25 febrero 2010

De cómo los pedalistas dieron con sus huesos en la Posada Condesa y de lo que en ella aconteció

Bienvenidos a Refritos Mix. Esto se escribió el 19 de agosto de 2004 cuando los pedalistas hacían las Américas. Dicen que los sabáticos han de ocurrir cada siete años...

Guanajuato fue en su día la ciudad más rica y próspera de México, debido a las minas de plata. Y se le nota: iglesias coloniales en cada esquina, y mansiones, y parques, y calles adoquinadas. Es una ciudad pequeña con ambiente universitario, donde los paseos son muy agradables. Debe ser uno de los lugares más turísticos de México, pero turismo principalmente mexicano y mochilero de holandeses y algún yanki. Es curioso ver cómo los españoles han desaparecido por completo tras dejar la península de Yucatán, donde seguirán churrascándose bajo el sol de Cancún o Playa. Este turismo tiene implicaciones buenas: los puntos de Internet son muy abundantes y baratos, y malas: los hoteles son muy caros.

Así que los pedalistas, siguiendo fielmente su guía de viaje (aúpa Rough Guide, muerte Lonely Planet), se encaminan a la Posada La Condesa, sin haber realmente leído muy bien los comentarios. Al llegar, a media tarde, hay unos cuantos viejos en recepción. La habitación son 180 pesos, y pese a que la parte de abajo de la "posada" está un tanto destartalada (tirando a almacén, mesas apiladas y otros efectos) la subimos a ver. Mientras avanzamos me intento convencer de que tiene un sabor como a casa vieja de pueblo, donde en los bajos había vacas antaño y hoy se acumulan trastos con polvo. Al encarar las escaleras observo con estupor (cómo no hacerlo) que hay dos armaduras tamaño natural mexicano (les paso la cabeza, como a la mayoría de los mexicanos.) Al llegar a la puerta de la habitación, el viejo no se ruboriza al abrir con una llave de juguete un candado que ata una cadena de mala manera a la puerta, y nos mete en una habitación sin ventanas. Y sin enchufe. El baño está claramente improvisado, y se puede decir que, con voluntad, uno se puede duchar, lavar las manos y hacer pis a la vez.

Nos miramos con cara de pena. Sé que ya se veía venir, pero cuando uno llega tras varias horas de autobús, sin alojamiento reservado, y con las mochilas, de lo único q tiene ganas es de darse una ducha (o lo q se pueda hacer aquí), soltar las mochilas e irse a comer algo. Excusas, vale, pero aceptamos.

Cuando volvemos por la noche y nos acostamos nos sorprende un nuevo pequeño problema: el Capitolio. Así se llama (cómo olvidarlo) la discoteca pared con pared con el hotel, y en concreto con nuestra habitación. Se oye la música mucho más claramente q si la tuviéramos en la habitación a todo trapo. Y a ver, digo música por decir algo. En México hemos pasado horas y horas en las terrazas de bares con música en directo (en concreto en Guanajuato, donde hace fresquito, te ponen mantas en las sillas como en Copenhage) escuchando a distintos tipos con coleta y una guitarra cantando a Serrat, a Silvio, o repetidas veces, esta canción que nunca me canso de escuchar...





Pero lo del Capitolio es otro rollo. "Rollo gentejoven" que diría mi amigo Wolf. Nos miramos escépticos, pero acto seguido el pedalista compañero de fatigas dice que "no hay problema, está todo controlado". La solución está en la mochila: tenemos los tapones de los oídos de Angeles (nuestra amiga azafata, gracias British Airways.) Estos tapones son los que usan los técnicos de la British cuando los motores de los aviones están funcionando en tierra. Para que se hagan una idea. Los tapones que usan los ingenieros para amortiguar un reactor en su oreja. Bien, se insertan. Y dos segundos más tarde se hace evidente una triste realidad: ni estos titanes del aislamiento logran amortiguar el maldito Capitolio. Por afinar, en concreto creo que tal vez quitan los agudos y sólo se oyen los bajos, o lo que a mi, en mi ancianidad, me parece un tambor dale que te pego.

