo un tema que Márai quiera desarrollar, si es que la pulsión existe. Henrick abre las puertas de su mansión y su familia a Konrad. Y por fin, pasados los años, Konrad hace lo mismo con la suya. Y aquí viene la primera frase del libro que subrayo con una mezcla de tristeza y rabia:
"Entonces ya lo sabes todo (...) Cada par de guantes que te tenido que comprarme para ir contigo al teatro, llegaba de aquí. Si me compro una silla de montar, ellos no comen carne en tres meses. Si doy una propina en una fiesta, mi padre no fuma puros durante una semana. Y todo esto dura ya veintidós años".
Y entonces empiezo a ver claro que el otro gran tema del libro es la lucha de clases (alguien me llamará antigua, pero tal vez en la época que nos ocupa, los años anteriores a la Primera Guerra Mundial aún se podía usar), es las diferencias sociales, es la grieta inmensa que hay entre alguien cuyos padres se pasan de todo para que él sea militar codeándose con niños con apellidos rimbombantes y separados por guión, y alguien quien, por el mero hecho de venir de donde viene, con esa seguridad que da la opulencia por generaciones, se cree superior.
“Sólo existen dos grupos en el mundo, con todas las variantes de su peculiaridad: las diferencias de clase social, de ideología, de grados de poder, todo se resume en esta peculiaridad”.
Qué gran frase esta de Márai: nunca he podido entender los nacionalismos porque para mí el mundo también solo tiene estos dos países (uno infinitamente más grande que el otro, por desgracia, y el otro existiendo parasitando al primero). Así que, a cara descubierta, no es difícil que yo empiece a empatizar casi de inmediato con Konrad, no solo por el narcisismo del militar, sino porque Konrad "era diferente":
"Konrad leía preferentemente libros ingleses sobre la historia de la convivencia humana, sobre el desarrollo social. El hijo del guardia imperial solamente leía libros sobre caballos y sobre viajes. Como se amaban, se perdonaban mutuamente su pecado original: Konrad perdonaba la fortuna de su amigo y el hijo del guardia imperial perdonaba la pobreza de Konrad".
Todo este posicionamiento-yo creo que inevitable cuando uno lee esta novela- ocurre durante los flashbacks de Henrick, el hijo del guardia imperial, que está preparando el título de la novela: el último encuentro con el que fue su mejor amigo, Konrad, y al que no ve desde hace 41 años. La manera como Márai describe la decadencia de su mansión mientras espera a su amigo, y la pulcritud con la que nos relata la preparación de la cena para que sea exactamente igual que la última que tuvieron hace 41 años es maravillosa-y eso que, como siempre, acuso la traducción. Qué me estaré perdiendo del húngaro cuando Márai nos dice cosas como que en su idioma “estas dos palabras, matanza y beso, olés y olelés, son parecidas y tienen la misma raíz”. Matanza y beso, en la misma frase. Inspiro. La mayor parte de mis subrayados han sido, entonces, más que formales, conceptuales. Algunas de sus ideas me hacen por ejemplo, literalmente oír el silencio, como aquí: "Estudiaban desde la mañana a la noche, para saber lo que se podía decir y lo que no. En la Academia (...) había un silencio parecido a la quietud de una bomba momentos antes de estallar".
Pero divago. Henrick ha preparado una mesa y una sala que lleva cerrada 41 años para tener una conversación con el amigo que se marchó. Y el amigo está al llegar. Cuando se acerca el coche por el camino, Henrick, desde la ventana lo mira "cerrando un ojo como los cazadores cuando tienen a su presa en el punto de mira". No es una conversación lo que está esperando. Es una cacería: lo lleva a su terreno para tenderla una trampa mortal porque no va a ser una conversación, sino un monólogo. Personalmente, y como optimista recalcitrante que soy, hasta las últimas páginas aún pensaba que Márai iba a dejar unas líneas a Konrad. Porque Hendrick cuenta su versión de la relación de ambos de una manera implacable, dura, y que pese a todo no logra atraerme del todo al personaje de Hendrick, el amigo abandonado, el marido afrentado.
