Mi consuerte y yo andábamos deshorados. Tanto así que nos tuvimos que esperar a que abrieran el turno de desayunos del hotel para poder tomar algo. Habíamos llegado hacía dos días y el famoso jet lag hacía de las suyas. La verdad es que a mi me afectaba más que a él, que tiene la suerte de adaptarse con una facilidad spaventosa (me encanta esa palabra) a los ciclos solares: hay sol, me levanto, no hay luz, me duermo.
Así que pronto por la mañana salimos hacia el Tepeyac. Cogimos el metro unas cuantas paradas. A pesar de que era pronto por la mañana, estaba abarrotado. Mucha gente llevaba altares, cuadros, pancartas etc. Cuando salimos a la superficie, camino del cerrito desfilaban cientos de personas provenientes de todo el país. Procesiones lideradas por danzantes o matachines iban recorriendo el camino a nuestro lado. Algunos habían hecho cientos de kilómetros a pie, otros venían con sus carritos perfectamente adornados, quizá en exceso (pero con un color), los había que estaban allí desde el día de antes para "agarrar" un buen sitio y poder cantar así las mañanitas a la Virgen Mestiza el día 11. Algunos dormían en el suelo, agotados por el viaje. Había rostros que reflejaban todo esto y mucho más.
Llegamos a la basílica como a eso de las 8:00 de la mañana. No alcanzo a describir todo lo que se percibe, son demasiados estímulos a la vez: olores, trajes, sabores, tradiciones indígenas, música, bailes, razas, colores, imágenes... Unos 5 millones de personas visitan a la Guadalupana un día como hoy. La explanada de la basílica se convierte en un hervidero de historia y folclore mexicano.
En el interior de la basílica se encuentra enmarcado el ayate o mantita que llevaba el indígena Juan Diego y en el que quedó, según la tradición, impresa la imagen de la Virgen. Es precisamente ese ayate, hecho fibra de maguey, lo que se venera. Una imagen llena de simbología "nahuathl" o azteca, como la flor de cuatro pétalos que hay en su vientre o la luna que pisa. Pudimos visitarlo subidos a una cinta mecánica, similar a la de los aeropuertos, que te pasa literalmente por debajo de la imagen y que evita que la gente se plante allí más tiempo del debido.
Desde entonces soy guadalupana. ¡Viva Mexico!
¡Arriba, arriba!
ResponderEliminarDiva, no puedo seguir tu ritmo... cada entrada tuya me sugieren mil ideas. Y sigo procastinando el artículo.
Pero de México no puedo resistirme a enviar, aunque sea, un refrito.