Doy una vuelta y la primera ruminación me visita. Esta es precisamente una noche en la que nos acostamos pronto por el cansancio antes descrito. Manda huevos. Media vuelta: el pedalista se logra dormir, traidor. Más intrusiones. Odio intenso. Las doce, la una. No hay manera. Hay ratos en los que para un segundo, y fantaseo con que termina pero continúa, y si me había adormecido en esa décima de segundo, la vuelta a la realidad es si cabe más atroz.

A las dos de la mañana me levanto, me como una oreja (así llaman aquí a las palmeras), me tomo un vaso de agua, voy al baño por enésima vez, hago unas flexiones al son del tambor. Nada funciona. Más vueltas. En un estado de desesperación mayúscula, me levanto, cojo la sierra eléctrica y en camisón (tal era mi ofuscación) bajo a ver qué se cuece en recepción. No entiendo cómo mi compa está frito y el hotel en silencio con lo que parece el fin del mundo retumbando allí al lado.

Las luces de los pasillos de arriba son de colores convenientemente rojos y verdes, fluorescentes encima de algún punto clave. Si creen q eso me arredra, están equivocados. Voy a por todas. Si el mismo fantasma de la ópera con su cara quemada me encuentra en ese pasillo a las 2 am, es él quien huye despavorido al ver a un ser en estado semidelirante. La imagen es dantesca: mujer blanca descalza, ojos rojos, el pelo alborotado tras mil vueltas en aquel potro de tortura, con un jersey negro por arriba y lo que parece un camisón de raso gris plomo por abajo (sólo me falta el candelabro). Soy la esposa loca de Mr Rochester que por la noche sale del ático donde intentan encerrar su locura.

Al llegar abajo, está todo oscuro, y la música es más insoportable si cabe. Casi pego un salto con las armaduras (¡jo-der!), y me río yo sola. Atravieso la sala de las cosas apiladas, que en la penumbra sugieren imágenes timburtonianas que me apresuro a borrar cuando encuentro la llave de la luz. Todo se ilumina, parte de esta luz me ayuda con la sala contigua: recepción. Lo primero que veo es la puerta del hotel cerrada a cal y canto (¿cómo escapar de esta fortificación?) y luego a un hombre durmiendo en un sofá de madera estilo colonial a pierna suelta. No lo entiendo, el ruido es imposible. Me acerco a él y “oiga, oiga, disculpe”. El hombre ni se mueve, así que repito a voz en grito, le zarandeo, y el pobre se despierta asustadísimo tras ver al ente. Le da para balbucear mientras señala otro punto de la recepción, donde descubro a otro hombre durmiendo en un sofá similar al suyo.

Repito el proceso con el segundo: he de zarandearle, y cuando se sienta veo q es un hombre mayor, un viejecillo con gorra de béisbol q está medio dormido cuando me contesta con una sonrisa. Una de las conversaciones más surrealistas de mi vida llega a continuación:
- "Pero señor, son las 2 am, nos debían haber avisado del ruido cuando fuimos por la tarde, eso es injusto, uno va a los hoteles para descansar".
(El pobre hombre asiente sonriente, aun bajo los efectos del sueño. Está de acuerdo conmigo, el ruido es infernal pese a q él duerme furiosamente)
- "Pero, por favor, a qué hora acaba esto?"
- "A las 12"
- "¿¿¿Qué??? No puedo creerlo, pero qué dice, a las 12???"
(El señor asiente, orgulloso):
- “sí sí a las 12 de la mañana”
- “No es posible, oiga, no es posible”
- “sí, 12”
- “Esto no está pasando”