Porque sí, afrentado: Hendrick se casa con Kristina, una chica de orígenes humildes, similares a los de Konrad, y en ese momento, mi corazón lector que aún espera una historia que verdaderamente hable de la amistad, y sus dificultades en general, pero en particular cuando cruzan clases sociales en las que todo tipo de sentimientos complejos que entran en juego (el orgullo, la envidia, la sensación de injusticia, el narcisismo, el servilismo, el sentimiento de superioridad)… pues en ese momento mi corazón dice no, por favor, que no sea OTRA historia más donde una amistad se rompe por la inestabilidad del triángulo.
Y así es. En el monólogo del afrentado sabemos del ultraje al que es sometido por parte del que creía su mejor amigo, ese al que abrió su casa y su corazón, y la mujer de la que se enamoró, pero que, concluye “solo sentía por mi gratitud”. Parece que el mayor shock lo recibe Hendrick cuando, huido Konrad, él visita su casa por primera vez y encuentra un mundo que le era completamente ajeno. Era la casa de alguien que leía algo más que “Jara y sedal”, de alguien que vibraba con la música, de alguien que, sin tener su clase ni sus antepasados, podía entender un mundo, el de la cultura, completamente vetado a él. Un mundo, que para colmo, compartía con Kristina. Pero me acabo reconciliando con Márai y su introducción del tema trío por las reflexiones tan interesantes que hace del tema de la infidelidad:
“Exigir fidelidad ¿no sería acaso un grado extremo de la egolatría, del egoísmo y de la vanidad, como la mayoría de las cosas y los deseos de los seres humanos? Cuando exigimos a alguien fidelidad, ¿es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Y si la otra persona no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a la que se la exigimos? Y si no amamos a esa persona ni la hacemos feliz, ¿tenemos derecho a exigirle fidelidad y sacrificio”.
Konrad se ha marchado al trópico, a conocer el mundo tras una cacería en la que Henrick cree que planeaba matarle (es el último signo de amistad el, teniéndolo a tiro, no matarlo?). Konrad deja el estamento militar, al que nunca perteneció y pone tierra de por medio (repito, por amistad? por cobardía?). En este ultimo encuentro, Henrick quiere respuestas a preguntas complicadas: no si intentó matarle (que lo tiene claro, y el lector se debate entre que sea un hecho, o una paranoia de viejo encerrado), sino entender: “Había una sola y única cosa que no me podía explicar: que hubieses pecado contra mí”. Quiere conocer al que fue su amigo, del que a esas alturas de la vida no sabe nada:
“¿O el disfraz era el uniforme? (...) Uno siempre responde con su vida entera a las preguntas más importantes. (...) Las preguntas son éstas: ¿Quién eres? ¿Qué has querido de verdad? ¿Qué has sabido de verdad? ¿A qué has sido fiel o infiel?
Esta frase ha sido, seguramente, una de las que más me ha gustado de toda la novela: que uno responde con su vida a las preguntas más importantes. En la edad temprana, podemos engañar y engañarnos, pero a los 75, como los personajes, nuestra vida hablará de nosotros más que ningún monólogo. Konrad dejó un mundo que no iba con él, y viajó. Henrick se encerró en la misma casa 40 años, resentido. “Uno también construye lo que le ocurre”. Y aunque esta constatación en la vejez de que tu vida tal vez no sea lo que hubieras querido sea probablemente lo más terrorífico, Henrick también reflexiona sobre la anhedonia del final de los días:
“Envejecemos así, por partes. Más tarde, de repente, empieza a envejecer el alma: porque por muy viejo y decrépito que sea ya tu cuerpo, tu alma sigue rebosante de deseos y de recuerdos, busca y se exalta, desea el placer. Cuando se acaba el deseo de placer, ya solo quedan los recuerdos, las vanidades, y entonce sí que envejece uno, fatal y definitivamente. Un día te despiertas y te frotas los ojos, y ya no sabes para qué te has despertado”.
Pero al final del libro, la premisa inicial de Hendrick, es desmantelada por él mismo. El, que desde el principio habla de la Amistad como algo sagrado, como un estado gracia muy superior a cualquier otro sentimiento, incluyendo el amor, acaba preguntándose a él mismo y a Konrad:
“La otra pregunta es si esa penosa atracción por una mujer que ha muerto no habrá sido el verdadero contenido de nuestras vidas (...) Y que si hemos vivido esa pasión, ¿quizás no hayamos vivido en vano?”
¿Es, al final, el amor, lo que verdaderamente ha dado sentido a sus vidas, por contraposición a una amistad tan compleja y contaminada? De esa amistad me hubiera gustado leer más, amistad en estado puro, sin terceras. Y es que el libro me ha tocado en muchos momentos, y supongo que a todo que tuvo un amigo o una amiga con la que se fue una piña y luego se acabó, le tocará igual. Y a todos esos que, como yo, buscaban respuestas en una novela -igual que las busqué un día en la película “Tres colores: Azul” de Kieślowski. para intentar entender otro tema personal-, se habrán visto de alguna manera decepcionados. En ninguno de los dos casos necesitaba una infidelidad para distraer de profundizar sobre el dolor de una pérdida. Mi amistad no se rompió por un triángulo: de los finos y vulnerables lazos que se tejen entre nosotros y nuestros amigos de la infancia, así, en crudo, es de lo que quiero leer. Es la única pega que le pongo a un libro que no nos da respuestas, sino muchas preguntas, porque así es la amistad: quien lo probó, lo sabe.
Cuando lo lei pensé que sería un libro indeleble...ahora sin embargo se ha consumido y consumado en mis recuerdos como el azucarillo en el cafe...un gustó edulcorado agradable pero sin forma.
ResponderEliminarmi post sobre este libro
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola TXELOS, ya leí tu post del libro (y tus citas de psicólogos-psiquiatras para explicarlo :)). Me parece interesante lo q dices de cómo crece o decrece un libro en nosotros a medida que avanza el tiempo. En concreto, Mo, q es quien me lo recomendó, tambien lo leyó dos veces y la segunda tenía miedo de q no le volviera a causar la misma impresión (pero siguió igual para ella).
ResponderEliminarEl autor usa la técnica de q hable solo Hendrick (como bien dices "5 horas con hendrick") y esto la hace una novela completamente abierta: no sabemos si todo son delirios de un viejo al q su amigo, por verdadera amistad, no quiere desmontar, o los hechos fueron más o menos así. Al final, los hechos no son importantes, sino las reflexiones q hace a tenor de los distintos temas (i.e. como explico, no me gustó q incluyera una infidelidad como detonante de la ruptura de esas amistad, pero luego le "perdono" pq las reflexiones q hace de la infidelidad me parece muy interesantes... and so on).
Ah, y ti q "te gustan" mis divagues largos... bueno, con este me he pasado. Simplemente me senté al teclado y se me fueron los dedos.
Muxus
di
Pues a mi el libro no me llegó nada. Será que estoy hecha de otra pasta.
ResponderEliminarReconozco frases buenas como las que citas, pero la historia no me llegó. Quizá te olvidas comentar la envidia, también presente en el libro.
Yo no me voy a repetir...para mí es un gran libro.
ResponderEliminarSobre la infidelidad yo también marqué esas frases.
hablamos
DIVA, envidia quien de quien?
ResponderEliminarMO.. Mil gracias por la recomendacion.
Muxus
Di
Di,
ResponderEliminarYo creo que Hendrick (que lo tuvo todo) tiene envidia de Konrad (que no tenía nada). Es muy ácido cuando cuenta las cosas....
Gracias DIVA.. yo creo q se podría especular (pq todo es especulación, ya q no oíamos a Konrad) q hay envidia bidireccional:
ResponderEliminar-Henrick por ese mundo de la cultura d Konrad al q él no puede acceder, como dices
-Konrad, como sugiere Hendrick, del dinero, la clase social, los antepasados de henrick.
Hay tantos temas! Pq otro q me tocó fue (y ya me quedaba un tratado si seguía ocn todo) Nini, la criada. Pense en todas esas criadas del mundo q han dado su vida a estas familias ricas, renunciando a una familia.. su vida ha sido servirles, hasta pasados los 90 anios. me parece atroz.
Muxus
Tengo este libro ahora mismo en mis manos....y voy a empezarlo. No he leido el post, si los comentarios.... ya os contaré ;)
ResponderEliminarBesitos
Nota: Txelos, tendrás el email prometido, pronto.