Mis peores fantasías vienen a visitarme: estamos en un hotel en medio de México, al lado de una macrodiscoteca de esas q está abierta hasta mediodía. La pesadilla no acabará en un par de horas, continuará hasta la mañana, no puedo creerlo, no voy a dormir absolutamente nada. Sigo increpando al hombre, pero he de admitir q cuanto más pasa el tiempo, más ternura siento por este pobre anciano que me dice “que al día siguiente hable con el patrón”, este hombre q duerme todos los días pegado a este ruido terrible por sacarse unos pesos, mientras que ese patrón duerme en su casa feliz y contento, sin preocuparse por que insonoricen la disco o en ser sincero con los viajeros incautos que caen allí. Al final, logro una confesión del buen hombre: la disco acaba a las 4 de la madrugada. Bien, faltan dos horas.

Cuando vuelvo a la cama, y recapitulo toda esta situación sacada del absurdo, me empiezo a reír yo sola (pedalista sigue dormido) y no puedo parar. Porque me doy cuenta que, en mi histeria, entendí que la disco terminaba a las 12 del mediodía, cuando lo que el pobre señor me quería decir es que el check-out era a las 12, que debíamos dejar la habitación a las 12 del día. Quiero despertar al pedalista para contárselo.


La cara del anciano no se me olvidará nunca: seguro que para él es muy normal que bajen los huéspedes a las 2 de la mañana, con cara de locos y en camisón, a preguntar malhumorados que a qué hora tienen que dejar la habitación al día siguiente, y se suban por las paredes repitiendo “no es posible” cuando les dice q a las 12 del mediodía.

7 comentarios:

  1. Muuchas cosas:
    1- Eso os pasa por hacer caso a la Raf gaid en vez de a la Lonely Planet.

    2- Pedalista durmiendo y tu odiando. Me es tan, tan, tan familiar que no haré comentarios, verdad Consuerte?

    3- Eres Di-va hasta en México: Mochilera con camisón de raso... El peda que llevaba, ¿batín para bajar a desayunar?

    4- No puedo con el lánguido de aute. Si yo sólo pasaba por ahí...

    5- ¿Cuando nos vamos a Mexico?

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  2. Diva:
    1. Llevando la Rough evitas ir a donde van todo el mundo, q lleva la Lonely. Es una guia inglesa, lo cual te garantiza encontrarte a ingleses, q son siempre una risa. Vale, con la Posada Condesa no estuvieron muy acertados... :)

    2. Mi odio era mas un odio universal, pero vamos, ahora q lo dices se puede tb aplicar al q duerme a tu lado en noches de insomnia.

    3. Lo del camison tiene una explicacion. Es de esos cortos de tirantes de raso q se pliega en un "pum" y q cabe casi dentro del neceser. Y si vas con mochila,eso es un plus. Demostro no ser tan gran idea cuando estabamos en Peru o Bolivia. No he pasado mas frio en mi vida. El Peda, como siempre, con la flor en el ojal.

    4. Aute: es cierto, es languido el pobre, pasaba por aqui tampoco me gusta. Pero "sin tu latido" toca todas mis cuerdas.

    5. A mi me toca sabatico en el 2011... y a ti? Los Divagantes agradecerian un mexiblog en tiempo real, no refrito.

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  3. BUenas...por fin tengo un rato.

    GUanajuato...que grandes momentos viví allí con molimadre y mis hermanos...mmm..lo mismo lo cuento en un post.

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  4. Moli: sí, escribe sobre Guanajuato. Algunos nos leen en México y desde aquí un ándele enorme. Las Di-vas y parece q Moli amamos México!

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  5. Pues no hacía yo a Moli por tierras Mexicanas...

    Esperando estoy el relato.

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  6. Pero bueno!! estoy por ofenderme..¿ qué imagen os habéis hecho de mi?

    Pero si soy como Matt, el tio viajero de los Fraggel...lo de méxico fue hace mucho..en el 98 o así...pensaré lo del post

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  7. No te ofendas... que "picajosa" te me pones chaparrita. Es que no te había leído ningún post acerca de México. Nomás es eso.

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