“en algún punto, el erotismo y el deseo se me metían entre las líneas”: a mí también. Se metían y ya no salían. No es de extrañar, por dos razones: 1) El tema de la homosexualidad no se explicita en la literatura hasta mucho después; 2) Creo firmemente que la amistad entre dos amigos es una sensación ‘más fuerte y violenta’ que entre dos mujeres (esto podría ser tema de un debate); pero los hombres procuran que no aflore “su” parte femenina, que no necesariamente tiene que significar un deseo sexual (a veces sucede). Esa es la razón de la aparición de un “subtema clásico” (en la Lit los temas son eternos, no hay novedades, salvo en las tramas histórico-sociales): la aparición de una mujer de uno de ellos, en la que el otro canaliza su deseo, y el rompimiento de la amistad por "traición". El segunda casus de rompimiento son los negocios; y el tercero, el más común, el distanciamiento por causa de la pérdida de intereses comunes.
ResponderEliminarNo te llamaré “antigua” porque menciones la lucha de clases. Las agencias de publicidad de los poderosos han insistido en que “han desaparecido” porque les conviene. Creo que lo único que ha cambiado (y en épocas de crisis como la actual, causada por los poderosos, lo vemos con mayor claridad) es que los obreros de antes vestían mono azul (y los empleados corbata, pero se sentían cercanos (las clases medias y sus graduaciones es otro tema de divague) y ahora casi no hay trabajadores de mono azul. El imbécil que diga que no hay clases ni motivos para estar enfrentadas cree hablar de ideas cuando solo está comentando el tema de “La moda entre los trabajadores”; le aconsejo que trate el tema en Vogue, en Telva o en el simpatiquísimo y moderno dominical del diario El País.
Pero no estoy de acuerdo en que se presente un subtema de lucha de clases, sino de algo realmente clasista, que es el “desclasamiento” de algunos desfavorecidos, a costa de un enorme esfuerzo (lo de la propina y el padre que deja de fumar da escalofríos). Es una aceptación de los valores de clase alta como superiores, acatando el orden moral y económico de la situación.
Es fantástico lo bien que lo expresa Márai, con lo de “Sólo existen dos grupos en el mundo”. Era así y sigue siendo así.
Me encanta que te hayas fijado en la “diferencia cultural”: era un modo de desclasarse sin desclasarse. De hecho, una gran mayoría de autores procedían de esa ambigua clase media, que mediante el arte y los libros tenían acceso a una sensibilidad que los ricos, bien cebados, poseían como objetos pero no usaban. Buena parte de la lit del XIX pone a parir a los “nobles” por su estupidez.
Lo dejo aquí... de momento, para no hacerme pesado. Pero quiero comentar lo que resta de tu divague.
Gran post, mi señora.
Y 2:
ResponderEliminar“Exigir fidelidad ¿no sería acaso un grado extremo de la egolatría...”. Lo firmo, casi toda la vida lo he querido firmar, pero no puedes vivir en sociedad sin aceptar los dogmas seguidos universalmente por esta. Tienes que jugar con tus pequeñas dosis de rebelión... o vivir con un héroe, sabiendo que serás castigado antes o después por los dioses. Necesitas una capa de “vulgaridad”, en un sentido no peyorativo de la palabra.
No me extraña que estas frases tremendas las pronuncie Hendrick. De alguna manera, tras haber esperado 41 años en el recogimiento, replegado en sí mismo, resurge la grandeza de mirar atentamente el objetivo, la caza. No estoy tan seguro de que cuando mira acercarse a Konrad y cierra un ojo no sienta que el apuntarle a él: 1) se cobre una pieza simbólica que les ponga por igual (como cuando Konrad le apuntó y no disparó); o 2) no se esté designando a sí mismo como posible pieza de la cacería que se va a celebrar.
El caso, por lo que importa en la novela, es que Hendrick se explica siempre con grandeza, sin reclamar su causa, queriendo saber. Los amigos, que sí sabemos por qué se separaron, han vivido un encierro paralelo: uno en su casa y finca, el mundo interior; y el otro recorriendo el mundo exterior. Pero ambos han estado solos, sin amor y sin amigo; y han envejecido.
Lógicamente, por mi edad, me pregunto a veces que hasta cuándo. Los intereses van desapareciendo y llega un momento en el que la contemplación y la reflexión van ganando terreno. Ahí no caben barnices, ni puedes plantearte fechas probables o improbables. Todos sabemos que una mañana despertaremos y nos preguntaremos para qué. Hendrick-Márai nos da la respuesta de hacer que nos preguntemos: ¿se puede pedir más? Creo que no.
¿No te parece que intentaba decir lo mismo en este texto ilustrado por Verónica?
Creo que este libro intenta apuntar hacia una pieza que todos conocemos en nuestro interior, pero que no responde a la pregunta de si pesa más la amistad o el amor. Porque sin ese amor que los dos perdieron, la amistad, o el deseo de encararse, no habría durado tanto.
Hola NO! Espero q te guste el libro… si te engancha te veo sin parar. No leas el divague pq es muy spoiler.
ResponderEliminarNAN, por partes:
1. Totalm de acuerdo con el tema del presunto homo-erotismo latente. Además de la época en la q está ambientado, piensa en la mentalidad de Hendrick: cuanod habla de su mujer tiene varias perlas q son perfectam apropiadas a su situación social y vital.
2. La “antigüedad” con lo de la “lucha de clases” era por supuesto una ironía, pq sabes q pienso q el concepto está más vigente q nunca, aunque nos quieran hacer cmabiar la terminología como paso previo a su desaparación. Lo mismo q “izda o dcha, esos dos conceptos caducos”. Ya.
3. El “desclasamiento” q describes es atroz. El parrafo q he incluido es atroz. Creo q solo se puede superar eso precisamente con el descubrimiento d ela injusticia social, y haciendo de ella tu bandera. Por ambas partes. Si no, te quedas en el rencor o en el mirar por encima del hombro. Piensa en una de las amistades intersociales mas emblemáticas de la historia del cine: Olmo y Alfredo de “Novecento”.
4. Exigir fidelidad: la frase es de libro de texto, pero como dices, luego está la vida. Y en la vida real o estas obligado a engañar, q esta muy feo, o a montar un rollo abierto q a ver quien tiene energía. El sexo esta sobrevalorado, la fidelidad sexual no supone casi nada. Lo q a mí me preocuparía, de ser hendrick, es q con Konrad Kristina compartía lecturas, música… ahhh, ahí esta el quid de la cuestión. Por eso no entiendo las parejas donde uno de ellos es muy leído, o cinéfilo, por ej, y el otro no. Es como una pareja donde hay una separación bestial en el atractivo físico: no suele ser lo común.
5. El texto del blog de Verónica es precioso… y sí, similares ideas… Muchasd gracias por enlazarlo.
6. Para mi el libro sí q responde a la pregunta de qué marca más, qué recordaremos temblando en nuestro lecho de muerte, si los amigos o los amores. Creo q tal vez la amistad e sun sentimiento más sotisficado, pq no se trata de la mera agrupación en la triibu para cooperar y sobrevivir. La amistad es más q eso, es una forma de amor, desde luego, pero muy contenida. A mí me conmueve muhco leer osbre la amistad, pq es un tipo de relación q me interesa mucho, y todas sus variantes. Hay gente q llama “amigo” a cualquiera. Sin mebargo, el amor-pasión es un sentimiento q tienen un componente biológico mucho más fuerte q la amistad. Es pura hormona, es pura convulsión. Por él, se han cruzado mares y escalado montes, y no sigo pq me va a salir una canción. Y no solo me refeiro al amor de pareja, sexual, tambien al amor fraternal, por tus hijos. Hendrick parte de q la maistad es más noble, y creo q acaba dándose cuenta de que no. Habría sido mejor su vida si nunca hubiera existido Kristina y estuvieran juntos, 41 anios después, como los primeros 20 anios? Su conclusión es no. La mía también.
Muchos muxus
di
Totalmente de acuerdo en que la fidelidad sexual es la menos importante de las fidelidades.
ResponderEliminarNo estoy haciendo un ataque a la pareja (estaría loco, porque vivo en una pareja que funciona), lo que no quiere decir que a veces "imponga" unas estrecheces que no debería imponer.
Es más, creo que, aunque no deberían rechazarse por principio otras opciones, si surgen, la pareja de dos que incluye fortísimos lazos de amistad y de visión del mundo (no ncesariamente coincidente al 100%, ¡qué aburrimiento!), es una situación fantástica.
Pero el libro trata el tema de dos amigos separados por una mujer. En realidad, "odio los libros que tratan de un tema". Lo cambio por "presenta y da vida" ante nuestra experiencia un tipo de relaciones entre unos personajes.
Pues bien, no es por casualidad que solo se hagan realmente vivos los dos amigos. Ni que, "cercano ya el pie en el estribo", necesiten verse y explicarse.
Creo que en esta historia la violencia de la pasión de la amistad, supera a la del amor.
Aunque es una opinión que no va más lejos de eso, de una opinión. La grandeza del libro está en la permanencia en la memoria de algunos (no todos los libros grandes tienen que gustar a todos) y en que se convierte en una presentación-símbolo que nos permite referenciar muchas cosas.
Muxus de exos
NAN, estoy leyendo un ensayo d eun professor q debe ser muy importante, titulado "HOw to read a novel". Es un brito pequenio y de moemnto solo he leído tres capítulos. UNos habla de la ingente masa de publicaciones de hoy en día y la necesidad de ser selectivos (y cómo serlo, supongo q lo contara más adelante), de ahi la manía del algunos de principalmente leer clásicos. Pero ayer leía algo sobre los grupos literarios (donde se lee algo y se ocmenta) y decía q uan de sus grandezas es q es didficil encontrar a dos personas cn la misma opinicón no solo sobre una novela, sino sobre lso personajes de una novela. Las novelas nos dan acceso al album fotografico de la vida d eun grupo d egente, donde todo lo demás lo ponemos nosotros. Ler bien una novela es de lo más activo q hay, en contra d elo q la gente cree.
ResponderEliminarAsí q es muy healthy q tú la veas como una novela dond ela mayor pasión es la amistad entre los dos, y yo la vea como una en la q fue el amor por una mujer. Además esta novela es genial para proyectar todos tus temas, pq solo conoces una versión.
Muxus de domingo
di
Magnífico divague de un libro que me conmovió y que regalo siempre que puedo.
ResponderEliminarAnónima Marta
Gracias Marta, se aprecian estos stickers blogueros...:)
ResponderEliminarxx
di
Sin duda una novela apasionante de gran calidad.
ResponderEliminarPor supuesto que creo que ambos estaban enamorados el uno del otro. La componente sexual es descartada de forma explícita por el autor, probablemente inducido por las dificultades de tratar ese tema en la época, aunque a veces de forma muy velada podría dejarse entrever.
Aunque al final el desenlace trate de plantear una cuestión de traición, lo que está claro es que el papel de Kristina es inexistente, su descripción psicológica es nula, no se da ni una sola razón como para entender el amor que pudieron tenerle. Para mí, el general se casó con ella porque socialmente era la única opción, y Konrad se la arrebata en señal en cierto modo de despecho, de venganza. Pero ambos se tiran su vida entera pensando, soñando con el otro.
Konrad era "especial", entre otras cosas, porque amaba a un hombre, que se dejaba querer y que en cierto modo también amaba al otro de una forma que va mucho más allá de la amistad. Pero no podían reconocérselo entre ellos mismos....hasta el final. Al final Konrad le dice...."para qué preguntas, si sabes que es así...".
La música representa, creo yo, el lado femenino, la sensibilidad especial que un militar de verdad no se podía reconocer que tuviera pero que Konrad sí tenía, porque era especial y no un "verdadero soldado".
Huye porque entiende que no puede estar con quien ama realmente, e igual que primero intenta enamorarse de ella, luego intenta desenamorarse del él yéndose lejos. Vuelve porque al final las cosas caen por su propio peso, y entiende que nada puede vencer al verdadero amor.
Me ha parecido preciosa, a pesar de los artificios que Marai hubo de introducir para desviar la atención de quienes no habrían aprobado una novela de amor entre dos hombres en su época....
Si alguien quiere comentar conmigo la novela, estaré encantado de hacerlo. Mi email es:
asturinthecabin@hotmail.com